El predominio del director como principal responsable de la autoría de la obra cinematográfica es un fenómeno que data de mediados del siglo pasado. Las nouvelles vagues europeas que son la primera generación educada en el cine como experiencia y lenguaje reflexionan sobre ese cine que han visto y que desean hacer reivindicando la figura del director como el elemento fuindamental, la principal fuente de criterio dentro de un arte que por esencia es colectivo.
Y desde luego el director tiene un poder, especialmente en lo que tiene que ver con el encuadre y la producción de las imágenes, pero su poder nunca fue el único.
Los que decían que historias se rodaban y cuáles no, los que decidían si el director podía montar su película o no hacerlo solían tener más poder que aquel, especialmente en el sistema de estudios del viejo Hollywood. Estas personas eran los productores. Los dueños del dinero, pero también, y en el caso de los mejores de ellos, de las ideas y conceptos que impregnaban todas las películas que sus estudios o productoras rodaban.
La historia del cine está llena de grandes productores artistas, capaces de poner en marcha grandes proyectos o grandes líneas de producción. Desde el Irving Thalberg en el que Scott Fitzgerald se inspirara su inacabada última novela hasta Arthur Freed o David O'Selznick.
Y precisamente para O'Selznick trabajó Val Lewton.
Nacido en la Rusia de los Zares, Lewton acabó trabajando en el mundo del cine tras pasar por los teatros de la Costa Este.
En un momento determinado aceptó la oferta de los responsables de la RKO para poner en marcha una línea de producción de terror que recuperase los éxitos que la Universal realizara en la década de los años 30.
Practicamente arruinada por Orson Welles la RKO recurrió a la fiabilidad de los géneros como acto de elemental de supervivencia y para ello puso su confianza un Lewton, un productor que procedía del mundo de las letras y que, como todo productor-creador que se precie de serlo, decidió hacer las películas que el querría ver.
Sus películas siempre brillan en el fondo y la forma.
Sobre una base literaria muy cuidada, fuentes directamente literarias o variaciones de esas fuentes, Lewton construye historias de alto contenido poético, muy ricas en la sugerencia y en lo no verbal. Películas muy bien acabadas que están dotadas de un alma muy especial, situadas entre lo romántico y lo misterioso.
En el director Jacques Tourneur, Lewton encontró un colaborador perfecto en un doble sentido: por su impecable dominio del lenguaje cinematográfico y por su capacidad para componer imágenes profundas y sugerentes.
"I walked with a zombie" es su segunda colaboración tras la exitosa "Cat People".
Rodada en 1943 y parcialmente inspirada en la historia de Jean Eyre, se trata de un relato intrigante y misterioso en el que las sombras y lo ambiental tienen un peso fundamental y tremendo.
"I walked with a zombie" es una de esas fascinantes películas en las que lo que no se dice o se ve es tan importante o más que lo que el espectador escucha y ve.
Se trata de una película erótica en el amplio sentido de la palabra. La insinuación y la sugerencia, las sombras que se deslizan furtivamente, los silencios que se escuchan, los tambores que suenan en la distancia componen una atmósfera opresiva, que aprieta firme pero suavemente, como lo haría un lazo de seda, la mirada de la protagonista, que es la mirada del espectador, en un contacto con el cerrado y maldito mundo de la familia Holland.
Obra maestra.
Y desde luego el director tiene un poder, especialmente en lo que tiene que ver con el encuadre y la producción de las imágenes, pero su poder nunca fue el único.
Los que decían que historias se rodaban y cuáles no, los que decidían si el director podía montar su película o no hacerlo solían tener más poder que aquel, especialmente en el sistema de estudios del viejo Hollywood. Estas personas eran los productores. Los dueños del dinero, pero también, y en el caso de los mejores de ellos, de las ideas y conceptos que impregnaban todas las películas que sus estudios o productoras rodaban.
La historia del cine está llena de grandes productores artistas, capaces de poner en marcha grandes proyectos o grandes líneas de producción. Desde el Irving Thalberg en el que Scott Fitzgerald se inspirara su inacabada última novela hasta Arthur Freed o David O'Selznick.
Y precisamente para O'Selznick trabajó Val Lewton.
Nacido en la Rusia de los Zares, Lewton acabó trabajando en el mundo del cine tras pasar por los teatros de la Costa Este.
En un momento determinado aceptó la oferta de los responsables de la RKO para poner en marcha una línea de producción de terror que recuperase los éxitos que la Universal realizara en la década de los años 30.
Practicamente arruinada por Orson Welles la RKO recurrió a la fiabilidad de los géneros como acto de elemental de supervivencia y para ello puso su confianza un Lewton, un productor que procedía del mundo de las letras y que, como todo productor-creador que se precie de serlo, decidió hacer las películas que el querría ver.
Sus películas siempre brillan en el fondo y la forma.
Sobre una base literaria muy cuidada, fuentes directamente literarias o variaciones de esas fuentes, Lewton construye historias de alto contenido poético, muy ricas en la sugerencia y en lo no verbal. Películas muy bien acabadas que están dotadas de un alma muy especial, situadas entre lo romántico y lo misterioso.
En el director Jacques Tourneur, Lewton encontró un colaborador perfecto en un doble sentido: por su impecable dominio del lenguaje cinematográfico y por su capacidad para componer imágenes profundas y sugerentes.
"I walked with a zombie" es su segunda colaboración tras la exitosa "Cat People".
Rodada en 1943 y parcialmente inspirada en la historia de Jean Eyre, se trata de un relato intrigante y misterioso en el que las sombras y lo ambiental tienen un peso fundamental y tremendo.
"I walked with a zombie" es una de esas fascinantes películas en las que lo que no se dice o se ve es tan importante o más que lo que el espectador escucha y ve.
Se trata de una película erótica en el amplio sentido de la palabra. La insinuación y la sugerencia, las sombras que se deslizan furtivamente, los silencios que se escuchan, los tambores que suenan en la distancia componen una atmósfera opresiva, que aprieta firme pero suavemente, como lo haría un lazo de seda, la mirada de la protagonista, que es la mirada del espectador, en un contacto con el cerrado y maldito mundo de la familia Holland.
Obra maestra.
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