martes, febrero 25, 2014

Nebraska

Imagino que es pura metafísica traspasando las imágenes.

El estado de Nebraska es el noveno menos poblado de la Unión y la mayor parte del estado tiene como paisaje característico esa inmensa pradera que los indios habitaron a su antojo antes de ser barridos por el hombre blanco.

En un lugar tan solitario la figura del ser humano parece aún más pequeña, frágil y vulnerable, como en trance de poder ser aplastada en cualquier momento por esas dos inmensas superficies planas: la del cielo y la de tierra.

Esta es esa una de las imágenes características de la poética del western, la del jinete cabalgando una inmensidad que simbólicamente le devora haciendo de su ser una presencia heroicamente pequeña entre tanta inmensidad.

En este sentido, el horizonte de Nebraska se convierte en un a priori espacio-temporal en el que se inscriben las precarias y esforzadas trayectorias de unas vidas siempre demasiado insignificantes e insuficientes si se les compara con la inmensidad que les envuelve. Una inmensidad que paradójicamente suele ser casi tan grande como el deseo que mueve a esas vidas a imaginar un destino en alguna parte, al imposible otro lado del horizonte.

Se trata de una imagen que nos habla a nosotros, los hombres blancos, de esa insoportable levedad de nuestro ser, de ese vacío que permanece mientras nuestro deseo se desgasta.

Porque parece que sea ley de vida que si uno de esos deseos no nos mata termine tarde o temprano por llegar el vacío, el aburrimiento, el eterno retorno de lo mismo hasta que esa línea del horizonte se convierte en una mera y simple línea recta.

¿He dicho que a todos?

No, a todos no.

Porque Woody, el protagonista de "Nebraska" todavía tiene fuerza suficiente como para llenar ese vacío con el delirio de un premio de lotería con el que quizá pueda redimir sus pecados para con sus hijos y mujer.

La posibilidad de este premio es el mcguffin que Payne pone en juego para invocar la aparición de un conjunto de personajes que, en torno a Woody (magnificamente encarnado por Bruce Dern), comparten un cierto sentimiento de vacío que tiene que ver con el no demasiado benevolente paso del tiempo para con todos ellos; personajes que a diferencia de Woody ya sólo ven en el horizonte una mera y simple línea recta.

En general, todos los personajes que aparecen en "Nebraska" participan de una cierta inmovilidad emocional, de un algo que Shepard en su grandisima "Crónicas de Motel" llamaba "el impulso ya gastado" y que es una suerte de acción vacía, melancólica, pura forma sin contenido que en su apariencia y despliegue de mascara que ya nada oculta recuerda a las verdaderas acciones, las que sucedieron hace mucho tiempo, en el pasado, llenas de fuerza y vida.

Hay vacío en esta "Nebraska" de Payne, pero también inmovilidad, una quietud morbosa, muy cercana a la inmovilidad definitiva de la muerte, que está en todas las partes de un paisaje deshabitado que una vez fue la expresión más genuina del mito de lo americano.

Ahora, de aquellas praderas convertidas en el camino de baldosas amarillas que conducía a la gran promesa ya no queda nada, sólo un viejo cowboy a punto de la senilidad que cree desesperadamente en algo que nunca sucederá.

El impulso ya gastado de desear.

Maravillosa obra maestra.


lunes, febrero 24, 2014

Operación Palace

Ya nadie lo recuerda.

Bueno... ya nadie recuerda casi nada que no esté en una lista de la compra, pero cuando el 23 de febrero de 1981 el Teniente Coronel Tejero se subió al estrado y mando estarse quieto a todo el mundo mucha gente tuvo miedo, pero también otra mucha gente empezó a pensar en su lista para los pistoleros, listas que en su mayoría encabezarían personajes del comunismo recientemente legalizado como Santiago Carrillo o La Pasionaria.

Así estaban las cosas en aquella época.

ETA asesinaba al gobernador militar de Madrid, los militares amenazaban desde los titulares de los periódicos, la crisis económica era galopante, sin duda una situación mucho peor que la actual porque a la crisis económica se unía la incertidumbre política y social que toda una generación de franquistas que se sentían traicionados por el giro del régimen no se cortaban en transmitir.

Pero no busco hacer historia, quiero centrarme en ese miedo, un miedo que era consecuencia de años de lucha contra el franquismo en las universidades y en las fábricas, años en que la policía disparaba balas de verdad y no se sabía si se iba a salir con vida una vez se entraba en la comisaria.

Tengo la impresión de que el discurso crítico cada vez más potente en contra de la transición nos está llevando a meter toda aquella época en el mismo paquete, como si todo fuera tan mentira como creemos que fue la totalidad del proceso, pero no es así.

Sucedieron cosas que fueron reales, cosas que empiezan por ese miedo y que terminan en los asesinatos de estudiantes y gentes de izquierda llevadas a cabo por bandas de pistoleros de extrema derecha.

Aquello fue real y, sea verdad o mentira lo que sabemos de la Transición, la subida de Tejero al estrado pistola en ristre fue la culminación de todo aquel desaguisado social y, lo que es más importante, fue real.

Otra cosa es que la transición ya no nos sirva, pero manda narices que esta generación, la de Jordi Evole, se ponga por montera ese miedo.

No hay derecho a que esta generación que es incapaz de defender los derechos por los que lucharon sus padres y sus abuelos se permita el lujo miserable de frivolizar con ese miedo que fue la principal consecuencia de todos los años de lucha anteriores.

