Ucrania o la ilusión estratégica de Occidente - El espejismo de la delegación estratégica (IX)
El espejismo de la delegación estratégica
Serie: El primer muro – Ucrania y la ilusión estratégica de Occidente (IX)
Occidente quiso frenar a Rusia sin entrar en guerra y convirtió a Ucrania en su campo de batalla delegado. Esta entrega explica por qué la ayuda externa no ha sido una estrategia, sino la forma más cómoda de aplazar una decisión que nadie quiso asumir: hasta dónde estaba dispuesto a llegar para que Ucrania ganara de verdad.
I. Introducción
Ucrania es la última expresión de un patrón histórico: cuando Occidente no quiere asumir los costes políticos de una guerra, delega el combate en otro.
Durante la Guerra Fría fue Afganistán (muyahidines contra la URSS), Angola (UNITA contra el gobierno pro-soviético), Vietnam del Sur (contra el norte comunista), Nicaragua (Contras contra sandinistas), Congo (Mobutu contra movimientos pro-soviéticos). Cambian los nombres, no el método: un actor local que se juega la existencia y un patrocinador que intenta alterar el equilibrio global sin poner a sus propios ciudadanos en la línea de fuego.
Aquí se repite el esquema, pero con una diferencia decisiva: el adversario no es un régimen periférico, sino Rusia, potencia nuclear con industria de guerra funcional y frontera directa con el campo de batalla.
La tesis central es clara:
Esta guerra no rompe con la tradición imperial occidental; la perfecciona.
La OTAN intentó contener a Rusia sin intervenir directamente, sustituyendo estrategia por transferencia de recursos. Asumió que su riqueza equivalía a capacidad militar, que la delegación podía generar resultados sin asumir riesgos y que la agencia ucraniana sería compatible con los límites impuestos desde Washington.
Esa ilusión chocó con tres realidades que no negocian: el frente, la demografía y la industria.
II. La tesis principal: Ucrania como proxy war de nueva generación
Ucrania conserva voluntad y objetivos propios. No es un títere.
Pero la guerra se desarrolla dentro de una arquitectura delegada, donde la agencia queda subordinada a los límites, ritmos y decisiones de los patrocinadores. Ahí es donde encaja el concepto de guerra por delegación en su versión contemporánea.
A. Dependencia material absoluta
Entre 2022 y 2025, la suma de ayuda comprometida por Estados Unidos, la Unión Europea y otros aliados ronda los 300.000 millones de euros, aproximadamente la mitad en apoyo militar y el resto en ayuda financiera y humanitaria.
En 2024, el presupuesto estatal ucraniano ronda los 85.000 millones de dólares, con un déficit cercano al 50% cubierto por apoyo exterior. Sin ese flujo, el Estado no paga salarios, pensiones ni guerra. Es una dependencia estructural, no coyuntural.
El FMI estima que Ucrania necesitará del orden de 40–50.000 millones de dólares anuales de financiación externa varios años más sólo para mantener las funciones básicas del Estado. Eso no es “ayuda”; es soporte vital.
Conclusión simple: sin la decisión política de Washington y Bruselas de seguir transfiriendo dinero, Ucrania colapsa. Esa palanca convierte al patrocinador en decisor estratégico de facto.
B. Control operativo parcial
La delegación no es sólo financiera. Es operacional.
Ucrania depende de:
- Inteligencia satelital y electrónica occidental para localizar objetivos, seguir movimientos rusos y ajustar fuego.
- Sistemas C2 y enlaces de datos que integran artillería, drones y defensa aérea en tiempo real.
- Logística y mantenimiento de todo el material occidental: tanques, blindados, artillería, defensa antiaérea.
Las principales rutas de suministro pasan por Polonia y Rumanía, territorio OTAN. Si esos corredores se cierran o se ralentizan, el frente se vacía de munición y repuestos en cuestión de semanas.
En resumen: Ucrania combate, pero el esqueleto técnico de esa guerra —ojos, nervios, arterias— depende de terceros.
C. Restricciones estratégicas externas
Una proxy war no es sólo “te damos armas”: es “te damos armas bajo nuestras condiciones”.
Durante más de dos años, Estados Unidos y otros aliados impusieron límites explícitos al uso de armamento occidental:
- prohibición de usar misiles de largo alcance contra territorio ruso,
- presión para frenar ataques contra refinerías e infraestructura energética,
- veto a misiles de mayor alcance por miedo a convertirse en parte beligerante.
El resultado fue claro: Rusia mantuvo un santuario estratégico en su propia retaguardia durante la fase crítica de la guerra. Bases aéreas, nudos ferroviarios y depósitos de munición dentro de Rusia estuvieron mucho más protegidos de lo que la tecnología disponible habría permitido… por decisión política occidental.
