miércoles, noviembre 28, 2007
(Arcadi Espada)
domingo, noviembre 25, 2007
en la duda entre creerse dios o bestia;
en la duda entre preferir la mente o el cuerpo;
nacido para morir, razona pero yerra;
igual en ignorancia, igual en raciocinio,
ya piense mucho o poco;
caos de pensamiento y pasión, todo confundido."
(Ensayo sobre el hombre, Alexander Pope)
Esto es el hombre.
No se puede decir mejor.
Una constante víctima de sus propias contradicciones
que incensamente lucha por discernir la imposible realidad
que sin descanso se debate entre ésta última y su también imposible deseo.
Quizá la naturaleza no sea tan sabia.
Es verdad que la historia que nos cuenta Mira Nair no es nueva.
"El buen nombre" narra con medido ritmo y hermosas imágenes los avatares de una familia hindú residente en los Estados Unidos a lo largo de dos generaciones. Las relaciones entre padres e hijos, los encuentros y los desencuentros... Hemos visto ya muchas películas construídas con este material, pero la visión de "El buen nombre", y pese a todo, resulta una experiencia emocionante y entretenida.
Seguramente, y conectando con un post anterior sobre "The river queen", porque tan importante como la historia misma es el modo y la intensidad con la que es relatada.
Hay quién dice que siempre nos contamos los unos a los otros las mismas dos o tres historias. De hecho, y durante la oscuridad paleo y neolítica, nuestros antepasados se congregaban ante la hoguera para escuchar las mismas historias que pasaban de padres a hijos buscando que todos pudieran entregarse al sueño justificados.
Y digo ésto para afirmar que el hecho de que una historia ya ha sido mil veces relatada no es un impedimento para que continúea interesandonos. Si el narrador la ama y consigue transmitirnos ese amor, nosotros también la amaremos. Si nos susurra al oído cosas que siempre habíamos sentido y nunca habíamos sabido como pronunciar, seguiremos escuchándola hasta el fin de nuestros días.
En este sentido, "El buen nombre" se me antoja un magnífico ejemplo.
Dedicada a todos los padres del mundo, "El buen nombre" nos relata la cotidiana epopeya pequeña del existir de una forma muy emocionante y a través de la metáfora de un nombre rechazado que finalmente terminará siendo el bueno.
Y entre medias, la vida misma.
La eterna dificultad de ese encuentro entre padres e hijos separados por diferentes intereses, por diferentes percepciones de vida por estar viviendola en diferentes momentos del tiempo.
La melancolía de siempre demasiado tarde acabar comprendiendo.
Y volver a empezar... con el nombre correcto.
viernes, noviembre 23, 2007
Dirigido y producido por el alemán Gunter Schwaiger, "El paraíso de Hefner" es un documental que nos cuenta la historia de un viejo teniente de las SS nazis que tranquilamente vive sus últimos años en España sin renunciar un ápice a sus creencias.
No cabe la menor duda que la vertiente política de la película tiene un importante valor: el resquebrajamiento de Hafner ante el definitivo contacto con la realidad del holocausto o las relaciones del régimen de Franco con la alemania nazi especialmente la tolerancia de la postguerra... pero lo cierto es que estos aspectos no tienen para mi suficiente relevancia.
Después de todo, y a mi edad, no es la primera ni la segunda vez que entro en contacto con esta clase de situaciones, aunque, y no por ello, no deja de tener la relevancia documental que merece.
Pero, y a mi entender, por lo que este documental es éso, documento, es por ofrecernos un retrato sin conceciones de la vejez en lo que parecen ser sus aspectos más extremos.
Todo lo que rodea a este condenable hombre tiene un cierto aire ajado y marchito. La ropa que viste, los instrumentos que usa, los libros que lee, los ambientes que frecuenta, .... Todo son hojas muertas que fueron verdes en otros momentos ya pasados.
Pese al esfuerzo de Hafner por mantenerse activo y joven, las palabras de la realidad que le rodean son otras. Como si la realidad hubiera ido dejándole atrás, abandonándole poco a poco en un mundo que ya sólo reside principalmente en su cabeza.
Fotos viejas, cuadros viejos en la pared... Todo viejo, como él.
En este sentido, y si uno consigue olvidarse de los elementos políticos, la visión de este documental resulta conmovedora.
