Serie Kratos (VIII): Domesticación por Prosperidad: El Aburguesamiento que Despolitiza a la Masa

ENTREGA VIII — Domesticación por Prosperidad: El Aburguesamiento que Despolitiza a la Masa

En la entrega anterior vimos cómo el Estado social funcionó como tecnología de contención: una póliza de seguro contra la revolución diseñada para neutralizar el riesgo geopolítico que representaba la URSS y los partidos comunistas fuertes. Sanidad, pensiones, pleno empleo, negociación colectiva: todo ello redujo la incertidumbre material masiva y, con ella, la disposición a la ruptura.


En un vistazo: Aquí no hablamos de "domesticación" como manipulación moral ni como sumisión pasiva. Hablamos de algo más estructural y verificable: el desplazamiento del umbral a partir del cual el conflicto se vuelve sistémico. Una mayoría domesticada puede protestar, votar, incluso estallar; pero tiende a hacerlo sin convertir la continuidad del orden en cuestión abierta, porque su biografía material —hipoteca, coche, electrodomésticos, expectativas, derechos adquiridos— depende de esa continuidad.

El argumento no es "el neoliberalismo estaba predeterminado en 1955". Es más preciso: la integración por prosperidad crea vulnerabilidades y dependencias estructurales que, cuando llega la crisis, inclinan la resistencia hacia la conservación más que hacia la alternativa sistémica.


Pero el Estado social fue solo la mitad del mecanismo. Explica el andamiaje institucional, pero no explica por qué, cuando llegó la crisis de los años 70, la mayoría integrada no radicalizó su respuesta sino que la defensivizó. No explica por qué las masas —siendo mayoría— dejaron de pelear por el mando y empezaron a pelear, cada vez más, por no perder lo que ya tenían.

La otra mitad del mecanismo es más silenciosa, más difusa, más biográfica: la transformación del sujeto obrero mediante la integración en la propiedad, el consumo y la deuda. Si la entrega VII explicó cómo se construyó el suelo institucional de la paz social, esta entrega explica cómo se construyó el suelo biográfico: cómo la vida cotidiana misma se ancló a la continuidad del sistema.

El argumento no es "el neoliberalismo estaba predeterminado en 1955". Es más preciso: la integración por prosperidad crea vulnerabilidades y dependencias estructurales que, cuando llega la crisis, inclinan la resistencia hacia la conservación más que hacia la alternativa sistémica. Y por eso, cuando el régimen fordista-keynesiano entra en crisis en los años 70, el movimiento obrero queda en posición fundamentalmente defensiva: luchando por conservar el empleo, la hipoteca, el modo de vida. Ese repliegue no es un fallo moral; es una consecuencia estructural de la biografía anclada.


0) Periodización: tres tiempos del mismo mecanismo

Para no confundir procesos, conviene distinguir tres fases dentro del mismo ciclo histórico:

1945–1955: Reconstrucción y disciplina
Pleno empleo, sindicalismo fuerte, salarios vinculados a productividad. El pacto se asienta sobre necesidad y disciplina de posguerra. La legitimidad del Estado social aún se apoya en el recuerdo de la guerra y en el miedo a la URSS.

1955–1973/75: Consumo de masas y biografía anclada
Vivienda en propiedad, coche, televisión, crédito al consumo, vacaciones pagadas. La integración se vuelve biografía. El obrero deja de ser solo productor y se convierte también en consumidor con algo que perder. La expansión del crédito es distintiva de este periodo y clave para entender el anclaje estructural.

1973/75–años 80: Crisis, defensa y ventana neoliberal
Estanflación, paro, presión fiscal, cambio tecnológico, reorganización empresarial. El conflicto se reorienta hacia la defensa del modo de vida adquirido. La integración biográfica no "crea" el neoliberalismo, pero sí facilita su implantación: cuando la crisis golpea, la mayoría está más preocupada por conservar la hipoteca que por cuestionar el sistema que la generó.

