Siempre ha funcionado muy bien la mezcla de géneros.
Dirigida en 1944 por Otto Preminger. "Laura" es un magnífico ejemplo de ese mestizaje o, mejor dicho, de una combinatoria que siempre implica que elementos de un género se incrusten en otro que les sirve de contexto y guía.
Entonces se produce el fenómeno simbiótico, la transferencia de valor que suma y enriquece.
Mientras el uno ofrece espacio y contexto para la narración, el otro ofrece el core emocional, la energía dramática que se vehicula a lo largo de esa narración dotándola de la fuerza y energía necesaria.
En el concreto caso de "Laura", una narración localizada dentro de los estándares del cine negro, la investigación policial de un asesinato, poco a poco va mostrando el oscuro corazón de un drama psicológico basado en la dependencia y la posesión.
Y el punto de contacto entre ambos espacios es el personaje que da nombre a la película: la fascinante y hermosa Laura en quién la limitada actriz Gene Tierney encontró el papel más importante de su vida.
Poco a poco, la investigación del detective McPherson, contada en magníficos diálogos, como esculpidos en diamante, va rebelando lo insano de la relación que une a Laura con su mentor, Waldo Lydecker; una relación que muestra la cara perversa y oculta que encierra todo Pigmalion: la tentación de apropiarse del otro hasta convertirlo en un objeto.
Cuando el maestro enloquece, el alumno se convierte en algo mucho menor que una persona, en una suerte de obra propia.
Y esta es la base del drama mortal que respira en cada plano de esta magnífica película.
La obsesión convertida, como el asesinato, en una más de las Bellas Artes.
“Pero la proposición aparentemente simple de que todos los
factores de producción deben estar en mercados libres implica en la práctica
que toda la sociedad debe estar subordinada a las necesidades del sistema de
mercado. Entre los factores de producción están la tierra y el trabajo, pero
ambos sólo pueden ser tratados como mercancías bajo una base más o menos
ficticia: puesto que el trabajo significa los seres humanos en los que consiste
la sociedad, y la tierra es sólo otra palabra para la madre naturaleza gracias
a la que los seres humanos subsisten. En la tentativa de establecer una
economía de mercado separada dentro de la sociedad, toda la sociedad se
subordina a las necesidades de una economía de mercado. Casi sin darnos cuenta
una cosa completamente desconocida nace: una sociedad económica, es decir, una
sociedad humana basada en el supuesto de que la sociedad sólo depende de bienes
materiales para su existencia.
Esta suposición es manifiestamente falsa. La seguridad de la
vida es tan vital como a comida diaria, tampoco hay una preferencia definida
por el pan y la mantequilla si la alternativa es ser matado fulminantemente.
Pero si una sociedad quiere existir permanentemente hay una serie de requisitos
que debe cumplir tales como unas relaciones estables con nuestro entorno: la
naturaleza, nuestros vecinos.. y una perspectiva de futuro lo suficientemente
estable como para desarrollar los fundamentos del carácter y la crianza de una
nueva generación. Ciertamente estos requisitos no pueden ser sustituidos por la
abundancia de bienes materiales”
"¿Qué es lo que ha perdido nuestra cultura en 1980 con respecto a lo que la vanguardia tuvo en 1890? Efervescencia, idealismo, confianza, la creencia en que había un montón de territorio para explorar, y sobre todo el sentido de que el arte, en su más desinteresada y noble expresión, es capaz de encontrar las metáforas por la que una cultura en cambio radical podría ser explicada a sus miembros"
"What has our culture lost in 1980 that the avant-garde had in 1890? Ebullience, idealism, confidence, the belief that there was plenty of territory to explore, and above all the sense of art, in the most desinterested and noble way, could find the necessary metaphors by which a radically changing culture could be explained to its inhabitants."
Besos robados a la muerte.
Besos carnívoros, densos,
lentos, profundos.
Besos sobre el acantilado,
en el final de la noche.
Besos desesperados,
temerosos de que la nueva luz,
que ya precisa firme
el perdido contorno de las cosas,
todo lo pulverice.
Empieza mejor que termina esta segunda temporada de "Penny Dreadful", pero soy fan.
Me interesa la difícil vida de los monstruos y de eso hay mucho en esta serie que asienta sus reales en el romanticismo, la literatura gótica, el misterio victoriano y el sombrío terror que inspira lo diferente.
