domingo, octubre 22, 2006
Cuando uno se pasa la vida mirando una brújula con 360 nortes es complicado poder precisar los favoritismos.
Ser un diletante de tantas cosas -y las que quedan por llegar- tiene ese pequeño inconveniente.
No obstante, y para cada regla, siempre hay excepciones. También las hay para mí.
En algunas cosas, tengo mis rotundos favoritos y, por lo que respecta a la poesía, a mis cuarenta años de vida estoy en condiciones de afirmar que siempre incluiría "El muerto" de José Hierro entre mis poemas favoritos.
Mucho tiene que cambiar todo para que sea capaz de traicionarme tan profundamente... aunque peores cosas se ven caídas sobre la corteza de este pan nuestro de cada día con cada vez menos miga.
Han pasado veinte años y aún sigue gustándome:
"Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría
no podrá morir nunca.
Yo lo veo muy claro en mi noche completa.
Me costó muchos siglos de muerte poder comprenderlo,
muchos siglos de olvido y de sombra constante,
muchos siglos de darle mi cuerpo extinguido
a la hierba que encima de mí balancea su fresca verdura.
Ahora, el aire, allá arriba, más alto que el suelo que pisan los vivos
será azul. Temblará estremecido, rompiéndose,
desagarrado su vidrio oloroso por claras campanas,
por el curvo volar de los gorriones,
por las flores doradas y blancas de esencias frutales.
(Yo una vez hice un ramo con ellas.
Puede ser que después arrojara las flores al agua,
puede ser que le diera las flores a un niño pequeño,
que llenara de flores alguna cabeza que ya no recuerdo,
que a mi madre llevara las flores:
yo querría poner primavera en sus manos.)
¡Será ya primavera allá arriba!
Pero yo que una vez en sentido en mis manos temblar la alegría
no podré morir nunca.
Pero yo que he tocado alguna vez las agudas agujas del pino
no podré morir nunca.
Morirán los que nunca jamás sorprendieron
aquel vago pasar de la loca alegría.
Pero yo que he tenido su tibia hermosura en mis manos
no podré morir nunca.
Aunque muera mi cuerpo, y no quede memoria de mi"
(El Muerto, poema perteneciente a "Alegría", José Hierro)
Hace veinte años éste se me antojó el poema que siempre hubiera querido escribir... y aún me lo sigue pareciendo.
Estremecedor canto pronunciado más allá de la vida, desde la muerte.
Una vida recordada en su ausencia, sin resentimiento porque el sabor que ha dejado en esos labios borrados perdurará siempre.
Una heterodoxa visión de un extraño paraíso de sombras y olvido donde sólo existe el recuerdo de haber sido feliz y cierto.
Cielo azul bajo la negra tierra.
José Hierro fue un gran poeta... y aún lo sigue siendo, en la alegría de reencontrarse una y otra vez con su obra eterna.
miércoles, octubre 18, 2006
No sabía como hacerlo.
No conocía a nadie pero lo deseaba ardientemente... hasta que ví "Paris, Texas" de Wim Wenders en los cines Alphaville en la madrileña calle Martín de los Heros. Lo recuerdo perfectamente. Disfruté aquellos maravillosos 147 minutos de metraje como si fueran eternos (a alguno también se lo parecieron pero lo fueron en otro sentido menos poético).
Todo se me antojó perfecto (y me lo sigue pareciendo 20 años después).
Cuando salimos del cine, me recuerdo andando la calle Martín de los Heros rodeado de gente, pero en soledad, pensando que alguien había hecho ya la película que yo siempre hubiera querido hacer de haberme dedicado al mundo del cine.... y desde entonces ya no deseé tan ardientamente hacer películas.
Ya había alguién dispuesto a abastecer la sensibilidad de espectadores como yo y lo estaba haciendo bastante bien.
Podía dedicarme a seguir los locos dictados de la brújula y así lo hice.
Este fue el comienzo de mi relación afectivo-intelectual con Wim Wenders.