Es posible que Hafner no niegue el Holocausto de una forma intencional, simplemente forma parte del pequeño mundo interior en el que se ha visto relegado con el pasar del tiempo. Puede que esas equivocadas convicciones sean lo único que le quede flotando entre el polvo de objetos y recuerdos ya definitivamente muertos.
Como decía Gil de Biedma en uno de sus versos, en Hefner contemplamos las ruinas de una inteligencia. Los restos de un ser humano que debió ser ajusticiado en su momento, pero que ahora es sólo un pobre viejo que vaga sonámbulo encerrado en un mundo de recuerdos.
Malvados o no, es posible que la vejez haga lo mismo con todos y cada uno de nosotros. Y llegue un momento en que nos creamos aseados y limpios y no veamos el opaco brillo arrasador de una vieja mancha en el hombro de la chaqueta de nuestro traje pasado de moda.
Propongo la "auto-eutanasia" como eufemismo y también como concepto. Si en la vida es muy importante saber cuándo abandonar, cuándo dejar las cosas a tiempo, por qué en la muerte iba a resultar diferente.
Quizá, una cosa sea vivir y otra muy diferente durar.
¿Os habéis atrevido alguna vez a pensar en ésto?
jueves, noviembre 22, 2007
Un hombre de palabras, pero también de ideas y conceptos... siempre las suyas ¿Por qué y para qué más?
Algunos ejemplos:
- "Porque es evidente que yo estoy hasta los cojones de comprender. Es evidente que yo ya he comprendido mucho."
- "Pero un último sentido ético no abandona a las personas instruidas. "
No sólo me gustaba verle interpretar, también escucharle opinar sobre cualquier tema. Fernando Fernán Gómez tenía un punto de vista, el suyo propio e intransferible. Algo a lo que creo que todo hombre debe aspirar.
Flotan todavía sus palabras como revoloteantes cenizas desprendidas de la consumida hoguera de su cuerpo.
Si es que tal cosa existe, que descanse en paz.
miércoles, noviembre 21, 2007
Al final uno siempre acaba haciendo listas.
Las listas son como pequeños mapas sentimentales, mapas que continuamente varían dependiendo del momento y el lugar... Bueno.... No siempre todo cambia. Por ejemplo, The Yakuza siempre está en mi lista de diez películas favoritas.
Dirigida por Sidney Pollack sobre un guión de un primerizo Paul Schrader, The Yakuza cuenta la historia de tres personas lentamente devoradas, con su consentimiento y en el tiempo, por el abismo que a veces separa a las culturas.
Para mis ojos, The Yakuza nunca ha sido un película de acción sino la delicada y sosegada crónica de unos personajes perdidos en sus propias contradicciones, devorados por las deudas heredadas de un pasado que continúa estando de alguna forma presente entre ellos.
Harry Kilmer, interpretado por Robert Mitchum con su habitual estolidez precisa, Ken Tanaka (Takakura Ken) y Eiko Tanaka (Keiki Kishi).... La historia gira en torno a ellos, a su laberinto y a la anecdota criminal que devuelve a Kilmer a un Japón que llevaba áños sin visitar.
Dicen que la frontera es un territorio donde las cosas tienen por lo menos dos nombres, pero también es un lugar donde las diferencias colisionan como oleaje contra las rocas. A veces, de esas colisiones, surgen abismos de soledad e incomprensión que devoran lentamente a quienes tienen el valor de dejarse caer en ellos.
Se puede tardar una vida en escapar de su negro influjo.
J. me ha enviado por correo electrónico un artículo muy interesante de Cotizalia, publicación online de carácter financiero. En dicho artículo se vierte un concepto políticamente incorrecto para esta España cateta y avariciosa en la que vivimos: La hipoteca mensual para comprar una vivienda duplicaría en 30 años la mensualidad dedicada a un alquiler por la misma casa.
¡Toma, ya!
Aunque confirma una posición que vengo manteniendo desde hace mucho tiempo.... Siempre he sostenido que en este país se ha vivido una suerte de fiebre del oro en el que -con un techo como excusa- hemos intentando arrebatarnos los unos a los otros el mayor número de euros posible y contando con la garantizada absolución de las leyes del mercado... Como escribía... Aunque se alinea con mis planteamientos caducos de "progre", no es este el principal atractivo del artículo que quizá sea demasiado esquemático en susaxiomas y planteamientos.
No lo se.
