Dirigida por el maestro Ozu en 1961 se trata de la penúltima película que rodase antes de que el cáncer y la bebida se lo llevasen por delante unos pocos años más tarde.
"El Otoño de la familia Kohayagawa" tiene esa magia fascinante y cautivadora que ofrecen con modestia y discreción todas las películas de Ozu, una magia que un gran admirador de la obra del insigne japonés como es Wim Wenders definiera como la capacidad de narrar " en función de la pura y simple representación de la realidad, rechazando las explicaciones psicológicas".
Cuando uno está viendo una película de Ozu tiene la sensación de estar ante las cosas tal y como son y en este sentido no es una historia la que se cuenta sino la totalidad de peripecias que componen las vidas de los personajes que la cámara filma con tremendo cuidado y simplicidad.
La magia de Ozu es extremar el ámbito de la ficción hasta hacerlo parecer una convincente realidad recuperando ese elemento inicial y mágico del cine como medio de representación de la realidad... Con la colaboración imprescindible y necesaria de la luz, la cámara atrapa la realidad para desplegarla posteriormente sobre la pantalla y tengo que decir que el japonés siempre se sale con la suya mostrando lo que parecen ser pedazos de auténtico espacio y auténtico tiempo sabiamente cortados por el encuadre de la cámara.
En "El Otoño de la familia Kohayagawa" asistimos a las peripecias de dos hermanas, una viuda y otra soltera, que quieren ser casadas por sus hermanos, pero también a la alegría desenfrenada de vivir del patriarca quién no parece demasiado preocupado por las presiones y exigencias de una vida moderna que sin embargo sí preocupa a sus hijos.
A lo largo del metraje de la película subyace una suave tensión entre presente y futuro, realidad y deseo que convierte la vida de los personajes en un espacio donde siempre hay una incertidumbre que resolver. Tensión que está siempre directamente relacionada con los aspectos más materiales de la existencia, aspectos que parecen haberse apoderado de un Japón que Ozu presenta muy occidentalizado en su estilo de vida.
Pero, y para asombro de todos, es Bampei, el patriarca, quién más claro lo tiene optando por una vida despreocupada que parece consecuencia directa de la sabiduría que los años le han otorgado. Incluso mantendrá esta actitud cuando la muerte empiece a rondarle suscitando la sorpresa entre los atribulados por el presente y también por el futuro miembros de su familia y convirtiéndose en un ejemplo que guiará las trascendentales decisiones que sus dos hijas deben tomar.
Porque hay un clara y evidente levedad a la hora de entender la vida y la muerte que confiere a "El Otoño de la familia Kohayagawa" de una belleza resplandeciente y especial. Una levedad que emana directamente de una actitud de no resistencia ante los fenómenos inevitables y naturales que componen el ciclo de la vida y que personalmente encuentro bastante religiosa desde mis escasos conocimientos de religiones orientales.
Y da la impresión de que esta inmersión que Ozu realiza de sus personajes en un Japón industrializado y consumista tiene la misión de señalar una posible pérdida de sentido y de valores tradicionales.
La introducción del apego por las cosas se convierte en una amenaza para la unicidad de la familia como son buena prueba los dos hermanos siempre ocupados en sus negocios de Bampei y frente a esta actitud, que también encarnan los hermanos y su esfuerzo por emparejar a sus dos hermanas con el mejor partido, se eleva la actitud despreocupada y desapegada de Bampei quién parece regirse por otros criterios no tan utilitaristas, criterios que le convierten en el personaje más feliz de todos y que le emparentan con esa actitud de desapego hacia lo material tan característica de las religiones orientales.
Actitud de desapego que como dice Krishna,. avatar de Visnu, en el Baghavad Gita debe llevar a dar la misma importancia a una montaña de arena que a una montaña de oro con vistas a la toma de la decisión correcta.
Brillante.
"El Otoño de la familia Kohayagawa" tiene esa magia fascinante y cautivadora que ofrecen con modestia y discreción todas las películas de Ozu, una magia que un gran admirador de la obra del insigne japonés como es Wim Wenders definiera como la capacidad de narrar " en función de la pura y simple representación de la realidad, rechazando las explicaciones psicológicas".
Cuando uno está viendo una película de Ozu tiene la sensación de estar ante las cosas tal y como son y en este sentido no es una historia la que se cuenta sino la totalidad de peripecias que componen las vidas de los personajes que la cámara filma con tremendo cuidado y simplicidad.
La magia de Ozu es extremar el ámbito de la ficción hasta hacerlo parecer una convincente realidad recuperando ese elemento inicial y mágico del cine como medio de representación de la realidad... Con la colaboración imprescindible y necesaria de la luz, la cámara atrapa la realidad para desplegarla posteriormente sobre la pantalla y tengo que decir que el japonés siempre se sale con la suya mostrando lo que parecen ser pedazos de auténtico espacio y auténtico tiempo sabiamente cortados por el encuadre de la cámara.
En "El Otoño de la familia Kohayagawa" asistimos a las peripecias de dos hermanas, una viuda y otra soltera, que quieren ser casadas por sus hermanos, pero también a la alegría desenfrenada de vivir del patriarca quién no parece demasiado preocupado por las presiones y exigencias de una vida moderna que sin embargo sí preocupa a sus hijos.
A lo largo del metraje de la película subyace una suave tensión entre presente y futuro, realidad y deseo que convierte la vida de los personajes en un espacio donde siempre hay una incertidumbre que resolver. Tensión que está siempre directamente relacionada con los aspectos más materiales de la existencia, aspectos que parecen haberse apoderado de un Japón que Ozu presenta muy occidentalizado en su estilo de vida.
Pero, y para asombro de todos, es Bampei, el patriarca, quién más claro lo tiene optando por una vida despreocupada que parece consecuencia directa de la sabiduría que los años le han otorgado. Incluso mantendrá esta actitud cuando la muerte empiece a rondarle suscitando la sorpresa entre los atribulados por el presente y también por el futuro miembros de su familia y convirtiéndose en un ejemplo que guiará las trascendentales decisiones que sus dos hijas deben tomar.
Porque hay un clara y evidente levedad a la hora de entender la vida y la muerte que confiere a "El Otoño de la familia Kohayagawa" de una belleza resplandeciente y especial. Una levedad que emana directamente de una actitud de no resistencia ante los fenómenos inevitables y naturales que componen el ciclo de la vida y que personalmente encuentro bastante religiosa desde mis escasos conocimientos de religiones orientales.
Y da la impresión de que esta inmersión que Ozu realiza de sus personajes en un Japón industrializado y consumista tiene la misión de señalar una posible pérdida de sentido y de valores tradicionales.
La introducción del apego por las cosas se convierte en una amenaza para la unicidad de la familia como son buena prueba los dos hermanos siempre ocupados en sus negocios de Bampei y frente a esta actitud, que también encarnan los hermanos y su esfuerzo por emparejar a sus dos hermanas con el mejor partido, se eleva la actitud despreocupada y desapegada de Bampei quién parece regirse por otros criterios no tan utilitaristas, criterios que le convierten en el personaje más feliz de todos y que le emparentan con esa actitud de desapego hacia lo material tan característica de las religiones orientales.
Actitud de desapego que como dice Krishna,. avatar de Visnu, en el Baghavad Gita debe llevar a dar la misma importancia a una montaña de arena que a una montaña de oro con vistas a la toma de la decisión correcta.
Brillante.