Después llegaron, "El relámpago sobre el agua", "El amigo americano", "En el curso del tiempo", "El estado de las cosas" y la maravillosa "El cielo sobre Berlín" y la sensación no me abandonó jamás... Ultimamente, sí lo ha hecho. Aunque siempre tienen sus momentos, las últimas películas de Wenders no están a la altura de su genio, pero yo sigo acudiendo fiel a la cita aunque sólo sea por los viejos tiempos.
En uno de esos artículos, Wenders escribe que "la realidad en si misma es la única aventura posible del cine" y se extiende:
"También aprendí que no tiene sentido introducir a la fuerza una historia dentro de una película. Una de las cosas que Ozu me enseño es que uno puede contar un film narrativo sin tener una historia lineal. Uno tiene que creer en los personajes y permitirles llegar a una historia sobre ellos mismos. En lugar de empezar con una historia y pensar en los personajes que se adecuen a ella, puedes empezar con unos personajes y, con su ayuda, llegar a la historia"
Así es como me gusta escribir mis historias.
Siempre imagino un personaje, una situación y empiezo a escribir con la aproximada intención de una dirección, de un final en mi cabeza.
Y cada página es un recodo más del camino.
martes, octubre 17, 2006
Si Stendhal concebía la novela como un espejo puesto en el camino para reflejar con exactitud la realidad que pasaba por su lado, el cineasta alemán Wim Wenders concibe el cine como una ventana abierta el mundo cuya transparencia pulcra y definitva nos permite descubrir el espectáculo de las cosas siendo.
Siempre me gustó la recuperación de esta visión casi pionera del sentido del lenguaje cinematográfico. Su propósito era recuperar el asombro de todos aquellos afortunados que sin saberlo asistieron al nacimiento del séptimo arte mientras asistían al milagro de la presentación mecánica de un pedazo de realidad.
El 22 de marzo de 18095, la "Salida de los obreros de la fábrica Lumière en Lyon Monplaisir" fue presentada en París ante un selecto grupo de empresarios en la Sociedad de Fomento de la Industria Nacional. Posteriormente este corto metraje, junto con otros como "Llegada de un tren a la estación de la Ciotat", fue explotada comercialmente en París, en el Salon Indien del Grand Café, en el Boulevard des Capucines. la primera sesión de pago sucedió el 28 de diciembre de 1895.
Por aquel entonces, el cine vendía el espectáculo de la realidad misma enjaulada en celuloide para asombro de quienes creían que el tren les iba a atropellar o que se apartaban de los obreros que salían en tromba de trabajar.
Más de medio siglo después, este alemán enamorado de lo americano reivindicaba la restitución de la inocencia irremediablemente perdida de un medio de expresión que ya había alcanzado su mayoría de edad .
Recupero extractos de un texto escrito por Wenders en 1987 llamado "Why do you make films?" y en el que Wenders sistematiza su visión:
"No soy un gran teórico. Tiendo a olvidar las cosas que he leído en los libros. Por eso no puedo repetir con exactitud las palabras de Béla Bálasz, pero él hablaba de la capacidad (y también de la responsabilidad) que el cine tiene de mostrar las cosas tal y como son. Y añadía que el cine puede rescatar la existencia de las cosas.
De éso se trata.
Me viene a la memoria aquello que dijo el pintor Cezanne: 'Las cosas están desapareciendo. Si quieres ver algo, tendrás que darte prisa'
Y volvemos a la pregunta de por qué hago películas y es porque algo sucede, ves que estás sucediendo y lo filmas mientras sucede. La cámara lo ve, lo graba... y puedes volver a verlo tantas veces como quieras. Eso que sucedió puede que ya no esté, pero está ahí. Puedes verlo. El hecho de su existencia no se ha perdido.
El acto de filmar es un acto heroico (no siempre, sólo algunas veces). Por un momento, la gradual destrucción del mundo de las apariencias es detenida. La cámara es un arma en contra de la tragedia de las cosas, contra su desaparición".
El diario trabajo de destrucción que el tiempo lleva a cabo diariamente con el presente resulta mitigado por la inauguración del eterno aquí y ahora que representa la filmación. Cada vez que nos asomamos a la pantalla de cristal transparente, el tren sigue llegando a la estación y los obreros siguen saliendo de la fábrica y lo hacen continuamente.