No olvidemos que el Romanticismo surge como reacción a la Ilustración y el Neoclasicismo, como respuesta al excesivo énfasis puesto en la razón reivindicando los aspectos sombríos que precisamente la razón metaforizada en luz muestra con dificultad o directamente no puede mostrar.
El Romanticismo empieza en lo emocional, en los sentimientos para terminar en lo irracional.
Frente al canon, el conjunto de reglas que desde la razón codifican la belleza, el Romanticismo reivindica la libertad absoluta y lo diferentes conceptos de belleza como consecuencia de la exploración exhaustiva de la individualidad.
La culminación es el héroe byroniano, condenado a la soledad como consecuencia de la reivindicación de la propia diferencia, condenado también a la tragedia porque la sociedad precisa del canon, de la codificación, de la media aritmética para existir.
Así, la diferencia deviene en una suerte de monstruosidad que convierte a quién la muestra en un descastado.
Y la materialización de ese sentimiento trágico de la existencia que llevan consigo los héroes románticos se produce en la literatura gótica, en el terror, donde los monstruos encarnan de manera radical esa trágica diferencia que convierte a los héroes románticos en una suerte de superhombre nieztscheano.
"Penny Dreadful" nos habla de esos monstruos, de la necesaria tensión que acompaña su existir y quizá lo más interesante que presenta es la proyección transversal de ese malditismo a lo largo de una trama relativamente previsible.
En este sentido, los tres o cuatro primeros capítulos, especialmente el tercero que cuenta la historia de Vanessa Ives, magníficos en la presentación de una trama llena de aspectos inquietantes e inefables, generan unas expectativas que desgraciadamente la serie no resuelve demasiado bien, entrando en fases de meseta en que se dedica demasiado espacio y tiempo al modo en que las brujas cercan a Miss Ives pareciendo que por en medio la narración está un poco estirada.
En cualquier caso, y como he escrito al principio, soy fan.
Hay confusión en el mar,
impacientes las olas espumean,
se agolpan las unas sobre las otras como gaviotas,
parecen no ser capaces de esperar su turno,
les pierde el deseo de llegar cuanto antes
a la arena que tus pies descalzos pasean.
Conforme más te alejas de lo que se espera de tí, de tu comportamiento como miembro de la colmena, más la libertad brilla por su ausencia o, por lo menos, hay que dar muchas más explicaciones y las cosas se complican siempre hacia peor.
La gente no escucha, se indigna, denuncia...
Y es curioso porque precisamente una sociedad que presume de ser libre debería tener claro que el discurso de la libertad y de los derechos es mucho más necesario cuanto más lejos se encuentran las opiniones, comportamientos y actitudes de esa media aritmética en la que se concentra el acuerdo.
No tiene mucho sentido aplicar la libertad para defender aquello en lo que todos coincidimos o todo aquello que todos hacemos, sino para respaldar la palabra y los actos de aquellos que no están de acuerdo con lo que todos convenimos como asumible y aceptable.
En nuestras sociedades que dicen libres y abiertas el discurso de las libertades es verdaderamente eficiente en los extremos de la cola, asistiendo el derecho de los heterodoxos, de los diferentes a expresarse.
Ahí es donde, como decía el anuncio, el carácter democrático se la juega.
Todo lo demás funciona por sí solo, forma parte de la máquina que con cada vez menos exquisitez nos devora cada día.
Y por supuesto, y con independencia de lo que se exprese, es importante mantener las formas, pero curiosamente es la mayoría quien no guarda las formas con las minorías cuando estas se revelan como tales.
En este sentido, existe una didáctica totalitaria de reforzar las adhesiones y cuestionar las críticas que absolutamente es impropia de una sociedad democrática.
Somos libres para decir lo que hay que decir, para hacer lo que hay que hacer.
Somos libres para hacer o decir algo que diríamos o haríamos en cualquier caso porque es lo que hay pero, no nos vengamos abajo, podemos hacer toda esta mierda a la que no nos queda más remedio que someternos porque vivimos en una sociedad libre.
Este es el uso perverso de la idea de libertad que emplean nuestras sociedades con nosotros, el azul del cielo protector que legitima este sistema en la mente de ese extremo centro social que con su conformidad tan libre nos está llevando al desastre de una sociedad cada vez más bestial.
