Este 2025, Estados Unidos afronta un reto monumental: más de 7 billones de dólares en deuda a corto plazo —bonos y letras del Tesoro— deben ser refinanciados. Esta cifra no es un capricho: es consecuencia de una estrategia financiera que se consolidó especialmente tras la pandemia de 2020 y la respuesta fiscal masiva de la Reserva Federal y el Tesoro.
¿Por qué tanta deuda a corto plazo?
-
Durante años de tipos de interés cercanos a cero, era tentador para EE. UU. emitir deuda a vencimientos más cortos, que pagaba cupones más bajos.
-
La idea era refinanciarla cuando venciera, asumiendo que los tipos seguirían bajos.
-
Esta táctica permitió cubrir gastos extraordinarios (estímulos COVID, subsidios, déficits crónicos) sin encarecer demasiado la carga de intereses.
Pero ahora, con tipos persistentemente altos, ese volumen de deuda a corto plazo se convierte en una trampa: refinanciar es mucho más caro y más frecuente.
Para muchos analistas, esta estrategia de sobrecargar la parte corta de la curva de vencimientos muestra:
-
Falta de disciplina fiscal estructural (no se toman medidas para contener déficit).
-
Dependencia crónica de la confianza exterior.
-
Vulnerabilidad: cada vencimiento es una oportunidad para que el mercado exija más rentabilidad si percibe riesgos
Así, la montaña de vencimientos de 2025 es más que un dato contable: es un reflejo de la fragilidad de un modelo que necesita crisis externas para mantener viva la demanda de sus bonos.
El mecanismo clásico: la tensión como “lubricante”
Durante décadas —especialmente desde los años setenta, tras el abandono del patrón oro y la consolidación de los petrodólares— Estados Unidos ha sabido que la incertidumbre internacional puede funcionar como un mecanismo para atraer capitales “miedosos” hacia sus bonos.
A partir de ese momento, sin el corsé del oro y con el dólar como moneda de reserva, cada conflicto, crisis o tensión geopolítica ha reforzado la demanda de Treasuries, permitiendo a EE. UU. financiar déficits estructurales a tipos de interés más bajos de lo que serían en un mundo estable.
No es casualidad que esta decisión —romper el patrón oro— se tomase precisamente por las dificultades de financiar una guerra costosa como Vietnam sin agotar las reservas de oro. Y tampoco es casualidad que, desde entonces, casi todos los presidentes estadounidenses hayan tenido su propia “guerra” o conflicto exterior::-
Reagan en Centroamérica y Oriente Medio.
-
Bush padre en Irak y Panamá.
-
Bush hijo en Afganistán e Irak.
-
Obama en Libia, Siria y drones en Yemen.
-
Incluso Trump, pese a prometer menos intervención, mantuvo la tensión con Irán y Corea del Norte.
Esto no significa que cada guerra se planifique exclusivamente para mover los mercados de deuda, pero sí muestra que la política exterior beligerante ha coincidido históricamente con un flujo constante de capitales hacia los bonos, lo que contribuye a financiar el déficit estructural.
En la práctica, este flujo de capitales “miedosos” hacia los bonos del Tesoro tiene un efecto muy directo:
abarata el coste de la deuda estadounidense.
Cuanta más demanda internacional hay por Treasuries, menor es la rentabilidad que el Tesoro debe ofrecer para colocar nuevas emisiones o refinanciar vencimientos.
Así, cada dólar asustado que se refugia en bonos contribuye a sostener el déficit estructural de EE. UU. con tipos de interés más bajos de lo que serían en un mundo estable.
Por eso, para muchos analistas críticos, la tensión internacional actúa como un “lubricante” financiero que hace más fácil y barato perpetuar un modelo de gasto crónico y deuda creciente.
La hipótesis: ¿Trump ha vuelto a jugar esta carta?
Desde al menos la década de los años setenta, muchos analistas sostienen que las administraciones estadounidenses han jugado —de forma consciente o no— con los desequilibrios y tensiones internacionales como palanca para reforzar la demanda global de sus bonos y mantener bajo control el coste de su deuda.
Este patrón se consolidó tras el fin de Bretton Woods, cuando EE. UU. empezó a sostener déficits fiscales estructurales financiados por la confianza mundial en sus Treasuries.
Hoy, con Trump nuevamente en la Casa Blanca, esta lógica cobra aún más fuerza:
👉 Uno de los objetivos centrales que rigen sus decisiones de política exterior es generar un contexto internacional lo bastante inestable para que el miedo de los mercados reactive la tradicional fuga hacia los bonos del Tesoro.
👉 Con una montaña récord de deuda a corto plazo que debe refinanciarse este mismo 2025, Trump no puede permitirse un mundo estable: necesita que los capitales “miedosos” vuelvan a refugiarse en la deuda norteamericana para suavizar la presión de los intereses crecientes.
En la reciente “guerra de los 13 días”, sin embargo, algo no salió del todo como se esperaba:
-
Los bonos no se comportaron como refugio automático.
-
Parte de los inversores prefirió el oro, la liquidez en dólares o incluso divisas europeas.
-
La vieja fórmula de “provocar tensión = deuda más barata” parece menos fiable.
El primer año de Trump (2025): hechos que demuestran la apuesta por la desestabilización
Aunque Trump y su equipo insisten públicamente en que su política exterior busca la “paz mediante la fuerza” o la “defensa de los intereses de EE. UU.”, basta mirar los movimientos clave de su primer año de regreso en la Casa Blanca para ver un patrón claro: cada jugada contribuye a mantener el tablero internacional bajo tensión.
