Si a uno no le mata la pasión, termina devorándole el hastío.
El eterno retorno de lo mismo sucediendo puntual y sin sorpresa es la enfermedad que afecta el alma de Jep Gambardella, el magnífico y fascinante protagonista de "La Grande Belleza", la última película del italiano Paolo Sorrentino.
"La Grande Bellezza" no es otra cosa que un brillante ensayo cinematográfico sobre uno de los grandes riesgos de vivir: el hastío.
Entre el vivir la vida rápido y deprisa, en un eterno presente, o hacerlo con calma y queriendo durar, reservando siempre una parte de los esfuerzos dedicados al presente para el futuro, Jep Gambardella siempre ha optado por la primera opción. Pero, y en el ahora en que sucede la historia y a sus 65 años, Gambardella descubre que ha vivido demasiados presentes uno detrás de otro y que el hastío que siente es la principal consecuencia de ese continuo exceso.
La película nos descubre la toma de conciencia por parte de Gambardella de ese su destino.
La tragedia de no haberse quedado enganchado en ninguna pasión le encierra en un desesperanzado sentimiento de vaciedad del que no puede renegar porque se trata de él mismo, de la suma de todas sus decisiones proyectándose en el presente desde el pasado.
Al final ha conseguido lo que deseaba y la consecución de ese deseo encierra una maldición con la que Gambardella quiere negociar un alto el fuego hasta el final de sus días mientras pasea su elegancia por la frivolidad de una Roma de la alta sociedad que constituye un magnífico y precioso envoltorio para el particular viaje al final de la noche de Gambardella.
Parafraseando al nihilista Celine por quien Sorrentino profesa una gran admiración, la tristeza del mundo tiene diferentes maneras de llegar a la gente y casi siempre se las arregla para hacerlo y Gambardella no es diferente al resto de seres humanos.
A su elevado e inaccesible mundo de aristocrática distinción la tristeza del vivir también alcanza materializandose en ese irrefrenable y melancólico sentimiento de hastío a cuyo helado abrazo Gambardella poco a poco va haciéndose conforme la película avanza.
Este reflexivo viaje del protagonista sucede a su vez en un entorno fascinante, el de la Roma de la alta sociedad que representa esa explosiva vorágine de eterno presente con la que Gambardella cada vez tiene más problemas para enganchar encerrado en eso que Gil de Biedma tan maravillosamente llamó las ruinas de la propia inteligencia.
Pero no me importa Roma tanto como el enfrentamiento de Gambardella con su propio sinsentido, algo que tarde o temprano todos tenemos que afrontar.
Melancólica y muy terrible "La Grande Bellezza" es una de esas películas que me gustan a mí: películas que le siguen a uno descalzas hasta casa.
Con momentos gloriosos como ese paseo nocturno por los palacios a la luz de las velas o ese encuentro mágico de Gambardella con la maravillosa Fanny Ardant en una esquina romana cualquiera, "La Grande Belleza" es por encima de todo una película inolvidable.
Excepcional.
El eterno retorno de lo mismo sucediendo puntual y sin sorpresa es la enfermedad que afecta el alma de Jep Gambardella, el magnífico y fascinante protagonista de "La Grande Belleza", la última película del italiano Paolo Sorrentino.
"La Grande Bellezza" no es otra cosa que un brillante ensayo cinematográfico sobre uno de los grandes riesgos de vivir: el hastío.
Entre el vivir la vida rápido y deprisa, en un eterno presente, o hacerlo con calma y queriendo durar, reservando siempre una parte de los esfuerzos dedicados al presente para el futuro, Jep Gambardella siempre ha optado por la primera opción. Pero, y en el ahora en que sucede la historia y a sus 65 años, Gambardella descubre que ha vivido demasiados presentes uno detrás de otro y que el hastío que siente es la principal consecuencia de ese continuo exceso.
La película nos descubre la toma de conciencia por parte de Gambardella de ese su destino.
La tragedia de no haberse quedado enganchado en ninguna pasión le encierra en un desesperanzado sentimiento de vaciedad del que no puede renegar porque se trata de él mismo, de la suma de todas sus decisiones proyectándose en el presente desde el pasado.
Al final ha conseguido lo que deseaba y la consecución de ese deseo encierra una maldición con la que Gambardella quiere negociar un alto el fuego hasta el final de sus días mientras pasea su elegancia por la frivolidad de una Roma de la alta sociedad que constituye un magnífico y precioso envoltorio para el particular viaje al final de la noche de Gambardella.
Parafraseando al nihilista Celine por quien Sorrentino profesa una gran admiración, la tristeza del mundo tiene diferentes maneras de llegar a la gente y casi siempre se las arregla para hacerlo y Gambardella no es diferente al resto de seres humanos.
A su elevado e inaccesible mundo de aristocrática distinción la tristeza del vivir también alcanza materializandose en ese irrefrenable y melancólico sentimiento de hastío a cuyo helado abrazo Gambardella poco a poco va haciéndose conforme la película avanza.
Este reflexivo viaje del protagonista sucede a su vez en un entorno fascinante, el de la Roma de la alta sociedad que representa esa explosiva vorágine de eterno presente con la que Gambardella cada vez tiene más problemas para enganchar encerrado en eso que Gil de Biedma tan maravillosamente llamó las ruinas de la propia inteligencia.
Pero no me importa Roma tanto como el enfrentamiento de Gambardella con su propio sinsentido, algo que tarde o temprano todos tenemos que afrontar.
Melancólica y muy terrible "La Grande Bellezza" es una de esas películas que me gustan a mí: películas que le siguen a uno descalzas hasta casa.
Con momentos gloriosos como ese paseo nocturno por los palacios a la luz de las velas o ese encuentro mágico de Gambardella con la maravillosa Fanny Ardant en una esquina romana cualquiera, "La Grande Belleza" es por encima de todo una película inolvidable.
Excepcional.