Después de tantos años viendo películas de Almodovar no tengo la menor duda de que el director manchego lleva décadas encerrado en un circuito cerrado.
Los personajes, lo que les pasa, incluso lo que dicen se repite una y otra vez, de manera constante.
Algunos elementos quedan fuera, no son usados en esta ocasión, pero sin duda volverán a aparecer. Quién sabe. Quizá en la próxima edición de su misma historia de siempre. Esa en el que las consecuencias de un pasado trágico producen personajes complicados enfrentados a un presente complejo, personajes solitarios y heridos, convertidos en peligrosos misterios para todos aquellos que se acercan atraídos por la aparente belleza de su trauma.
Y no es que Almodovar no sepa contar una historia.
Su capacidad de emocionar está ahí, en lo táctico de algún momento narrativo, pero, y en general, el enorme ego del autor siempre termina colocándose entre el espectador y lo que mira.
Continuando con la diferenciación Rohmeriana entre el decir y el mostrar, Almodovar no está entre los directores que muestran sino entre los que dicen.
Y es precisamente en esa repetición de elementos narrativos absolutamente evidente donde el autor, necesitando ser reconocido por el espectador como tal, se muestra.
En su cine, Almodovar es el protagonista,
Y si hay algo que detesto no es la inevitable transparencia del ego del autor sino la absoluta evidencia de esa intención que convierte a todo su cine en un acto impostado de locución, un más que evidente espectáculo de cartón piedra que aspira a esa "qualité" tan falsa, basada en el decir, contra la que los directores de la "nouvelle vague" francesa se levantaron.
Almodovar quiere ser el protagonista de sus propias películas y personalmente encuentro insoportable sentir que me haga sentir que esto es así.
Esta "Julieta" es un nuevo y magnífico ejemplo de la impúdica exhibición de necesidad de reconocimiento que Almodovar ejecuta de manera consciente y voluntaria, a mi entender, en todas sus películas.
Además, y para hacer peor las cosas, no puedo con esa vocación por la tristeza y el drama que hacen de Almodovar, para mi gusto, el Sergio Leone del melodrama, de la tragedia cinematográfica.
Todo es solemne, impostado, esclerótico, pedante, enfático y el objetivo es hacer llorar por lo civil o por lo penal.
Con el tiempo, el cine de Almodovar ha devenido en un acto de desnudez autoral bastante triste.
Una tristeza que quisiera ser triste de verdad, como una canción de Chavela Vargas, pero que casi siempre se queda en falsa mueca exagerada.
Los personajes, lo que les pasa, incluso lo que dicen se repite una y otra vez, de manera constante.
Algunos elementos quedan fuera, no son usados en esta ocasión, pero sin duda volverán a aparecer. Quién sabe. Quizá en la próxima edición de su misma historia de siempre. Esa en el que las consecuencias de un pasado trágico producen personajes complicados enfrentados a un presente complejo, personajes solitarios y heridos, convertidos en peligrosos misterios para todos aquellos que se acercan atraídos por la aparente belleza de su trauma.
Y no es que Almodovar no sepa contar una historia.
Su capacidad de emocionar está ahí, en lo táctico de algún momento narrativo, pero, y en general, el enorme ego del autor siempre termina colocándose entre el espectador y lo que mira.
Continuando con la diferenciación Rohmeriana entre el decir y el mostrar, Almodovar no está entre los directores que muestran sino entre los que dicen.
Y es precisamente en esa repetición de elementos narrativos absolutamente evidente donde el autor, necesitando ser reconocido por el espectador como tal, se muestra.
En su cine, Almodovar es el protagonista,
Y si hay algo que detesto no es la inevitable transparencia del ego del autor sino la absoluta evidencia de esa intención que convierte a todo su cine en un acto impostado de locución, un más que evidente espectáculo de cartón piedra que aspira a esa "qualité" tan falsa, basada en el decir, contra la que los directores de la "nouvelle vague" francesa se levantaron.
Almodovar quiere ser el protagonista de sus propias películas y personalmente encuentro insoportable sentir que me haga sentir que esto es así.
Esta "Julieta" es un nuevo y magnífico ejemplo de la impúdica exhibición de necesidad de reconocimiento que Almodovar ejecuta de manera consciente y voluntaria, a mi entender, en todas sus películas.
Además, y para hacer peor las cosas, no puedo con esa vocación por la tristeza y el drama que hacen de Almodovar, para mi gusto, el Sergio Leone del melodrama, de la tragedia cinematográfica.
Todo es solemne, impostado, esclerótico, pedante, enfático y el objetivo es hacer llorar por lo civil o por lo penal.
Con el tiempo, el cine de Almodovar ha devenido en un acto de desnudez autoral bastante triste.
Una tristeza que quisiera ser triste de verdad, como una canción de Chavela Vargas, pero que casi siempre se queda en falsa mueca exagerada.