jueves, julio 03, 2025

Trump y la deuda que vence: desestabilizar para refinanciar más barato



Este 2025, Estados Unidos afronta un reto monumental: más de 7 billones de dólares en deuda a corto plazo —bonos y letras del Tesoro— deben ser refinanciados. Esta cifra no es un capricho: es consecuencia de una estrategia financiera que se consolidó especialmente tras la pandemia de 2020 y la respuesta fiscal masiva de la Reserva Federal y el Tesoro.

¿Por qué tanta deuda a corto plazo?

  • Durante años de tipos de interés cercanos a cero, era tentador para EE. UU. emitir deuda a vencimientos más cortos, que pagaba cupones más bajos.

  • La idea era refinanciarla cuando venciera, asumiendo que los tipos seguirían bajos.

  • Esta táctica permitió cubrir gastos extraordinarios (estímulos COVID, subsidios, déficits crónicos) sin encarecer demasiado la carga de intereses.

Pero ahora, con tipos persistentemente altos, ese volumen de deuda a corto plazo se convierte en una trampa: refinanciar es mucho más caro y más frecuente.

Para muchos analistas, esta estrategia de sobrecargar la parte corta de la curva de vencimientos muestra:

  • Falta de disciplina fiscal estructural (no se toman medidas para contener déficit).

  • Dependencia crónica de la confianza exterior.

  • Vulnerabilidad: cada vencimiento es una oportunidad para que el mercado exija más rentabilidad si percibe riesgos

Así, la montaña de vencimientos de 2025 es más que un dato contable: es un reflejo de la fragilidad de un modelo que necesita crisis externas para mantener viva la demanda de sus bonos.

El mecanismo clásico: la tensión como “lubricante”

Durante décadas —especialmente desde los años setenta, tras el abandono del patrón oro y la consolidación de los petrodólares— Estados Unidos ha sabido que la incertidumbre internacional puede funcionar como un mecanismo para atraer capitales “miedosos” hacia sus bonos.

A partir de ese momento, sin el corsé del oro y con el dólar como moneda de reserva, cada conflicto, crisis o tensión geopolítica ha reforzado la demanda de Treasuries, permitiendo a EE. UU. financiar déficits estructurales a tipos de interés más bajos de lo que serían en un mundo estable.

No es casualidad que esta decisión —romper el patrón oro— se tomase precisamente por las dificultades de financiar una guerra costosa como Vietnam sin agotar las reservas de oro. Y tampoco es casualidad que, desde entonces, casi todos los presidentes estadounidenses hayan tenido su propia “guerra” o conflicto exterior::
  • Reagan en Centroamérica y Oriente Medio.

  • Bush padre en Irak y Panamá.

  • Bush hijo en Afganistán e Irak.

  • Obama en Libia, Siria y drones en Yemen.

  • Incluso Trump, pese a prometer menos intervención, mantuvo la tensión con Irán y Corea del Norte.

Esto no significa que cada guerra se planifique exclusivamente para mover los mercados de deuda, pero sí muestra que la política exterior beligerante ha coincidido históricamente con un flujo constante de capitales hacia los bonos, lo que contribuye a financiar el déficit estructural.

En la práctica, este flujo de capitales “miedosos” hacia los bonos del Tesoro tiene un efecto muy directo:
abarata el coste de la deuda estadounidense.

Cuanta más demanda internacional hay por Treasuries, menor es la rentabilidad que el Tesoro debe ofrecer para colocar nuevas emisiones o refinanciar vencimientos.

Así, cada dólar asustado que se refugia en bonos contribuye a sostener el déficit estructural de EE. UU. con tipos de interés más bajos de lo que serían en un mundo estable.

Por eso, para muchos analistas críticos, la tensión internacional actúa como un “lubricante” financiero que hace más fácil y barato perpetuar un modelo de gasto crónico y deuda creciente.

La hipótesis: ¿Trump ha vuelto a jugar esta carta?

Desde al menos la década de los años setenta, muchos analistas sostienen que las administraciones estadounidenses han jugado —de forma consciente o no— con los desequilibrios y tensiones internacionales como palanca para reforzar la demanda global de sus bonos y mantener bajo control el coste de su deuda.
Este patrón se consolidó tras el fin de Bretton Woods, cuando EE. UU. empezó a sostener déficits fiscales estructurales financiados por la confianza mundial en sus Treasuries.

