sábado, junio 25, 2011

EL QUIMÉRICO INQUILINO


La película se basa en una novela del mismo nombre escrita por Roland Topor, miembro del Grupo Pánico, junto con Jodorowsky y Arrabal.
La historia rezuma humor negro y surrealismo, parece escrita para los ojos del casi apátrida Roman Polanski, que por supuesto no tardó en llevarla al cine y convertirla en una de sus mejores y más extrañas películas.
La historia cuenta el viaje a la locura de Trelkovsky, un apocado empleado de oficina que alquila en apartamento de una mujer que acaba de suicidarse. Poco a poco, inspirado por el extraño ambiente que rodean las cuatro paredes de sus apartamento, el protagonista empezará a descubrir una eficaz y poderosa conspiración llevada a cabo por sus vecinos para conducirle a la locura y al suicidio, igual que la señorita Choule, su predecesora.
"El quimérico inquilino" presenta de forma muy clara las obsesiones sadomasoquistas del cineasta: la generación de una víctima inocente por parte de un entorno agresivo e inquietante, la silenciosa y secreta conspiración de la realidad que convierte a la normalmente inane cotidianidad en un entorno peligroso, amenazante y, sobre todo, predador.
Poco a poco, Trelkovsky, magníficamente interpretado por el propio Polanski, irá cayendo en la locura, desconectándose más y más de la realidad y lo hará invitado por una serie de hechos, de acontecimientos, que no se sabe muy bien si proceden de su propia cabeza o están en la realidad.
Las estrictas normas de su casero, los vecinos detenidos durante horas en el baño, inmóviles bajo la mortecina luz de la bombilla, las nocturnas llamadas a su puerta se convierten en un oleaje que con su constante embate termina demoliendo los diques racionales que mantenían retenida la parte irracional de Trelkovsky, que termina emergiendo para rematarle, apartándole de la realidad definitivamente.
No fue bien recibida en su momento... y no me extraña nada.
"El quimérico inquilino" es una película inquietante, impregnada de un humor muy negro y en la que la mirada del protagonista se mezcla sin avisar con la mirada del espectador para componer una realidad filmada que resulta confusa para terminar deviniendo a asfixiante trampa en la que el espectador junto con Trelkovsky termina atrapado o, lo que es lo mismo, devorado por una conspiración cuyo inexistente sentido lógicamente se escapa... la locura.
Obra maestra.

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