Wenders destacaba el hecho de filmar como un acto romántico de rebeldía en contra de la inexorabilidad del proceso del tiempo que, al mismo tiempo, era capaz de mostrarnos el espectáculo de la cosa misma existiendo, ardiendo, quemando su combustible de segundos frescos.
El cine como rebeldía y como descubrimiento.
Travis, protagonista de "Paris-Texas", regresa del desierto para pelear contra el tiempo buscando unir lo que éste (y aquel) han separado: una madre y un hijo.
Damiel, el angel protagonista de "El cielo sobre Berlín", renuncia a su condición inmortal para descubrir el mundo por primera vez.
Los dos protagonistas de dos de las películas esenciales en la filmografía de Wenders encarnan esas dos facetas de ese sueño que sólo fue posible cuando el niño era niño:
"Cuando el niño era niño, era el tiempo de esas preguntas.
Por qué yo soy yo, y no soy tú?
Por qué estoy aquí, en lugar de estar allí?
Cuándo empezó el tiempo, y dónde termina el espacio?
Es la vida que vivimos bajo el sol sólo un sueño?
Acaso lo que veo, escucho y huelo es el espejismo de un mundo antes del mundo?
Existe el mal, y existen los malos?
Como es posible que yo, el que soy, no existiera antes,
y que en algún momento yo, el que soy, dejaré de ser quién estoy siendo?
(Peter Handke, El cielo sobre Berlín")
Pero demasiadas imágenes han llovido desde entonces.
Y estas, a fuerza de caer, han perdido ese poder revelador de todo un mundo para terminar contándonos mil y una veces lo que ya sabemos.
lunes, octubre 16, 2006
domingo, octubre 15, 2006
I
Impresionante y sobrecogedora película sobre la imposibilidad de la belleza en un mundo cruel (que siempre es más cruel de lo que uno se imagina -y esa es la mayor de sus crueldades-).
Aunque todavía no es decir mucho, "El laberinto del fauno" es el mejor trabajo de Guillermo del Toro. Y se trata de una obra redonda y coherente donde realidad y fantasía conviven sin estorbarse y sin que nada falte o sobre.
El alma (quién la tenga) se queda con un regusto amargo y triste cuando llega el final decepcionante y abrupto del tortuoso laberinto.
II
Dicen que no hay rosas sin espinas,
pero casi siempre uno se queda enredeado en estas últimas,
asaeteado por sus punzantes filos
y desangrándose,
enrojeciendo cada irrecuperable segundo
con la riqueza de un pálpito extraordinario
que cuando se pierde jamás regresa....
Y mientras tanto la perseguida rosa brilla siempre por su ausencia,
se desvanece entre un juego de espejos
que siempre muestran,
que jamás entregan.
La perseguida rosa....
III
La perseguida rosa...
Uno tiene que reirse,
cuando cierra la mano
y cree tenerla atrapada dentro del puño.
Uno tiene que reirse,
cuando abre los dedos
y encuentra el frio lametón la decepcionante nada
en lugar del cálido abrazo del deseado todo.
El destino manda, decide y juega.
sábado, octubre 14, 2006
Esta madrugada he vuelto a verla.
Filmada en 1945, cuando la guerra mundial daba sus últimos coletazos (atómicos), "They were expendable" es una atípica película de hazañas bélicas de las que Hollywood produjo como rosquillas como el conflicto para cuidar la moral tanto en la vanguardia como en la retaguardia.
La película cuenta la historia de una derrota, la de las tropas americanas en las Filipinas y de hecho el titulo de la película se refiere a todos aquelos que fueron vencidos en la isla por las tropas japonesas, pudiendo traducirse el título original por "Fueron sacrificados". Al final, los personajes intepretados por George Montgomery y John Wayne, que han demostrado las posibilidades de las lanchas torpederas en la lucha naval hundiendo bastantes barcos japoneses defendiendo las Filipinas, escapan hacia Australia mientras su tripulación, los sacrificados, observan y escuchan volar el avión mientras escapan hacia ninguna parte perseguidos por las tropas japonesas.