Idea clave: Esta periodización importa porque el argumento no es determinista. No es "el consumo mata la revolución". Es: el consumo cambia los incentivos estructurales del conflicto, y esos incentivos se activan de forma específica cuando llega la crisis.


1) De clase a estilo de vida: del "nosotros" al "yo"

El sujeto obrero clásico —el que llegó a ser amenaza histórica— era una forma social muy específica: concentración, sincronía y dependencia mutua. Fábrica, barrio obrero, sindicato, caja de resistencia, partido, huelga. Un "nosotros" material construido por la necesidad y el tiempo compartido.

El ciclo de prosperidad desplaza el centro de gravedad existencial:

Del lugar de trabajo al hogar.
La vida doméstica se convierte en foco de identidad y estabilidad. Para muchas mujeres, esto significó también persistencia (o incremento) de carga doméstica y formas de subordinación invisibles bajo la promesa de modernización. El hogar como refugio, pero también como ancla.

De la identidad de "clase" a una identidad de trayectoria.
Estabilidad, ascenso, "mejorar". El trabajo asalariado pierde terreno como principal fuente de identidad social, mientras el consumo gana protagonismo en la construcción de la identidad individual y de los estilos de vida. La pregunta deja de ser "¿de qué clase eres?" y pasa a ser "¿cómo vives?".

Del antagonismo como horizonte de transformación al antagonismo como riesgo para lo construido.
El conflicto no desaparece, pero cambia de signo: de ofensivo a defensivo. Ya no se trata de asaltar el poder, sino de proteger el modo de vida.

Goldthorpe y el debate sobre el "embourgeoisement" captan bien la transición: no hace falta que la clase obrera "se vuelva burguesa" en valores plenos para que cambie su relación con el conflicto. La investigación de Goldthorpe en Luton, sobre obreros "ricos" de industrias como Vauxhall, reveló que, aunque estaban "privatizados" en sus vidas y centrados en la familia, tenían poco interés en mezclarse o adoptar aspiraciones de estatus de la clase media.

El aburguesamiento se desestimó en el sentido estricto, pero se confirmó que el horizonte práctico se reorganizó en torno a familia, vivienda, consumo y seguridad. El "nosotros" no desaparece, pero tiende a ser más negociador y menos rupturista. No porque la gente se vuelva "mala" o "egoísta", sino porque su biografía material cambia.


2) Propiedad y deuda: el freno silencioso

Aquí está el mecanismo duro: cuando la mayoría entra en la propiedad y la deuda, cambia el tipo de amenaza que puede ejercer. No es un mecanismo moral ni ideológico. Es estructural.

Microescena 1 — La hipoteca

Antes, el conflicto podía dirigirse contra el patrón o el Estado como adversarios externos. Con hipoteca, aparece otro adversario: el calendario. La expansión de la tasa de propiedad de vivienda en EE. UU., que pasó del 43,6% (1940) al 61,9% (1960), muestra la magnitud del cambio.

El riesgo no es abstracto: es el impago, la pérdida del hogar, la caída de estatus. El conflicto prolongado se vuelve más costoso. La huelga deja de ser solo una herramienta de presión contra el patrón y se convierte también en una amenaza contra la propia estabilidad biográfica. No hace falta que nadie te lo diga: el calendario habla solo.

Microescena 2 — Ahorro, seguros, pensión

La expansión de derechos y coberturas —prestaciones, subsidios de desempleo, pensiones— produce ciudadanía más protegida, pero también más anclada: el sujeto se vuelve "asegurado". La pregunta se desplaza de "¿quién manda?" a "¿quién garantiza?".

El objetivo político tiende a ser asegurar continuidad: empleo, prestaciones, estabilidad monetaria. Este sistema de bienestar socializa parte relevante del consumo y reorienta el conflicto. Ya no se trata solo de luchar contra la explotación, sino de defender las instituciones que garantizan la protección adquirida.

Microescena 3 — Crédito al consumo

El crédito no solo permite comprar; disciplina. Instala dependencia temporal y aversión a la pérdida. El crédito al consumo se integró a la "gestión estatal de la fuerza de trabajo" durante el fordismo. No hace falta represión abierta para contener la ruptura: basta con una arquitectura donde el coste personal de una crisis prolongada sea más alto para más gente.