Lo importante para mi descentrada sensibilidad son los foros.El arrollador e indiscriminado discurso de quienes se decantan por la compra. Como si, después de la Ley de la Gravedad, las ventajas de la compra con respecto al alquiler fueran el segundo axioma configurador de la realidad euclidiana tal y como la conocemos.
Contra ellos, me encanta este comentario:
"¡Qué razón tienen los foreros que argumentan en base a su historia personal y a los precios de hace 10 años, o 20, o 5 que para el caso es lo mismo! Todo el mundo sabe que "desde que el mundo es mundo" los pisos en España no bajan nunca y alquilar es tirar el dinero. Además, la inflación erosiona la deuda, el Madrid otra vez campeón de Europa, las ostras de Arcade y las angulas de Aguinaga. Y además, el matrimonio para toda la vida y tú, hijo, hazte ingeniero. "
La vieja España sigue ahí.
Tener un titulo universitario que colgar en el lugar más visible de la casa y una casa donde colgar, por ejemplo, el blasón de la familia Hernández y González recién recibido por correo certificado.
Todo lo demás es un error. Es tirar el dinero... porque cuando dejas de pagar la hipoteca ¡qué te queda!
Sólo una forma de actuar es la correcta... Todos deberíamos querer la misma cosa... aunque sólo sea para evitar los comentarios en los corrillos en la plaza del pueblo. Evitar ser señalado como ese que se dedica a tirar el dinero... en un país donde la media es seis créditos personales por familia, quizá por persona.
Si no es por no comprar o por no alquilar... Es porque se trata de otro ejemplo de pensamiento único. Cada uno puede hacer lo que quiera, siempre y cuando no se dedique a descalificar a quiénes optan por otras fórmulas como imbéciles que "tiran" el dinero....
Pero que conste que les entiendo.
No pueden comprenderlo. Ellos están montaña arriba, justo al lado del filón, mientras los otros están valle abajo, muy lejos de donde se hace el dinero.
Tienen que ser unos verdaderos estúpidos.
Addenda
Tras el aburguesamiento de la clase obrera, su sumisión a la sociedad de consumo que empieza a suceder durante los años 60 del pasado siglo, viene su "capitalismización", la magia de la inversión, la erótica de la posesión.
La derrota ya es total.
martes, noviembre 20, 2007
LA CAÍDA DE LOS DIOSES
La última de las obras maestras de Luchino Visconti (un cineasta para mi gusto sobrevalorado) es una enorme metáfora.
La penetración firme e imparable del nazismo en los interiores de la sociedad alemana fue sin lugar a dudas favorecida por las propias contradicciones de la misma. No hay tiempo aquí para hacer un relato de ese proceso. Tampoco muchas ganas... Lo importante es la capacidad que tuvo Visconti para encerrar esa parte tan terrible de la historia alemana entre las cuatro paredes invisibles y figuradas de una familia de la alta burguesía.
Los conflictos y contradicciones son hábilmente utilizados por el intrigante Aschenbach para terminar haciéndose con el control de los von Essenbeck propietarios de unos altos hornos... La llave para el necesario acero undamental para llevar a cabo la necesaria obra del Reich.
Al final, Martin von Essenbeck, correctamente interpretado por el histriónico y limitado Helmut Berger, terminará por convertirse en referente y dueño vistiendo incluso el mismísismo uniforme de las SS. El más débil y decadente de todos ellos. Quién tiene más que ocultar y puede ser fácilmente manejado mediante su propio deseo, satisfaciéndolo y alimentándolo como contrapartida.
sábado, noviembre 17, 2007
Como parte de sus cada vez más dudosos atractivos para las gentes de este nuevo siglo, el cine conserva el poder revelador de mundos que intrinsecamente posee la magia de la imagen en movimiento.
Del mismo modo que hace ya más de 100 años, el interés principal de las sesiones del cinematógrafo radicaba en el puro hecho de ver (la llegada de un tren, el final de un día de trabajo o la boda del zar Nicolás), ahora mismo -recién terminada la visión de "River Queen"- descubro que uno de los principales atractivos de la película es la presentación ante mi mirada curiosa del ignoto mundo de los maoríes neozelandeses.
Seguramente, y de haberse tratado de indios sioux o españoles de Vallecas mi interés por una historia convencional de amores y odios, de encuentros y desencuentros, en tiempos de guerra se habría reducido bastante.
Muchísimo, diría yo.