Lo que nos encadena nos hace libres.
Somos bestias porque somos libres para serlo.
Y la verdad es que no hacían falta tantas alforjas para ese viaje milenario que nos ha sacado de las cavernas para llevarnos a un mundo donde construimos nuestras propias cavernas artificiales.
Pero la neurosis tan propia de las sociedades totalitarias se ha intitucionalizado y como consecuencia de ello te sucederá otra cosa si severamente discrepas, si no aceptas las reglas del juego.
No habrá cuartel para tí.
Incluso puedes acabar en la cárcel si eres un titiritero y uno de los personajes de la obra saca una pancarta en la que aparece la palabra ETA.
El bigotito de Franco que este régimen constitucional del 78 lleva puesto se convertirá en una katana que te segara la cabeza.
La libertad es algo demasiado serio como para ponerla prueba, disfruta de ella sin discrepar.
Por momentos "Embarazados", con su ritmo lento, como psicoanalizado, que me recuerda a esas comedias francesas que tanto detesto.
Para mi gusto, las comedias deben llevar otra velocidad, la del slapstick y como ejemplo siempre pongo "La fiera de mi niña" de Howard Hawks.
El territorio de la comedia debe ser siempre una pista rápida donde las réplicas inteligentes y divertidas boten con precisión y velocidad ante la mirada del espectador.
La lentitud carga a la comedia de cualidades dramáticas que hacen que lo humorístico se diluya en una especie de sopa caliente que sistemáticamente hay que soplar para ingerir.
Por no hablar de todo ese rollo ideologico tan formal y burgués que siempre subyace en todos los planteamientos industriales de la comedia, construidos todos en torno a la obligatoria e imperiosa necesidad de construir un orden, a través del amor como relato, que siempre desemboca en la familia. Como si las separaciones y los desacuerdos siempre estuvieran del lado del drama, y los encuentros y acuerdos estuvieran reservados a la comedia.
En este sentido, echo de menos comedias románticas que trabajen la didactica del desamor de maneras más innovadoras, en consonancia con los planteamientos más igualitarios que existen cada vez más en las relaciones entre hombres y mujeres.
Porque al final volvemos a las mismas cosas de siempre y no voy a explicarlo en detalle para no hacer spoil.
Aunque, y resumiendo, diré que el sigue saliéndose con la suya mientras ella tiene que pasar por mil vicisitudes para hacer lo que desea y además tener al hombre que no la sigue en aquello que más desea.
Pero, bueno, esa es otra historia aunque tengo que decir que me parece mentira que esta película la haya dirigido una mujer.
Dicho esto, y no obstante, "Embarazados" tiene sus puntos buenos.
Abundancia de buenos diálogos, personajes secundarios llenos de vida y que proporcionan con acierto el necesario contrapunto bufonesco a la mayor tensión dramática que mantienen los personajes principales y dos magníficos actores protagonizándola: Alexandra Jimenez y Paco Leon,
El resultado es entretenido sin más
En cualquier caso, y desde luego, mil y una veces preferido a esos ocho millones de apellidos que arrasan en taquilla.
Tom McCarthy, el director de "Spotlight", es un tipo con una trayectoria interesante.
También es actor y como tal participó en la quinta temporada de "The Wire", temporada final en la que se aborda el tema de cómo procesa el periodismo la realidad incuestionablemente corrupta que presenta la ciudad de Baltimore convertida en metáfora de los desastres del neoliberalismo.
En la serie interpretaba precisamente a un periodista que se corrompía, que dejaba de hacer y de decir, sumándose a ese desasosegador consenso de egoístas intereses individuales que comprometen la posibilidad de una solución alternativa y colectiva.
Y escribo esto porque en "Spotlight" hay mucho de esa visión del periodismo como contrapoder constantemente presionado hacia la disciplina de un statu quo.
Porque sin en "The Wire" termina imponiéndose la constatación de una realidad de periodismo disciplinado, correa de transmisión de las consignas de un orden y unos valores, en "Spotlight" se escenifica ese idealismo de un periodismo en el que a publicación de la verdad es más importante que cualquier otra cosa.