La angustia emocional generada por la posibilidad de pérdida de empleo o gastos inesperados se amplifica. El trabajador endeudado no es menos racional que el trabajador sin nada que perder; es racional en un marco distinto.

Resultado: el individuo integrado no es menos racional; es racional en un marco distinto. Ya no vive "con nada que perder" en sentido biográfico. Vive con patrimonio, deuda, expectativas y derechos adquiridos. Y por tanto, vive con algo muy concreto que defender.


3) Reordenación del espacio y del tiempo: coche, suburbio, ocio

La prosperidad no es solo renta: es una reorganización de vida. Y esa reorganización es, también, una reorganización del conflicto.

Microescena 4 — Coche y dispersión

El coche cambia el mapa social. La explosión del crédito de consumo fue fundamental para que los hogares pudieran permitirse uno o más vehículos. Dilata el barrio, dispersa la sociabilidad, introduce nuevas rutinas: desplazamientos, fines de semana, consumo fuera de la comunidad densa.

En EE. UU., la proporción de vehículos por persona en edad de conducir aumentó un 40% en los 50 y un 27% en los 60. El tejido obrero compacto pierde continuidad. No se evapora, pero se fragmenta: más trayectorias, más estilos de vida, menos sincronía compartida. La huelga general se vuelve más difícil cuando el barrio ya no es una comunidad compacta sino un mosaico de trayectorias individuales.

Microescena 5 — Ocio y expectativas

Vacaciones, electrodomésticos, tiempo libre administrado. La vida cotidiana se llena de "normalidad" y de aspiración. En Francia, por ejemplo, más de la mitad de la población se iba de vacaciones en los 80, frente al 30% en la posguerra.

La política deja de ser solo defensa ante la explotación y pasa a ser también gestión de expectativas: crecimiento, estabilidad, "progreso" personal. El horizonte temporal cambia: ya no es la revolución como evento próximo, sino la jubilación como meta biográfica.


4) El giro antropológico: Pasolini y el "nuevo poder"

Aquí Pasolini aporta lo que otros marcos no capturan igual: no solo cambia la economía; cambia el sujeto. Y cambia de una forma que ninguna teoría economicista puede explicar del todo.

En Scritti corsari y Lettere luterane, Pasolini describe un poder que no gobierna solo con coerción ni con élites visibles, sino mediante homogeneización cultural (omologazione), colonización del deseo y sustitución de culturas populares por el consumo como norma. Eso permite formular la tesis sin conspiración:

La integración no se limita a instituciones (salario, Estado social).
Se extiende a la vida, a la gramática de prestigio, a lo que se considera normal, deseable y posible.

El punto no es "la gente se vuelve mala o superficial". El punto es estructural: cuando el deseo y el reconocimiento social se ordenan por consumo y estatus, el conflicto tiende a desplazarse hacia lo simbólico o hacia mejoras incrementales compatibles con ese orden.

Para Pasolini, el nuevo poder burgués —homologador y expansivo— tiende a absorberlo todo y a reducir los espacios de exterioridad cultural. No es que elimine el conflicto; es que metaboliza el conflicto, lo convierte en estilo, en signo, en identidad consumible.

La mutación antropológica no es metáfora. Es descripción: el sujeto cambia en su relación con el deseo, con el tiempo, con el reconocimiento. Y ese cambio tiene efectos políticos verificables.


5) Mass media: de la fábrica que sincroniza cuerpos a la TV que sincroniza imaginarios

Si la fábrica hacía comunidad por necesidad y tiempo compartido, la televisión hace comunidad por imaginario compartido. Y esa diferencia es política.

Televisión: el nuevo sincronizador

Centraliza la atención, establece modelos de vida buena, normaliza aspiraciones. En el periodo de los Trente Glorieuses, la televisión participó en la construcción de un nuevo espacio cultural y político, asumiendo la misión de "informar, distraer, instruir" como servicio público.