¿Y todo por qué?

Por lo visto es para que reflexionemos sobre algo que parece desconocíamos antes de ayer a las nueve y media de la noche: que la verdad brilla por su ausencia en los medios de comunicación.

Por lo visto no tenemos bastante con los ejemplos que la realidad nos brinda día a día empezando por la propia gestión del gobierno de Rajoy cuyas mentiras padecemos diariamente.

¿De verdad necesitamos reflexionar sobre esto? ¿Es que no lo sabíamos antes?

¿De verdad necesitamos que un periodista que ha hecho del descubrimiento de la verdad marca diferencial, en cuyo seno de presunta rectitud el iluso público televisivo ha encontrado una fuente de presunta autenticidad, traicione esa imagen en el que muchas esperanzas han encontrado amparo con un impresentable y contradictorio discurso sobre la verdad imposible?

¿No son más necesarios periodistas valientes que luchen y que en lugar de reconocer su impotencia peleen por decirnos quién nos miente y por qué?

¿Tan aburridos estamos que necesitamos echar unas risas a propósito de ese miedo al fascismo?

¿Cuál es el límite?

¿Hacemos coñas con los inmigrantes muertos en Ceuta?

Es una pena este país, un país incapaz de la dignidad de un "Novecento", pero absolutamente capaz de hacer ese engendro del salvese quien pueda que es "La Vaquilla", una astracanada bufa en la que no se sabe bien qué es lo que importa y que en su indefinición retrata lo peor del ser español.

Tenemos lo que nos merecemos.

La autoestima no está reñida con la diversión y el humor, pero también exige un ámbito de seriedad para las cosas que son irrenunciables: la sanidad y la educación públicas, la igualdad de género, cosas así, cosas que importan y precisamente porque mucho nos importan sin querer nos ponemos serios cuando hablamos de ellas.

Un país que se ríe de lo que no debe reírse es eso... un triste país de risa que sin embargo y en su soledad parece hacerse mucha gracia.

Tengo 47 años y me conozco este país.

Por eso sé con toda seguridad que esta generación, la que concibe como obra maestra la payasada de Evole, no soportaría una ración de esa misma medicina inspirada en la desoladora coyuntura de su presente, la que le corta la luz o le manda al paro,

Una ración de este miedo presente, tan miedo como el anterior, generaría la mayor de las indignaciones.

Una crisis dirigida por David Trueba, por ejemplo. La calculada orquestación de los desahucios y los suicidios como consecuencia de la acción de loa Illuminati y los extraterrestres... y todas las paridas que se nos ocurran.

El español es así.

Las risas siempre van a costa de los otros.

Y todo seguramente para competir con Risto Mejide la gran apuesta de Tele 5 en la misma franja horaria.

domingo, febrero 23, 2014

El Gran Gatsby

Hay cinco adaptaciones al cine de la novela de Scott Fitzgerald.

Entre la perdida versión muda y las tres versiones en color (1974, 2000 y 2013) existe esta adaptación en blanco y negro realizada en 1949, que no había visto hasta ahora y que me parece la mejor de todas.

Sin duda a buena parte de su atractivo contribuye la eficaz adaptación realizada por Richard Maibaum, el escritor responsable de estructurar el éxito de la saga Bond firmando casi todos los guiones de las primeras etapas protagonizadas por Connery, Lazenby y Moore.

El guión de Maibaum recoge lo estructuralmente esencial de la historia cargando la historia sobre los oscuros orígenes de la fortuna de Gatsby para insertar la historia en un entorno de cine negro, un entorno del que procede Alan Ladd su protagonista y que enriquece la historia aún más.

Este viraje a los grises del cine negro permite realzar el dramatismo de Gatsby como personaje romántico que explora los límites del mito americano que hace de aquel país una tierra de oportunidades y que desemboca en ese nihilismo tan característico de los escritores de la Generación Perdida a la que también pertenece Fitzgerald.

Por mucho que se esfuerce, Daisy será inalcanzable para un Gatsby que como ningún otro encarna ese idealismo que sustenta el mito de lo americano persiguiendo por lo civil y por lo penal su sueño.

Esta tensión impregna toda la película de principio a fin y todo lo que aparece en ella está al servicio de realzar este aspecto.

Por eso la película funciona tan bien y lo hace en apenas hora y media, por contraposición a las versiones de más de dos horas de las películas en color. En este sentido, "El Gran Gatsby" de Maibaum es además un magnífico ejemplo de cómo debe ser la adaptación cinematográfica de un texto literario: certera y directa al corazón de la historia.

Merece la pena verla si quieres ver al verdadero Gatsby.



Picnic en Hanging Rock

La carrera del australiano Peter Weir está jalonada de grandes películas, pero, y del conjunto de todas las que he visto -que son unas cuantas-, "Picnic en Hanging Rock" es la mejor.

Dirigida en 1975, y basada en una novela de culto del mismo titulo escrita por Joan Lindsay, la película cuenta un extraño suceso acaecido el día de San Valentín del año 1900. Formando parte de una excursión a Hanging Rock, un milenario monumento geológico vórtice de la religiosidad aborigen australiana, dos alumnas y una profesora desaparecen sin dejar rastro en el laberíntico interior del mencionado espacio natural.

La historia no da ninguna solución, las niñas y la profesora desaparecerán para siempre, limitándose a mostrar los efectos que semejante e inexplicable evento tienen para todos los que de alguna manera se ven afectados por él.