Creo que el cine de Vincent Ward tiene ese poder. En todas las películas que conozco de este director neozelandés (que en los 80`s tuvo una aparición fulgurante con su "Navegante"), las historias son meros soportes necesarios para la presentación de mundos distintos de una forma visualmente fascinante. Cuando escribo ésto pienso en "Navegante" y sobre todo en "Más allá de los sueños", fascinante experiencia visual en la que dos enamorados se encontraban más allá de la muerte.
"River Queen" es un buen ejemplo de ésto.
Recordando los modos y formas preciosistas con que Terrence Malick crea sus imágenes, Ward nos muestra un mundo nuevo y diferente: el mundo aborigen e interior de la Nueva Zelanda.
En "River Queen" la forma predomina sobre el fondo de una forma total y absoluta. Pero sin terminar de enganchar de una forma definitiva circunstancia sin duda debida a lo endeble de una historia que casi es una anécdota y a una cierta frialdad expositiva que en nada beneficia a un relato obvio por cientos de veces escuchado y visto, pero en definitiva lleno de vida y muerte... Después de todo, y como presenta Propp en el clásico "La morfología del cuento", quizá las historias siempre sean las mismas y lo importante sea cómo nos las cuentan.
En este sentido, el relato de Ward carece de la emoción suficiente como para atrapar. El realizador neozelandés parece confiar excesivamente en el poder mágico y revelador de un mundo y de sus imágenes... Pero a estas alturas de la película global que empezó con los Lumiere, rodeados como estamos en un interminable Littlebig Horn de imágenes, es necesario algo más.
viernes, noviembre 16, 2007
Una propaganda que Hans Fritzsche, principal comentarista radiofónico alemán durante la Segunda Guerra Mundial, tenía la desfachatez de definir como "el arte de despertar en los demás los pensamientos y sentimientos que nunca aflorarían a la superficie sin ese impulso". Fíjense si sería tosco el tal Fritzsche que a su lado Goebbels era todo un poeta: "la propaganda es el arte de escuchar el alma de la gente".
(El descodificador)
Y tanto que la propaganda es un arte... El arte de escuchar al animal que todos llevamos dentro y convertir a un grupo de individuos en una masa.
Lo que aflora a la superficie, lo que hay dentro del alma de la gente, no tiene por qué ser única y exclusivamente bueno en términos morales.
Entre otras cosas, el siglo XX fue el siglo de las masas, pero también el siglo de aquellos que fueron capaces de manipularlas en una u otra dirección. Estado socialista o Cuarto Reich.... Izquierda y derecha son una misma canción con diferente letra.
La única diferencia es que la letra que canta la izquierda es más bonita. También a mi me gusta escucharla.
jueves, noviembre 15, 2007
"A diferencia de Vestal, el soldado Roman Rutten sí que luchó en Littlebig Horn y la información que dio en torno a la última batalla de Isaías tiene visos de ser verídica. Rutten iba montado en un caballo que odiaba el olor de los indios, de ahí que el primer problema al que tuvo que hacer frente fue conseguir que no lo desarzonara. Durante uno de sus encabritados intentos de montar, pasó junto a Isaías, a cuyo caballo habían disparado. El hombre de color se sostenía sobre una rodilla y disparaba pausadamente con un rifle de caza no reglamentario. Alzó la vista y gritó: ¡Adios, Rutten!".
(La batalla de Littlebig Horn. Evan S. Connell)
¡Adios, Isaías!
domingo, noviembre 11, 2007
Basada en la inacabada novela póstuma de Ernest Hemingway del mismo título, "Islands in the stream" es una de esas películas que han recibido el injusto destino de ser olvidadas.
Probablemente, y para mi gusto, la crónica de los últimos días de la vida de Thomas Hudson, su protagonista (magnificamente interpretado por George C. Scott) se encuentre entre las mejores adaptaciones cinematográficas de textos del autor norteamericano.
Del mismo modo que el libro, la película se estructura en tres partes (los niños, la mujer y el viaje) que de forma secuencial nos va mostrando el medido retrato de uno de los antihéroes "hemingueanos" por excelencia.
Para mi gusto, Hemingway siempre ha planteado como nadie los rigores de una vida imperfecta. Sus personajes siempre tienen algo que lamentar de su pasado, pero continúan viviendo sólo a veces dejándose llevar por la ilusión de que nada ha sucedido.
