No es casualidad que Michelangelo Antonioni escoja a un fotógrafo para protagonizar "Blow-up".
Después de todo, el fotógrafo se constituye en su oficio en una suerte de sumo-sacerdote de esta sociedad de consumo. Su capacidad para crear imágenes les convierte en uno de los ejecutores de una estrategia de dominación en el que el Narciso que somos todos y cada uno de nosotros no perece ahogado en la persecución de su propio reflejo en el fondo del estanque, sino perdido para siempre en un bosque de espejos persiguiendo la estela de su propio reflejo.
Al final, las imágenes son esas sagradas formas a través de las cuales el misterio de la cosa misma se nos da como sentido y, por supuesto, no de cualquier manera.
El encuadre siempre implica una posición no sólo física sino también moral ante aquello que se fotografía. Así, a través de las imágenes la realidad nos es presentada con una determinada intención.
En este sentido, es fundamental el comienzo de la película, cuando vemos a su protagonista saliendo de una fábrica, pareciendo un obrero más, para luego convertirse de manera sorprendente en el exitoso artista visual que cabalga el Swinging London de la década de los sesentas con la silla de montar d esu flamante Rolls Royce.
Antonioni aplica al espectador la misma medicina narrativa que posteriormente aplicará a su propio personaje
Un simple cambio de perspectiva o de eje basta para que la realidad se vea alterada en el modo en que se nos presenta.
Sucesivamente, la omnipotente mirada del espectador y la de Thomas, el fotógrafo protagonista, son puestas a prueba... y vencidas.
Thomas descubrirá que su visión de esa apacible mañana de verano en el parque que ha cosificado convenientemente en sus fotografías no será tal.
Algo en la estructura de esa narración de imágenes fijas le lleva a la sospecha y, posteriormente, a través de un proceso de cuestionamiento, de blow-up (sucesivas ampliaciones de la imagen), descubrirá que esa paz que creía estar presenciando encierra una realidad más terrible y oscura: la de un asesinato.
Otra narración oculta, subliminal, y de carácter muy diferente a la que suponía, se revela ante la mirada asombrada de Thomas.
Las imágenes que creía domadas, controladas, cosificadas, se revelan, se vuelven indómitas y líquidas.
Hay otro sentido y no estoy seguro si el asombro que siente Thomas, la explosión (esta es la otra acepción del término blow-up) emocional que el fotógrafo experimenta tiene más que ver con la constatación de esa pérdida de control sobre las imágenes que él mismo ha creado que con el hecho de haber descubierto un asesinato y un cadáver.
Asi, "Blow-up" se nos muestra como lo que es: una película-ensayo que pone en su punto de mira la posibilidad de la verdad en la imagen y el carácter de esa verdad misma.
Y puede decirse que el dominante y controlador Thomas, así se muestra a lo largo de la película, experimenta una suerte de proceso de liberación de ese papel de cifrador de realidad en el que comprende que siempre hay algo más que su propia mirada: la profundidad propia y fantástica del mundo que le rodea.
Sólo así puede sumarse a esa partida de tenis imaginaria que es la maravillosa secuencia final de "Blow-up" y quizá ser aún mejor fotógrafo.
Obra maestra.
Después de todo, el fotógrafo se constituye en su oficio en una suerte de sumo-sacerdote de esta sociedad de consumo. Su capacidad para crear imágenes les convierte en uno de los ejecutores de una estrategia de dominación en el que el Narciso que somos todos y cada uno de nosotros no perece ahogado en la persecución de su propio reflejo en el fondo del estanque, sino perdido para siempre en un bosque de espejos persiguiendo la estela de su propio reflejo.
Al final, las imágenes son esas sagradas formas a través de las cuales el misterio de la cosa misma se nos da como sentido y, por supuesto, no de cualquier manera.
El encuadre siempre implica una posición no sólo física sino también moral ante aquello que se fotografía. Así, a través de las imágenes la realidad nos es presentada con una determinada intención.
En este sentido, es fundamental el comienzo de la película, cuando vemos a su protagonista saliendo de una fábrica, pareciendo un obrero más, para luego convertirse de manera sorprendente en el exitoso artista visual que cabalga el Swinging London de la década de los sesentas con la silla de montar d esu flamante Rolls Royce.
Antonioni aplica al espectador la misma medicina narrativa que posteriormente aplicará a su propio personaje
Un simple cambio de perspectiva o de eje basta para que la realidad se vea alterada en el modo en que se nos presenta.
Sucesivamente, la omnipotente mirada del espectador y la de Thomas, el fotógrafo protagonista, son puestas a prueba... y vencidas.
Thomas descubrirá que su visión de esa apacible mañana de verano en el parque que ha cosificado convenientemente en sus fotografías no será tal.
Algo en la estructura de esa narración de imágenes fijas le lleva a la sospecha y, posteriormente, a través de un proceso de cuestionamiento, de blow-up (sucesivas ampliaciones de la imagen), descubrirá que esa paz que creía estar presenciando encierra una realidad más terrible y oscura: la de un asesinato.
Otra narración oculta, subliminal, y de carácter muy diferente a la que suponía, se revela ante la mirada asombrada de Thomas.
Las imágenes que creía domadas, controladas, cosificadas, se revelan, se vuelven indómitas y líquidas.
Hay otro sentido y no estoy seguro si el asombro que siente Thomas, la explosión (esta es la otra acepción del término blow-up) emocional que el fotógrafo experimenta tiene más que ver con la constatación de esa pérdida de control sobre las imágenes que él mismo ha creado que con el hecho de haber descubierto un asesinato y un cadáver.
Asi, "Blow-up" se nos muestra como lo que es: una película-ensayo que pone en su punto de mira la posibilidad de la verdad en la imagen y el carácter de esa verdad misma.
Y puede decirse que el dominante y controlador Thomas, así se muestra a lo largo de la película, experimenta una suerte de proceso de liberación de ese papel de cifrador de realidad en el que comprende que siempre hay algo más que su propia mirada: la profundidad propia y fantástica del mundo que le rodea.
Sólo así puede sumarse a esa partida de tenis imaginaria que es la maravillosa secuencia final de "Blow-up" y quizá ser aún mejor fotógrafo.
Obra maestra.