martes, octubre 16, 2012

La ciudad está llena de oficinistas que,
definitivamente perdidos para la suerte
de su propia e inadvertida causa,
algunas veces y sin querer,
alzan los ojos, por alzar algo,
presintiendo, por presentir algo,
que la posibilidad de la lluvia
es una realidad más que cierta,
casi tan cierta, y sólo por creer en algo,
como la convenida suma
del total de sus gestos,
del total de sus pasos.

La ciudad está llena de oficinistas
unánimemente devorados por ese poder
que nunca termina de saciarse
puntualmente con sus entrañas,
que no deja de hacer posible el afilado rigor
en las ocho en punto de cada mañana,
consiguiendo que cada vez sean más los días
que escuálidos atienden al nombre de Lunes
con todo lo que ello implica
de condiciones climáticas desfavorables
para navegar a ojos abiertos
la convenida intemperie suya de cada día.

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