Como en todas las películas de John Ford (soy fan), " They were expendable" es una película brillante llena de momentos de puro cine en los que las imágenes hacen innecesaria la presencia de cualquier palabra con su arrolladora presencia expresiva, momentos nacidos del inmenso talento del maestro para contar y también para estilizar la puesta en imágenes del espectáculo del ser humano desplegando todo su abanico de contradicciones.
Uno de esos momentos sucede cuando la derrota es inevitable, por radio se escucha el arrollador avance japonés y la rendición de las tropas americanas en Bataan.
Wayne acaba de oficiar un funeral por los miembros de su tripulación muertos en el hundimiento de la lancha torpedera que comanda. Está abatido y necesita un trago. La radio habla de derrota. Es entonces, cuando Wayne saca sus dólares americanos para pagar la botella de whisky que ha pedido.
Ford nos muestra la mesa, la botella y las manos de Wayne. Los billetes están arrugados y las manos de Wayne los sopesan para luego lanzarlos sobre la mesa.
Ya no tienen ningún valor.
Por encima de todo, y por increíble que parezca, "They were expendable" es una película sobre la esperanza, positiva y llena de fuerza que uno puede ver con emoción en todos aquellos que se quedan (inmenso Ward Bond como siempre) mientras Wayne y Montgomery vuelan a Australia para continuar la guerra.
Quiza esta cualidad sea lo que más me gusta de esta valiente rareza que Ford decidió producir y filmar en 1945, cuando ya existían muchas victorias de las que hablar y que, por cierto, está escrita por Frank "Spig" Wead; militar y escritor sobre cuya vida el propio Ford rodó en el año 1957 una -como no podía ser menos- inolvidable película, "The wings of eagles". Aquí creo que se titulo "Escrito bajo el sol".
viernes, octubre 13, 2006
Así funciona nuestro mundo actual, el que nos hace fumar y conducir deprisa:
"No importa si todo se tambalea, si las instituciones quedan en entredicho. Si las razones argumentadas no tienen consistencia, no importa. Lo realmente interesante es que el discurso consiga convencer a los afectados. Así, superamos los efectos que se han producido sobre la imagen del personaje. Ese es el objetivo, y los problemas acaban ahí. "
Ir al artículo.
Después de todo lo escuchado y visto con el tema del ácido bórico y la cinta de la Orquesta Mondragón, empiezo a pensar que todo el problema radica en que la derecha española no sabe echarse al monte.... Porque también, y para éso, hace falta una buena razón.
Es una pura cuestión genética, una insuperable barrera que sólo generaciones de mestizaje político podrán curar... supongo.
Ahora mismo, más que una peligrosa cuadrilla de francotiradores y bandoleros parecen una manada de Blanche Dubois instaladas en un continuo y constante delirio por entre los valles y las peñas, como Quijotes penitentes, igualitos, con las piernas al aire y en jubón.
Quizá se queden tranquilos si se descubre que los islamistas y los etarras escuchan el mismo tipo de música. Después de todo, éso también es una conexión.
La verdad que buscan -con la boca cada vez más pequeña (ya se están dando cuenta)- es por muchas y variadas razones un imposible.
Para la próxima, propongo que fichen a gente de Izquierda Unida o del PSOE para que les instruyan en los misterios de echarse al monte, aunque sea con corbata de seda y gomina.
jueves, octubre 12, 2006
Es curioso....
No nos damos cuenta, pero constantemente lo hacemos.
Más tarde o más temprano siempre ponemos el énfasis en los presuntos riesgos que esta u otra actividad tienen para quienes las desempeñan.
El martes pasado viajaba en el metro y a mi lado una persona leía en uno de estos periódicos de usar y tirar un artículo sobre el riesgo que los tatuajes acarreaban a quienes se los hacían.... Se trataba de la hepatitis C. Frente a mi, y en otro períódico un artículo hablaba de los riesgos del exceso de tiempo pasado frente al ordenador.
Riesgos....
