viernes, enero 03, 2014

La vida secreta de Walter Mitty

Me gustan las películas que el cómico Ben Stiller ha firmado como director. Todas presentan desde la parodia una visión bastante ácida de determinados aspectos... secundarios y colaterales... del estilo de vida norteamericano.

El mundo de la moda en la divertida "Zoolander" y el mundo del cine en la no menos divertida "Tropic Thunder", pero sin duda la mejor de todas es "The cable guy", una sátira de pesadilla que pone sobre la mesa un tema tan serio como la soledad y la incomunicación.. tampoco es que tenga muchas más. Sólo la que menos me gusta: "Reality bites", sin duda la más pretenciosa por intentar encerrar un cierto mensaje generacional.

No es que Stiller sea un autor no estoy tan loco, pero es indudable, a mi entender, que sus películas siempre parten de una intención, de una determinada visión ácida de humorista sobre concretos aspectos que su inteligencia ha encontrado practicables como material de trabajo.

Por eso Stiller me ha ganado como público y sus nuevos proyectos como ésta "La vida secreta de Walter Mitty" tienen mi atención inicial.

La película de Stiller se basa en Walter Mitty, personaje protagonista de un relato escrito para la revista New Yorker publicado en la década de los treintas del siglo pasado y que en los cuarentas del mismo siglo fue primero libro y luego película, protagonizada por el hoy olvidado cómico Danny Kaye,

Walter Mitty es un soñador a ojos abiertos que constantemente fantasea con otras opciones más heroicas que su vulgar vida anónima de lechero de barrio.

Stiller sólo recoge el personaje y lo transporta a un momento indeterminado del presente para convertirlo en metáfora de toda una manera de ser y de ver las cosas que es despreciada por sus nuevos jefes, unos jóvenes ignorantes que sólo parecen saber de finanzas y rentabilidades.

En este sentido Stiller se apunta a una cierta corriente de sensibilidad dentro del cine norteamericano que reivindica los valores de una américa anterior al proceso de neoliberalización experimentado por la vida americana desde la década de los ochentas del siglo pasado. Posicionamiento que reivindica la humanización frente la deshumanización de un mundo nuevo cuya obsesión es monetizarlo todo, que juzga a las personas sólo por su utilidad convirtiéndolas en meras cifras que lastran un balance.

Es en este contexto donde Stiller sitúa su historia recuperando a este Walter Mitty, seguramente para su gusto una perfecta metáfora de esa manera de entender lo americano que tan bien retrata en su decadencia Phillip Roth en su maravillosa "Pastoral Americana".

Y a partir de ahí reconstruye un relato de reinvindicación personal del personaje que sin duda compone la menos satírica y la más edulcorada de sus películas, hasta el punto de parecerse más a una comedia romántica que a cualquiera de sus divertidas sátiras.

Y confieso que ésto no  me gusta demasiado, principalmente porque durante buena parte de su metraje la película parece un anuncio de no se bien qué, seguramente de una compañía aérea, con su obsesiva reivindicación de la autorrealización a través del viaje y el movimiento... una de las grandes confusiones de nuestro tiempo que sólo refleja como síntoma la incomodidad antes nuestro estilo de vida, éste que nos está matando lentamente, y que en su histeria olvida que también se puede ser universal desde lo particular.

Toda esta parte como de postal de viajes no me termina de gustar no sólo por lo expresado en el párrafo anterior sino también por el modo en que se resuelve, como una atractiva postal de viajes que nos invita a consumir el viaje como producto y que hace de Stiller un icono banalizado del viajero.

"La vida secreta de Walter Mitty" sepulta bajo su edulcorado peso banal toda esa divertida de acidez de Stiller que sólo aparece en ciertos momentos, especialmente todos aquellos en los que se define la relación con su jefe o en las interacciones con alguno de los divertidos personajes que Stiller encuentra en su viaje en pos de su némesis, el fotógrafo y aventurero Sean O'Connell a quién da divertida vida el talentoso Sean Penn.

El resultado es uno de esos productos "bonitos", llenos de buenos sentimientos en el que Stiller parece controlar el filo ácido de su mirada en pos de la seriedad de lo emocional y que me deja demasiado frío, demostrando una vez más que a los cómicos no les sienta nada bien ponerse serios.

Aceptable.


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