En este sentido, McCarthy se alinea con el genial Aaron Sorkin y su muy mal entendida "The Newsroom", pero enlaza también con todo ese cine político que en la década de los setentas realizaran directores como Alan J. Pakula y que protagonizaban periodistas enfrentados por la verdad contra el poder.
"Spotlight" está justo ahí y nos cuenta la investigación que un equipo de investigadores del Boston Globe llevaron a cabo para descubrir una espectacular trama de abusos a menores por parte de 80 sacerdotes pertenecientes a la diócesis de Boston.
Y en una ciudad tan católica como Boston, los periodistas topan con la iglesia y todo lo que esta representa... que es mucho si uno es un meapilas.
En este sentido, "Spotlight" funciona perfectamente como "thriller", el proceso de investigador está bien contado y se sigue con interés, pero también incorpora un aspecto emocional y humano, el de la victimas, que es muy afín a las películas de McCarthy siempre centradas en los individuos y sus emociones.
En "Spotlight", el por qué de la investigación, el dolor de las victimas siempre está ahí, brillando oscuro, guiando en cada minuto el firme paso de los periodistas, convirtiendo a quienes callan y colaboran en esos monstruos cotidianos que encarnan esa banalidad del mal que tan bien cifrara Hanah Arendt.
De la Iglesia Católica no voy a hablar. Sólo decir que más de uno, cuando muera, se llevará una gran sorpresa.
Seguramente no sos vos, que soy yo, pero lo cierto es que un alien me ha salido del cuerpo cuando he visto esa foto tuya en los Goyas no demasiado bien vestido para la ocasión, pero, y en cualquier caso, cumpliendo el objetivo de mimetizarte.
No obstante, creo que hay otras maneras de vestir bien sin tener que recurrir a ese terno negro y blanco que en absoluto le pega a tu imagen pública.
¿Es que no hay asesores de imagen en Podemos?
¿Es que no hay diseñadores alternativos?
¿Todos son de la casta?
En cualquier caso, te insisto en que seguramente soy yo porque, del mismo modo que pienso que una persona de izquierdas no puede ser millonaria, tampoco creo que alguien como tú, con lo que eres y representas (no voy a decir todavía que has sido), aparezca así en un evento de tanta repercusión pública.
Supongo que te ha podido tu pasión por el cine, pero pensaba que te interesaban otras cosas y no tanto el rollo de la alfombra roja y su desfile de vanidades.
En cualquier caso, te confieso que desde hoy me cuesta mucho menos imaginarte dentro de 30 años, sobre la proa de una yate, gordako como tú solo, fumando un buen puro mientras en bikini la rubia de turno te masajea la espalda buscando que olvides el gatillazo del polvo de hace un rato.
Lo cierto es que cada vez tengo más claro que tu objetivo no es cambiar las cosas sino el sorpasso, ocupar el lugar reservado a la izquierda en el trono del bipartidismo, un lugar que desde hace casi medio siglo viene ocupando el PSOE.
Todavía te queda un poco para conseguirlo.
No basta con igualarte en número de votos porque el PSOE sigue ganando en los lugares donde los escaños son más baratos, pero te reconozco que estas más cerca.
Supongo que tienes derecho a realizar tus sueños, sentarte al lado de Penelope Cruz o de Blanca Suarez, pero te confiese que como votante hubiera preferido imaginarte leyendo a Gramsci.
Si lo miras desde fuera seguramente tenga un pase defender a unos titiriteros que deciden exhibir una pancarta que hace un juego de palabras con las palabras Gora y Eta (lo separo por si también deciden meterme en la cárcel a mi) en un espectáculo infantil.
Quizá haya formas de defender ésto, pero en realidad no tiene defensa.
A mi entender la variable esencial a manejar para entender este caso es que ha sido el propio público quién en un proceso progresivo de indignación ha llamado a la policía.
Esto debería bastarnos para matizar el discurso sobre el derecho a la libertad de expresión.
No olvidemos que a todos se nos supone el ejercer nuestros derechos y libertades con el buen sentido del ser que piensa y razona. Por esto mismo no creo que determinados contenidos sean adecuados para un espectáculo infantil al que también asisten los padres y cuyo acceso es libre, lo que aumenta las posibilidades de que se multipliquen los efectos distorsionantes de una libertad ejercida y mal medida.
Honestamente creo que esto es lo que hay que poner por delante a la hora de abordar este tema.