Algunos ejemplos que refuerzan esta lectura:
-
Escalada calculada en Oriente Medio
Bajo su liderazgo, EE. UU. no solo respaldó sin reservas las acciones militares de Israel, sino que alimentó una espiral de ataques y contraataques con Irán, sin cerrar la vía diplomática ni buscar una salida estable. El resultado: un conflicto “controlado” que genera miedo en los mercados, pero no desemboca en guerra abierta. -
Amenazas comerciales y sanciones
Trump ha reactivado frentes de presión sobre China con nuevos aranceles y sanciones a sectores clave de tecnología, argumentando “seguridad nacional”. Estas medidas elevan la tensión comercial global y la percepción de fragmentación de bloques. -
Retórica beligerante con potencias rivales
Declaraciones incendiarias contra gobiernos como Corea del Norte o Venezuela reaparecen como parte del guion: tensiones puntuales que sirven como recordatorio de la “volatilidad mundial”. -
Alianzas tensas en Europa
Trump ha presionado a la OTAN para aumentar el gasto militar y ha criticado a socios europeos por sus políticas energéticas con Rusia, manteniendo un clima de desconfianza dentro del bloque occidental.
Cada uno de estos movimientos, tomado por separado, podría justificarse como defensa de intereses nacionales. Pero en conjunto pintan un escenario coherente: Trump no busca cerrar focos de tensión, sino mantenerlos activos —lo bastante calientes para generar incertidumbre, pero sin perder el control—.
De esta forma, alimenta la percepción de riesgo global y favorece indirectamente la vieja fórmula:
👉 capitales asustados vuelven a los bonos del Tesoro,
👉 EE. UU. logra refinanciar una deuda récord con un coste más manejable.
¿Motivos para la alarma?
En la reciente “guerra de los 13 días”, los bonos del Tesoro no se comportaron como refugio automático.
En lugar de una bajada fuerte de rendimientos —como habría ocurrido históricamente en una crisis en Oriente Medio—, los rendimientos de los Treasuries a 10 años se mantuvieron por encima del 4,5 % y en algunos días incluso repuntaron ligeramente.
Parte de los flujos de capitales buscó oro, dólares líquidos o francos suizos, dejando claro que la confianza absoluta en los bonos norteamericanos empieza a erosionarse.
Como resultado, EE. UU. sale de este episodio con un coste de financiación igual de elevado —o incluso algo más alto— de lo que se preveía antes de la escalada, cuando la expectativa era que el miedo internacional abaratara su deuda.
En otras palabras, la “palanca de la tensión” no solo no funcionó del todo: ha dejado a la economía norteamericana con la misma factura de intereses y un margen de maniobra cada vez más limitado.
En última instancia, si esta palanca deja de funcionar, EE. UU. se enfrenta a un escenario inédito: una economía gigantesca que vive de refinanciar deuda barata perdería uno de sus “superpoderes estructurales”: poderse endeudar todo lo que quiera y hacer esa deuda barata.
Eso abriría la puerta a tendencias como la desdolarización, la aparición de activos refugio alternativos y la fragmentación de la arquitectura financiera global que ha sostenido la hegemonía americana durante décadas.
¿Cómo afectaría una deuda más cara a la economía norteamericana?
Si Estados Unidos tiene que refinanciar su deuda a tipos más altos durante los próximos años, las repercusiones irán mucho más allá de Wall Street:
1) Mayor peso de los intereses
Una parte creciente del presupuesto federal se destinará solo a pagar intereses de la deuda. Hoy, los intereses ya son uno de los mayores capítulos de gasto del gobierno, superando partidas clave como defensa o educación.
Más intereses significan menos margen para invertir en infraestructuras, innovación, servicios sociales o transición energética.
2) Presión fiscal
Un coste de financiación alto puede derivar en presiones para subir impuestos o recortar gastos públicos. Esto impacta directamente en la clase media y en la economía doméstica, reduciendo la capacidad de consumo y la inversión privada.
3) Crecimiento más débil
La combinación de tipos altos, déficit estructural y menos inversión pública genera un freno para el crecimiento económico. A largo plazo, EE. UU. podría perder competitividad frente a economías emergentes que sí invierten en desarrollo estratégico.
4) Menor margen para responder a crisis
Una deuda cara deja menos espacio para desplegar paquetes de estímulo si llega otra recesión o una nueva pandemia. La “maquinita de imprimir dólares” sigue existiendo, pero se vuelve cada vez más costosa de usar sin disparar la inflación.
En conjunto, una deuda estructuralmente más cara es una losa silenciosa para la potencia norteamericana: erosiona su capacidad de sostener el nivel de vida, su proyección global y su estabilidad interna.
La madre de todas las batallas
En última instancia, la capacidad de EE. UU. para sostener su nivel de vida, financiar su poder militar y exportar su influencia global se basa en un pilar: poder emitir deuda barata y masiva.
El poder del dólar —su estatus como moneda de reserva mundial— no es la causa, sino más bien un efecto de ese sistema: la confianza global en los bonos del Tesoro es lo que mantiene la demanda constante de dólares.
Si esa confianza se erosiona y la deuda deja de ser un refugio automático, el dólar pierde su aura de “activo sin riesgo”.
La historia enseña que esta grieta es letal para las potencias imperiales: Roma, España o Gran Bretaña también sostuvieron su expansión con deuda y recursos externos que terminaron por ser insostenibles.
Cuando esa maquinaria de financiación se rompió —por pérdida de confianza, costes militares demasiado altos o falta de ingresos estables— la decadencia se volvió irreversible.
Dicho de otro modo, una deuda cara es la grieta central que pone en cuestión la hegemonía económica y geopolítica de EE. UU.: es la clave de su posible decadencia.