Ahora que cielo ha perdido su amable y hermoso color azul protector y nos muestra su negrura esencial, una negrura que incluso quienes debieran ser los mejores de nosotros aceptan sin pestañear. Ahora que descubrimos que sigue habiendo clases y que siguen existiendo unos propietarios de los medios de producción cuyo omnímodo poder les lleva a definir las reglas de una realidad inapelable para el resto de mortales, que somos mayoría, necesitamos munición intelectual para combatir el destructivo absurdo que implica esa siniestra e irritante calma con la que se nos explica el horror y el absurdo.
Ahora, precisamente ahora, no estaría mal subir a los desvanes para recuperar las viejas armas, los viejos libros en los que nuestros abuelos encontraron el sueño que también nosotros debiéramos hallar: que nada ese inevitable si hay hombres de por medio, que todo es mentira y que otros mundos podían ser posibles en éste.
Y no es casualidad que los grandes padres pensadores de la critica a la modernidad y a su monstruo, el sistema capitalista, Hegel, Marx, Nietzsche, Freud, Escuela de Frankfurt, Baudrillard, todos, hayan sido cuestionados, criticados hasta la saciedad y rapidamente olvidados, viendo reemplazado el incómodo dramatismo estratégico de sus planteamientos por pensamientos más hedonistas, tácticos y postmodernos, que sólo buscaban la descripción y la gestión de una opulencia que estaba ahí para quedarse eternamente y que por tanto era estúpido e innecesario cuestionar... y más teniendo en cuenta el fracaso sangriento y gris que chirriaba al otro lado del telón de acero.
Pero sobre esa base idílica de final de la historia someramente descrita en el párrafo anterior, una perversa y silenciosa Ariadna ha venido tejiendo con materiales más amables -eso, sí- una nueva cárcel en la que de pronto nos encontramos sumidos, nosotros, la especie de la voluntad y los sueños, atada de pies y manos a una realidad que se manifiesta implacable e inamovible.
Y quién en primer lugar necesita armas es la cabeza y las precisa para disparar al cielo oscuro de la realidad inapelable que se nos presenta buscando producir agujeros a través de los cuales brille la esperanza de un sentido nuevo y más justo.
Las estrellas no nacen, se hacen.
Hegel, Marx, Freud, Baudrillard proporcionaron modelos teóricos de análisis y crítica que en absoluto están superados si no se les entiende por las circunstancias y se va más allá, a la esencia crítica de su pensamiento.
Freud es uno de ellos... uno de los más cuestionados y cuestionables... si no se entiende su psicoanálisis como una doctrina que ha ido evolucionando con el tiempo.
"La personalidad neurótica de nuestro tiempo", escrito en 1937 por Karen Horney significa uno de esos grandes puntos de evolución del paradigma capacitándolo aún más como herramienta crítica a nivel macro y micro de nuestra sociedad.
En pocas palabras Horney da un giro copernicano al paradigma considerando lo sexual como una manifestación más de un fenómeno que funda lo social y que es el proceso de socialización, es decir, el proceso por el que individuo aprende a desenvolverse en sociedad.
Horney recoge la teoría social del psicoanálisis expresada por Freud fundamentalmente en "El malestar en la cultura" , trabajo en el que describe ese proceso de tensión entre el sujeto deseante y las necesidades constrictivas de una sociedad, que necesita generar un orden al que los sujetos deben someter el egoísmo de su deseo si lo que se quiere es construir algo en común.
Este proceso de sometimiento que Freud, como no podía ser de otra manera, centra en lo sexual, tampoco puede ser nada más que un proceso represivo que se manifiesta en restricciones tan básicas como el incesto, que permite establecer el orden familiar (evitando que padre e hijo puedan llegar a pelear por la misma mujer: la madre) y es en la familia donde se produce los momentos más importantes de ese proceso de socialización.
Horney abandona el protagonismo de lo sexual y se centra en lo cultural, en todo el conjunto de normas, roles e instituciones que el niño debe conocer y respetar para poder funcionar en colectividad. Y en este proceso siempre se produce represión, una energía que genera ese inconsciente que constantemente se manifiesta por las rendijas que deja nuestra vigilia consciente y racional.
La neurosis no es otra cosa que la manifestación como cuadro clínico de esa tensión entre realidad y deseo, entre lo que Freud llamaba el proceso erotico constructivo de fundirse con el otro para crear algo en conjunto y el proceso tanático de consumirse y consumir a los otros persiguiendo unicamente la satisfacción del propio deseo.
La necesidad que el hombre tiene de lo social le obliga a poner límites a la voluntad animal del cerebro reptiliano y convierte al individuo en un campo de batalla, en un lugar donde se produce la constante tensión entre dos fuerzas contradictorias y que por mor de su propia ley de gravedad entran en constante colisión.
En este sentido, y para Horney, todos tenemos la potencialidad de ser neuróticos principalmente porque esa tensión está en nosotros.
El problema como siempre tiene que ver con el lugar donde se traza línea y si esta se cruza o no. Esta misión corresponde al propietario de un saber clínico que con criterios meramente operativos y funcionales la traza: la neurosis empieza cuando esa sombra inconsciente usando terminología jungiana es lo suficientemente fuerte como para interponerse entre el sujeto y las necesidades de su vida consciente, constructiva.
Y en este aspecto la última evolución del sistema capitalista que es la sociedad de consumo intenta capitalizar, como no podía ser de otra forma, ese deseo dirigiendo a él toda su estructura de comunicación, intentando penetrar por la misma dirección pero en contrario sentido esos resquicios de la racionalidad por los que habitualmente se manifiesta.
Los problemas y los riesgos son obvios, desestabilizando aún más la estabilidad de los individuos que no es más que una fina película de razón surgida a base de represión sobre un profundo e insondable mar de energía que como sostenía Jung se extiende más allá del espacio y del tiempo.
Horney dedica buena parte del libro a describir no tanto la génesis como la variada sintomatología neurótica que un aprensivo como el que les escribe a disfrutado/sufrido identificándose hasta en el más pequeño de los aspectos.
El psicoanálisis no es un paradigma desechable en absoluto.
Desde el punto de vista clinico se basa en un sistema tan antiguo como la curación mediante el relato y la palabra y desde el punto de vista macro ofrece una radiografía bastante ajustada para explicar la fragilidad del individuo y su carácter animal-racional así como los pilares oscuros sobre los que descansa cualquier organización social ofreciendo un modelo psico-sociológico nada desdeñable siempre que lo que uno busque sea el conocimiento.