El absurdo de existir se diluye en la propia vida misma, en un constante mirar hacia delante que de cuando en cuando se vuelve imposible porque, y siempre por cualquier circunstancia, el pasado les alcanza. (En este sentido me permito recomendar la lectura de la maravillosa y bastante desconocida, "Al otro lado del río y entre los árboles").
Hay algo muy existencialista en el sentido filosófico del término latiendo en lo más profundo de la obra de Hemingway, que siempre está teñida de la incurable tristeza residente en unos ojos vueltos hacia lo irrecuperable. Pero también -y ésto es lo más valioso que tiene el punto de vista del escritor norteamericano a mi entender-, en todos sus personajes late irresistible el esfuerzo por continuar adelante que es una manifestación casi biológica, un impulso irresistible ni siquiera percibido como tal, constituyendo una especie de "a priori" de su existencia.
La tensíón dramática está ahí, en el tormentoso encuentro entre esas dos esencias con el presente como marco.
Para Hemingway la vida es un contínuo proceso de desgaste y la tragedia está en que nadie puede escapar... pero tampoco darse por vencido hasta que el final termina por llegar.
En este sentido, "Islands of the stream" es una emblemática muestra.
sábado, noviembre 10, 2007
Un día de éstos tengo que probar
a correr por un asiento en el metro o en los autobuses,
un día de éstos tengo que probar
a subir las escaleras mecánicas como si me persiguieran las prisas.
O correr para intentar coger el tren
que está a punto de marcharse
o impacientarme en la cola
de cualquier caja registradora.
Quizá me esté perdiendo algo.
Después de todo es más fácil
que sólo sea yo el idiota.
Es una de mis secuencias favoritas de "Moulin Rouge", la película de Baz Luhrmann.
Es fantástico cómo reacciona Nicole Kidman, cómo mira... Puedes ver cómo el personaje que interpreta Ewan McGregor le está llegando al corazón. Demuestra que es una gran actriz.
También, el plano de los bohemios aullando a la luna. A estas alturas de mi vida, ya hay que buscarme allí.
Y luego el baile "sur les toits du Paris"... Pura sublimación de un género como el musical ya de por sí irreal y sublimante.
¡Fantástico, vraiment!
Probablemente, y del mismo modo que le hubiera sucedido al personaje de no haber muerto prematuramente, Ludwig ha envejecido mal.
Resulta una película demasiado larga y que tiene problemas serios de ritmo en el corazón de sus más de tres horas de metraje, incluídas secuencias que nada aportan a la trama como la mañana de Navidad en casa de los Wagner. Aunque, para mi gusto, el principal problema que tiene la pelicula es Helmut Berger, su protagonista... En algunos momentos, demasiado inconsistente y, en otros, demasiado marica, incluso para el personaje, porque le caricaturiza reduciéndolo a una loca con aires de grandeza.
No obstante, Ludwig tiene cosas buenas.
La historia del último rey de Baviera es el relato de la decadencia de una dinastía encarnada por este Ludwig abocado a una autodestructiva soledad producto de su extrema sensibilidad y de una enfermedad mental, fenómenos que terminan relacionándose tan estrechamente que terminan por resultar una única realidad ante los ojos del mundo.
Para mi gusto, Ludwig desarrolla de manera prolija un interesante discurso sobre el coste y la imposibilidad de una diferencia.
A lo largo del metraje, el personaje principal no hace otra cosa que cobrar progresiva distancia de los demás internandose cada vez más profundamente en la intrincada selva de su propia mismidad, llena de sueños y fantasmas. Su poder absoluto de monarca se lo permite, le conduce a la más absoluta de las corrupciones a ojos de los demás. Una estupenda metáfora de esa corrupción interna es la progresiva descomposición de su boca, cada vez más destrozada y negra.
Ludwig también habla de la soledad de una forma conmovedora. En su progresivo descenso a los infiernos de si mismo, el protagonista busca almas gemelas a las que agarrarse, pero por una razón y otra sus esfuerzos resultan inútiles. La emperatriz Isabel de Austria y Richard Wagner se convierten en efímeros compañeros de viaje, que aparecen en ciertos momentos, pero siempre terminan por desaparecer.
Tendría peor opinión de Ludwig si no fuera porque el final me resulta lo mejor de la película. Un episodio melancólico que termina con el ahogado cadáver de Ludwig con la boca abierta de par en par, como queriendo llenar todo su cuerpo de agua, como corriendo desesperadamente hacia el único final posible para la enloquecida escapada en que su vida terminó convirtiéndose.
