TREGUA Y NEGOCIACIÓNNo nos engañemos.
Es ETA quién hace imposible cualquier negociación.
Cuando ahora escucho a algun miembro de nuestra patética clase política afirmar con calculada indignación contenida que lo que diga ETA o escriba GARA no tiene ninguna credibilidad no puedo estar más de acuerdo.
ETA ha ido perdiendo credibilidad con el paso del tiempo y en un alarde de inexistente inteligencia se ha cuidado muy mucho de perderla en más de 30 años de traiciones a todos aquellos que desde la democracia, bien intencionados o no, se han acercado a ella buscando la paz.
En este sentido y al final, este proceso no se ha diferenciado mucho de todos los anteriores.
Ante la sociedad española, ETA exhibe el siniestro caramelo con el amargo sabor a dejar de matar. Y reconociendo una oportunidad para la paz, nuestros políticos se acercan a ella y terminan picados como en la historia del alacrán.
Se cuenta con un alacrán le pidió a una rana que le ayudara a cruzar un río.
La rana, que no era tonta, le expresó al alacrán su temor a ser picada y éste intentó tranquilizarla diciendo que cómo iba a picarla si los dos morirían ahogados y su propósito era llegar al otro lado del río.
Tras un largo tiempo de negociaciones... El alacrán hubiera necesitado mucho menos tiempo en convencer a cualquiera de nuestros políticos... Tras un largo tiempo de emociones, el alacrán consiguió convencer a la rana.
Ya en medio del río, el alacrán picó a la rana.
Cuando los dos estaban a punto de ahogarse, la rana le pidió cuentas al alacrán y éste sólo pudo decirla que no podía hacer nada, que picarla era su condición.
Una vez más, el alacrán de ETA nos ha picado a todos... y debiéramos ser capaces de debatir y aprender de nuestros errores... Pero eso sólo puede suceder en un mundo perfecto que no se parece en nada al que estamos haciendo (suenan violines zíngaros y la chica parpadea).
ETA no se ha apartado ni un ápice de sus demandas políticas y sigue "muriendo de costumbre", citando aCesar Vallejo, igual que hace 30 años.
Ha pedido y ha pedido, sólo le restó pedir sol y buen tiempo al gobierno español, ofreciendo únicamente a cambio el hecho de no matar, cosa que por cierto cada vez le costaba más hacer.
No era posible la negociación.
No era posible la paz.
En ningún momento.
Todo lo demás era una ilusión.
Entiendo que no se puede responsabilizar al gobierno de intentarlo, pero si se le puede pedir que explique por qué esta ocasión, que ha resultado ser igual a las anteriores, iba a ser tan diferente.
En su momento ya escribí que no esperaba nada de este proceso de paz y lo saco a colación no porque mi complejo de inferioridad necesite de ese refuerzo positivo sino porque me tengo por una persona con sentido común... por éso a veces me siento tan sólo en este mundo tan aspero.
¿Qué tenía de diferente esta ocasión como para que corriéramos todos presurosamente en busca de la paz como si el terrible problema del terrorismo se hubiera convertido en un sensiblero y dulzón poema de Tagore?
Me gustaría saberlo, porque hasta el momento no sabemos nada. Sólo tenemos, por un lado, las ofendidas apelaciones del gobierno a la adhesión inquebrantable y, por otro, los desesperados ladridos de la oposición.
Nada más.
Sólo ruido.
El interminable ruido en que se ha convertido el debate político en nuestra democracia, un ruido que la debilita aunque por suerte ya no haya enemigos externos dispuestos a aprovecharla.
Ya nadie le hecha un pulso a la hipoteca y al Carrefour... Eso que hemos ganado todos... Aunque quizá no nos vendría mal tener un poco de miedo a perderla para hacernos volver a los cabales de construir un debate político más serio. En fin... No haré caso al diablillo que, sentado sobre mi hombro, me susurra estas palabras en mi oido izquierdo
Supongo que para una persona de la procedencia y el begaje político de Zapatero fue una tremenda tentación la de dejarse abrazar por las blancas alas de la paz.
Supongo que confundió realidad con deseo, pero estoy seguro de que escogió una mala forma de construir su utopía, de demostrarnos que las cosas pueden hacerse otra forma (pudiendo, por ejemplo, hacer que los salarios tuvieran otro punto de referencia más justo para los trabajadores que el IPC, una completa fuente de pérdida de poder adquisitivo), subiendo a sus espaldas el dudoso peso de un alacrán.
El principado de la paz tendrá que esperar.