Resumiendo:
"Nada oscurece más eficazmente nuestra visión de la sociedad que el prejuicio economicista"
En detalle:
"Nada oscurece más eficazmente nuestra visión de la sociedad que el prejuicio economicista"
En detalle:
“Algunas personas dispuestas a admitir que la vida en un
vacío cultural no es vida parecen, sin embargo, esperar que las necesidades de
orden económico rellenen automáticamente ese vacío y hagan que la vida resulte
vivible en cualquier situación. Esta hipótesis es abiertamente refutada por los
resultados de la investigación etnológica. «Los objetivos por los cuales
trabajan los individuos, escribe Margaret Mead, están determinados
culturalmente y no son una respuesta del organismo a una situación exterior sin
definición cultural, como por ejemplo una simple carestía. El proceso que
convierte a un grupo de salvajes en mineros de una mina de oro, en la
tripulación de un barco, o simplemente lo despoja de cualquier capacidad de
reacción dejándolo morir en la indolencia a la orilla de un río lleno de peces,
puede parecer tan raro, tan extraño a la naturaleza de la sociedad y a su
funcionamiento normal, que se convierte en un funcionamiento patológico» y, sin
embargo, añade, «es lo que generalmente sucede en una población cuando se
produce una cambio violento generado desde el exterior, o simplemente causado
desde fuera...». Y concluye: «Este contacto brutal, estos sencillos pueblos
arrancados de su mundo moral, constituye un hecho que sucede con demasiada
frecuencia como para que el historiador de la sociedad no se lo plantee
seriamente»… Nada oscurece más eficazmente nuestra visión de la sociedad que el
prejuicio economicista. La explotación ha sido colocada en el primer plano del
problema colonial con tal persistencia que merece la pena que nos detengamos en
este punto. La explotación, además, en lo que se refiere al hombre, ha sido
perpetrada con tanta frecuencia, con tal contumacia y con tal crueldad por el
hombre blanco sobre las poblaciones atrasadas del mundo, que se daría prueba de
una total falta de sensibilidad si no se concediese a este problema un lugar
privilegiado cada vez que se habla del problema colonial. Pero es precisamente esta
insistencia sobre la explotación lo que tiende a ocultar a nuestra mirada la
cuestión todavía más importante de la decadencia cultural. Cuando se define la
explotación en términos estrictamente económicos, como una inadecuación
permanente de los intercambios, se puede dudar de que haya existido en sentido
estricto explotación. La catástrofe que sufre la comunidad indígena es una
consecuencia directa del desmembramiento rápido y violento de sus instituciones
fundamentales -no vamos a ocuparnos ahora de que se haya utilizado o no la
fuerza en ese proceso-. Dichas instituciones se ven dislocadas por la
imposición de la economía de mercado a una comunidad organizada de forma
complemetamente distinta; el trabajo y la tierra se convierten en mercancías,
lo que no es, una vez más, más que una fórmula abreviada para expresar la
aniquilación de todas y cada una de las instituciones culturales de una
sociedad orgánica”.
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