LAS RAMAS DEL ÁRBOL
No voy a decir nada sobre el bengalí Satyajit Ray.
Ya lo ha dicho otro grande Akira Kurosawa:
"The quiet but deep observation, understanding and love of the human race, which are characteristic of all his films, have impressed me greatly… I feel that he (Ray) is a ‘giant’ of the movie industry. Not to have seen the cinema of Ray means existing in the world without seeing the sun or the moon."
Poco hay que añadir.
Sólo, quizá insistir en que, si aun no has visto ninguna película o documental de Ray, el cine volverá a sorprenderte.
Recuperando esa idea de imagenes verdaderas de Wim Wenders, Ray es de esos pocos privilegiados que tienen el don de producir imágenes verdaderas, imágenes que parecen transparentes y en las que se transfiguran autenticos y absolutos seres humanos con todas sus virtudes y todos sus defectos.
Parece que no pasan cosas, a veces, en las películas de Ray y lo que pasa es sencillamente éso... la vida.
Rodada en 1990, "Las ramas del árbol" es la penúltima película de Ray. Nos cuenta la historia de la visita de todos los miembros de una familia a la casa del padre enfermo. A lo largo de las dos horas de duración de la película, Ray tiene tiempo para dotar de profundidad, de infundir el don de la carne y e la sangre a todos y cada uno de los personajes que se nos aparecen ora satisfechos, ora preocupados, ora tristes , ora contentos, en definitiva entregados al fragor de su propia vida.
Pero, y al mismo tiempo, Ray, construye un precioso y melancólico segundo nivel de discurso en torno a la casa del padre, una especie de paraíso encontrado en el que todavía descansan las virtudes de una manera de ser que afuera parecen haberse perdido para siempre.
El viejo Ray, del mismo modo que el viejo Eastwood en casi todas sus últimas películas, nos presenta entre las ramas de ese árbol un nostálgico y melancólico canto de una manera de ser, de un tiempo ya pasado en el que existían valores, criterio y convicción a la hora de vivir la vida.
Para Ray, como para Eastwood, algo se ha desvanecido en el corazón de las personas y un poco de ese algo todavía permanece posado en los rincones o enredado en los visillos de la casa del padre... y no lo hará por demasiado tiempo.
En un hermoso y triste final, el recuperado padre escuchará de labios de su nieto la sentencia de muerte de cualquier esperanza de que las cosas puedan ser de otra manera, lejos de una vida que se valora en dinero y desde la necesidad de tener más a cualquier precio.
"Las ramas del árbol" no están a la altura de su obra maestra, la Trilogía de Apu, pero sin duda es la obra de un maestro.
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No voy a decir nada sobre el bengalí Satyajit Ray.
Ya lo ha dicho otro grande Akira Kurosawa:
"The quiet but deep observation, understanding and love of the human race, which are characteristic of all his films, have impressed me greatly… I feel that he (Ray) is a ‘giant’ of the movie industry. Not to have seen the cinema of Ray means existing in the world without seeing the sun or the moon."
Poco hay que añadir.
Sólo, quizá insistir en que, si aun no has visto ninguna película o documental de Ray, el cine volverá a sorprenderte.
Recuperando esa idea de imagenes verdaderas de Wim Wenders, Ray es de esos pocos privilegiados que tienen el don de producir imágenes verdaderas, imágenes que parecen transparentes y en las que se transfiguran autenticos y absolutos seres humanos con todas sus virtudes y todos sus defectos.
Parece que no pasan cosas, a veces, en las películas de Ray y lo que pasa es sencillamente éso... la vida.
Rodada en 1990, "Las ramas del árbol" es la penúltima película de Ray. Nos cuenta la historia de la visita de todos los miembros de una familia a la casa del padre enfermo. A lo largo de las dos horas de duración de la película, Ray tiene tiempo para dotar de profundidad, de infundir el don de la carne y e la sangre a todos y cada uno de los personajes que se nos aparecen ora satisfechos, ora preocupados, ora tristes , ora contentos, en definitiva entregados al fragor de su propia vida.
Pero, y al mismo tiempo, Ray, construye un precioso y melancólico segundo nivel de discurso en torno a la casa del padre, una especie de paraíso encontrado en el que todavía descansan las virtudes de una manera de ser que afuera parecen haberse perdido para siempre.
El viejo Ray, del mismo modo que el viejo Eastwood en casi todas sus últimas películas, nos presenta entre las ramas de ese árbol un nostálgico y melancólico canto de una manera de ser, de un tiempo ya pasado en el que existían valores, criterio y convicción a la hora de vivir la vida.
Para Ray, como para Eastwood, algo se ha desvanecido en el corazón de las personas y un poco de ese algo todavía permanece posado en los rincones o enredado en los visillos de la casa del padre... y no lo hará por demasiado tiempo.
En un hermoso y triste final, el recuperado padre escuchará de labios de su nieto la sentencia de muerte de cualquier esperanza de que las cosas puedan ser de otra manera, lejos de una vida que se valora en dinero y desde la necesidad de tener más a cualquier precio.
"Las ramas del árbol" no están a la altura de su obra maestra, la Trilogía de Apu, pero sin duda es la obra de un maestro.
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