Serie Krátos (X): 1991: El fin del contrapoder y el regreso al mandato oligárquico

Serie Krátos (X): 1991: El fin del contrapoder y el regreso al mandato oligárquico

Cómo la caída de la URSS liberó la contrarreforma neoliberal y completó la restauración del mando minoritario sin necesidad de disfrazar su naturaleza

El Estado social no fue progreso lineal: fue un equilibrio forzado por el miedo. Mientras existió un bloque alternativo creíble, las élites cedieron rentas y derechos para evitar que el sujeto mayoritario convirtiera su número en poder real. Pero en 1991 desaparece el motivo estructural decisivo para seguir pagando ese precio. No hay renegociación: hay cancelación unilateral. Perry Anderson lo dice sin rodeos: la desaparición del adversario soviético eliminó la necesidad de eufemismos para disfrazar la naturaleza de la dominación. Lo que sigue es arbitraje global como látigo salarial, precariedad como arquitectura de control, desigualdad como resultado estable y democracia reducida a procedimiento compatible con la impotencia material de la mayoría. No fue una crisis: fue el éxito de un diseño.

En un vistazo: El Estado social fue integración bajo amenaza: una póliza de seguro contra la revolución. Entre 1975 y 1991 se construyó la tecnología del control (monetarismo, desregulación, disciplina del trabajo, captura del Estado por reglas). Post-1991, el sistema entra en su fase "normal": arbitraje global como látigo salarial, precariedad como dispositivo, desigualdad como resultado estable y oligocracia electoral como forma política compatible. Perry Anderson lo dice sin rodeos: la desaparición del adversario soviético eliminó la necesidad de eufemismos. La "ebriedad" de las clases propietarias no es retórica: es el fin de la cortesía obligada por la correlación de fuerzas.


En la entrega IX quedó fijada la bisagra: el neoliberalismo no aparece en 1991; se prepara antes. Como señalamos: "el neoliberalismo construyó la maquinaria entre 1975 y 1991; la caída del muro solo quitó el freno de mano".

Esta entrega X empieza exactamente ahí: 1991 no inventa la restauración; la libera. Cuando desaparece el contrapoder sistémico, el coste del pacto deja de ser "necesario". Lo que sigue es el regreso sin coartadas a la regla histórica: mando minoritario, mayoría desactivada, democracia reducida a procedimiento.


1) Sin amenaza externa, la integración deja de ser necesaria

Mientras existió un bloque alternativo creíble y una clase trabajadora con músculo organizativo, el pacto social fue una inversión forzada por el miedo. Se cedían rentas y derechos para evitar que el sujeto mayoritario convirtiera su número en poder real. El Estado social no fue "progreso lineal": fue un equilibrio. Y los equilibrios dependen de la correlación de fuerzas.

En 1991 desaparece un motivo estructural decisivo para seguir pagando ese precio. No hay renegociación: hay cancelación unilateral. La concesión vuelve a verse como lo que siempre fue para las élites: una anomalía histórica que debía corregirse. La pregunta deja de ser "¿cómo integramos?" y pasa a ser "¿cómo disciplinamos sin explosión?".

La voz de un diagnóstico explícito

Perry Anderson lo formula sin rodeos: la novedad del neoliberalismo triunfante no es su programa económico, sino su descaro. Ni siquiera en la época victoriana se proclamaron tan clamorosamente las virtudes del capital. Esta "ebriedad" de las clases propietarias tiene una raíz clara: la desaparición completa del adversario soviético eliminó la necesidad de eufemismos para disfrazar la naturaleza de su dominación. Eric Hobsbawm, al definir su "siglo XX corto" (1914-1991), cierra el período precisamente con el colapso soviético, marcando ahí una bisagra estructural.

La correlación de fuerzas como motor histórico: Y desde la izquierda historiográfica se reconoce algo incómodo pero verificable: Occidente capitalista vivió bajo presión para aproximarse a las ofertas de bienestar del Este mientras duró la competencia. Cuando esa presión desapareció, los programas de seguridad social se convirtieron en objetivos de las nuevas medidas neoliberales de los años 90. No es retórica: es correlación de fuerzas.


2) La "Gran Duplicación": el arbitraje global como látigo salarial

La caída del bloque soviético y la apertura de China e India produjeron lo que Richard Freeman llamó "la gran duplicación": la fuerza laboral integrada en la economía mundial pasó de 1.460 millones a 2.930 millones de personas. Como el capital no se duplicó al mismo ritmo, Freeman estima que el ratio capital-trabajo global se redujo a alrededor del 61% de lo que habría sido sin ese shock.