Contribuyó a dibujar los contornos de una "comunidad imaginada" y a la elaboración de una cultura democrática para la mayoría, homogeneizando formas de vida. Pasolini la destaca como elemento fundamental en la destrucción de tradiciones precedentes. La política se mira, se comenta, se consume. Ya no se hace solo en la calle o en el sindicato; se hace también —quizá sobre todo— en el sofá.

Publicidad: organizar el deseo

No describe el mundo; organiza el deseo y el estatus. Baudrillard analizó cómo el consumo es primariamente manipulación de signos, y cómo altera el ecosistema humano. La pertenencia se traduce en signos: marcas, estilo, "tener".

La publicidad no solo vende productos; vende una gramática de reconocimiento social. Y esa gramática, una vez interiorizada, funciona como filtro: ciertos conflictos se vuelven "legítimos" (mejores salarios para comprar más) y otros se vuelven "ilegítimos" o irrelevantes (cuestionar el consumo como forma de vida).

Cultura de masas: estandarización

Estandariza ritmos, gustos, lenguaje. La difusión del American Way of Life por los medios masivos transformó patrones de consumo y vestimenta. Debord ayuda a nombrar una consecuencia: la vida social se llena de representación. En su versión integrada, lo espectacular tiende a operar como una pedagogía de percepción que vuelve más "natural" el orden existente.

Este proceso no elimina conflicto, pero altera su forma: hace más fácil metabolizar la protesta como evento, imagen, gesto, y más difícil sostenerla como reorganización material de poder. La huelga se convierte en noticia; la noticia se convierte en espectáculo; el espectáculo se consume y se olvida.


6) El conflicto no desaparece: cambia de modo

Para que el artículo no caiga en caricatura, hay que decirlo con claridad: hubo conflictividad real, dura, incluso masiva durante todo este periodo. Pero la clave es cómo se reorienta.

Marcuse sirve para pensar el mecanismo: la sociedad industrial avanzada confronta la crítica e impone necesidades falsas que perpetúan el esfuerzo y la injusticia, aunque se presenten como deseables. La satisfacción administrada no extingue el malestar; lo vuelve más gestionable.

Baudrillard ayuda a entender por qué parte de la crítica puede convertirse en estilo, signo, identidad: el consumo ordena incluso la diferencia. La contracultura se vende en discos; la rebelión se viste con marcas; la protesta se convierte en performance.

El resultado típico en este ciclo es:

  • Más negociación incremental (salarios, condiciones, derechos). La negociación colectiva, aunque fundamental, tendió a centralizarse y a ser un pilar de los sistemas democráticos.
  • Más conflicto defensivo cuando llegan tensiones (empleo, inflación, recortes).
  • Menos disponibilidad social para una apuesta sostenida que ponga en riesgo la continuidad del sistema del que dependen vivienda, consumo y expectativas.

La huelga y la protesta existen, pero el horizonte tiende a desplazarse: de la ofensiva (mando) a la defensa (garantía). No es que desaparezca la lucha; es que la lucha cambia de objetivo.


7) Una integración mayoritaria con espacios no integrados

Es fundamental aclarar que esta integración operó como campana de Gauss: cubrió a la mayoría estadística, pero dejó espacios significativos fuera. La integración fue real y masiva, pero no fue total ni homogénea.

Quiénes quedaron fuera o parcialmente fuera:

Inmigrantes y minorías raciales
En EE. UU., la población afroamericana quedó sistemáticamente excluida de muchos beneficios del boom: discriminación en vivienda (redlining), acceso limitado al crédito, segregación laboral. En Europa, los trabajadores inmigrantes (turcos en Alemania, norteafricanos en Francia, etc.) accedieron al empleo industrial pero con menor protección, peores condiciones y sin plena integración social.

Mujeres
La integración fordista fue profundamente patriarcal. El modelo de "salario familiar" suponía un hombre proveedor y una mujer en el hogar. Aunque muchas mujeres trabajaban, lo hacían con salarios menores, menor protección y doble jornada (trabajo + hogar). La domesticación operó de forma distinta para mujeres: las ancló no solo mediante consumo, sino mediante dependencia económica del varón y carga de cuidados no reconocida.