Ya he escrito alguna vez que, para mi gusto, el principal talento de Weir es la construcción, desde la pura sugerencia, de misteriosas atmósferas que ejercen un poderoso influjo sobre las historias que se narran en ellas (recuerdo el episodio de la calma en "Master and Commander"), cuando no se convierten en la historia misma (esa selva indómita de "La costa de los mosquitos"). "Picnic en Hanging Rock" es un ejemplo paradigmático de esta segunda tipología.

En el cine de Weir, la atmósfera que envuelve la historia, casi siempre identificada con la naturaleza, es un personaje más, un personaje que tiene cosas que decir pero también cosas que callar, ejerciendo como comento una influencia siempre relevante y, por sus propias características, de carácter holístico.

En este sentido, "Picnic en Hanging Rock" es pura y absoluta atmósfera.

Las cosas suceden pero sin terminar de concluir. No es posible realizar un tranquilizador cierre racional, abriendo un espacio para lo mágico y lo misterioso, pareciendo como si las adolescentes del internado victoriano, prototipo máximo de la exigencia normativa de una cultura racional, se disolviesen al contacto telúrico de las rocas de Hanging Rock.

En este sentido, son fantásticos e inolvidables los momentos en que las adolescentes se pierden entre las rocas, desnudándose progresivamente de las ropas que su cultura moralista les exige llevar como metáfora de un control racional que lentamente va disolviéndose merced a la silenciosa influencia de la roca volcánica que compone Hanging Rock.

Aqui Weir lo da todo y lo da muy bien, mostrando una suerte de posesión nada diabólica sino placentera en que las mujeres parecen abandonarse a sí mismas, a la naturaleza y a la escondida realidad subitamente descubierta de sus propios cuerpos al sol.

El punto final de semejante proceso es la retirada del corsé, momento culminante en el que quizás las mujeres llegan a desaparecer expandiendose metafóricamente hasta confundirse con la propia totalidad del espacio tras la retirada de la constricción cultural que supone esa parte de su vestimenta.

Siempre he entendido Hanging Rock desde este punto de vista.

La existencia silenciosa de fuerzas más poderosas que la fuerza de la cultura en la que encuentra amparo el ser humano. Fuerzas que también tienen algo que decir en el cine de Peter Weir, seguramente el cineasta más en el sentido más amplio de la palabra ecológico de todos los que conozco. Fuerzas que se identifican con lo inefable, lo incorrecto o con el pecado y que, sin embargo, forman parte de nuestra esencia como seres vivos.

Tras la ocurrencia de semejante evento, pasamos enseguida a la progresiva desesperación ante el misterio que lentamente va apoderándose del entorno. Una desesperación que sin duda tiene sus raíces en la obstinación de lo irracional a no disolverse en lo racional, en la imposibilidad de encontrar a las mujeres y por extensión a la imposibilidad siquiera de encontrar una explicación que cierre la espiral de incertidumbre.

Así, el evento de Hanging Rock hace imposible el tranquilizador cierre que produce lo racional, exponiendo el entendimiento a una intemperie compuesta por lo inefable por impronunciable o carente de sentido.

En esta segunda parte, la más larga de las dos, la película pasa de una solaridad misteriosa y ensimismada a una densa oscuridad gótica centrada fundamentalmente en el internado y en su directora, la señora Appleby, magníficamente interpretada por Rachel Roberts.

Esta oscuridad encierra un morboso proceso de descomposición en el que lo no dicho, bien porque no se sabe o porque se teme decir, se metastiza hasta reventar el esfuerzo de la superficie racional de los sujetos que terminan reconociendose expuestos ante lo incierto y, como consecuencia, descompuestos en un dramático final que pone un oscuro contrapunto a la despreocupada luminosidad inicial.

Obra maestra.


sábado, febrero 22, 2014

Mi enemigo intimo

Klaus Kinski era todo un elemento y probablemente el único que fue capaz de sacar algo constructivo de semejante personalidad fue Werner Herzog.

El precio que Herzog tuvo que pagar por hacer de Kinski su prolongación en la pantalla fue entrar en una intensa relación de amor-odio que, como todas las relaciones peleadas, ha dejado tanta huella en Herzog como para que éste construya este documental en memoria del imposible actor alemán.

"Mi enemigo intimo" es un paseo visual por los momentos y lugares más relevantes de la relación que director y actor vivieron. Un correcto soporte para anécdotas y comentarios donde destacan las filmaciones y grabaciones de las idas de olla de Kinski durante el rodaje de "Fitzcarraldo" que incluyen la famosa anécdota del cacique indio que se ofrece a Herzog para matar al diablo de Kinski.

Lo más interesante para mi gusto de "Mi enemigo intimo" es la progresiva aparición de otro monstruo, el propio Herzog. Aspecto que se hace evidente en el final del documental, cuando se aborda el rodaje de "Cobra Verde", la última colaboración entre Kinki y Herzog y en el que queda patente la explotación que Herzog realizaba de la loca energía que irradiaba de manera incontrolada el actor alemán.

En este sentido, y quizá forma involuntaria, "Mi enemigo intimo" muestra la perversa relación de sujeto-objeto que se establece entre director y actor, una relación que siempre busca convertir al actor en instrumento al servicio de las necesidades del director como creador.

Y todo se zanja en apenas una frases que el propio Herzog pronuncia con inocente frialdad.