Al final, Ludwig declara querer seguir siendo un enigma... un enigma para los demás, pero también un enigma para sí mismo. Ha encontrado una cierta calma. Por fin ve claro. Ya no está sólo. Junto a él también está su fracaso, sonriéndole, acompañándole en sus paseos de medianoche bajo la luna.
La absoluta imposibilidad de alejarse del mundo y caminar de la mano de la belleza, de la trascendencia que nos aporta la experiencia de lo sublime.
El aristócrata Visconti sabe que el animal que todos llevamos dentro termina por matarnos, cortando uno a uno los finos hilos dorados que nos mantenían flotando en el aire, devolviéndonos al barro, la carne y la sangre.
El querer ser no es posible si se aleja demasiado del ser.
viernes, noviembre 09, 2007
lunes, noviembre 05, 2007
He vuelto a verla y me sigue pareciendo una pelicula extraordinaria.
"La vida de los otros" es la puntual y cuidadosa crónica de un desengaño. Ante los ojos del capitan Wiesler, uno de sus más fieles servidores, la bestia del sistema que él mismo contribuye a sostener se manifiesta en toda su inmensa potencia destructora con una insoportable intensidad.
Es la vida de esos otros que Wiesler vigila el agente transformador que conduce a un cambio de actitud del protagonista.
En alguna parte de su frio interior, de pronto, algo profundamente se agita, le conmueve.
Espiando la vida de esos otros cuyas vidas el sistema quiere aplastar, Wiesler se siente profundamente humano. La estólida armadura del hombre socialista, un ente construido para ser contemplado desde la historia, se resquebraja y aparece el individuo capaz de admirar y sentir compasión.
La vida de los otros es ese agente catalizador que hace que el muro de Wiesler se derrumbe unos años antes de que lo haga el verdadero.
La paradoja de aquellos regímenes socialistas es que, queriendo salvar al hombre, se olvidaron de él construyendo un frio infierno de grandes palabras y pequeños hechos que terminó desembocando en un sinsentido de inconfesables intereses siempre a la espalda de su propia realidad, constantemente abocado a lucha de la negación sistemática de una más que evidente realidad.
Las estadísticas de suicidio son la clave.
La cuestión siempre fue escapar.
domingo, noviembre 04, 2007
Casi siempre -hablo de memoria- los actores que se meten a dirigir hacen películas interesantes. Un último ejemplo fue "El buen pastor" de Robert de Niro y ahora tenemos este "Gone baby gone" del habitualmente "criticable" Ben Affleck.
Basada en una novela de Denni Lehane, autor de Mystic River que fue llevada al cine por Clint Eastwood (otro director actor), "Gone baby gone" cuenta la investigación del secuestro de una niña, investigación llevada a cabo por una pareja de investigadores privados.
La investigación revelará una trama oculta de complejos intereses, intereses que no sólo están basados en el dinero sino también en las emociones que despierta la niña en unos personajes desgastados por el esfuerzo cotidiano de vivir.
En "Gone baby negone" sus protagonistas se convierten en una especie de demiurgos que intentan recomponer un perdido orden social y moral devolviendo la pequeña a su madre... Pero las cosas nunca son tan fáciles.
Si el código de los investigadores se basa en los blancos y los negros, hacer lo correcto o lo incorrecto, devolver a la niña o no devolverla, el resto de los personajes se mueven en el territorio intermedio de los grises donde hay una solución customizada para cada necesidad y caso. Es el territorio de los propios compromisos y de las propias morales, en definitiva de las propias posibilidades de escape ante unos destinos que han venido forjándose desde mucho tiempo antes.
Un territorio que terminará atrayendo con sus cantos de sirena demasiado humanos a uno de los dos investigadores para relegar al otro, empeñado en llegar al final hasta sus últimas consecuencias, a una especie de soledad de héroe... como si existiera en la fuerza de su propósito una cierta inhumanidad que termina separándole del resto de personajes, incapaces de seguirle por una suerte de imperfección mortal que les lastra y les lleva a comprometerse con sus propias emociones.
El conflicto entre la fría regla moral que los hombres se dan a si mismos para poder vivir ordenadamente en comunidad y la más tibia imperfección humana que a veces lleva al incumplimiento de esas mismas reglas.
La contradicción y el héroe apareciendo una vez más para salvarnos del desorden de las excepciones devolviendo a la niña con su madre cueste lo que cueste.. y aunque quizá no sea la mejor opción.