Hoy, con Trump nuevamente en la Casa Blanca, esta lógica cobra aún más fuerza:
👉 Uno de los objetivos centrales que rigen sus decisiones de política exterior es generar un contexto internacional lo bastante inestable para que el miedo de los mercados reactive la tradicional fuga hacia los bonos del Tesoro.
👉 Con una montaña récord de deuda a corto plazo que debe refinanciarse este mismo 2025, Trump no puede permitirse un mundo estable: necesita que los capitales “miedosos” vuelvan a refugiarse en la deuda norteamericana para suavizar la presión de los intereses crecientes.

En la reciente “guerra de los 13 días”, sin embargo, algo no salió del todo como se esperaba:

  • Los bonos no se comportaron como refugio automático.

  • Parte de los inversores prefirió el oro, la liquidez en dólares o incluso divisas europeas.

  • La vieja fórmula de “provocar tensión = deuda más barata” parece menos fiable.

El primer año de Trump (2025): hechos que demuestran la apuesta por la desestabilización

Aunque Trump y su equipo insisten públicamente en que su política exterior busca la “paz mediante la fuerza” o la “defensa de los intereses de EE. UU.”, basta mirar los movimientos clave de su primer año de regreso en la Casa Blanca para ver un patrón claro: cada jugada contribuye a mantener el tablero internacional bajo tensión.

Algunos ejemplos que refuerzan esta lectura:

  • Escalada calculada en Oriente Medio
    Bajo su liderazgo, EE. UU. no solo respaldó sin reservas las acciones militares de Israel, sino que alimentó una espiral de ataques y contraataques con Irán, sin cerrar la vía diplomática ni buscar una salida estable. El resultado: un conflicto “controlado” que genera miedo en los mercados, pero no desemboca en guerra abierta.

  • Amenazas comerciales y sanciones
    Trump ha reactivado frentes de presión sobre China con nuevos aranceles y sanciones a sectores clave de tecnología, argumentando “seguridad nacional”. Estas medidas elevan la tensión comercial global y la percepción de fragmentación de bloques.

  • Retórica beligerante con potencias rivales
    Declaraciones incendiarias contra gobiernos como Corea del Norte o Venezuela reaparecen como parte del guion: tensiones puntuales que sirven como recordatorio de la “volatilidad mundial”.

  • Alianzas tensas en Europa
    Trump ha presionado a la OTAN para aumentar el gasto militar y ha criticado a socios europeos por sus políticas energéticas con Rusia, manteniendo un clima de desconfianza dentro del bloque occidental.

Cada uno de estos movimientos, tomado por separado, podría justificarse como defensa de intereses nacionales. Pero en conjunto pintan un escenario coherente: Trump no busca cerrar focos de tensión, sino mantenerlos activos —lo bastante calientes para generar incertidumbre, pero sin perder el control—.

De esta forma, alimenta la percepción de riesgo global y favorece indirectamente la vieja fórmula:
👉 capitales asustados vuelven a los bonos del Tesoro,
👉 EE. UU. logra refinanciar una deuda récord con un coste más manejable.

¿Motivos para la alarma?

En la reciente “guerra de los 13 días”, los bonos del Tesoro no se comportaron como refugio automático.
En lugar de una bajada fuerte de rendimientos —como habría ocurrido históricamente en una crisis en Oriente Medio—, los rendimientos de los Treasuries a 10 años se mantuvieron por encima del 4,5 % y en algunos días incluso repuntaron ligeramente.
Parte de los flujos de capitales buscó oro, dólares líquidos o francos suizos, dejando claro que la confianza absoluta en los bonos norteamericanos empieza a erosionarse.
Como resultado, EE. UU. sale de este episodio con un coste de financiación igual de elevado —o incluso algo más alto— de lo que se preveía antes de la escalada, cuando la expectativa era que el miedo internacional abaratara su deuda.
En otras palabras, la “palanca de la tensión” no solo no funcionó del todo: ha dejado a la economía norteamericana con la misma factura de intereses y un margen de maniobra cada vez más limitado.

En última instancia, si esta palanca deja de funcionar, EE. UU. se enfrenta a un escenario inédito: una economía gigantesca que vive de refinanciar deuda barata perdería uno de sus “superpoderes estructurales”: poderse endeudar todo lo que quiera y hacer esa deuda barata.

Eso abriría la puerta a tendencias como la desdolarización, la aparición de activos refugio alternativos y la fragmentación de la arquitectura financiera global que ha sostenido la hegemonía americana durante décadas.

¿Cómo afectaría una deuda más cara a la economía norteamericana?

Si Estados Unidos tiene que refinanciar su deuda a tipos más altos durante los próximos años, las repercusiones irán mucho más allá de Wall Street:

1) Mayor peso de los intereses

Una parte creciente del presupuesto federal se destinará solo a pagar intereses de la deuda. Hoy, los intereses ya son uno de los mayores capítulos de gasto del gobierno, superando partidas clave como defensa o educación.
Más intereses significan menos margen para invertir en infraestructuras, innovación, servicios sociales o transición energética.