En la esfera pública, y para cualquier asunto o actividad, tarde o temprano termina apareciendo alguien, generalmente un médico, que nos informa de los posibles riesgos que acarrea su práctica.
Se pone mucho énfasis en ésto.
Vivimos constantemente avisados de los posibles problemas que nos pueden producir cualquier cosa que estemos haciendo.
Riesgos....
En exceso, todo puede matarnos... como si ya no lo estuviera haciendo el tiempo sigilosamente, en las catacumbas de nuestra fisicidad mientras somos conscientes de tanto riesgo y nos cuidamos -formales que somos- de que nada malo nos pase mientras resignadamente seguimos trabajando de nueve a siete.
No debemos entregarnos a nada en exceso.
No debemos desear algo con la falta de ocntrol suficiente como para incurrir en los consabidos riesgos para la salud.
La máquina tiene que estar en perfecto funcionamiento para seguir funcionando, cumpliendo con su parte dentro del hormiguero.
Y es cierto que existen los riesgos pequeños.
Y que si no tenemos cuidado podemos caer en ellos, pero existen otros riesgos más grandes de los que nunca se habla, riesgos más globales que afectan a la persona y al lugar que ésta ocupa en el mundo.
Constantemente hablamos de estilos de vida insanos, del tabaco, de la conducción enloquecida y descuidada, del alcohol, de querer trabajar de día y vivir de noche -todo a la vez- y pensamos correctamente que son hábitos que nos producen enfermedades letales. Pero, quizá, esa corrección no sea del todo suficiente.
Es posible que esos comportamientos excesivos sean valvulas de escape para seres que viven aprisionados por las propias circunstancias. Ortega decía que el hombre era la suma de éste y de aquellas, pero qué sucede cuando el hombre sólo es la suma de sus circunstancias, cuando no hay nada más que lo que se ve y se ha comprado en una tienda.
En estos casos en que se me va la olla, siempre recuerdo un poema de Sam Shepard:
"sus canarios
caían como moscas
cada mañana
aparecía un nuevo canario
tieso
en el suelo de la jaula
el Veterano le dijo
que era por las bacterias
del agua que les daba
pero él sabía
que era
por su modo de vivir"
(Crónicas de motel)
Y de pronto me llega la cordura.
No nos mata el cáncer o la carretera.
Nos mata el modo en que vivimos, que nos hace fumar en exceso o conducir demasiado deprisa. Quizá llega un día en que abandonamos toda esperanza y nos dejamos ir y fumamos y conducimos y bebemos y follamos a diestro y siniestro sin condón y nos hacemos tatuajes y nos compramos una casa sin poder permitirnoslo y nos traen sin cuidado los riesgos porque ya estamos perdidos.
La vida que llevamos nos hace, pero también nos deshace si perdemos el rumbo o la esperanza de construir algo por pequeño que sea. La naturaleza aborrece el vacío y el espíritu tanático/autodestructivo enseguida entra a ocupar el lugar que ha dejado el espíritu erótico/constructivo.
El milagro del vivir es siempre un regalo envenenado.
martes, octubre 10, 2006
Lentamente,
con cuidado y precisión,
coloca las balas en el tambor de su revolver.
Al otro lado el desorden y el caos rugen,
arañan la puerta de su conciencia con sus mil y una garras.
Ni un paso atrás.
He decidido detenerse,.
enfrentarse a la jauría de rostros abominables
que le persiguen por los alargados pasillos de su existir.
Este sitio es tan bueno como cualquier otro
para trazar la raya que ninguno podrá atravesar.
Los conoce perfectamente.
Para cada uno de ellos tiene reservada una bala,
aunque su derrota es segura.
No se por qué suena en mi cabeza "Moon river"...
Esta mañana mi abuela ha abandonado este mundo.
Tenía 106 años y me cuentan con la voz encogida por el dolor desde la castellana Salamanca donde vivía que simplemente dejó de respirar. Su vida se fue apagando lentamente, como una llama lentamente ahogada por el viento.
