martes, abril 01, 2008
No es en absoluto Tideland una película fácil de ver.
Si en todas las películas siempre existen aspectos complicados que juegan con los fantasmas más profundos del público, en ésta que nos ocupa Terry Gilliam alcanza el extremo en sus planteamientos anómicos y provocadores.
Al fin y al cabo, Tideland no es otra cosa que la historia de una niña que juega con las decapitadas cabezas de sus muñecas rodeada de un mundo absolutamente loco y abandonado, más propio de "La matanza de Texas" que de una película infantil... Pero, y al mismo tiempo, hay belleza en el tránsito emocional de una niña desde la nada que sus padres locos y drogadictos le ofrecen antes de morir hasta el "un poco" con que la película se cierra.
Un final hermoso que se convierte en metáfora de la propia película, los ojos de las niñas centelleando pequeñas estrellas antes de desaparecer en la oscuridad de la pantalla cerrada hablan de Tideland como la descripción de una realidad mediada e interpretada por la exhuberante imaginación de la niña, una imaginación tan exhuberante que incluso encuentra morivos para agarrarse en un paraje tan vacío y desolado como las grandes praderas tejanas.
Tideland es una obra maestra... no apta para todos los públicos como casi todas las cosas que merecen la pena en este mundo.
Reunidos todos
una vez más ante tu seca mesa.
Recibiendo uno por uno
la venenosa bendición
de tu luz negra.
Deslumbrados
por tu silencio.
Royendo las sobras
del misterio que
obstinadamente
y desde siempre
nos niegas.
Serás siempre un enigma
en tu muerte
muy anterior a la verdadera,
una llegada que esperas sentado
sobre tu descuidada barba
mientras nuestras miradas
te buscan
y como siempre no te encuentran,
para siempre marcadas
por tu oscura huella.
domingo, marzo 30, 2008
Y quiero creer que el significado de esta frase tiene que ver con lo misterioso de este sentimiento que de cuando en cuando nos revienta las costuras del cuerpo, poniendo adentro lo que antes estaba fuera y afuera lo que antes estaba dentro.
Sólo hay pruebas, actos, acciones dirigidas hacia la persona amada buscando que ella intuya en nosotros la presencia de ese misterio.
Esperanza y confianza ciega en que se nos entienda mucho más allá de aquello que estamos haciendo y diciendo.
Siempre hay un punto de desesperación en todo amor, una desesperación que descansa en la incertidumbre de ser lo suficientemente elocuentes o lo suficientemente entendidos.
Para mi gusto, "Belleza robada" es una de las mejores películas de Bernardo Bertolucci.
Con el inconfundible sabor próximo de las obras pequeñas, "Belleza robada" nos cuenta la historia del despertar sentimental de Lucy, una adolescente norteamericana que regresa a la Toscana en busca de los fantasmas de un amor de verano y el fantasma de su madre muerta. Allí, su incesante e inagotable preguntar se enmarcará en el desgastado marco de un universo de adultos cínicos y escépticos, entregados a la vorágine disolvente de su propia vida, una vorágine muy alejada de las preocupaciones de Lucy y directamente inspirada por la inevitable enfermedad del tiempo pasado y pasando que todos padecen. Después de todo, la madurez no es otra cosa que la juventud dividida una y otra vez por el tiempo en una interminable fracción que va restanto entidad al dividendo.
De entre todos los personajes son dos los que destacan.
El enfermo terminal David que Jeremy Irons interpreta con su habitual buen hacer y saber estar y, por encima de todos ellos, el maravillos Monsieur Guillaume interpretado por el aquel entonces eterno Jean Marais.
El primero se convierte en una especie de interpretante entre la ilusionada Lucy y el desilusionado mundo de los adultos. Hasta cierto punto, David ve en la joven una extensión de su agonizante sí mismo, una extensión que le sobrevivirá garantizándo una cierta inmortalidad de su modo de entener la vida. Por eso lucha hasta el final porque Lucy no pierda la ilusión dejándose influir por el mundo de adultos que le rodea.
Hasta cierto punto, David tiene el atractivo de un Peter Pan con el corazón atravesado por la espada del Capitán Garfio, una espada que solo la joven Lucy es capaz de atravesar devolviéndole la ilsuión por una vida que se le escapa como arena entre los dedos.
Mi fracaso y yo amamos a este personaje. Lo estudiamos cuidadosamente para que sea nuestro modelo cuando nos llegue ese mismo momento. Será entonces cuando busquemos una Lucy... seguramente de forma infructuosa.
El segundo, Monsieur Guillaume, es un elemento de comunicación directa con las zonas de inspiración profunda donde centellean las grandes emociones y los grandes pensamientos. La presencia de Marais es un alucinado y maravilloso homenaje al Marais en blanco y negro que fue instrumento para la expresión cinematográfica del gran Jean Cocteau.
Monsieur Guillaume es un fantasma de intertextualidad que pulula distante y autosuficiente en su vejez casi centenaria para transmitirnos la maravilla de su palabra llena de sabiduría. Una de sus palabras me ha llegado hasta lo más hondo.
"No existe el amor, sólo actos de amor".
(Ir a 4:30)Y ese soy yo.
Un intenso, incomprensible para sí mismo y quién más lo ama e incomprendido para lo más amado, acto de amor diluyéndose como una lágrima de impotencia bajo la fresca lluvia de un nuevo día que brilla ya para otros ojos.
Mi fracaso bien lo sabe.
Podría escribir como Pavese el final de este blog reclamando un gesto, pero no estoy dispuesto a vender tan barata mi derrota.
