VAN MORRISON
Summertime in England...
"Can you feel the light in your soul?"
domingo, febrero 12, 2012
HOMELAND
Durante doce intensos episodios, "Homeland" desarrolla una intriga que tiene el problema islámico, la amenaza terrorista y las intervenciones norteamericanas en Irak como fondo.
Dos personajes principales entrecruzan sus destinos.
Por un lado, Carrie Mathieson (Claire Danes), una funcionaria de inteligencia de la CIA que recibe de uno de sus "recursos" a punto de ser condenado a muerte una importante información: un soldado norteamericano que ha sido hecho prisionero en la guerra de Irak se ha pasado al enemigo islamista.
Y por otro el sargento de los Marines Nicholas Brody (Damien Lewis) quién tras ser dado por muerto y habiendo pasado ocho años de cautiverio entre los islamistas es liberado casi en el mismo momento en que Mathieson recibe la filtración.
Como no puede ser de otra forma las sospechas de la agente Mathieson recaerán sobre un soldado que es considerado por todo el mundo como un héroe. Pero esa será la primera dificultad de una investigación que se complicará en un intrincado laberinto donde la verdad que Mathieson busca quizá no exista en la manera en que ella desea encontrarla.
La compleja vida personal de la agente Mathieson se convertirá además en un enemigo más, el más peligroso de todos, conforme la complejidad de ese laberinto va poniendo a prueba la estabilidad emocional de la agente y la paciencia de Saul Berenson (un magnífico Mandy Patinkin), ex-jefe y mentor en la CIA de la agente Mathieson.
"Homeland" combina el lábil juego de la identidad y de la inteligencia investigadora que tanto borda John le Carré con el drama psicológico de unos personajes complejos y bien perfilados, que constantemente ofrecen nuevas facetas sorprendentes y creíbles incrementando el interés de la historia que los hace ser.
Interesante.
Durante doce intensos episodios, "Homeland" desarrolla una intriga que tiene el problema islámico, la amenaza terrorista y las intervenciones norteamericanas en Irak como fondo.
Dos personajes principales entrecruzan sus destinos.
Por un lado, Carrie Mathieson (Claire Danes), una funcionaria de inteligencia de la CIA que recibe de uno de sus "recursos" a punto de ser condenado a muerte una importante información: un soldado norteamericano que ha sido hecho prisionero en la guerra de Irak se ha pasado al enemigo islamista.
Y por otro el sargento de los Marines Nicholas Brody (Damien Lewis) quién tras ser dado por muerto y habiendo pasado ocho años de cautiverio entre los islamistas es liberado casi en el mismo momento en que Mathieson recibe la filtración.
Como no puede ser de otra forma las sospechas de la agente Mathieson recaerán sobre un soldado que es considerado por todo el mundo como un héroe. Pero esa será la primera dificultad de una investigación que se complicará en un intrincado laberinto donde la verdad que Mathieson busca quizá no exista en la manera en que ella desea encontrarla.
La compleja vida personal de la agente Mathieson se convertirá además en un enemigo más, el más peligroso de todos, conforme la complejidad de ese laberinto va poniendo a prueba la estabilidad emocional de la agente y la paciencia de Saul Berenson (un magnífico Mandy Patinkin), ex-jefe y mentor en la CIA de la agente Mathieson.
"Homeland" combina el lábil juego de la identidad y de la inteligencia investigadora que tanto borda John le Carré con el drama psicológico de unos personajes complejos y bien perfilados, que constantemente ofrecen nuevas facetas sorprendentes y creíbles incrementando el interés de la historia que los hace ser.
Interesante.
sábado, febrero 11, 2012
viernes, febrero 10, 2012
"Aquí es donde nació el «paradigma holográfico»: el cerebro es un holograma que percibe y participa en un universo holográfico. En la esfera explícita o manifiesta del espacio y del tiempo, las cosas y los acontecimientos son
verdaderamente separados y discretos. Pero bajo la superficie, digamos, en la esfera implícita o de frecuencia, todas las cosas y acontecimientos son a-espaciales, atemporales, intrínsecamente unos e indivisos. Y, según Bohm y Pribram,
la verdadera experiencia religiosa, la experiencia de la unicidad mística y la «identidad suprema», podría ser muy
bien una experiencia genuina y legítima de este fundamento implícito y universal."
(El universo holográfico, Ken Wilber)
(El universo holográfico, Ken Wilber)
La deuda económica no es el principal problema de este país.
