¿Fin de una era? Los portaaviones y el reto de la guerra multidominio
Durante casi un siglo, los portaaviones han sido el núcleo del poder naval estadounidense. Desde la batalla de Midway hasta las intervenciones en Irak, han simbolizado la capacidad de proyectar fuerza a escala global. Pero la guerra ha cambiado: ya no es solo cuestión de barcos y aviones, sino de un entorno multidominio donde convergen satélites, ciberataques, drones, misiles hipersónicos y guerra electrónica. Y en ese nuevo tablero, los portaaviones parecen más expuestos que nunca.
Vulnerabilidades crecientes
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El alcance de los misiles supera al de la aviación embarcada
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Un F/A-18E/F o un F-35C despega de un portaaviones con un radio de combate de unos 800–1.000 km.
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Los misiles chinos DF-21D o DF-26 alcanzan entre 1.500 y 4.000 km. Resultado: el portaaviones tendría que operar tan lejos que sus cazas apenas podrían entrar en combate útil.
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Saturación mediante enjambres
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Ucrania mostró que drones baratos, lanzados en oleadas, pueden saturar defensas complejas.
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Aplicado a un portaaviones: un enjambre de drones navales o aéreos podría desgastar sus defensas antimisiles hasta abrir brechas fatales.
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Imposibilidad de ocultarse
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En la Segunda Guerra Mundial, un portaaviones podía “perderse” en el océano. Hoy es rastreado constantemente por satélites, radares de horizonte y sensores acústicos.
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El concepto mismo de “portaaviones invisible” ha muerto: siempre será un blanco conocido.
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Coste asimétrico
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Hundir un portaaviones de 13.000 millones de dólares con un misil que cuesta menos de 10 millones no es solo un desastre económico: es un golpe psicológico y político tremendo.
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Como señala el analista Jerry Hendrix: “La US Navy está construyendo buques de 13.000 millones de dólares para ser blanco de misiles que cuestan apenas una fracción. Es una ecuación estratégica insostenible.”
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El miedo a arriesgarlos
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La consecuencia de todo lo anterior es que Washington duda en acercar sus portaaviones a zonas de riesgo real.
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La sola posibilidad de perder uno —con miles de marinos y decenas de aeronaves— tiene un coste político tan alto que condiciona toda estrategia.
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En la práctica, un portaaviones demasiado valioso para usarse deja de ser una herramienta de guerra efectiva y se convierte en un activo de disuasión estática.
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Obsolescencia o reconversión
Ante estas vulnerabilidades, se abren dos caminos posibles:
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Obsolescencia relativa
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Los portaaviones pierden su rol de fuerza decisiva en escenarios de alta intensidad, sobre todo frente a potencias con burbujas de negación de acceso (China, en menor medida Rusia).
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No desaparecen, pero dejan de ser el “centro de gravedad” de la estrategia naval.
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Reconversión funcional
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Nodos de mando y comunicación: más que punta de lanza, pueden ser plataformas de coordinación para operaciones distribuidas.
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Bases móviles de drones: menos cazas tripulados, más enjambres lanzados desde cubierta.
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Herramientas de disuasión política: su sola presencia en aguas internacionales sigue siendo un mensaje claro a aliados y rivales.
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Operaciones fuera de la zona letal: útiles en escenarios donde no exista una defensa antibuque sofisticada (África, Oriente Medio, Caribe).
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En palabras del estratega Andrew Krepinevich: “El portaaviones ya no puede acercarse a las costas de una potencia como China sin entrar en la zona de muerte. El futuro pertenece a las flotas distribuidas, a los drones y a los submarinos.”
La doctrina que no cambia
Y aquí aparece la contradicción. Mientras la realidad señala que los portaaviones ya no pueden operar cerca de las costas de una gran potencia, la doctrina estadounidense sigue apostando por ellos como emblema central. Se invierten sumas gigantescas en nuevos superportaaviones de la clase Gerald R. Ford, que concentran aún más recursos y riesgos en un solo casco.
El debate sobre flotas distribuidas, drones y submarinos existe dentro del Pentágono, pero la inercia de la tradición y el peso del lobby industrial frenan la transición. Como advierte Toshi Yoshihara, experto del Naval War College: “Más que un arma, el portaaviones se ha convertido en un fetiche cultural dentro de la Marina. Representa tradición, orgullo e industria, pero ya no responde a la realidad de la guerra multidominio.”
Conclusión
Los portaaviones no son inútiles: seguirán teniendo valor en operaciones de disuasión, en conflictos de baja intensidad y como símbolos políticos. Pero su papel central como instrumentos de proyección en escenarios de alta intensidad parece agotado.
Y lo más grave: el miedo a arriesgarlos hace que ya no puedan emplearse con libertad en la guerra real. En un mundo donde un enjambre de drones o un misil hipersónico puede decidir una batalla naval, aferrarse al portaaviones como rey del mar es más nostalgia que estrategia. La verdadera guerra del futuro será distribuida, multidominio y mucho más difícil de controlar desde la cubierta de un gigante cada vez más vulnerable.
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