Muertos
Un muerto siempre quisiera ser menos que un muerto. Sus labios inmóviles constantemente lo suplican mientras inmunes a sus lamentos nosotros, los vivos, les llevamos, les traemos, les hablamos, les decimos, les hacemos ser mucho más que ese pedazo de silencio yermo que muy a su pesar suyo ya solo pueden ser; Interesadamente les traicionamos (aunque digamos que les sentimos y queremos), nos adueñamos de su indefenso silencio para convertirlos en el mejor y más ganador de esos siniestros argumentos que siempre utilizamos para producir más muertos. Todo el preciado tesoro del recuerdo de su dolor y su tragedia, la memoria de toda su carne y sangre derramada bien valen la siniestra rutina de este esfuerzo abyecto. Y arrancado de su largo e interminable sueño su polvoriento desorden desnudo de polvo y huesos, se dispone interesadamente sobre cualquier helada mesa para clamar siempre a un concreto y escogido cielo. Pero para ellos, el distorsio...