Y si este país no fuera la inmensa casa de putas intelectual que es, la cosa habría quedado en alguna amonestación, quizá en alguna multa por escándalo público.
Pero lo es.
Todavía instalado en un estado del alma guerracivilista, afortunadamente y ahora como máximo política y mediática, no puede dejar de escapar este desgraciado acontecimiento para convertirlo en munición de esa para disparar al otro.
Y así, de repente, unos simples idiotas se convierten además en enaltecedores y a poco que nos pongamos colaboradores necesarios de esa ETA que ya no existe más que como munición.
Llegan la deformación, el exceso, el mal sentido con vistas siempre a hacer daño al otro.
Y en esta guerra los recién llegados como el equipo de Carmena tienen poco que hacer con toda la mierda veterana que durante años vienen viviendo de deformar las cosas de acuerdo con intereses de parte.
Su inexperiencia las está colocando una y otra vez en posiciones vulnerables como ésta de los titiriteros etarras.
Todo un chollo para un país que está tan mal como para tener que invocar constantemente la ausencia de una banda terrorista que lleva años muerta.
Pasarán 30 años y todavía habrá algunos que cuando hablen parecerá que ETA mató ayer y seguramente matará mañana.
A esos, los jueces deberían también encerrarles.
Habría que crear un delito específico para este país que fuese la nostalgia de la violencia.
No sé cómo será el resto pero este país es un país horrible a poco que lo pienses,
Y lo es porque, como decía el poeta, la historia sigue acabando mal.
Como Paolo Sorrentino, el mejicano Alejandro González Iñarritu es otro que tal baila.
No se si Iñarritu tiene tanta capacidad como el italiano para producir imágenes nuevas, pero desde luego los dos coinciden en buscar una manera diferente de narrar sus historias.
En "The Ravenant", Iñarritu no sólo propone un regreso al poder arrasador desde lo meramente visual y estético de la imagen mostrada desde el gran formato sino también, y fundamentalmente, propone una manera diferente de narrar recurriendo a una cámara aérea que, como un reportero incrustado dentro del relato, se mueve sobre el espacio en busca del detalle esencial.
La escaramuza inicial entre tramperos e indios es un magnífico ejemplo de esta manera de contar en el que el espectador. del mismo modo que los personajes, en ningún momento está por encima de la situación en que se encuentra.
Así, la narración se carga y magnetiza con un valor de experiencia, de inmediatez que convierte a lo de siempre, lo que hemos visto cientos de veces en algo diferente,
Esto es innovación y no tengo la menor duda de que procede del mundo de los juegos sobre plataforma.
A mi entender, "The Ravenant" tiene bastante del espíritu atropellado e intenso de los juegos en primera persona en los que uno está dentro de algo, no sabe lo que va a pasar ni por donde van a venir las tortas.
Y esto es un dato interesante porque, rebasado por los juegos como principal fuente de entretenimiento, el cine reconoce esa supremacía y toma prestados algunos elementos que convierten para los usuarios la experiencia del juego en algo atractivo e interesante.
Por todo esto, y en cualquier caso, "The Ravenant" es una película brillante, llena de interés, que con mucho talento se las arregla para contarnos una historia de venganza que todos ya hemos visto cientos de veces.
Y este es el principal logro de Iñarritu: hacernos ver lo de siempre como si lo viéramos por primera vez.
Bien es cierto que ese núcleo de venganza se encuentra magníficamente bien envuelto en el papel celofán del magnífico escenario natural que es la Luisiana francesa o lo que es lo mismo toda la parte central de los actuales Estados Unidos y un escenario histórico, principios del siglo XIX, no excesivamente tratado en el cine que siempre ha preferido el lejano Oeste.
Todo esto suma, acumulando el interés en el espectador ante un producto inteligente e innovador, magnificamente construido, como si Apple hiciese películas.
Además, el siempre comprometido Iñarritu se las arregla para aparecer mostrándonos un sólido e integro retrato de los indigenas hábilmente contrapuestos al retrato de un hombre blanco representado como bestial y feroz, impulsado por los más bajos instintos, convertido en el verdadero salvaje de esta historia.
Y aunque quizá sea un poco maniqueo me gusta y me gusta sencillamente porque creo que es así y aún lo sigue siendo.