.... quizá porque en mi cabeza sólo se publica la leyenda
Hacía mucho tiempo que no la veía y las pocas noticias que me llegaban procedían de una familia con la que mantengo unas relaciones no demasiado fluidas, pero -y sin embargo- en mi memoria tengo un retrato consistente de su distante presencia (que ha heredado mi padre). Impenetrable rostro inmóvil de indio de las praderas asturianas.
Muchas historias corren sobre la rama norteña de mi familia.
Nuestras pequeñas brumas de avalon han dado que hablar durante décadas: antepasados que cazaban osos pardos a cuchillos o que recibían a tiros al destacamento entero de la guardia civil o que resolvían viejas pendencias con la autoridad con autodestructivos toques peckinpahianos... , pero, y condiferencia, la mejor historia es la de mi abuela.
A principios de siglo y en el Occidente Asturiano si un chico conocía a una chica y se gustaban las cosas no eran tan fáciles y claras como ahora. Uno tenía que contar con el permiso de ambas familias y con unas ciertas "posibilidades" materiales que hicieran pensar en un futuro agradable para la novia.
Por lo visto, mi abuelo no tenía ninguna de esas cosas. Lo único que tenía eran ojos para mi abuela que pertenecía a una familia importante de la zona. Su bisabuelo, "El Chamusco" (por lo pelirrojo) había sido alcalde del Concejo de Tineo -el más grande de Asturias- por aquella época y su casa "Buenavista" (en Asturias todas las casas tienen un nombre) no era una casa cualquiera.
Mi abuelo ni siquiera pudo optar a pedir su mano.
Todo entre ellos sucedía deseperadamente en secreto.
Afortunadamente existía una solución de emergencia sólo apta para los más valientes y arrojados... Subir por la ventana, coger a la novia y raptarla. Y eso fue lo que hizo mi abuelo. Una buena noche de sus veinte años mi abuela abrió la ventana de su habitación y, con apenas lo puesto, se dejó raptar por mi abuelo.
Los dos escaparon a Cuba, perseguidos por una maldición que afectaría a todos los primogénitos de aquella espúrea línea de descedencia. Cosa que le fue contada años más tarde a mi abuela cuando no le quedó más remedio que regresar a España y maldición que mi padre esgrimió como un arma de destrucción masiva alguna vez en mi contra en alguna de nuestras interminables discusiones sin sentido entre primogénitos malditos.
Allí, en La Habana nació mi padre y también mi tía… Y allí también murió mi abuelo antes de que naciera mi padre y al que, por tanto, los dos nunca hemos conocido nada más que en el cuerpo presente de su leyenda.
Seguramente fue la gripe.
Improbablemente, la maldición.... aunque Iker Jiménez seguramente tendría algo que decir a este respecto.
Y después vino un luto de ochenta años, casi eterno… que ha terminado hoy de primera mañana. Quizás, por las mismas horas en que él la raptó.
Supongo que unos nudillos invisibles que sólo ella tenía permitido escuchar llamaron a su puerta (justo cuando yo soñaba que peleaba con mi padre una vez más) marcando la definitiva hora en punto y ella se levantó a abrir su ventana una vez más. La definitiva. Para siempre jamás.
Mi abuela era una mujer de las de antes.
Desde que la conozco e incluso antes de conocerla, en las desgastadas fotos grises y ocres de los más viejos tiempos, mi abuela siempre vistió de negro.
Hoy, 106 años después, todo ha terminado.
Y cuando la muerte llega, la realidad deja de importar.
Sólo quedan las historias, los recuerdos que persistirán mientras nuestra conciencia siga existiendo lanzada siempre hacia delante por esa desconocida fuerza que nos situó en este mundo, moviéndose por este confuso espacio rebosante de eventos y trayectotrias en el que perseguimos constantemente la victoria de encontrar un cierto camino/sentido antes de que nos suene la hora en punto y la cena se nos enfríe definitivamente.
Y estas son las historias que recuerdo.
Los otros nunca mueren.
La única muerte verdadera es la propia.
La forma más definitiva y radical del olvido.
Y lo que se recuerda son las historias.
Y tras ellas, el misterio radical de la memoria.