Llegó un momento en que Herzog ya no pudo sacar más de Kinski y ese fue el final de su relación. El cineasta alemán llegó al fondo del barril decidiendo poner fin a su relación profesional de años.

Con naturalidad Herzog comenta que ya no había nada más que "sacar" de Kinski.

Punto.

Hay maneras ruidosas, pero también las hay tranquilas, de ser un monstruo en un contexto de relaciones humanas que siempre pueden ser mucho más retorcidas de lo que parecen.





Kiev

En este mundo regido por la superficialidad de las imágenes hay que tener mucho cuidado con ellas.

Una buena mala imagen puede matarte y todos lo saben.

Un último ejemplo es el acuerdo que el presidente Ucraniano Yanukovich ha firmado con los opositores para celebrar elecciones anticipadas.

No es casualidad.

Las imágenes de esos ciudadanos ucranianos apenas armados siendo derribados por disparos de francotiradores han hecho más daño que ninguna otra arma.

Una de esas buenas malas imágenes valen mas que todas las palabras que puedan ser dichas para explicarlas o para enmarcarlas en un contexto más equilibrado de valoración, especialmente en un mundo como el nuestro no especialmente interesado en los matices del saber y que prefiere, en un tic de barbarie pre-civilizada, subsumir la posible realidad en la experiencia sumaria de un relato mítico de buenos y malos en el que todo tiene sentido y su lugar.

En este tipo de mundo esas imágenes derrotan porque en un instante definen quienes son los buenos, los que sufren, y quienes son los malos, los que hacen sufrir ajustándose a una escenografía que reproduce el mito del bien enfrentándose al mal.

Así, podemos zanjar este tema rápidamente y pasar al siguiente que candente espera el juicio superficial de nuestra mirada de turista que sobre la realidad los medios de comunicación nos proporcionan.

Así, y en un segundo, en el tiempo que tarda un valiente opositor a Yanukovich en caer al suelo con la cabeza reventada se decide la totalidad del asunto.

No hay lugar para los matices en la rotundidad descarnada de ese espectáculo.

Es exactamente lo que parece. Se trata de un acto brutal ejercido por un bruto, pero es mucho má. También es una parte entre cientos de partes que automáticamente, en efecto metástasis, contamina esa totalidad de la que forma parte con la rotundidad infecciosa de su inequívoca especificidad.

Las guerras ya no precisan de la fisicidad... Se han virtualizado. Han pasado a la economía, pero también a las imágenes.

Y en esta guerra de las imágenes toda victoria pasa por, desde la aproximación fragmentaria que supone el encuadre para fotografiar o grabar, ocupar la mítica posición escenográfica del héroe.

Lo que queda fuera del campo no existe. Es mas, si hay imagen, a nadie ya le importa.

El último concierto

"El último concierto" termina como empieza: el cuarteto de cuerda que protagoniza la historia interpreta en paz, amor y armonía una pieza de música clásica.

Puede decirse que entre un momento y otro sucede la película para mostrarnos una inteligente puesta en obra de la complicada relación natural que guardan el orden y el desorden entre sí.

En "El último concierto" se transparente un discurso melancólico sobre la inevitable tendencia a la entropía, al desorden de todas las cosas y la precariedad de cada momento de estabilidad, de orden, que se produce siempre para no durar nunca demasiado.

En un principio Peter Mitchell (Christopher Walken) no puede seguir el ritmo de sus otros tres compañeros. La razón es un incipiente Parkinson cuyo diagnóstico, al ser conocido por los otros mimbros del cuarteto, se convertirá en una herida abierta por la que manará todo el desorden que se escondía latente tras la perfecta armonía del cuarteto.

Robert (Phillip Seymour Hoffmann) planteará a Daniel (Mark Ivanir) su necesidad de ser primer violín, este lo rechazará argumentando una incapacidad que Peter tomará como ofensiva, el matrimonio de Peter con Juliette (Catherine Keener) hará aguas como consecuencia de los esfuerzos de ella por lidiar en el conflicto... Y sucederán muchas más cosas en un crescendo de descontrol que finalmente parecerá pulverizar la posibilidad de existencia del cuarteto.

La tendencia al desorden luchará con la opuesta tendencia al orden a lo largo de la película hasta que los esfuerzos de Peter por continuar tocando generará una tendencia a la unión que cristalizará en ese final en el que la belleza de la música que interpretan se convierte en elemento catalizador de ese nuevo orden generado, que es un poco diferente al anterior porque el tiempo en definitiva ha pasado.

En este sentido, la propuesta de "El último concierto" es bastante compleja e intelectual para los tiempos en que vivimos pues en la línea de los románticos alemanes del XVIII propone el orden de lo estético como base fundamental para cualquier clase de acuerdo.

Escribe Schiller en sus "Cartas para la educación estética del hombre" que si el hombre lega a resolver alguna vez el problema de la política será a través de lo estético porque sólo en el reconocimiento intuitivo de lo que es bello, y por lo tanto bueno, se puede reconocer un grupo y la propia pertenencia al mismo como encarnación de un orden que se muestra evidente e inmediato ante el sentir de los que sienten por igual.

Y esto es lo que a mi entender nos muestra "El último concierto".

En el continuo hervor de la vida, el constante proceso de composición y descomposición como consecuencia inevitable del también inevitable paso del tiempo, el orden, la estabilidad siempre terminan imponiéndose a la opuesta tendencia a la destrucción, a través del mutuo reconocimiento de afinidades en el ámbito de lo no dicho, de lo que es percibido o sentido por igual.