Trabajadores precarios y periféricos
La estabilidad fordista era para el núcleo industrial. Los trabajadores agrícolas, temporales, de servicios de bajo nivel, quedaron con menor protección. La integración fue desigual incluso dentro de la clase obrera.

Regiones periféricas
Dentro de cada país, hubo regiones menos industrializadas, más rurales, que no experimentaron el boom con la misma intensidad. El sur de Italia, el sur de España bajo el franquismo tardío, zonas rurales de Francia: la integración llegó tarde o de forma atenuada.

La periferia global
Fuera de Occidente, vastas mayorías quedaron completamente fuera. El boom de los treinta gloriosos fue un fenómeno del centro desarrollado, facilitado en parte —como vimos en la entrega anterior— por mecanismos de transferencia de valor desde la periferia (subsidio colonial, términos de intercambio asimétricos).

Por qué esto importa para el argumento:

El hecho de que la integración fuera mayoritaria pero no total refuerza la tesis, no la debilita. Demuestra que:

  1. La domesticación requiere mayoría, no totalidad. Para neutralizar la amenaza revolucionaria, no hace falta integrar al 100%; basta con integrar a la masa crítica capaz de sostener un conflicto sistémico. Los sectores excluidos pueden protestar —y lo hicieron—, pero sin el núcleo obrero industrial integrado, su capacidad de ruptura es menor.
  2. Los excluidos confirman el mecanismo por contraste. Los movimientos de derechos civiles en EE. UU., el feminismo de segunda ola, las luchas de inmigrantes: todos ellos expresan precisamente el malestar de quienes quedaron fuera de la integración. Su existencia no contradice el argumento; lo verifica: donde no hay integración material, el conflicto persiste con mayor radicalidad.
  3. La crisis de los 70 golpea de forma diferenciada. Cuando llega la crisis, los sectores integrados se vuelven defensivos (proteger el empleo, la hipoteca), mientras los sectores excluidos a menudo radicalizan (porque tienen menos que perder). Pero sin el núcleo integrado, la radicalización periférica no logra convertirse en alternativa sistémica.

La integración fue, por tanto, selectiva y estratégica: cubrió a los sectores que habían sido históricamente más amenazantes (clase obrera industrial blanca masculina del centro desarrollado) y dejó fuera o integró de forma subordinada a otros sectores. Esa selectividad no es un accidente; es parte del diseño político del orden de posguerra.


8) Diferencias por país: patrón común, trayectorias distintas

El mecanismo general es compartido, pero no opera igual en todas partes. Las diferencias nacionales importan.

Estados Unidos
La centralidad del mercado hipotecario, el crédito y la suburbanización hacen especialmente visible el anclaje por deuda y propiedad. El American Dream es, literalmente, la casa propia, el coche en el garaje, el electrodoméstico nuevo. La integración es más mercantilizada, menos mediada por el Estado.

Europa Occidental
Los regímenes de bienestar, el peso del sindicalismo y las políticas públicas producen integración más institucional. En Francia, Alemania, Países Bajos, Reino Unido, el Estado social es más robusto. Pero no elimina la lógica biográfica: derechos y expectativas se convierten en parte del modo de vida, y por tanto en objeto de defensa. La integración pasa tanto por la vivienda social como por la propiedad, tanto por el crédito como por la prestación pública.

España (caso especial)
Bajo el franquismo tardío, la integración llega más tarde y de forma más autoritaria. Pero el patrón es similar: desarrollismo, consumo, apertura parcial al crédito, migración interna, televisión. La diferencia es que llega sin democracia, lo que genera tensiones específicas que explotan en la Transición.

El patrón común no es idéntico instrumento; es el mismo efecto: vida cotidiana dependiente de continuidad. Las herramientas varían (más mercado aquí, más Estado allá), pero el resultado converge: biografía anclada.


