Es verdad que la historia que nos cuenta Mira Nair no es nueva.
"El buen nombre" narra con medido ritmo y hermosas imágenes los avatares de una familia hindú residente en los Estados Unidos a lo largo de dos generaciones. Las relaciones entre padres e hijos, los encuentros y los desencuentros... Hemos visto ya muchas películas construídas con este material, pero la visión de "El buen nombre", y pese a todo, resulta una experiencia emocionante y entretenida.
Seguramente, y conectando con un post anterior sobre "The river queen", porque tan importante como la historia misma es el modo y la intensidad con la que es relatada.
Hay quién dice que siempre nos contamos los unos a los otros las mismas dos o tres historias. De hecho, y durante la oscuridad paleo y neolítica, nuestros antepasados se congregaban ante la hoguera para escuchar las mismas historias que pasaban de padres a hijos buscando que todos pudieran entregarse al sueño justificados.
Y digo ésto para afirmar que el hecho de que una historia ya ha sido mil veces relatada no es un impedimento para que continúea interesandonos. Si el narrador la ama y consigue transmitirnos ese amor, nosotros también la amaremos. Si nos susurra al oído cosas que siempre habíamos sentido y nunca habíamos sabido como pronunciar, seguiremos escuchándola hasta el fin de nuestros días.
En este sentido, "El buen nombre" se me antoja un magnífico ejemplo.
Dedicada a todos los padres del mundo, "El buen nombre" nos relata la cotidiana epopeya pequeña del existir de una forma muy emocionante y a través de la metáfora de un nombre rechazado que finalmente terminará siendo el bueno.
Y entre medias, la vida misma.
La eterna dificultad de ese encuentro entre padres e hijos separados por diferentes intereses, por diferentes percepciones de vida por estar viviendola en diferentes momentos del tiempo.
La melancolía de siempre demasiado tarde acabar comprendiendo.
Y volver a empezar... con el nombre correcto.