Antes que la palabra, une el silencio cuando es compartido; un silencio que por supuesto tiene el efecto contrario cuando no es compartido.

Hay un discurso muy sabio sosteniendo "El último concierto".

Interesante.



domingo, febrero 16, 2014

Mud

Definitivamente hay que tomarle la matricula a Jeff Nichols.

Tras la misteriosa y sorprendente "Take Shalter" que aportaba una suerte de visión intimista del cine fantástico, Nichols ha filmado "Mud", una historia que tiene un pie en el thriller y otro en la mirada del adolescente que protagoniza la historia.

Con acierto "Mud" contrapone el mundo de los adultos con el de los adolescentes, la intacta simplicidad idealista  del segundo frente a la complejidad desgastada y pragmática del primero.

En su comienzo la película sigue a dos chicos en el descubrimiento de una barca abandonada en una isla en medio del río Mississipi.

El descubrimiento de la barca les llevará a conocer a Mud, un fugitivo que trae consigo una historia de fracaso y desamor que uno de los chicos, Ellis, entenderá desde la perspectiva de la conflictiva relación que viven sus padres.

Guiado por una idea adolescente del amor que quiere para si mismo y, sobre todo, para sus padres, Ellis se convertirá en la principal de ayuda de Mud para contactar con Juniper, la mujer que el fugitivo ama y con quien pretende escapar Mississipi abajo.

La inocencia idealista con que Ellis afronta la situación pronto será puesta a prueba por un complejo mundo de los mayores en el que no sólo sucede que las cosas no sean lo que parecen sino, y lo que es peor, tampoco pueden ser lo que debieran ser.

Pero, y del mismo modo que Ellis se resiste a que sus padres se separen, también se resistirá a que Mud y Juniper no puedan estar juntos arriesgandolo todo por esa idea pura del amor, a cuya altura no solemos estar los adultos.

El esfuerzo de Ellis forzará las cosas al límite y tendrá un efecto poderoso y multiplicador sobre los resignados adultos que le rodean.

Está muy bien "Mud".

Una buena historia, bien contada y bien interpretada que huele a cine clásico, el de toda la vida.

Sentirse observados,
analizados,
medidos por un frío cálculo,
con manos frías tocados,
pero al mismo tiempo necesitados,
no como un todo que tiene sentido por si mismo,
sino como algo que es tomado por interés;
no por ese todo por el que cada mañana intenta entenderse,
si no por alguna de sus partes,
las Intercambiables,
las comunes,
las que sirven
las que no se distinguen las unas de las otras,
esas que pueden comprarse y venderse
y que por lo tanto no nos diferencian los unos de los otros,
nos hacen en realidad prescindibles,
decimales,
parciales,
yuxtapuestos,
a duras penas conjugando la existencia a intervalos,
desmemoriados,
desubicados,
progresivamente inciertos,
queriendo siempre recordar
cuándo y donde empezó
la interminable e impuesta justificación de los días,
La insoslayable y perpetua deuda de existir.
la impagable factura que crece y crece del sólo esto.


sábado, febrero 15, 2014

La Grande Bellezza

Si a uno no le mata la pasión, termina devorándole el hastío.

El eterno retorno de lo mismo sucediendo puntual y sin sorpresa es la enfermedad que afecta el alma de Jep Gambardella, el magnífico y fascinante protagonista de "La Grande Belleza", la última película del italiano Paolo Sorrentino.

"La Grande Bellezza" no es otra cosa que un brillante ensayo cinematográfico sobre uno de los grandes riesgos de vivir: el hastío.

Entre el vivir la vida rápido y deprisa, en un eterno presente, o hacerlo con calma y queriendo durar, reservando siempre una parte de los esfuerzos dedicados al presente para el futuro, Jep Gambardella siempre ha optado por la primera opción. Pero, y en el ahora en que sucede la historia y a sus 65 años, Gambardella descubre que ha vivido demasiados presentes uno detrás de otro y que el hastío que siente es la principal consecuencia de ese continuo exceso.

La película nos descubre la toma de conciencia por parte de Gambardella de ese su destino.

La tragedia de no haberse quedado enganchado en ninguna pasión le encierra en un desesperanzado sentimiento de vaciedad del que no puede renegar porque se trata de él mismo, de la suma de todas sus decisiones proyectándose en el presente desde el pasado.

Al final ha conseguido lo que deseaba y la consecución de ese deseo encierra una maldición con la que Gambardella quiere negociar un alto el fuego hasta el final de sus días mientras pasea su elegancia por la frivolidad de una Roma de la alta sociedad que constituye un magnífico y precioso envoltorio para el particular viaje al final de la noche de Gambardella.

Parafraseando al nihilista Celine por quien Sorrentino profesa una gran admiración, la tristeza del mundo tiene diferentes maneras de llegar a la gente y casi siempre se las arregla para hacerlo y Gambardella no es diferente al resto de seres humanos.

A su elevado e inaccesible mundo de aristocrática distinción la tristeza del vivir también alcanza materializandose en ese irrefrenable y melancólico sentimiento de hastío a cuyo helado abrazo Gambardella poco a poco va haciéndose conforme la película avanza.

Este reflexivo viaje del protagonista sucede a su vez en un entorno fascinante, el de la Roma de la alta sociedad que representa esa explosiva vorágine de eterno presente con la que Gambardella cada vez tiene más problemas para enganchar encerrado en eso que Gil de Biedma tan maravillosamente llamó las ruinas de la propia inteligencia.