Cuando algunas de esas restricciones se fueron levantando, la ventana de oportunidad ya estaba cerrada. El daño estructural ya estaba hecho.
D. Objetivos divergentes
Los objetivos tampoco son los mismos.
- Kiev aspira, al menos en el plano declarativo, a:
- recuperar las fronteras de 1991 (incluida Crimea),
- entrar en la OTAN,
- obtener reparaciones de guerra,
- lograr algún tipo de tribunal para los responsables políticos y militares rusos.
- Washington y las capitales europeas quieren:
- debilitar a Rusia,
- evitar una victoria rusa clara,
- mantener la cohesión interna de la OTAN y la UE,
- impedir una escalada que derive en guerra directa o riesgo nuclear,
- todo ello sin asumir un compromiso militar indefinido.
Dicho en bruto: Ucrania quiere ganar; Occidente quiere que Ucrania no pierda demasiado. Esa brecha entre fines y medios es la definición operativa de una estrategia fallida.
III. Origen material del fenómeno: la herencia del imperialismo y la Guerra Fría
El modelo no aparece de la nada. Es la prolongación de un patrón imperial asentado desde 1947: intervenir sin intervenir, mover el tablero sin poner en juego tropas propias en guerras de alta intensidad.
La lógica básica se repite:
- el patrocinador define el marco estratégico,
- el actor local pone los muertos,
- el coste político se gestiona en la metrópoli, no en el campo de batalla.
A. Comparación histórica: cuándo funcionó y cuándo no
Si se compara Ucrania con las grandes guerras delegadas de la segunda mitad del siglo XX, aparecen las diferencias de inmediato:
| Conflicto | Proxy | Patrocinador | Adversario | Resultado aproximado |
|---|---|---|---|---|
| Afganistán (1979-89) | Muyahidines | EE.UU. + Pakistán | URSS lejos de su base | Derrota soviética |
| Vietnam del Sur | RVN | EE.UU. | Norte + URSS + China | Derrota tras retirada USA |
| Angola | UNITA | EE.UU. + Sudáfrica | MPLA + Cuba + URSS | Empate negociado |
| Nicaragua | Contras | EE.UU. | Sandinistas | Fracaso proxy |
| Ucrania (2022- ?) | Ucrania | OTAN | Rusia en su frontera | Guerra en curso |
En Afganistán, la URSS combatía lejos de sus centros logísticos y con un santuario insurgente garantizado en Pakistán. En Vietnam, cuando EE.UU. se retiró, el proxy se hundió. En todos los casos, la ecuación era clara: cuando desaparece el patrocinador, la estructura local no sostiene el esfuerzo.
En Ucrania, la asimetría es otra:
- el adversario combate pegado a casa,
- tiene más población,
- produce más munición que el conjunto de la OTAN,
- y no puede ser “cambiado de régimen” mediante bombardeos sin abrir la puerta al abismo nuclear.
Intentar reciclar el guion de la Guerra Fría en este escenario es algo más que un error de cálculo. Es un error de época.
B. Economía y Estado-cliente
La dependencia de financiación externa del orden del 50% del presupuesto estatal convierte a Ucrania en un Estado sostenido por decisión ajena. Y eso no terminará con el alto el fuego.
Las estimaciones de reconstrucción superan los 400–500.000 millones de dólares. Incluso en el mejor de los casos, esto garantiza décadas de subordinación financiera.
El patrón es conocido: el cliente sigue luchando incluso cuando el patrocinador duda, porque para él la guerra es existencial. Pero esa asimetría de desesperación también puede llevar a decisiones militares que incomodan al patrocinador. Es el precio de la delegación.
C. Logística delegada: el mosaico incompatible
El frente ucraniano es el laboratorio de un problema nuevo: 30 sistemas de armas distintos sostenidos por 30 cadenas logísticas diferentes.
- Tanques: Leopard 2, Abrams, Challenger 2, T-72 modernizados…
- Artillería: M777, CAESAR, Krab, PzH 2000, múltiples calibres OTAN y soviéticos.
- Defensa aérea: Patriot, NASAMS, IRIS-T, restos de S-300.
- Blindados de infantería: Bradley, Marder, CV90, AMX-10 y variantes soviéticas.
Cada sistema:
- requiere repuestos específicos,
- necesita técnicos formados en su plataforma,
- se alimenta de munición distinta,
- depende de mantenimiento en profundidad en terceros países.
Rusia, en cambio, opera con familias de sistemas más homogéneas, fábricas a distancia operativa del frente y cadenas logísticas propias.
Conclusión: la delegación ha permitido armar a Ucrania, pero a costa de crear un monstruo logístico difícil de sostener. No es eficiencia; es vulnerabilidad estructural.