En este sentido, y aunque se muestre de manera transversal y sobreentendida, también me ha interesado ver al hombre blanco convertido en la verdadera bestia de esta y todas las historias.
Por todo esto, "The Ravenant" también tiene su fondo, su corazón que expresa de manera sutil, entre las líneas del texto que componen sus planos e Iñarritu se las arregla para mantener su espíritu de denuncia, casi siempre en defensa de lo indígena, una de las principales victimas de nuestra opulencia.
En cualquier caso, y con independencia de que creas si somos los buenos o los malos en esta gran tragedia en que poco a poco estamos convirtiendo nuestra historia, "The Ravenant" es una magnífica película.
"Es, sin embargo, interesante observar cómo la neoliberalización en estados autoritarios como China y Singapur parece estar convergiendo con el creciente autoritarismo evidente en los estados neoliberales, como los EE.UU. y Gran Bretaña.
Por lo tanto, el neoconservadurismo es totalmente coherente con la agenda neoliberal del gobierno de élite, la desconfianza en la democracia, y el mantenimiento de las libertades del mercado. Pero se aleja de los principios del neoliberalismo puro y ha reformado las prácticas neoliberales en dos aspectos fundamentales: la primera, en su preocupación por el orden como respuesta al caos de los intereses individuales, y la segunda, en su preocupación por una moral desmesurada como el necesario aglutinante social para mantener el cuerpo político seguro frente a los peligros externos e internos.
En su preocupación por el orden, el neoconservadurismo aparece como una concreción del velado autoritarismo que el neoliberalismo insinuaba. Pero también propone respuestas diferentes a una de las contradicciones centrales del neoliberalismo. Si "no hay tal cosa como la sociedad, sino sólo individuos", como Thatcher inicialmente propuso, entonces el caos de los intereses individuales puede fácilmente terminar prevaleciendo sobre el orden. La anarquía del mercado, de la competencia y del individualismo desenfrenado (esperanzas individuales, deseos, ansiedades y temores; elecciones de estilo de vida y de hábitos y orientación sexual; modos de auto-expresión y comportamientos hacia los demás) genera una situación que se vuelve cada vez más ingobernable. Incluso puede llevar a una ruptura de todos los lazos de solidaridad y una condición al borde de la anarquía social y el nihilismo. A la vista de esto, parece necesario un cierto grado de coerción para restaurar el orden. Por tanto, los neoconservadores enfatizan la militarización como un antídoto contra el caos de los intereses individuales. Por esta razón, son mucho más propensos a poner de relieve las amenazas, reales o imaginarios, tanto en casa como en el extranjero, a la integridad y la estabilidad de la nación."
Da para mucho esta nueva película del italiano Paolo Sorrentino.
Del mismo modo que su anterior obra "La gran belleza", "Youth" es una perfectamente engrasada maquinaria de encantamiento y seducción en la que fondo y forma se combinan de manera precisa y perfecta.
Del lado de la forma, brilla fulgurante por su presencia el innegable talento de Sorrentino para la creación de imágenes, algo bastante poco frecuente en estos tiempos en que el cine es más una fábrica fordista que produce constantemente las mismas imágenes.
En cualquier caso con Sorrentino el espectador recupera la capacidad de asombro ante lo que ve, un asombro que por supuesto no procede de los efectos especiales digitales sino de una manera especial y diferente de ver que está enfocada a contar.
Del lado del fondo, lo que "Youth" nos ofrece no es tanto una historia sino un lugar en el que diferentes personajes con diferentes puntos de vista coinciden y conversan.
En este sentido, la película ofrece una sucesión de diálogos en los que esos personajes se intercambian su asombro ante las diferentes situaciones que la vida les depara ofreciéndose los unos a los otros pensamientos e ideas que inevitablemente les conducen a una conclusión.
Todo en "Youth" me recuerda a esa literatura moralista que desde Montaigne intenta responder al desasosiego y los males que nos ofrece la existencia cuando desde la conciencia no nos queda mas remedio que enfrentarnos a su oscura y secreta mecánica.
Así, y a mi entender existe una clara relación de continuidad entre "La gran belleza" y "Youth", pareciendo esta última dedicada a profundizar en ese gesto de cerrar los ojos con que Jep Gambardella cierra los suyos dejándose llevar por el deseo de recordar el paraiso del primer amor de su adolescencia.