Pero no me importa Roma tanto como el enfrentamiento de Gambardella con su propio sinsentido, algo que tarde o temprano todos tenemos que afrontar.

Melancólica y muy terrible "La Grande Bellezza" es una de esas películas que me gustan a mí: películas que le siguen a uno descalzas hasta casa.

Con momentos gloriosos como ese paseo nocturno por los palacios a la luz de las velas o ese encuentro mágico de Gambardella con la maravillosa Fanny Ardant en una esquina romana cualquiera, "La Grande Belleza" es por encima de todo una película inolvidable.

Excepcional.


Vagamente recuerda  haber sido otro,
lleno de esperanza,
inagotable al desaliento,
impregnado de la que  entonces
parecía inagotable virtud
de esperar en cada día
el seguro milagro de lo incierto.

Juraría haber sido su propia inspiración,
su propio himno,
voluntad y gesto unidos
en un mismo parpadeo
pero ahora que cada vez más,
sintiendo la alargada sombra de los relojes,
ajusta el paso con el silencio
aunque quisiera no podría

recordarse  tan cierto.

lunes, febrero 10, 2014

A chinese ghost story

Remake, por lo visto, de una película del mismo titulo realizada en 1987, "A chinese ghost story" es, también por lo visto, la adaptación cinematográfico de un cuento escrito en el siglo XVII.

La historia cuenta un triangulo amoroso que mantienen Yan, un cazador de demonios, y Ning, un joven e inexperto recaudador de impuestos con Siu Sin, un hermoso demonio de buen corazón.

Primero llegara Yan para vivir una imposible historia de amor con el mencionado demonio gracias a un flechazo y los caramelos. Pero forzado por las circunstancias que hacen imposible ese amor entre él, puesto que acumula los inconvenientes de ser humano y un cazador de demonios, Yan optará por separarse de ella.

Temiendo un día tener que matarla, Yan conjurará con sus artes mágicas de cazador de demonio un olvido del amor que el demonio siente por él, un olvido que le alejará de Siu Sin y le convertirá en un triste descastado entre los dos mundos.

Tiempo después apàrecerá Ning y por mediación del caramelo ambos se enamorarán interviniendo Yan en la lucha por eliminar a la colonia de demonios de la que forma parte Siu Sin.

Todo un poco complicado, pero mientras se ve resulta entretenido... casi como una película de dibujos animados considerando la simplicidad de lo que se narra: La historia de un gran amor imposible que en realidad es un triangulo.

Pese a todo, "A chinese ghost story" no me dice demasiado. No es que me disguste lo que veo, pero no termina de engancharme esta historia que quiere tocar demasiados palos y termina por no destacar en ninguno.

De hecho, me da pereza seguir escribiendo sobre ella.

No debo ser target.

Aceptable.



sábado, febrero 08, 2014

Stalker

Siempre es un placer para mi revisar "Stalker", una de las grandes obras del maestro ruso Andrei Tarkovski.

Inspirada en la novela corta de ciencia-ficción "Roadside Picnic", escrita en el año 1971 por los hermanos Arkady y Boris Strugatsky, "Stalker" es por encima de todo un descenso metafísico a las profundidades del alma humana.

Y resulta curioso que Tarkovski encuentre terreno para expresar esas espesuras del alma humana en un texto que, precisamente, pone todo su énfasis en expresar lo minúsculo que es el ser humano cuando entra en juego el inmerso universo que se esconde tras el azul del cielo.

En la novela los humanos llegan a la conclusión que los extraterrestres, que se detienen en la tierra y crean las diferentes y extrañas zonas, ni siquiera han reparado en los seres humanos. En su pequeña parada dentro de un largo e imposible de imaginar viaje los habitantes del planeta azul han tenido el mismo interés que las hormigas y mariposas tienen para un viajero que se detiene a comer el borde del camino, es decir, un interés entre muy limitado e inexistente.

No obstante, Tarkovski utiliza esta historia directamente escrita contra el ego de la especie humana para construir otra en la que todo el esfuerzo se centra en poner en valor las contradicciones de esa ninguneada especie que, en la novela original, comprende que no ha significado nada para los viajeros.

Sobre el viaje a una de esas misteriosas zonas realizado por un escritor y un científico de la mano de un Stalker, un explorador experto en esas zonas, Tarkovski construye un poderoso y cautivador discurso sobre la precariedad de la condición humana.

Precariedad que la propia zona refleja como un espejo a todos aquellos humanos que se atreven a entrar en ella, especialmente con el evento de esa habitación que concede lo que más desean a todos aquellos que entran en ella y que siempre ofrece algo completamente inesperado a los deseantes, algo que algunas veces es completamente desconocido y que muestra el complicado juego de equilibrios, de pesos y contrapesos, que suponen la realidad y el deseo para los seres humanos.

Escritor y científico, convertidos en andantes y parlantes metáforas de emoción y razón, aspectos que nos resumen como especie, se sumergirán en la zona con el mismo propósito de descifrar un misterio para descubrirse finalmente superados por sus propias contradicciones internas ante la desencantada mirada del Stalker, alguien que jamás ha pensado en pedir para sí y que sólo piensa en poder ayudar a aquellos que sí quieren pedir.

Y sin duda es este altruismo del Stalker lo que le permite sobrevivir en un espacio, la zona, que pone a prueba la capacidad de desear de quienes osan aventurarse en ella.