El asunto del juez Garzón vuelve a sacar a la luz el intrincado marasmo de deudas históricas y morales que consumen el espíritu de este pedazo de tierra rodeado de agua por todas partes menos una y rebosante de gentes pequeñas y tristes empeñadas en pasar facturas a discreción, sin saber que hay deudas que jamás pueden ser satisfechas o pagadas ni siquiera con la justicia.
Es un acto de madurez individual aprender a vivir con los propios errores y, de igual modo que las personas, las sociedades tiene que aprender a vivir con su historia, con sus contradicciones y fracasos como nuestra guerra civil y en este sentido sobrecoge leer los comentarios que en los principales diarios electrónicos sigue generando el juez Garzón.
Porque no se puede volver atrás en el tiempo, como mucho se puede aspirar a reescribir la historia, como demasiado a repetirla.
Y parece que se vive mejor anclado en un mundo de deudas pendientes, refugiado en un territorio familiar de filias y fobias, en un relato de buenos y malos que nos exime de cualquier responsabilidad convirtiéndonos en funcionarios del agravio que puntualmente exhiben su queja... mientras alrededor la vida sigue inadvertida y transparente.
Ojalá todos los problemas de este país se resolviesen con dinero, pero nada bueno puede esperarse mientras el país esté lleno de intransigentes imanes al servicio del Dios único de la propia interpretación de las cosas y de la historia, siempre dispuestos a ofenderse.
Nada mejor que convertirse en acreedores de deudas que jamás se terminan de pagar en un país cuya principal enfermedad parece ser la nostalgia, bien de un pasado mejor, bien de lo que pudo ser y no fue; un país cuyo presente rebosa de pasado y para el que el futuro jamás ha sido una prioridad.
Nada como ser rentista de la culpa.
Nada como tener a otro a quién señalar.
El asunto del juez Garzón vuelve a sacar a la luz el intrincado marasmo de deudas históricas y morales que consumen el espíritu de este pedazo de tierra rodeado de agua por todas partes menos una y rebosante de gentes pequeñas y tristes empeñadas en pasar facturas a discreción, sin saber que hay deudas que jamás pueden ser satisfechas o pagadas ni siquiera con la justicia.
Es un acto de madurez individual aprender a vivir con los propios errores y, de igual modo que las personas, las sociedades tiene que aprender a vivir con su historia, con sus contradicciones y fracasos como nuestra guerra civil y en este sentido sobrecoge leer los comentarios que en los principales diarios electrónicos sigue generando el juez Garzón.
Porque no se puede volver atrás en el tiempo, como mucho se puede aspirar a reescribir la historia, como demasiado a repetirla.
Y parece que se vive mejor anclado en un mundo de deudas pendientes, refugiado en un territorio familiar de filias y fobias, en un relato de buenos y malos que nos exime de cualquier responsabilidad convirtiéndonos en funcionarios del agravio que puntualmente exhiben su queja... mientras alrededor la vida sigue inadvertida y transparente.
Ojalá todos los problemas de este país se resolviesen con dinero, pero nada bueno puede esperarse mientras el país esté lleno de intransigentes imanes al servicio del Dios único de la propia interpretación de las cosas y de la historia, siempre dispuestos a ofenderse.
Nada mejor que convertirse en acreedores de deudas que jamás se terminan de pagar en un país cuya principal enfermedad parece ser la nostalgia, bien de un pasado mejor, bien de lo que pudo ser y no fue; un país cuyo presente rebosa de pasado y para el que el futuro jamás ha sido una prioridad.
Nada como ser rentista de la culpa.
Nada como tener a otro a quién señalar.
jueves, febrero 09, 2012
Siete razones para inhabilitar al juez Garzón
¿Parecen chorradas, no?
Siempre me ha parecido que la manera en que se cuestiona la sentencia sobre el caso Garzón es un claro indicativo de lo perdido en el laberinto de la ideología y del interés que se encuentra este país.
Hay que leer un poco y no creo que El País sea sospechoso... o si...
¿Y si nos nos podemos fiar de nada en virtud de qué estamos seguros de que lo que pensamos es lo correcto?
No se. Yo propongo leer este artículo y luego cerrar los ojos y pensar si alguna de las cosas que se dicen pueden ser pasadas por la manga ancha de las filias y las fobias. Quizá imaginar a otro juez que no sea Garzón haciendo las mismas cosas y luego intentar decir otra vez una cosa y su contraria: Garzón inocente aunque hizo lo que hizo.
