LUDWIGProbablemente, y del mismo modo que le hubiera sucedido al personaje de no haber muerto prematuramente, Ludwig ha envejecido mal.
Resulta una película demasiado larga y que tiene problemas serios de ritmo en el corazón de sus más de tres horas de metraje, incluídas secuencias que nada aportan a la trama como la mañana de Navidad en casa de los Wagner. Aunque, para mi gusto, el principal problema que tiene la pelicula es Helmut Berger, su protagonista... En algunos momentos, demasiado inconsistente y, en otros, demasiado marica, incluso para el personaje, porque le caricaturiza reduciéndolo a una loca con aires de grandeza.
No obstante, Ludwig tiene cosas buenas.
La historia del último rey de Baviera es el relato de la decadencia de una dinastía encarnada por este Ludwig abocado a una autodestructiva soledad producto de su extrema sensibilidad y de una enfermedad mental, fenómenos que terminan relacionándose tan estrechamente que terminan por resultar una única realidad ante los ojos del mundo.
Para mi gusto, Ludwig desarrolla de manera prolija un interesante discurso sobre el coste y la imposibilidad de una diferencia.
A lo largo del metraje, el personaje principal no hace otra cosa que cobrar progresiva distancia de los demás internandose cada vez más profundamente en la intrincada selva de su propia mismidad, llena de sueños y fantasmas. Su poder absoluto de monarca se lo permite, le conduce a la más absoluta de las corrupciones a ojos de los demás. Una estupenda metáfora de esa corrupción interna es la progresiva descomposición de su boca, cada vez más destrozada y negra.
Ludwig también habla de la soledad de una forma conmovedora. En su progresivo descenso a los infiernos de si mismo, el protagonista busca almas gemelas a las que agarrarse, pero por una razón y otra sus esfuerzos resultan inútiles. La emperatriz Isabel de Austria y Richard Wagner se convierten en efímeros compañeros de viaje, que aparecen en ciertos momentos, pero siempre terminan por desaparecer.
Tendría peor opinión de Ludwig si no fuera porque el final me resulta lo mejor de la película. Un episodio melancólico que termina con el ahogado cadáver de Ludwig con la boca abierta de par en par, como queriendo llenar todo su cuerpo de agua, como corriendo desesperadamente hacia el único final posible para la enloquecida escapada en que su vida terminó convirtiéndose.
Al final, Ludwig declara querer seguir siendo un enigma... un enigma para los demás, pero también un enigma para sí mismo. Ha encontrado una cierta calma. Por fin ve claro. Ya no está sólo. Junto a él también está su fracaso, sonriéndole, acompañándole en sus paseos de medianoche bajo la luna.
La absoluta imposibilidad de alejarse del mundo y caminar de la mano de la belleza, de la trascendencia que nos aporta la experiencia de lo sublime.
El aristócrata Visconti sabe que el animal que todos llevamos dentro termina por matarnos, cortando uno a uno los finos hilos dorados que nos mantenían flotando en el aire, devolviéndonos al barro, la carne y la sangre.
El querer ser no es posible si se aleja demasiado del ser.