Y es este aspecto sin duda el más interesante que la película ofrece para un Tarkovski siempre enfrentado al egoísmo de las sociedades modernas con su discurso reivindicador de la generosidad, la entrega y el altruismo como elemento esencial de lo mejor del ser humano.

Desear para los demás no es lo mismo que desear para uno mismo.

El otro como objeto del deseo siempre ofrecerá mayores certezas que los propios pensamientos.

Obra maestra.


The Colony

Promete mucho más de lo que termina ofreciendo esta película canadiense situada en un escenario de futuro apocalíptico para la humanidad.

Como consecuencia de una desafortunada intervención tecnológica sobre el clima terrestre, éste deviene en una nueva época glacial en la que los pocos humanos supervivientes luchan por evitar la extinción enterrados bajo tierra.

Y resulta más que entretenida buena parte de la película: la dedicada a describir la manera en que los humanos se enfrentan a esta situación desesperada, que les aboca casi a la extinción. Una vida al límite en el que una simple gripe se convierte en una peligrosa y mortal plaga que hay que afrontar con medidas extremas y desesperadas.

Además, no tiene menos interés el modo en que los miembros de esa colonia se meten en la boca del lobo intentando responder la llamada de socorro procedente de otra colonia cercana. Se trata de una situación progresiva de bien dosificado suspense en el que el equipo de socorro parece descender en las fauces de un inquietante infierno cuyas implacables fauces terminan cerrando silenciosamente sobre ellos y su necesidad de saber.

The Colony funciona desde lo ambiental. Desde la descripción de un entorno amenazante, precario e inclemente. Otra cosa muy distinta es cuando la película revela sus cartas mostrando un planteamiento muy previsible y sumario que resuelve toda la promesa que la historia acumula de una manera muy decepcionante.

Afortunadamente la resolución sucede rápida en la última media hora de la película y no da tiempo a que la inercia de la expectativa creada se desvanezca del todo, manteniéndose la atención hasta el final (aunque uno ya tenga muy claro lo que va a suceder).

En definitiva, "The Colony" es una buena prueba de que mucho más difícil que proponer es estar a la altura de lo que se propone dando una resolución adecuada a las expectativas creadas, sin pinchar el soufflé.

Pura serie B que engloba en una misma experiencia narrativa lo mejor y lo peor del género.

Aceptable.




sábado, febrero 01, 2014

Luis Aragonés, Presidente

No entiendo la mala imagen que tiene el fútbol en un país que ha tomado la polarización propia de este deporte un elemento fundamental en la manera de hacer algo tan esencial en una sociedad como es la política.

Y supongo que será precisamente por éso, porque el fútbol forma parte de esa sombra que la parte consciente rechaza y no reconoce como propia.

Pero lo cierto es que, ahora mismo, se es de un partido político de la misma manera que se declara el amor por un equipo de fútbol.

De todo modo, el guerracivilismo polarizado que todavía vivimos en esta España de siempre, que sólo ha cambiado en lo material, pervivió durante el franquismo a través del llamado deporte rey: Gritar al Real Madrid en los campos era también gritar al régimen del que se había convertido en símbolo, porque apoyar al Real Madrid, especialmente en el exterior, era reivindicar de manera metafórica las bondades de una España sólo tácitamente tolerada.

Estoy convencido que en este país tiene tanto predicamento el fútbol no tanto por lo que sucede dentro del campo sino por las posibilidades de polarización y enfrentamiento que ofrece a unos españoles a los que la política jamás les ha ofrecido posibilidades verdaderas de expresarse.

Y aunque ahora mismo estemos viviendo en una democracia, la presenta futbolización de la política nos revela la baja calidad de aquella.

Del mismo modo que cuando la dictadura, ahora y a falta de verdaderos contenidos de fondo, nos encontramos diariamente con la política del "y tu más", del "y tú también", del "estoy siempre acertado"... elementos esenciales de un debate del fútbol vivido como pasión.

Una política que se pone la camiseta de las políticas propias y que todo los días sale a ganar el partido al rival.

¿Y qué diablos tiene que ver Luis en todo ésto?

Paciencia...

Siempre he dicho que Luis Aragonés podía ser un perfecto presidente de la República.

Parece una boutade, pero no lo es.

Desde el futbol, Luis nos enseñó a tener autoestima, rompió con ese fatalismo perdedor con el que España se enfrentaba a las competiciones y con esa autoestima los españoles demostramos lo que podemos hacer si creemos en nuestras posibilidades y nos asociamos los unos con los otros, en un eterno tiki-taka para conseguirlo.

Esta manera de hacer las cosas fue heterodoxa hasta en el propio futbol donde era inviable que jugadores de Madrid y del Barcelona fueran de la mano, sin pasar sus relaciones por el previsto tamiz del enfrentamiento.

La selección consiguió que jugadores del Barcelona fueran aplaudidos en Madrid y viceversa.

La victoria de aquella Eurocopa fue una bala de cristal disparada con precisión contra la telúrica y profunda bolsa de mierda que acumula el inconsciente colectivo de nuestro país desde hace siglos.

Fue un momento, pero fue eterno y fue maravilloso.

Otro país era posible.

Y por un momento, el futbol dejó de ser la expresión del presente simbólico de nuestro país para convertirse en la expresión de una posibilidad, de otra realidad distinta para este país macerado al sol en el odio y el enfrentamiento.