En ese eterno conflicto entre realidad y deseo, entre el horror metafísico de la vejez y la desesperada locura de la juventud, Gambardella opta por cerrar los ojos y dejarse llevar por lo poco en su desgastado ánimo queda de ese deseo que como el humo se nos disipa conforme el tiempo avanza sobre nosotros.
El Fred Ballinger que protagoniza "Youth" explica a Gambardella, ofreciendo toda la película la construcción de un escenario en el que ese desear metafóricamente expresado por la palabra "juventud" se presenta como la mejor de las opciones frente a los horrores que en su reverso la vida también ofrece, horrores como la vejez, la muerte, la decadencia, el fracaso, la pérdida de sentido...
Sorrentino presenta en "Youth" un ensayo moralista en el que la necesidad del deseo es puesta en evidencia ante el destructivo vacío de su ausencia.
Y este deseo nos ofrece algo tan esencial como el material básico sobre el que se nos hace posible la construcción del cielo protector de un sentido que, más o menos cierto, más o menos enloquecido, siempre nos protegerá de la oscuridad, de ese abismo negro que nunca deja de estar ahí, de mirarnos mientras con paciencia infinita aguarda para engullirnos.
No es que el hombre busque el sentido sino que, sencillamente, lo necesita para seguir existiendo.
Y ese sentido no tiene un origen racional, sino pulsional: su origen está siempre en el deseo.
Después siempre viene el pensamiento para intentar disciplinarlo dentro de una forma que nos permita hacer algo con él.
Pero no hay sentido sin deseo, sólo palabras vanas y huecas.
Es justo al revés.
"Youth" nos muestra el dificil camino que sigue Fred Ballinger para descubrir que no estaba en lo cierto.
Tras la sorprendente y fresca aparición de "Shadows" en 1959, toda una rareza independiente creada desde Nueva York dentro de un cine norteamericano completamente orientado a lo industrial, John Cassavettes se inserta en el sistema y rueda para la Paramount esta "Too late blues" en 1961.
Y aunque se trata de un vehículo para el lucimiento de su protagonista, el cantante Bobby Darin, en "Too late blues" hay mucho del universo rico y complejo de Cassavettes.
Por un lado, y por lo que al contexto se refiere, la historia sucede en ese mundo bohemio y nocturno, multicultural e interracial, que era una de las señas de identidad de "Shadows".
La historia que Darin protagoniza es la historia de un músico que se vende como consecuencia de un fracaso sentimental.
Por otro, y pese a que la historia es bastante estereotipica y sumaria, poco interesante en definitiva, Cassavettes se las arregla para que resulte lo suficientemente interesante con lo que fue uno de sus talentos especiales: la sensibilidad para mostrar el conflicto emocional interno en sus personajes, un conflicto que es consecuencia directa de la duda y la desorientación que naturalmente genera el conflicto eterno entre realidad y deseo.
En este caso y por ejemplo, Cassavettes se las arregla para, en una película de estudio, construir, a través de Ghost (el personaje que Darin interpreta), una visión diferente y rupturista de los cánones de masculinidad que el cine presenta.
La escena en que, por ejemplo, Ghost rehusa tener sexo con Princess, después de haberla seducido según los canones tradicionales de masculinidad durante un par de secuencias anteriores abren un espacio para la complejidad, algo nada deseado en el cine industrial, y por lo tanto para la reflexión.
Pero también, el personaje de Princess, interpretado por Stella Stevens, es rico y complejo.
En definitiva, la lectura que Cassavettes hace de una clásica historia de chico encuentra chica, se pelean, separan y vuelven a encontrarse y toda la pesca asociada, permite que la complejidad del ser humano y, como consecuencia inevitable, de las relaciones entre humanos tenga la necesaria dimension intrincada y rica que tienen esos personajes tan dolientes que Cassavettes sabía dibujar y dar vida.
Aun sometiendose a los dictados del genero, el autor se las arregla para expresar su mundo a través de las convenciones del relato pautado que el genero siempre implica.
Y el resultado como siempre que se trata de Cassavettes interesa.
“Hay un vínculo, una continuidad, entre las relaciones
hostiles y la provisión de prestaciones reciprocas: los intercambios son
guerras resueltas de modo pacífico; las guerras son la resultante de
transacciones malogradas.”