Esto no es un dato demográfico: es poder. Es la herramienta de arbitraje salarial definitiva.

Al capital se le dio pasaporte global y velocidad logística. Al trabajo se le dejó atado a fronteras, legislaciones nacionales y mercados locales.

La asimetría de movilidad como centro del nuevo mando: La amenaza ya no es el parado de tu barrio. Es el trabajador a 10.000 kilómetros. Y esta asimetría de movilidad es el centro material del nuevo mando minoritario: si intentas negociar, te "comparan" con otra mano de obra y te disciplinan.

Si alguien duda de que esto tenga efectos reales, hay evidencia empírica directa de shocks comerciales: en las zonas expuestas al "China shock", el ajuste no fue rápido ni benigno; dejó pérdida persistente de empleo industrial, caída de participación laboral y daños territoriales durante años. No es propaganda: es economía aplicada.


3) Neoliberalismo: restauración oligárquica y captura del sentido común

El neoliberalismo no es "menos Estado". Es Estado reorientado: blindar reglas favorables al capital y convertir el conflicto distributivo en un "problema técnico" fuera del alcance del voto.

Aquí la clave no es la ideología declarada, sino la operación:

  • Despolitizar la economía: que lo decisivo no se vote.
  • Convertir derechos en "rigideces": que la pérdida parezca modernización.
  • Transformar a la ciudadanía en individuo: que el conflicto deje de ser social y pase a ser moral ("si no llegas, es culpa tuya").

La victoria cultural: conquistar el sentido común

Pero la operación más decisiva fue cultural: la instalación del TINA ("no hay alternativa"). El neoliberalismo no se conformó con ganar en la economía; necesitaba conquistar el sentido común para que la mayoría llamara "obstáculo" a lo que ayer llamaba "derecho".

¿Cómo se hizo? A través de una red organizada de think tanks (Mont Pelerin Society, Heritage Foundation, Adam Smith Institute), captura universitaria (departamentos de economía convertidos en templos del monetarismo), medios de comunicación que normalizaron el discurso de la "responsabilidad individual" y narrativas que transformaron la precariedad en "flexibilidad" y la desprotección en "libertad".

La transformación del marco mental colectivo: La precariedad dejó de percibirse como ataque y se vendió como "adaptación al mercado". El desempleo dejó de ser un fallo del sistema y pasó a ser "incentivo necesario". La desigualdad dejó de ser injusticia y se convirtió en "motor de la innovación". Cuando Perry Anderson señala que el neoliberalismo "en los años 50 y 60 parecía inconceivable" pero que luego "todo esto se volvió alcanzable cuando cambió la correlación de fuerzas", no habla solo de políticas: habla de la transformación del marco mental colectivo.

No basta con ganar la economía: hay que conquistar el sentido común para que la mayoría naturalice su propia desactivación.


4) Fragmentación del trabajo: la precariedad como arquitectura de control

El sujeto mayoritario del siglo XX era peligroso por su concentración y sincronía: fábrica, horario, sindicato, negociación. La contrarreforma ataca ahí: subcontratación, temporalidad, dispersión de centros, "autónomos" sin autonomía.

No es un efecto colateral: es ingeniería política. La OIT define el trabajo precario por inseguridad, contratos atípicos, escasa protección y vulnerabilidad. Eso describe el fenómeno; pero su función política es clara: un trabajador fragmentado y endeudado pierde la infraestructura material y emocional para el conflicto.

La desorganización como indicador: La desactivación también se ve en un indicador simple: desorganización. En EE. UU., la afiliación sindical cae del 20,1% (1983) al 9,9% (2024). Menos organización colectiva, menos poder de negociación. Y cuando el trabajo pierde palanca, la distribución se reescribe sola: hacia arriba.


5) Explosión de la desigualdad: la prueba del éxito

Si dudas de si hubo restauración, mira el "gran desacople". Hasta los 70, productividad y compensación típica crecían relativamente acompasadas. Desde 1979 se abre la brecha; tras 1991 se normaliza políticamente y se vuelve régimen. No es un accidente: es el resultado lógico de disciplina laboral + arbitraje global + blindaje institucional.

Tres formas de ver la misma realidad:

Productividad vs compensación típica (EE. UU.)

La productividad crece muy por encima de lo que recibe el trabajador típico. Un marcador divulgado en la literatura reciente es el contraste entre un gran aumento acumulado de productividad (del orden de decenas de puntos) frente a un crecimiento mucho menor de la compensación típica. La idea no depende de un porcentaje exacto: depende de la divergencia estructural.