D. Industria: el colapso del espejismo
La pieza que termina de hundir la ilusión de la delegación es la industria.
Durante años, se repitió como mantra que el PIB combinado de la OTAN y la UE superaba al ruso “por más de veinte veces”. Se asumió que esa superioridad económica se trasladaría automáticamente al terreno militar.
La guerra mostró otra cosa:
- Rusia ha conseguido producir varios millones de proyectiles de artillería al año.
- Estados Unidos y Europa, incluso acelerando, suman bastante menos.
- Durante parte de 2023–2024, Moscú fue capaz de producir en unos meses lo que Occidente tardaba un año en igualar.
En una guerra donde la mayoría de bajas las causa la artillería y donde el fuego diario se mide en miles de disparos, quien dispara más y más tiempo impone el ritmo.
Occidente intentó compensar la falta de volumen con precisión. La guerra electrónica rusa, el desgaste de sistemas de alta gama y los simples números demostraron que, en una guerra de atrición, el volumen no es un complemento: es la variable.
La delegación fracasó porque se diseñó una guerra que la industria occidental, tal y como estaba configurada, no podía sostener.
IV. La secuencia militar que revela el fracaso de la delegación
La cronología de la guerra encaja casi como un guion de cómo se rompe una ilusión.
1. 2022: la lectura equivocada de la retirada rusa
La retirada del norte en marzo–abril de 2022 se interpretó como colapso ruso y triunfo del modelo de “ayuda masiva a un aliado”. En realidad, fue un ajuste operativo para concentrar fuerzas en el eje prioritario: el Donbass.
Occidente leyó victoria delegada donde sólo había un cambio de prioridad. A partir de ahí, el error de percepción se convirtió en política.
2. 2023: la contraofensiva que nunca pudo existir
En 2023, Ucrania lanza una contraofensiva concebida en clave OTAN: ruptura mecanizada, explotación profunda, avance hacia Melitópol. Sobre el papel, impecable. En la realidad:
- sin superioridad aérea,
- sin masa crítica de tropas,
- sin suficientes capacidades de desminado,
- sin reservas en volumen para sostener el esfuerzo.
El resultado:
- avances mínimos a cambio de pérdidas grandes,
- desgaste acelerado de brigadas formadas y equipadas por Occidente,
- moral erosionada y, lo más importante, pérdida de la iniciativa estratégica.
Fue una ofensiva diseñada por quien no iba a poner los cuerpos.
3. 2024: Kursk, operación para el patrocinador
La incursión en la región rusa de Kursk en 2024 tuvo una lógica clara: demostrar capacidad ofensiva, mostrar audacia, mantener vivo el interés político y mediático occidental.
Militarmente, no cambiaba la correlación de fuerzas. Políticamente, pretendía enviar un mensaje a Washington y a las capitales europeas: “seguimos siendo una apuesta viable”. El cálculo era interno al ecosistema de la ayuda, no al mapa del frente.
Es un patrón clásico de proxy war: operaciones de alto impacto simbólico para prolongar el flujo de recursos del patrocinador, aunque desgasten aún más al proxy.
4. 2024–2025: el regreso del desgaste
La línea Surovikin, la densidad de minas, la superioridad artillera y la ventaja demográfica rusa consolidan un escenario de desgaste en el que Ucrania pierde terreno de forma constante.
Los kilómetros cuadrados importan menos que la señal: el ritmo de captura rusa se acelera, las defensas ucranianas se estiran y el país entra en una espiral de movilizaciones forzadas que agrava el desgaste social.
La delegación ya no parece una estrategia, sino una manera de gestionar una derrota lenta sin reconocerla.
V. El choque entre la estrategia ucraniana y la estrategia occidental
Aquí se condensa el núcleo político del problema.
1. Objetivos irreconciliables
Para Ucrania, un alto el fuego que consolide pérdidas territoriales masivas es una derrota histórica. Para muchas capitales occidentales, un acuerdo que “congele” la línea de frente sin un colapso ucraniano puede presentarse como gestión responsable del riesgo.
Rusia, mientras tanto, sólo necesita que el tiempo haga su trabajo: que el proxy se desgaste más rápido de lo que el patrocinador está dispuesto a sostenerlo.
2. Control del escalado
La delegación viene con correa.
Restricciones de alcance, vetos a determinados sistemas, presiones discretas para frenar ataques que alteran mercados energéticos o elevan el riesgo de choque directo… Todo eso ha ido delimitando un perímetro de actuación dentro del cual Ucrania puede combatir, pero no puede diseñar la guerra que necesitaría para aspirar a una victoria plena.
La agencia existe, pero es agencia enjaulada.
