domingo, diciembre 30, 2007











EL EXPRESO DE SHANGHAI

En plena guerra civil, el expreso que une Pekin con Shanghai, dos de las principales ciudades chinas, inicia un nuevo viaje con nueves pasajeros de la más variada índole.

Uno de ellos es Shanghai Lily, mujer de dudosa reputación, quién encontrará a un antiguo amor entre el pasaje... pero la tormentosa situación política que vive la China continental volverá a interponerse entre los dos.

Mucho se ha escrito sobre la relación a todas luces simbiótica entre el director Josef von Sternberg y la estrella Marlene Dietrich. Lo único que tengo claro es que, profesionalmente, ambos estaban hechos el uno para el otro pese a que Sternberg siempre reivindicara la autoría de la Dietrich como icono cinematográfico.

El cine de Sternberg siempre fue un cine de imágenes poderosas, insinuantes que encontró en la morbosa capacidad seductora de la Dietrich un vehículo único para dotar de movimiento, actitud y profundidad a esa intención plástica y estiticista.

Ambos se necesitaban el uno al otro tanto en lo profesional como en lo personal y, de hecho, sus carreras no volvieron a ser las mismas desde su separación personal y profesional, si bien la carrera de la Dietrich soportó mejor esa separación que la de von Sternberg cuyo cine privado de la talentosa profundidad que proporcionaba el icono Dietrich jamás volvió a ser el mismo.

"El expreso de Shanghai" es una de las obras cumbre de esa colaboración y en ella están presentes lo mejor del talento de uno y otra.

Todo el cine de Sternberg se haya impregnado de un tono perverso que siempre me ha recordado a los cuadros de Klimt.

Todos sus personajes se encuentran en mayor o menor medida iluminados por el lado oscuro de ellos mismos y parecen encontrar un extraño y tortuoso placer en dejarse llevar por una cierta maldad que casi siempre se traduce en un ostentoso cinismo y un profundo egoísmo indiscriminado a la hora de relacionarse los unos con los otros.

Así, los nueve personajes que componen el pasaje del expreso no terminan por resultarnos simpáticos. Todos tienen su momento para realizar una pequeña exhibición de sí mismos y de sus talentos: intolerantes reverendos, tramposos jugadores, militares que ya no lo son, indiscriminada antipatía... No hay lugar para los buenos sentimientos en el expreso de Shanghai como tampoco hay mucho sitio para ellos en una vida de la que todos ellos parecen estar sobreviviendo con mayor o menor fortuna.

De este espíritu no sólo no se libran la pareja de protagonistas, el capitan Donald Harvey (Clive Brook) y Shanghai Lily (Marlene Dietrich), sino que, con su tormentosa relación, se convierten en una especie de reducción al absurdo de la tesis propuesta: su propio cinismo, la incapacidad que ambos tienen para confiar el uno en el otro, les separó en su momento y ahora, atrapados por los rebeldes, amenaza con volver a hacerlo.

Ambos se debaten entre el amor que sienten y la incapacidad de entregarse el uno al otro de la forma incondicional que los cánones del amor romántico exigen.

Cuando no parecen sentir una especie de morboso placer autodestructivo en la constatación de su desgracia, en dispararse el uno al otro cínicas frases despechadas, el miedo a que la felicidad soñada exista les hace temblar.

Les ha costado mucho endurecerse en la interminable escuela del desengaño y, de cuando en cuando, se descubren intacta esa parte noble, capaz de ilusionarse y amar, que creían haberse amputado.

Como dice el viejo Don Jose en Grupo Salvaje: "Todos soñamos con volver a ser niños de nuevo, incluso los peores de nosotros. Quizá los peores más que ninguno"... Y desde luego Lily está entre las peores.

Su reputación la precede.

No hay comentarios:

Publicar un comentario