9) Resultado Krátos: de amenaza histórica a ciudadanía de continuidad

La pregunta de fondo es siempre la misma: ¿por qué la mayoría, siendo mayoría, no manda?

Esta entrega propone una respuesta verificable: porque la integración por prosperidad transforma los incentivos y la subjetividad de la mayoría. Tres transformaciones sostienen el resultado:

1. Cambio de incentivos: del "asaltar" al "conservar"
El conflicto persiste, pero su objetivo cambia. Ya no se trata de tomar el poder, sino de proteger lo conseguido. La huelga deja de ser herramienta ofensiva y se convierte en herramienta defensiva. La política deja de ser sobre quién manda y pasa a ser sobre quién garantiza.

2. Cambio de estructura: del bloque denso al mosaico de trayectorias
La individualización del proceso de trabajo y la dualización del mercado laboral socavan la solidaridad clásica. El barrio obrero compacto se fragmenta. La suburbanización dispersa. El coche individualiza los desplazamientos. La televisión reemplaza la sociabilidad de calle por el consumo doméstico de espectáculo. El resultado no es desaparición del conflicto, sino atomización de la capacidad organizativa.

3. Cambio de subjetividad: del productor organizado al consumidor integrado
Pasolini: mutación antropológica. El sujeto cambia en su relación con el deseo, con el reconocimiento, con el tiempo. Ya no se define principalmente por su posición en la producción, sino por su estilo de vida en el consumo. La identidad se construye más por lo que se tiene (o aspira a tener) que por lo que se hace. Y esa identidad, una vez interiorizada, funciona como límite político: ciertos conflictos se vuelven impensables porque amenazarían la identidad misma.

La mayoría puede seguir siendo conflictiva, incluso vehemente. Pero tiende a hacerlo sin convertir el orden en cuestión abierta, porque la ruptura amenaza directamente su biografía material. No es cobardía; es estructura.


10) Cierre: el puente hacia la crisis y el giro neoliberal, sin determinismo

La integración por prosperidad no "crea" por sí sola el giro neoliberal, pero sí puede entenderse como suelo social facilitador cuando el régimen fordista-keynesiano entra en crisis (años 70). El neoliberalismo fue una estrategia política —entre otras posibles— para responder a la crisis de acumulación que se abre en ese periodo.

Pero aquí está el punto clave: cuando la crisis golpea, el movimiento obrero y las mayorías integradas tienden a quedar en posición fundamentalmente defensiva. Luchan por conservar el empleo, por no perder la hipoteca, por mantener las prestaciones, por proteger el poder adquisitivo.

Ese repliegue no es un fallo moral. No es que "la clase obrera traicionó sus ideales". Es una consecuencia estructural de la biografía anclada. Cuando tienes algo que perder, el cálculo del conflicto cambia. Y cuando la mayoría tiene algo que perder, la disponibilidad social para una apuesta revolucionaria se reduce.

El neoliberalismo no se impone porque las masas sean estúpidas o cobardes. Se impone porque encuentra un sujeto social transformado: un sujeto que, habiendo sido integrado mediante propiedad, consumo y expectativas, prioriza la defensa de esa integración por encima de la ofensiva contra el orden que la sostiene.

La conclusión, formulada sin absolutos, es esta:

La domesticación por prosperidad eleva el umbral del conflicto sistémico. La adhesión no se compra solo con Estado social, sino con la vida misma: propiedad, consumo, expectativas, normalidad. Y por eso, incluso cuando el conflicto existe —y existe—, tiende a operar dentro del supuesto de continuidad del sistema que sostiene lo cotidiano.

Cuando ese sistema entra en crisis, la mayoría no pregunta "¿cómo lo reemplazamos?". Pregunta "¿cómo lo salvamos?". Y esa pregunta abre la puerta al neoliberalismo.

La próxima entrega analizará precisamente eso: cómo la crisis de los 70 activa las vulnerabilidades creadas por la integración, y cómo el neoliberalismo se configura como respuesta a esa crisis aprovechando la defensivización de las mayorías.


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