Captura en la cúspide (EE. UU., salarios)

La participación del top 1% en todos los salarios sube del 7,3% (1979) al 12,4% (2023). En paralelo, la del bottom 90% cae del 69,8% (1979) al 60,7% (2023). Eso no es "polarización natural": es traslado de renta.

Desigualdad agregada

El índice Gini de EE. UU. figura en 41,8 (2023) en series internacionales. Es un marcador general, pero consistente con décadas de concentración.

La globalización neoliberal en cifras: Y a escala mundial, el diagnóstico se resume en una frase muy concreta: desde 1980, el 1% superior ha capturado una porción del crecimiento del ingreso global desproporcionada frente al 50% inferior. Dicho sin moralina: la globalización neoliberal no repartió "hacia abajo"; consolidó hacia arriba.


6) La democracia vuelve a su forma natural: oligocracia electoral

Con el contrapoder ausente, la democracia conserva su liturgia pero pierde su sustancia. El voto administra alternancias, pero no manda sobre los parámetros que deciden la vida material: reglas fiscales, deuda, poder corporativo, marcos comerciales, disciplina monetaria.

No es falta de voluntad: es blindaje.

  • Bancos centrales "independientes" que separan política monetaria de control democrático.
  • Reglas fiscales y marcos supranacionales (por ejemplo, el entorno de Maastricht y su lógica de disciplina) que recortan el perímetro de lo decidible.
  • Consejos y autoridades técnicas que transforman decisiones distributivas en "necesidades" inevitables.

Oligocracia electoral: democracia compatible con la impotencia

Colin Crouch llamó a esto post-democracia: elecciones como espectáculo, ciudadanía como audiencia, decisiones reales moldeadas fuera del foco por la interacción entre gobiernos y élites económicas. Pero conviene precisar qué la distingue de formas históricas anteriores de oligarquía.

La oligocracia electoral no niega el sufragio universal. Lo acepta. Lo celebra. Pero lo vacía de contenido decisorio real mediante tres mecanismos:

Primero, la externalización de decisiones clave: bancos centrales independientes, tratados comerciales con cláusulas de arbitraje privado, reglas fiscales supranacionales. Lo sustantivo se delega a instancias técnicas blindadas del escrutinio electoral.

Segundo, la captura del espacio político: cuando todos los partidos con posibilidad de gobierno comparten el mismo marco económico básico (disciplina fiscal, mercados desregulados, protección del capital), la alternancia se vuelve cosmética. Cambias de gobierno, no de régimen.

Tercero, la fragmentación del sujeto político: sin organizaciones de masas capaces de agregar demandas y sostener conflicto en el tiempo, la ciudadanía deviene audiencia electoral. Vota, pero no decide. Opina, pero no manda.

La especificidad de la oligocracia electoral: El resultado es una forma de dominación compatible con elecciones regulares porque estas ya no amenazan los parámetros de fondo. Votamos sobre lo accesorio. Lo esencial queda fuera. Y eso es lo que distingue la oligocracia electoral de la oligarquía clásica: no necesita prohibir el voto; le basta con hacerlo inoperante sobre lo que importa.


Cierre

1991 no fue el "fin de la historia". Fue el fin de la cortesía de las élites. El pacto fue un paréntesis abierto por amenaza y cerrado por oportunidad. Al caer la URSS, el sistema dejó de necesitar integración y volvió a su equilibrio "natural" de mandato minoritario.

Hoy no vivimos en una crisis eterna. Vivimos en el éxito sostenido de un diseño: la precariedad como forma de gobierno, la desigualdad como resultado estable y la democracia como procedimiento compatible con la impotencia material de la mayoría.


Fuentes de apoyo (en texto, sin enlaces)

Richard B. Freeman ("The Great Doubling", estimaciones sobre fuerza laboral global y ratio capital-trabajo); Autor, Dorn & Hanson (evidencia empírica del "China shock"); OIT (definiciones y marcos sobre trabajo precario); BLS (series de afiliación sindical en EE. UU.); EPI (series y análisis del "productivity–pay gap" desde 1979); World Inequality Database / World Inequality Report (captura del crecimiento e indicadores de concentración); World Bank / FRED (Gini EE. UU. 2023); Perry Anderson (análisis sobre neoliberalismo y desaparición del adversario soviético); Eric Hobsbawm (periodización del "siglo XX corto" 1914-1991); Colin Crouch (concepto de post-democracia).


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