2) Presión fiscal

Un coste de financiación alto puede derivar en presiones para subir impuestos o recortar gastos públicos. Esto impacta directamente en la clase media y en la economía doméstica, reduciendo la capacidad de consumo y la inversión privada.

3) Crecimiento más débil

La combinación de tipos altos, déficit estructural y menos inversión pública genera un freno para el crecimiento económico. A largo plazo, EE. UU. podría perder competitividad frente a economías emergentes que sí invierten en desarrollo estratégico.

4) Menor margen para responder a crisis

Una deuda cara deja menos espacio para desplegar paquetes de estímulo si llega otra recesión o una nueva pandemia. La “maquinita de imprimir dólares” sigue existiendo, pero se vuelve cada vez más costosa de usar sin disparar la inflación.

En conjunto, una deuda estructuralmente más cara es una losa silenciosa para la potencia norteamericana: erosiona su capacidad de sostener el nivel de vida, su proyección global y su estabilidad interna.

La madre de todas las batallas

En última instancia, la capacidad de EE. UU. para sostener su nivel de vida, financiar su poder militar y exportar su influencia global se basa en un pilar: poder emitir deuda barata y masiva.
El poder del dólar —su estatus como moneda de reserva mundial— no es la causa, sino más bien un efecto de ese sistema: la confianza global en los bonos del Tesoro es lo que mantiene la demanda constante de dólares.
Si esa confianza se erosiona y la deuda deja de ser un refugio automático, el dólar pierde su aura de “activo sin riesgo”.

La historia enseña que esta grieta es letal para las potencias imperiales: Roma, España o Gran Bretaña también sostuvieron su expansión con deuda y recursos externos que terminaron por ser insostenibles.
Cuando esa maquinaria de financiación se rompió —por pérdida de confianza, costes militares demasiado altos o falta de ingresos estables— la decadencia se volvió irreversible.

Dicho de otro modo, una deuda cara es la grieta central que pone en cuestión la hegemonía económica y geopolítica de EE. UU.: es la clave de su posible decadencia.


La guerra de los 13 días y una grieta en el mito


Durante décadas, los bonos del Tesoro de EE. UU. han funcionado como el activo refugio por excelencia cada vez que estallaba una crisis geopolítica, financiera o militar. Desde la Guerra del Golfo hasta los atentados del 11-S, pasando por la invasión de Irak o la anexión de Crimea por parte de Rusia en 2014, la reacción de los mercados era casi automática: vender activos de riesgo (acciones, materias primas más volátiles) y refugiarse en deuda soberana norteamericana.

¿Por qué?
Porque los Treasuries ofrecen tres garantías clave:

  1. Liquidez inigualable: Es el mercado de deuda más grande y profundo del mundo. Se pueden comprar o vender grandes volúmenes casi sin impacto en el precio.

  2. Capacidad de pago: EE. UU. emite deuda en su propia moneda y, en teoría, no puede quebrar porque siempre puede imprimir dólares para cumplir sus obligaciones.

  3. Confianza sistémica: El dólar es la moneda de reserva mundial, y muchos bancos centrales mantienen sus reservas en bonos del Tesoro.

Esta “fuga hacia la seguridad” se refleja históricamente en una caída de los rendimientos de los Treasuries (cuando los precios suben, los rendimientos bajan) en tiempos de tensión.

Un patrón que empieza a resquebrajarse

Pero esta lógica automática no se ha repetido con la misma fuerza durante la reciente escalada entre Israel, EE. UU. e Irán —conocida como la “guerra de los 13 días”—, un episodio que generó temor a un conflicto regional de gran escala en Oriente Medio.

¿Qué pasó esta vez?

  • Durante los días más tensos, los rendimientos de los bonos a 10 y 30 años no bajaron significativamente; en algunos tramos incluso subieron.

  • Por ejemplo, en la semana del 13 al 20 de abril (pico de la escalada), los rendimientos del Treasury a 10 años llegaron a superar el 4,6 %, cuando históricamente habrían caído al menos 30-50 puntos básicos en un contexto de pánico geopolítico.

Este dato marca una grieta: por primera vez en mucho tiempo, los Treasuries no absorbieron todo el flujo de capital “miedoso” como sí sucedía en guerras o crisis anteriores.

¿Qué explica este cambio de comportamiento?

Varios factores estructurales están detrás de este fenómeno:

1. Déficit fiscal y deuda récord

  • EE. UU. tiene un déficit federal cercano al 7 % del PIB y una deuda pública que supera el 120 % del PIB.