Si son verdad y están probadas son 7 razones de peso para condenar a un juez y apartarlo de su magistratura, pero no veo que el debate vaya por ahí sino por caminos más complejos y profundos como el de "los tuyos y los míos" o el de "tú menos y yo más" pero ya en el nivel contaminado y definitivamente muerto de la opinión pública.
La confusión es total entre la sobreabundancia de sujetos necesitados de opinión.
Parece que no hay duda que ha hecho lo que ha hecho. Otra cosa es por qué le toca a él primero y le toca tan pronto, por qué se le proporciona munición y blancos al supuesto enemigo. Ese es otro debate, pero por el momento hemos trasladado al ámbito judicial discursos tan potentes como "si no condenas a uno de los tuyos para compensar la condena de uno de los míos, los míos son inocentes" u otro argumento tan potente y complejo como "Garzón, inocente" frente al inapelable rigor de unos hechos que parecen probados.
El punto crucial del tema es si el sujeto hizo lo que hizo.
Vaya tropa de país!
Una pena!
¿Parecen chorradas, no?
Siempre me ha parecido que la manera en que se cuestiona la sentencia sobre el caso Garzón es un claro indicativo de lo perdido en el laberinto de la ideología y del interés que se encuentra este país.
Hay que leer un poco y no creo que El País sea sospechoso... o si...
¿Y si nos nos podemos fiar de nada en virtud de qué estamos seguros de que lo que pensamos es lo correcto?
No se. Yo propongo leer este artículo y luego cerrar los ojos y pensar si alguna de las cosas que se dicen pueden ser pasadas por la manga ancha de las filias y las fobias. Quizá imaginar a otro juez que no sea Garzón haciendo las mismas cosas y luego intentar decir otra vez una cosa y su contraria: Garzón inocente aunque hizo lo que hizo.
Si son verdad y están probadas son 7 razones de peso para condenar a un juez y apartarlo de su magistratura, pero no veo que el debate vaya por ahí sino por caminos más complejos y profundos como el de "los tuyos y los míos" o el de "tú menos y yo más" pero ya en el nivel contaminado y definitivamente muerto de la opinión pública.
La confusión es total entre la sobreabundancia de sujetos necesitados de opinión.
Parece que no hay duda que ha hecho lo que ha hecho. Otra cosa es por qué le toca a él primero y le toca tan pronto, por qué se le proporciona munición y blancos al supuesto enemigo. Ese es otro debate, pero por el momento hemos trasladado al ámbito judicial discursos tan potentes como "si no condenas a uno de los tuyos para compensar la condena de uno de los míos, los míos son inocentes" u otro argumento tan potente y complejo como "Garzón, inocente" frente al inapelable rigor de unos hechos que parecen probados.
El punto crucial del tema es si el sujeto hizo lo que hizo.
Vaya tropa de país!
Una pena!
miércoles, febrero 08, 2012
Algún día debería dejar de observar.
Si se lo propusiera quizás pudiera romper el invisible cristal que le separa de las cosas
y que le mantiene encerrado en un interminable laberinto de suposiciones,
paralizado en un eterno presente virtual
donde los recuerdos cobran la suficiente entidad
como para resultar corpóreas presencias
a su inasequible voluntad para engañarse.
Probablemente bastase con que se levantase de la silla
y realmente se decidiera a empezar a andar
con una decisión que jamás ha sentido,
una decisión que con su sola existencia
crease una fractura que separase para siempre
lo que quedaba delante de lo que quedaba detrás.
Seguramente sería suficiente con desconfiar de la tranquilidad que siente,
con no sonreír al conocido que todas las mañanas le saluda desde el otro lado del espejo...
O quizás necesitase algo más rápido y expeditivo,
algo como una piedra o un ladrillo
que poder lanzar contra esa mentira
en la que se había convertido con tanto esfuerzo.
Pero lo cierto es que esa máscara también era él.
Su materia era solamente éso,
el tibio resultado de la incesante acumulación
de seguras equivocaciones, compromisos insoslayables,
obligaciones ineludibles, inesperados aciertos,
misteriosos azares e incomprensibles coincidencias
mientras las agujas del reloj seguían corriendo.
Y seguramente parte de esa mentira era real
mientras parte de esa verdad esencial se le revelaba tan incierta
como las últimas luces del día
que apenas se bastaban para iluminar su desasosiego,
hasta tal punto que si se moviese no estaba seguro
de qué partes le seguirían y cuáles se quedarían detrás
al otro lado del espejo roto.
Estaba claro.
Algún día debería dejar de observar,
pero lo que más necesitaba ahora
era un cigarrillo.
Sonaba el teléfono.