Todavía espero de la vida más dolor y más misterio, porque mi esperanza es insaciable. Mi fracaso la alimenta todos los días y en su rincón oscuro con los pedazos rotos de todos los sueños que mi torpeza cuidadosamente resquebraja para que parezca que son otros quienes los rompen.
Robando belleza.
Y el culpable está en el tiempo.
viernes, marzo 21, 2008
Hay que alabar sus méritos; esforzarse en darle ánimos, en preparar su humor; volverlo tan receptivo a las observaciones del mismo modo que el hombre sediento lo es al agua. Es entonces cuando hay que corregir sus errores. La crítica constructiva es delicada."
(Hagakure)
jueves, marzo 20, 2008
(Hagakure, El Código del Samurai. Yamamoto Tsunetomo)
miércoles, marzo 19, 2008
Otro ejemplo más del cine convertido en producto de consumo rápido. Gadget para el ocio que, amparado en un enorme despliegue de medios técnicos, llega al espectador como un efecto de prestidigitador, pero que no termina de traspasarle, de prenderle un pedazo de alma.
El argumento rutinario y esquemático se convierte en un mero soporte sobre el que descansa una sucesión de prodigios tecnológicos (más o menos conseguidos) que son narrados con corrección y sin demasiado interés por un Roland Emmerich que ha tenido tardes mejores.
10.000 es una película que progresivamente deja de interesar por moverse en las zonas comunes del estereotipo de forma que un espectador avezado puede adivinar en todo momento lo que va a suceder en la secuencia siguiente sin sentir la menor tensión añadida por un presunto temor al desacierto.
Todo sucede de acuerdo con lo esperado. El elegido cumple con su cometido liberador y el amor de la chica sin hacer más esfuerzos de los necesarios... Y ésto lo percibe el público.... El aspecto, para mí, más interesante de la película... Un aspecto que, por cierto, no se encuentra dentro de ésta sino en la actitud que despierta en el público concregado a verla.
Se trata de un objeto para usar y tirar, para ocupar dos horas de tiempo de una forma más o menos entretenida. Un objeto que no se hace respetar sembrando en el espectador emociones intensas, haciéndoles llorar y reir de una forma verdadera, sino recurriendo al simulacro de la eterna repetición de la copia, del estereotipo una y otra vez convocado.
Así, el espectador siempre se encuentra emocionalmente por encima de la obra, la controla y domina. No le supone ningún reto, no le despierta ningún suspiro, ningún silencio. Sólo se trata de más de lo mismo y como tal lo valora en la nada de su justa medida.
No es lo mismo ver 10.000 que, por ejemplo, Los profesionales de Richard Brooks... por decir alguna película de verdad.
domingo, marzo 16, 2008
esperar con paciencia la aparición en su conciencia de ese recuerdo.
Pasear aquella playa una vez más,
detenerse junto a aquellas rocas desde las que se divisaba la vieja ciudad,
pequeña y blanca,
como abandonada durante la noche por el silencioso mar de agosto.
Amasar ese recuerdo una y otra vez.
Adivinar el contorno del traslúcido fantasma de otra isla egea apenas insinuándose en el horizonte.
Moldearlo cuidadosamente a imagen y semejanza de un sentimiento de paz y tranquilidad
jamás sentido por su corazón en aquel momento.
Sólo bajo los rigores que imponen las distancias de los espacios y tiempos.
Soñar aquel vino,
volver a beberlo sin prisa,
al milenario ritmo de las olas
que traen en su constante rumor el disuelto polvo de viejos dioses y templos.
(Cien años de soledad, Gabriel García Márquez)
El mundo descrito en Blade Runner es un mundo de máxima incertidumbre.
La tecnología y la genética han alcanzado tales niveles de prefección en sus productos que se hace muy difícil distinguir la vida real de la vida artificial. Así, no existe una clara certeza de que el otro sea el humano que a simple vista parece ser, pero las cosas resultan mucho más complicadas desde el momento en que ya no se trata del otro. También puede tratarse de uno mismo.
En "Blade Runner", la incertidumbre vivie en los otros, pero también anida en el propio yo. No solo nos preguntamos ¿quién es? o ¿quienes son? sino también, y ésto es lo más desasosegador, ¿quién soy?
La obsesión por la realidad y la peligrosa dialéctica que éste concepto tan complicado tiene con la propia percepción es asunto esencial en la obra de Phillip K. Dick, autor del libro "¿Sueñan los androides con las ovejas eléctricas?" en que se basa la película. En la obra de Phillip K. Dick abundan los personajes que, súbitamente, descubren que las cosas no son lo que parecen ser.
Siempre hay un proceso de descubrimiento a través de la percepción de una contradicción que puede ser tan global y absoluta como la propia existencia desencajada del uno mismo.
Habitual experimentador de sustancias enteogénicas, Dick tenía una relación conflictiva con eso que todos llamamos "realidad" y que solemos utilizar para imponernos sobre los otros presentándonos como mejores conocedores de su esencia. Y en este sentido la historia que s enos relata en "Blade Runner" es la puesta por obra llevada al extremo de esta relación conflictiva.
Después de todo, descubrirse siendo en realidad un otro muy diferente, como le sucede al personaje de Rachael, implica un radical cuestionamiento de nuestra capacidad para percibir realmente aquello que podríamos llamar esencia de las cosas
Por otro lado, ni la filosofía (¿empirismo o idealismo?) ni la física (la influencia de la mecánica cuántica en la constitución de nuestro mundo euclidiano) tienen muy claro el concepto de realidad.
Y además, y aunque percibamos la realidad de la botella, no tendremos claro si está medio llena o medio vacía.