martes, noviembre 16, 2010
Pérdidas públicas y beneficios privados.
Siempre hay una buena razón para tolerar las excepciones cuando las cosas van mal, cuando el sistema económico colapsa de pura avaricia permitiendo que unos pocos puedan hacerse piscinas climatizadas o una casa en las Islas Virgenes con los beneficios resultantes de complejas operaciones financieras . Siempre hay un buen argumento para reparar el desastre que queda, el agujero virtual producido por cosas que ni de lejos valen lo que realmente se paga en los mercados por ellas.
El sistema necesita sobrevivir.
Y una vez que los estados procuran esa supervivencia, la financian literalmente poniendo paladas y paladas de dinero intentando disimular de mala manera los efectos de ese agujero virtual, vuelve la rigidez. Los rostros se endurecen y las posiciones se vuelven ortodoxas. Ahora hay que disciplinar a los estados cuyas cuentas son impresentables, desequilibrantes y para conseguir ese equilibrio, otros deben apretarse el cinturón.
La ortodoxia es la ortodoxia.
El peso de la presión caer sobre los estados, que pasan de sujeto paciente a sujeto agente. Ahora, la culpa es de los estados, de la excesiva regulación de una economía que necesita cualquier menos regulación, de los trabajadores que cobran demasiado, del exceso de servicios sociales que se prestan.
Hay que recortar.
La situación es insostenible... y del tipo de la piscina climatizada ya nadie se acuerda, porque ellos son los verdaderamente poderosos. Su reino es de este mundo, les capacita para generar a su alrededor un entramado de eventos que llega a confundirse con la verdadera realidad.
y le sienta bien a la ciudad
cayendo silenciosa,
como un traslúcido telón
sobre el incesante
empezar y terminar de las cosas;
derramando mil y un espejos
sobre las grises aceras,
espejos que sin querer
devuelven paciente su reflejo
a las pálidas nubes
que vuelan rápidas como gacelas.
lunes, noviembre 15, 2010
(Esculpir en el tiempo, Andrei Tarkovski)
domingo, noviembre 14, 2010
(Encuentro con la sombra, Connie Zweig y Jeremiah Abrahams)
sábado, noviembre 13, 2010
Una partícula, como nos la representamos mentalmente (de acuerdo con la definición clásica) es una cosa que está limitada en el espacio. No se extiende fuera de esa región. Está aquí o está allí, pero no puede estar aquí y allí al mismo tiempo. Una partícula que está aquí, puede comunicarse con una partícula que está allí (gritándole, emitiéndole una señal de TV, agitándose, etc.), pero esa comunicación necesita tiempo (aunque sólo sea una millonésima de segundo). Si dos partículas se
encontraran en distintas galaxias la comunicación tardaría siglos. Para que una partícula que está aquí sepa lo que ocurre allí mientras está sucediendo, tiene que estar allí. Pero si está allí no puede estar aquí. Y si está en los dos lugares al mismo tiempo ya no es una partícula.
Esto significa que es posible que las «partículas» ni siquiera sean partículas en absoluto (pág. 51). También significa que esas partículas aparentes están en relación con otras partículas de un modo dinámico e íntimo que coincide con nuestra definición de lo orgánico.
Algunos biólogos creen que una simple célula vegetal lleva en sí la capacidad de reproducir la planta entera. Igualmente, la implicación filosófica de la mecánica cuántica es que todas las cosas en nuestro universo (incluso nosotros), que parecen existir independientemente, son en realidad partes de un modelo orgánico que lo abarca todo. Y que no hay ninguna parte de ese modelo, de ese todo, que esté verdaderamente aparte de él o de las demás partes."
(La danza de los maestros del Wu-Li, Gary Zukav)
martes, noviembre 09, 2010
lunes, noviembre 08, 2010
La percepción de las cosas se componía a partes iguales de lo que se ve y del modo en que se ve éso que se está viendo.
Constantemente la voluntad humana realizaba un interminable trabajo de alquimia con aquellos dos elementos buscando la evasión, la disolución de la responsabilidad o todo lo contrario la asunción de hechos y responsabilidades... Las cosas eran como eran o las cosas podían cambiarse. En uno de aquellos dos finales culminaba siempre el trabajo más o menos consciente, más o menos inconsciente, y siempre mágico, de construcción de una perspectiva sobre las cosas.
No se trataba de ciencia, tampoco de lógica.
Era el puro entusiasmo, la pura voluntad humana basada en el deseo y el vacío negro de sus incertidumbres buscando la manera de expresarse.
Las cosas eran como eran o las cosas podían cambiarse... Y en el centro de esas dos fuerzas de opuesta intensidad, el hombre convertido en pura y continua contradicción, encontrándose y desencontrándose al amparo de una intención u otra, rebañando sentido, optando en una eterna danza que sólo tendría final en el último instante, un último momento que convertiría en definitiva y sublime la última decisión.
Siempre había sido así y ahora que el improvisado y final perímetro defensivo había sido rebasado, que la ordenada lucha se había convertido en un sangriento y ciego cuerpo a cuerpo, nada había cambiado.
Segúia siendo de los que se quedaban, de los que pensaban que las cosas podían cambiarse.
Pensar que la derrota era segura, que las cosas no podían suceder de otra manera y que era mejor intentar escapar continuaba antojándosele una manera extraña y estúpida de engañarse.
Por eso se había desecho de la vaina de su sable, porque las cosas eran como eran y estaba seguro de que jamás volvería a envainarlo.