Allá afuera la vida continuaba.
Si se lo propusiera quizás pudiera romper el invisible cristal que le separa de las cosas
y que le mantiene encerrado en un interminable laberinto de suposiciones,
paralizado en un eterno presente virtual
donde los recuerdos cobran la suficiente entidad
como para resultar corpóreas presencias
a su inasequible voluntad para engañarse.
Probablemente bastase con que se levantase de la silla
y realmente se decidiera a empezar a andar
con una decisión que jamás ha sentido,
una decisión que con su sola existencia
crease una fractura que separase para siempre
lo que quedaba delante de lo que quedaba detrás.
Seguramente sería suficiente con desconfiar de la tranquilidad que siente,
con no sonreír al conocido que todas las mañanas le saluda desde el otro lado del espejo...
O quizás necesitase algo más rápido y expeditivo,
algo como una piedra o un ladrillo
que poder lanzar contra esa mentira
en la que se había convertido con tanto esfuerzo.
Pero lo cierto es que esa máscara también era él.
Su materia era solamente éso,
el tibio resultado de la incesante acumulación
de seguras equivocaciones, compromisos insoslayables,
obligaciones ineludibles, inesperados aciertos,
misteriosos azares e incomprensibles coincidencias
mientras las agujas del reloj seguían corriendo.
Y seguramente parte de esa mentira era real
mientras parte de esa verdad esencial se le revelaba tan incierta
como las últimas luces del día
que apenas se bastaban para iluminar su desasosiego,
hasta tal punto que si se moviese no estaba seguro
de qué partes le seguirían y cuáles se quedarían detrás
al otro lado del espejo roto.
Estaba claro.
Algún día debería dejar de observar,
pero lo que más necesitaba ahora
era un cigarrillo.
Sonaba el teléfono.
Allá afuera la vida continuaba.
martes, febrero 07, 2012
Pólizas de seguros que permite a los clientes de Deutsche Bank apostar indirectamente a la esperanza de vida de personas de la tercera edad...
Deutsche Bank permite a sus clientes apostar por la muerte de los ancianos
¿Qué será lo siguiente?
Deutsche Bank permite a sus clientes apostar por la muerte de los ancianos
¿Qué será lo siguiente?
lunes, febrero 06, 2012
EL PUENTE SOBRE EL RIO KWAI
Dentro de la compleja e interminabale relación que, cuando no es una creación argumental original, el cine tiene con los referentes narrativos que le dan pie para decantarse en imágenes, "El puente sobre el río Kwai" reproduce uno de los esquemas clásicos: el de la imagen que devora al texto.
Estoy convencido de que no habría leído este relato de Pierre Boulle de no haber sido llevado al cine por David Lean y Sam Spiegel a finales de la década de los cincuentas del siglo pasado. Es más. Estoy convencido de que el libro estaría aun más profundamente olvidado de lo que hoy en día está.
La peor cualidad de la novela de Pierre Boulle es que, y de manera sorprendente, no ofrece mucho más que lo que el espectador de la película encuentra en las imágenes de la película.
La introspección en la psicología de los personajes que el lector encuentra en la novela es tan superficial y esquemática que sin duda puso las cosas fáciles a los guionistas para trasladar al guión la práctica totalidad de sentimientos y motivaciones.
Y por si misma resulta insatisfactoria, emociones que no emocionan expresadas de forma monótona y convencional.
Leyendo el libro quién les escribe esperaba encontrar alguna clave más para entender el misterio del Coronel Nicholson, ese militar que por cumplir su función de mantener la disciplina de sus tropas es capaz de ponerse del lado de sus captores y construir un puente que puede suponer la derrota militar de su país. Siempre me pareció interesante este personaje, siempre me pareció que la película le expresaba de manera tímida, temerosa quizá con la necesidad de expresar un personaje tan heterodoxo en un producto que iba destinado a la inmensa mayoría y siempre he echado de menos una profundización en esa vertiente en la película... Pero es que, y tras leer el libro, uno se queda igual.
Es el mismo Coronel Nicholson, ese monstruo creado por siglos de disciplina ideológica colonial que precisamente por cumplir aquella función para la que existe está a punto de acabar con el mismo sistema de valores en el que ha sido adoctrinado construyendo ese puente que puede permitir a Japón llegar hasta la India.
Lo más difícil de contar siempre es el absurdo y lo es entre otras cosas porque lo que diferencia a la ficción de la realidad es que aquella siempre tiene que tener sentido.
"El puente sobre el rio Kwai" es una buena prueba de ello.