Poco a poco Quentin Tarantino está consiguiendo que sus películas se parezcan a los géneros que sistemáticamente y de manera concienzuda explota.
Porque la explotación del exploit como la Standard Oil explota los pozos petrolíferos de Alaska es lo suyo.
No soy demasiado fan del cine de Tarantino.
En general, lo encuentro demasiado infantil sobre todo en su entendimiento de la violencia como espectáculo que tiene valor en sí mismo, aspecto que es la base de su éxito puesto que conecta sin tapujos con la cada vez más bárbara manera de ser de nuestras sociedades occidentales.
En este sentido, Tarantino recoge el espíritu de una época que cada vez entiende más las relaciones interpersonales desde el egoismo y la destrucción obsesiva del otro como expresión máxima del control que el sujeto precisa como individuo que se enfrenta solitario a un mundo donde la solidaridad y la cooperación están descartadas
Entiendo su éxito porque Tarantino lleva hasta el extremo el oscuro significado de aquella frase que pronunciaba el despiadado Gordon Ecko en "Wall Street": Si quieres un amigo comprate un perro.
Entiendo el éxito de sus historias en las que la gente se mata cada dos por tres.
En el espectador hay desplazamiento y proyección unida al inmenso placer inconfesable asociado a la escenificación de esa sádica destrucción desde el exceso..
Todos los personajes se tratan los unos a los otros como cosas en sus historias, cosas que siempre compiten y se manipulan entre sí en un desenfrenado frenesí que incluye la total destrucción como algo natural.
De todo modo, a través de su cine se expresa el inconsciente colectivo y bárbaro de nuestro mundo de drones y sexta flota que pulveriza todo lo que se le opone o no entiende a cambio de más dinero
Pero todo esto no sería posible sin algún que otro talento y Tarantino los tiene.
Siempre he creído que su principal virtud es la construcción de personajes interesantes a través de la palabra.
En este sentido, Quentin Tarantino es uno de los grandes escritores de diálogos de la historia del cine. La entidad y la credibilidad de sus historias se sostiene, a mi entender, a través de la palabra. Una palabra afilada, inteligente y precisa que vehicula a la perfección diferentes intereses (no psicologías), los intereses que precisamente van a contraponerse en ese baile sangriento de manipulación.
Y en esto Tarantino también copia porque no hay más que leer a Edward Bunker o George V. Higgins para encontrar esa magnífica palabra inteligente, dura y descarnada que compone ese interfaz que hace aceptable la banalidad sangrienta que encierran casi todas sus historias.
Resumiendo: el incontestable talento de Tarantino es ser una de esas copias con vocación de originalidad que la sociedad de consumo confunde interesadamente con lo auténtico.
Y escribo todo esto porque en su última película hay un poco de cada cosa, de lo bueno y de lo malo.
Para empezar "The Hateful Eight" es, en realidad, dos películas.
La primera es "La Diligencia" y me entusiasma porque su principal protagonista es ese talento excepcional para la palabra y la construcción de personajes de interés a través de la misma.
La segunda es "Diez Negritos", un murder mistery que arranca cuando la diligencia llega a la posada y que poco a poco va degenerando en un absurdo proceso de destrucción masiva que se agota en sí mismo sin conducir a ninguna parte... que es la misma de siempre: la generación de oportunidades para la caricaturesca expresión de la violencia a través del exceso
Algo así como construir un precioso y detallado castillo de arena para acto seguido lanzarse sobre él y destruirlo.
Y en este sentido me disgusta toda esa vaciedad que transparenta una vez que la gente deja de hablar para matarse de mil y una maneras.
No me gusta que le hablen a mi vientre.
Me gusta que le hablen a mi corazón, a mi cabeza y ya, si es a los dos, ni te cuento.
Esa degenerada y cruel estupidez que subyace en el cine de Tarantino me impide conectar con él y creo que es bueno para mi.
Pero tengo que reconocer que expresa esa degenerada y cruel estupidez de todos los días que vivimos.
Hay artistas que son portadores del espíritu de una época, aunque este sea repugnante, y desde luego nadie como Tarantino para expresar el espíritu oscuro de este presente en el que vivimos, que como cualquiera de sus personajes no nos perdona el menor de los errores cometidos.