domingo, septiembre 08, 2013

The cars that ate Paris

Realizada en 1974, "Los coches que devoraron Paris" es el primer largometraje del australiano Peter Weir.

Se trata de una historia extraña, básicamente centrada en un pueblo Paris que vive de todo lo que atrapa en las carreteras de su alrededor. Paris es un pueblo pirata que desguaza coches y desposee de todas sus pertenencias a los desgraciados conductores que pasan por sus proximidades.

En absoluto es una película redonda, todo lo contrario y estoy convencido de que, a estas alturas, estaría completamente olvidada de no ser la opera prima de Peter Weir.

El principal problema que tiene para mi gusto "The cars that ate Paris" es que pretende ser una sátira de la sociedad de consumo australiana, pero carece completamente de agudeza y sentido del humor. Sin duda, en ella brillan elementos que serán esenciales en la posterior obra de Peter Weir, un director especialmente dotado para todo lo que tiene que ver con el drama, pero en absoluto consigue transmitir esa sensación de agudeza y clarividencia que son elementos esenciales a toda sátira.

En este sentido, la película va de más a menos, mostrando en su primera secuencia una especie de anuncio que culmina en accidente y que resume de manera brillante todo aquello, proveniente de la ciudad, que los habitantes de Paris extraen de los accidentes que provocan.

Esta secuencia, extraña e incomprensible en un principio, casi godardiana, se revela como el marco en que debe entenderse el sentido de la historia.

Pero ese propósito inicial se diluye enseguida en un relato que, lindando con el thriller de suspense y un poco con el terror, dedica buena parte de su tiempo a presentar, como consecuencia de la presencia
desorientada de un accidentado que la ciudad adopta, una inquietante atmósfera de misterio que, para mi gusto, es lo mejor de la película y que adelanta, como ya he escrito, uno de los grandes talentos de Weir: su capacidad para describir atmósferas pesadas y morbosas que siempre acarrean consecuencias terribles para los personajes que las padecen.

Estos son los mejores momentos de "The cars that ate Paris"... profundidades de campo que cuestionan lo que la cámara muestra en primer lugar, miradas que no se corresponden con las palabras que se pronuncian, planos cortos que cuestionan la planificación de una escena.

¡Brillante!

No obstante, una vez que esa atmósfera se disipa y el espectador conoce el secreto de Paris la película decae de una manera absoluta, casi al nivel de un "Amantes Pasajeros" de Almodovar, como si Weir ya hubiera dicho todo lo que quería decir pero se hubiese olvidado de cerrar la historia. Entonces la película se precipita por una pendiente que recuerda al western mostrando un conflicto entre los viejos y los jóvenes del pueblo, un conflicto que es resuelto en una casi ridícula secuencia de enfrentamiento fraticida y motorizado en el que el pueblo es completamente destrozado.

Resumiendo, "Los coches que devoraron Paris" es una clásica opera prima, diletante, sin complejos, llena de buenas intenciones no todas consumadas de una manera correcta y que se les arregla para resultar interesante por encima de sus defectos, para dejar alguna huella.

Sin duda, la película respira en su propuesta juventud, un tardío alineamiento con la corriente critica de nouvelles vagues que azotaron las diferentes cinematografías nacionales, mostrando un espíritu irreverente e iconoclasta que, lindando con la serie B y el exploit, no termina sin embargo de realizarse de una manera plena.

Toda una curiosidad.



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