3. Imperio y dependencia
La guerra ha hecho visible algo que normalmente se disimula: la asimetría de sacrificio.
- Ucranianos mueren y pierden territorio.
- Occidente decide qué se entrega, cuándo, con qué condiciones y durante cuánto tiempo.
- La discusión política en las capitales occidentales no gira en torno a la victoria ucraniana, sino al coste interno de seguir pagando la guerra.
Es el funcionamiento clásico de una relación imperial en el siglo XXI: menos ocupación directa, más dependencia estructural.
4. Fricción operativa
Esta estructura genera fricciones inevitables:
- Kiev lanza operaciones que inquietan a sus patrocinadores, pero que considera vitales para mantener iniciativa.
- Washington y Bruselas presionan para “realismo” en los objetivos, eufemismo que suele significar aceptar pérdidas territoriales de facto.
El proxy no es un simple agente; tiene su propia lógica interna, su propio pánico, su propia opinión pública. Pero el margen en el que puede moverse está trazado por quien paga la factura.
Demasiada autonomía para ser títere. Demasiada dependencia para ser soberano en la guerra que libra.
VI. Evaluación crítica
Hechos estructurales
- Una parte sustancial —aproximadamente la mitad— del presupuesto estatal ucraniano depende de transferencias externas.
- Rusia produce más munición de artillería que la suma de Estados Unidos y Europa, y lo hace cerca del frente.
- La población rusa multiplica varias veces a la ucraniana, en un contexto de guerra de desgaste.
- Durante años críticos, armas de largo alcance occidentales han tenido restricciones de uso sobre territorio ruso.
- El mapa de control territorial en 2024 y 2025 refleja un avance ruso constante, especialmente en el Donbass.
Inferencias razonables
- La delegación ha servido para evitar que Ucrania colapse rápidamente, pero no ha generado la capacidad para una victoria militar ucraniana en los términos declarados por Kiev.
- La brecha entre objetivos ucranianos y compromisos occidentales no se cierra con más paquetes de ayuda, sino con decisiones que los patrocinadores no están dispuestos a tomar.
- El diseño de la guerra se ha hecho pensando en el coste político interno de los países de la OTAN, no en lo que sería necesario para cambiar de verdad la correlación de fuerzas.
Síntesis estratégica
La guerra delegada funcionó mientras pudo presentarse como historia de éxito: Kiev resiste, Rusia retrocede, las sanciones “ahogan” su economía.
Cuando la realidad industrial, demográfica y territorial se impuso, el relato se agotó.
La OTAN no quiso —ni quiere— asumir lo necesario para que Ucrania gane en los términos que Ucrania define. Ucrania no puede aceptar como “victoria” lo que para muchas capitales occidentales sería un mal menor.
De ese choque nace la ilusión: creer que es posible sostener una guerra de alto nivel contra una gran potencia a través de un tercero, sin pagar el precio real.
VII. Conclusión
La guerra de Ucrania no es un accidente aislado. Es la versión actualizada de un esquema antiguo: Occidente usa a otro para ajustar el orden internacional sin arriesgarse a una guerra directa.
La diferencia es que, esta vez, el adversario no es un régimen periférico, sino el heredero del arsenal nuclear soviético, con suficiente industria para sostener una guerra de desgaste prolongada.
La OTAN quiso frenar a Rusia sin comprometerse a fondo y convirtió la delegación en su herramienta central. Pero la delegación no sustituye:
- ni industria,
- ni demografía,
- ni presencia física en el campo de batalla.
Ucrania lucha por su existencia. Occidente lucha por su relato.
Esa asimetría ha marcado el destino del conflicto.
La ilusión estratégica consistió en creer que una guerra real podía librarse como si fuera una operación política a distancia: paquetes de ayuda, sanciones, discursos y una narrativa de “defensa de la democracia” envuelta en banderas azules y amarillas.
La realidad es brutal y sencilla:
La guerra la gana quien puede sostenerla más tiempo.
Y una guerra por delegación nunca es una estrategia: es una forma de posponer una decisión que nadie quiere tomar.
La pregunta que Occidente evitó desde el principio era esta:
¿Estamos dispuestos a hacer lo necesario para que Ucrania gane de verdad?
La respuesta, en la práctica, ha sido no.
Pero en lugar de decirlo en voz alta, se construyó una guerra delegada: suficiente para parecer comprometidos, insuficiente para cambiar el resultado.
Cuando la ilusión se desmonta, lo que queda es la cuenta: cientos de miles de muertos, un país devastado y una conclusión incómoda:
la guerra fue real para Ucrania, pero sólo parcial para quienes la diseñaron desde lejos.
¿Para qué? Esa es la pregunta que la narrativa occidental sigue evitando.




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