  • Esto obliga a emitir cada vez más bonos para financiarse, lo que presiona al alza los tipos de interés y erosiona su atractivo como refugio.

2. Persistencia de la inflación y tipos altos

  • A diferencia de otros periodos, ahora los mercados esperan tipos altos durante más tiempo para controlar una inflación que se resiste a bajar.

  • Esto hace menos atractiva la deuda existente con cupones bajos.

3. Menor dependencia mundial del dólar

  • La desdolarización parcial y la fragmentación geopolítica (China, Rusia y otros países que reducen sus reservas en Treasuries) también restan compradores.

4. Alternativas de refugio más diversificadas

  • En esta crisis, se observó que los inversores optaron por liquidez en dólares, oro y francos suizos, más que por bonos a largo plazo.

  • El oro, por ejemplo, alcanzó máximos históricos por encima de los $2.400 la onza en abril de 2025.

¿Un hecho aislado o una tendencia que se consolida?

La pregunta clave es si esta reacción de los bonos del Tesoro es solo un fenómeno puntual —vinculado a la magnitud relativamente contenida de la escalada entre Israel, EE. UU. e Irán— o si apunta a un cambio más profundo en la forma en que los mercados gestionan el riesgo geopolítico.

De momento, varios indicios sugieren que esta dinámica podría repetirse:

  • Los problemas estructurales de EE. UU. no se resolverán pronto: su déficit y su deuda seguirán creciendo, y la Reserva Federal mantiene un tono restrictivo.

  • La tendencia hacia una geopolítica multipolar hace que cada vez más países diversifiquen sus reservas, reduciendo la compra sistemática de Treasuries.

  • El auge de otros activos de refugio, como el oro, refuerza la idea de un “menú” más amplio para los inversores en tiempos de tensión.

Por supuesto, en crisis de gran magnitud global o de pánico financiero sistémico, los Treasuries seguirán jugando un papel esencial. Pero cada vez más, el mundo financiero ya no se comporta como en los tiempos de hegemonía indiscutida del dólar, y este episodio es una señal más de que esa transición puede estar en marcha.

¿Qué está en juego?

Si esta pérdida de atractivo de los bonos del Tesoro como activo refugio se consolida, las consecuencias serían profundas para la economía norteamericana y para la posición dominante de EE. UU. en el sistema financiero global.

1) Mayor coste de financiación

  • EE. UU. depende de que inversores, bancos centrales y fondos de pensiones sigan comprando su deuda masivamente.

  • Si la demanda se enfría, el Tesoro se ve obligado a ofrecer tipos de interés más altos para colocar sus emisiones → suben los pagos por intereses → se amplía el déficit → se refuerza la espiral de deuda.

2) Debilitamiento del “poder imperial del dólar”

  • La primacía de los Treasuries está íntimamente ligada a la del dólar como moneda de reserva mundial.

  • Si cada vez más países diversifican sus reservas hacia otras divisas o activos (yuan, oro, francos suizos, etc.), la demanda estructural de dólares y bonos se reduce.

  • Esto mina uno de los grandes privilegios de EE. UU.: poder financiarse barato e imprimir dinero sin riesgo inmediato de inflación descontrolada.

3) Erosión de la capacidad de influencia global

  • El dominio del dólar permite a EE. UU. imponer sanciones financieras, congelar activos y ejercer presión económica de forma casi unilateral.

  • Una menor dependencia de los Treasuries y del dólar reduce el margen de maniobra de Washington en disputas geopolíticas.

En definitiva, el debilitamiento de los bonos del Tesoro como “refugio seguro” no es solo un problema para los mercados: abre grietas en la arquitectura de poder económico y diplomático de EE. UU., obligándolo a repensar su modelo de déficit crónico y emisión ilimitada.

¿Un síntoma de debilidad estructural?

Lo que muestra la guerra de los 13 días no es que los Treasuries hayan dejado de ser un activo refugio —siguen siéndolo—, sino que su “dominio absoluto” se está erosionando. La confianza de que EE. UU. siempre podrá financiarse barato y sin límites se ve matizada por:

  • la magnitud de su deuda,

  • la competencia de otros activos refugio,

  • y un contexto geopolítico cada vez más fragmentado.

En el largo plazo, esto podría traducirse en costes de financiación más altos para EE. UU., una presión adicional sobre su presupuesto federal y una señal de que el “imperialismo financiero” americano empieza a mostrar grietas.
No es un colapso inminente, pero sí una advertencia: la seguridad que ofrecen los Treasuries ya no es incondicional.