Luego todos nos encargamos de olvidarlo.

Nos comió el día a día.

Volvimos a nuestras camisetas y fichamos a otro entrenador que, amparado en la inercia mágica iniciada por Luis, nos hizo pensar más en los contrarios.

Pasó Luis y con él pasó, como las efímeras experiencias de las dos Repúblicas, el sueño fugaz de otra España, una España con autoestima, de ciudadanos y no de súbditos, una España capaz de mostrarse y mostrar al mundo su genio basándose en el diálogo y la asociación sobre un campo de juego que, como todos sabemos, siempre es una metáfora de todo lo demás.

Algo maravilloso que me hizo llorar aquella tarde en que el pueblo de Madrid gritaba el nombre de Xavi Hernández bajo la luz arrasadora de una Eurocopa.

Aquella noche fuimos todos III República y Luis su aclamado e indiscutible Presidente.

Siempre que pienso en mi país, me gusta recordarlo aquella tarde, en aquel momento... sonriendo.

Gracias Luis!

Retorno a Brideshead

Con un gran peso de acontecimientos de su vida personal, Evelyn Waugh escribió "Retorno a Brideshead", una de sus grandes obras, con una ambigua doble intención, entre melancólica y edificante.

Esta ambigüedad es la que también encarna el adictivo misterio que para su protagonista, Charles Ryder, representan todos y cada uno de los miembros de la familia Marchmain.

Remordimiento y nostalgia componen, a mi entender, ese concreto y muy definido sentimiento de ambigüedad que a mi entender se transparente omnipresente a lo largo de las páginas del libro.

Porque si algo es "Retorno a Brideshead" es el largo viaje que Ryder hace desde el ateísmo hacia la conversión, una viaje en el que las desgracias de la familia Marchmain se convierten en el interpretante que el protagonista necesita para, primero, entender todo su sufrimiento y las decisiones que, por ejemplo, Sebastian y Julia toman para, posteriormente, entender, como figura escrito en el famoso cuadro "Finis Gloriae Mundi" del genio del barroco español Juan de Valdés Leal que todas las glorias del mundo son vanas y transitorias.

Al final, el resultado de ese viaje que Ryder hacer por el amor, la pasión y el mundo en compañía de la familia Marchmain es una nostálgica nada cargada de recuerdos en el que el sufrimiento de Sebastian, Julia o Lord Marchmain se convierten en puntos que una vez unidos a través del recuerdo en su inesperado regreso a Brideshead como consecuencia de la guerra le muestran un significado confortante y de orden mayor.

"Retorno a Brideshead" es un magnífico texto que vehicula una determinada sensibilidad con la que no conecto demasiado, sin embargo tengo que reconocer que es una historia que tanto en texto como en imagen, fundamentalmente la maravillosa adaptación realizada por la británica ITV en 1981, sigue atrapándome.

Y si no lo hace desde lo edificante, indudablemente lo hace desde esa mirada melancólica con la que Ryder revisa su relación con la familia Marchmain, inmersa por naturaleza en el mismo centro de ese conflicto entre la vanidad de las cosas y la necesidad de un sentido, por así llamarlo, más trascendente.

A través de su amor por Sebastian, Ryder se verá absorbido por ese misterio herido de la familia Marchmain para terminar siendo devorado finalmente por ello con el final de la relación con Julia. Un proceso que, como comento, en realidad supondrá la deconstrucción completa de su ateismo y la inauguración de un vacío que lo trascendente terminará por llenar.

A lo largo del texto subyace la esencial perversión con la que la sensibilidad católica se enfrenta al mundo. Al final siempre hay un cansancio ante las cosas, como si fuese connatural al ser humano ese hastío y al final nada terminase de ser satisfactorio sin la presencia de lo trascendente como elemento ensamblador de la experiencia del mundo y de las cosas.

Sobre esta premisa, basada sin duda en el lento trabajo del mecanismo del pecado y de la culpa, funciona la tensión dramática que inspira a todos y cada uno de los personajes principales de la obra.

Por naturaleza, mientras hay juventud y fuerza, se busca el mundo y la vida. Se peca y se puede tolerar la culpa. Pero, conforme se envejece, las fuerzas disminuyen y los fracasos como consecuencia de llevar una vida desordenada se acumulan. Es entonces cuando la debilidad y el miedo empiezan a imponer otro modo de entender las cosas.

Este aspecto está muy bien captado por la serie que progresivamente va oscureciéndose partiendo de la luminosidad del primer verano de Ryder en Brideshead hasta el último invierno, húmedo y oscuro que el protagonista vive en la casa familiar

Es en ese invierno donde se produce la fundamental conversión en el lecho de muerte de Lord Marchmain. El arrepentimiento que nunca mostró en vida aparece en el último momento, en la debilidad de las debilidades, unos segundos antes de morir.

Esta conversión será epifánica para Julia Flyte que entenderá lo terrible del gesto último de su padre y, a través de él, comprenderá la futilidad de toda su vida lejos de la fe. Entendimiento que le llevará a romper su pecaminosa y extra-marital relación con Ryder.

En definitiva, "Retorno a Brideshead" es un magnífico texto que conecta muy bien con lo telúrico del sentimiento católico y lo hace desde un maravilloso y adictivo sentimiento de impotente melancolía ante el inevitable naufragio de todas las cosas.

El resultado de haber jugado en los campos del señor siempre es el mismo.

Yo sólo me apunto a esa melancolía.

Imprescindible.