Su inacabable trabajo de demiurgo frente a una ciudad que como todo sistema tiende a la entropía... moral.
"Gone baby gone" quiere decir muchas cosas y a veces resulta complicada de seguir porque, a esa variedad discursiva, se añade la complejidad de la propia trama policial, pero es una obra estimulante y entretenida, con un sólido guión y magnificamente interpretada por actores como Ed Harris y Morgan Freeman.
Espiritualmente filmada en blanco y negro y oliendo a clásicos de la década de los 50, merece la pena verla.
MEMORIA HISTÓRICA
Memoria e historia son dos términos antitéticos que jamás debieran formar parte de una misma palabra.
Es complicado casar la subjetividad del recuerdo con la objetividad del análisis del experto. Nuestra percepción del pasado, nuestra memoria, nunca es un instrumento fiable. Realidad y deseo siempre se confunden. La misma magdalena de Proust mojada en diferentes cafés produce variados sabores, cientos de recuerdos... para una misma historia... y la historia es otra cosa, el marco, la media aritmética objetivada de todos esos recuerdos... un libro con citas a pie de página en lugar de los diferentes matices de un mismo sabor.
Memoria histórica... Otra nueva invención de esta disneylandia psicopática que es la política española.
Guerra civil... Una realidad escondida tras las ensoñaciones autocomplacientes de los unos y de los otros.
Y ahora, desde siempre, el propotente sepulcro blanqueado de la izquierda española se indigna con la obviedad de su juego de buenos (ellos) y malos (los otros).
Desde luego que el alzamiento nacional de los franquistas fue un golpe de estado contra un orden establecido, pero juega con ventaja no reconociendo el progresivo deterioro que fue sufriendo la República y que culminó con el Frente Popular. Socialistas, comunistas y anarquistas comenzaban a generar en las calles, fuera el congreso, un emergente nuevo poder que se miraba en la Unión Soviética.
Con la total falta de autocrítica que le caracteriza (siempre habrá un fascista o un dobermán a quién hechar la culpa de todo), la izquierda ignora ese deterioro que el régimen republicano venía sufriendo por la acción de unos y de otros. Un deterioro que no justifica la acción de los militares franquistas, pero que debe ser sacado a colación en todo debate serio que busque la revisión de nuestra historia reciente.
La república mitificada tenía los pies de barro.
La derecha provinciana de los terratenientes nunca creyó en ella mientras que la izquierda frentepopulista de las ciudades terminó por rebasarla por considerar que se quedaba corta para sus revolucionarios y transformadores entenderes. Y entre medias los pequeños partidos republicanos, aplastados entre esas dos poderosas fuerzas que colisionaban por todas partes como placas tectónicas. Como escribe Buñuel en su libro de memorias "Mi último suspiro", "Imposible permanecer neutral en medio de la lucha, pertnecer a esa tercera España en que algunos soñaban oscuramente".
Entre todos la mataron y el ladino gallego ambicioso le dió la puntilla un 18 de julio de hace ya casi setenta años.
"En los meses que precedieron a la guerra, el ambiente era irrespirable. Una iglesia en la que teníamos que roidar unas escenas fue incendiada por la multitud y tuvimos que buscar otra. Mientras hacíamos el montaje, había tiroteos por todas partes"
(Mi último suspiro, Luis Buñuel)
El alzamiento fascista no tenía por qué haber triunfado y si lo hizo fue entre otras cosas porque las propias contradicciones del régimen republicano jugaron en contra de éste, contradicciones de las que también fue responsable la izquierda que ahora se rasga las vestiduras y dispara a diestro y siniestro su dedo acusador.
No es propio de un debate serio el achacar siempre las responsabilidades de los desastres de nuestra historia a los demás, a los otros. No es propio de un debate serio pasar por encima de la brutal represión franquista tras la Guerra Civil ni hacer declaraciones contemporizadoras sobre el franquismo como hace alguna exquisita bestia de nuestra derecha.
A estas alturas espero poco de este país de titulares y cesantes en el que todo vale para ocupar el poder, en el que no hay debates sino conflagraciones en las que los unos a los otros se disparan los mensajes como balas, en el que ya no hay nada sagrado que esté salvo de los más espúreos intereses, pero me conformo con que toda esta mierda de indignadas palabras sirva para que los olvidados huesos de todas las fosas recobren sus perdidos nombres.