Dentro de la compleja e interminabale relación que, cuando no es una creación argumental original, el cine tiene con los referentes narrativos que le dan pie para decantarse en imágenes, "El puente sobre el río Kwai" reproduce uno de los esquemas clásicos: el de la imagen que devora al texto.
Estoy convencido de que no habría leído este relato de Pierre Boulle de no haber sido llevado al cine por David Lean y Sam Spiegel a finales de la década de los cincuentas del siglo pasado. Es más. Estoy convencido de que el libro estaría aun más profundamente olvidado de lo que hoy en día está.
La peor cualidad de la novela de Pierre Boulle es que, y de manera sorprendente, no ofrece mucho más que lo que el espectador de la película encuentra en las imágenes de la película.
La introspección en la psicología de los personajes que el lector encuentra en la novela es tan superficial y esquemática que sin duda puso las cosas fáciles a los guionistas para trasladar al guión la práctica totalidad de sentimientos y motivaciones.
Y por si misma resulta insatisfactoria, emociones que no emocionan expresadas de forma monótona y convencional.
Leyendo el libro quién les escribe esperaba encontrar alguna clave más para entender el misterio del Coronel Nicholson, ese militar que por cumplir su función de mantener la disciplina de sus tropas es capaz de ponerse del lado de sus captores y construir un puente que puede suponer la derrota militar de su país. Siempre me pareció interesante este personaje, siempre me pareció que la película le expresaba de manera tímida, temerosa quizá con la necesidad de expresar un personaje tan heterodoxo en un producto que iba destinado a la inmensa mayoría y siempre he echado de menos una profundización en esa vertiente en la película... Pero es que, y tras leer el libro, uno se queda igual.
Es el mismo Coronel Nicholson, ese monstruo creado por siglos de disciplina ideológica colonial que precisamente por cumplir aquella función para la que existe está a punto de acabar con el mismo sistema de valores en el que ha sido adoctrinado construyendo ese puente que puede permitir a Japón llegar hasta la India.
Lo más difícil de contar siempre es el absurdo y lo es entre otras cosas porque lo que diferencia a la ficción de la realidad es que aquella siempre tiene que tener sentido.
"El puente sobre el rio Kwai" es una buena prueba de ello.
domingo, febrero 05, 2012
"Pero la convicción (venida de no se sabe muy bien dónde) de que, si el Estado se retirase, el espíritu emprendedor camparía por sus fueros, abundarían las nuevas oportunidades económicas y el bienestar general de la raza humana se vería enormemente mejorado, no cuadra con la observación histórica... Aunque el mercado ha sido un motor social sin parangón para el fomento de la inventiva y el espíritu emprendedor, nunca ha logrado generar por sí solo una revolución económica... ya no nos podemos permitir semejantes ejercicios de pensamiento mágico.
Las revoluciones económicas no surgen del éter sin más. El despliegue de nuevas infraestructuras energéticas y comunicativas ha sido siempre un esfuerzo conjunto entre estado e industria privada. Esa idea, que tan querida resulta a los ultraliberales, según la cual las revoluciones económicas son el resultado inexorable de la colaboración entre inventores y emprendedores sólo capta una parte de la historia real. Tanto la Primera Revolución Industrial como la Segunda Revolución Industrial requirieron del compromiso a gran escala del Estado (en forma de fondos públicos) con la construcción de las correspondientes infraestructuras. Los gobiernos también fijaron los códigos, las regulaciones y las normas para administrar el nuevo flujo de actividad económica, y crearon generosos incentivos fiscales y subvenciones para asegurar el crecimiento y la estabilización del nuevo orden económico.
(La tercera revolución industrial, Jeremy Rifkin)
Las revoluciones económicas no surgen del éter sin más. El despliegue de nuevas infraestructuras energéticas y comunicativas ha sido siempre un esfuerzo conjunto entre estado e industria privada. Esa idea, que tan querida resulta a los ultraliberales, según la cual las revoluciones económicas son el resultado inexorable de la colaboración entre inventores y emprendedores sólo capta una parte de la historia real. Tanto la Primera Revolución Industrial como la Segunda Revolución Industrial requirieron del compromiso a gran escala del Estado (en forma de fondos públicos) con la construcción de las correspondientes infraestructuras. Los gobiernos también fijaron los códigos, las regulaciones y las normas para administrar el nuevo flujo de actividad económica, y crearon generosos incentivos fiscales y subvenciones para asegurar el crecimiento y la estabilización del nuevo orden económico.
(La tercera revolución industrial, Jeremy Rifkin)
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