sábado, febrero 13, 2016

Libertad low cost

Las fronteras se han difuminado.

Conforme más te alejas de lo que se espera de tí, de tu comportamiento como miembro de la colmena, más la libertad brilla por su ausencia o, por lo menos, hay que dar muchas más explicaciones y las cosas se complican siempre hacia peor.

La gente no escucha, se indigna, denuncia...

Y es curioso porque precisamente una sociedad que presume de ser libre debería tener claro que el discurso de la libertad y de los derechos es mucho más necesario cuanto más lejos se encuentran las opiniones, comportamientos y actitudes de esa media aritmética en la que se concentra el acuerdo.

No tiene mucho sentido aplicar la libertad para defender aquello en lo que todos coincidimos o todo aquello que todos hacemos, sino para respaldar la palabra y los actos de aquellos que no están de acuerdo con lo que todos convenimos como asumible y aceptable.

En nuestras sociedades que dicen libres y abiertas el discurso de las libertades es verdaderamente eficiente en los extremos de la cola, asistiendo el derecho de los heterodoxos, de los diferentes a expresarse.

Ahí es donde, como decía el anuncio, el carácter democrático se la juega.

Todo lo demás funciona por sí solo, forma parte de la máquina que con cada vez menos exquisitez nos devora cada día.

Y por supuesto, y con independencia de lo que se exprese, es importante mantener las formas, pero curiosamente es la mayoría quien no guarda las formas con las minorías cuando estas se revelan como tales.

En este sentido, existe una didáctica totalitaria de reforzar las adhesiones y cuestionar las críticas que absolutamente es impropia de una sociedad democrática.

Somos libres para decir lo que hay que decir, para hacer lo que hay que hacer.

Somos libres para hacer o decir algo que diríamos o haríamos en cualquier caso porque es lo que hay pero, no nos vengamos abajo, podemos hacer toda esta mierda a la que no nos queda más remedio que someternos porque vivimos en una sociedad libre.

Este es el uso perverso de la idea de libertad que emplean nuestras sociedades con nosotros, el azul del cielo protector que legitima este sistema en la mente de ese extremo centro social que con su conformidad tan libre nos está llevando al desastre de una sociedad cada vez más bestial.

Lo que nos encadena nos hace libres.

Somos bestias porque somos libres para serlo.

Y la verdad es que no hacían falta tantas alforjas para ese viaje milenario que nos ha sacado de las cavernas para llevarnos a un mundo donde construimos nuestras propias cavernas artificiales.

Pero la neurosis tan propia de las sociedades totalitarias se ha intitucionalizado y como consecuencia de ello te sucederá otra cosa si severamente discrepas, si no aceptas las reglas del juego.

No habrá cuartel para tí.

Incluso puedes acabar en la cárcel si eres un titiritero y uno de los personajes de la obra saca una pancarta en la que aparece la palabra  ETA.

El bigotito de Franco que este régimen constitucional del 78 lleva puesto se convertirá en una katana que te segara la cabeza.

La libertad es algo demasiado serio como para ponerla prueba, disfruta de ella sin discrepar.

Eres libre para obedecer.

Totalitarismo 3.0.

Libertad low cost.

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