sábado, septiembre 12, 2015

The Walking Dead

Muy inteligente el giro narrativo que presenta esta serie en su quinta temporada.

El esfuerzo brutal de supervivencia que el espectador ha seguido durante las cuatro temporadas anteriores es puesto en valor en esta quinta de una manera brillante.

El grupo de Rick ha sufrido una transformación. Para sobrevivir han tenido que afrontar una constante exigencia que a la postre ha supuesto la obligatoria consecuencia de dejar atrás una manera de entender la vida en el que la dura crueldad de la lucha por la supervivencia no era una realidad tan exigente y apremiante.

Ahora, convenientemente exigidos, han tenido abandonar a fuerza de golpes la esperanza de recuperar la vida que vivieron y han tenido que aceptar una nueva manera de ser en el que la violencia y la vida humana ocupan diferentes posiciones de valor.

Las presencias de Tyrese Williams y Beth Green reflejan en los primeros ocho capítulos el fin de esa esperanza.

No hay lugar para la compasión y las ilusiones en este nuevo mundo salvaje y cruel.

La realidad manda, exige otra manera de actuar y de relacionarse con ella basada en la precaución y la desconfianza, en la necesidad del uso de la fuerza convertido en un elemento cotidiano de la propia existencia.

Es el regreso a una situación pre-civilizada en la que el hombre es un peligroso lobo para el propio hombre y, a lo largo de esta quinta temporada, el espectador tiene la oportunidad de  descubrir el grupo de Rick, convertido casi en un grupo cazador-recolector, como los portadores de una nueva ética y una nueva moral.

Posteriormente, en la segunda tanda de ocho capítulos, Rick y los suyos tendrán la oportunidad de enfrentar esa nueva manera de entender la existencia a la vieja, representada por una comunidad que en su aislamiento pretender mantener los valores de esa vida pasada.

La realidad manda y nadie la entiende mejor que el grupo de Rick.

Las hambrientas fauces de los zombies que deambulan ese mundo como sonámbulos se convierte en la perfecta metáfora de una continua y constante exigencia que parece sentada, a la espera de un error que dada la proverbial falibilidad humana nunca tarda demasiado en producirse.

Y luego están los seres humanos. Siempre mucho más peligrosos que los zombies porque, y a diferencia de aquellos, estos siempre tienen un plan casi siempre despiadado.

¡Planazo!

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