El factor invisible: cómo la abstención reescribe el mapa electoral español

 


Por qué el poder en España se decide menos por los porcentajes que por quién logra vencer a la abstención

En un artículo anterior explicábamos por qué la derecha española vive atrapada en una ilusión estadística: cree que liderar en las encuestas nacionales equivale a poder político, cuando en realidad el sistema electoral español —52 circunscripciones, ley D'Hondt, fragmentación del voto— convierte esa ventaja aparente en insuficiente para gobernar. Pero hay una pieza del rompecabezas que apenas mencionamos y que, sin embargo, es determinante: la abstención.

No hablamos de un residuo estadístico ni de un dato secundario. La abstención es el motor invisible que explica por qué las encuestas fallan sistemáticamente, por qué la derecha "siempre espera más de lo que consigue" y por qué el PSOE, una y otra vez, rinde por encima de lo previsto. Y lo hace de una manera que la sociología electoral lleva años documentando, pero que el debate público sigue ignorando.

Dos Españas que no se cruzan: la polarización en bloques

La política española actual no se parece a la de hace veinte años. Entonces, las elecciones se decidían en el centro: votantes indecisos que oscilaban entre PP y PSOE según el ciclo económico o el desgaste del gobierno de turno. Eso ya no existe.

Los estudios del CIS, la Fundación Alternativas y politólogos como Pablo Simón (UC3M) o Luis Miller (CSIC) coinciden en un diagnóstico: el electorado español está polarizado en dos bloques rígidos, casi impermeables entre sí. Menos del 7% de los votantes cruza la frontera ideológica entre izquierda y derecha en elecciones consecutivas. En cambio, más del 20% oscila entre votar y abstenerse dentro de su propio bloque.

La conclusión es clara: ya casi nadie cambia de bando, pero muchos van y vienen de la abstención. Como explica Simón, "la polarización explica la lógica de los dos bloques que hay en España, la izquierda y la derecha, y la mayor parte del trasvase de votos ya no se produce de un bloque a otro sino dentro de cada bloque".

Esa dinámica tiene una consecuencia práctica inmediata: las elecciones ya no se ganan convenciendo al centro, sino movilizando a los propios. La batalla no está en persuadir al adversario, sino en activar a los votantes reticentes, desencantados o apáticos del propio campo. Y eso convierte la abstención en el verdadero campo de batalla electoral.

La abstención estructural: el sesgo invisible que favorece a la derecha

Pero no toda abstención es igual. La sociología electoral distingue dos tipos fundamentales: la abstención estructural (crónica, vinculada a la exclusión social) y la abstención coyuntural (temporal, resultado de la desafección o el castigo al gobierno).

El no-voto de los excluidos

La abstención estructural se concentra en los segmentos más vulnerables de la sociedad: bajos ingresos, baja educación, exclusión residencial. En barrios como Otxorkoaga (Bilbao), donde la pobreza es extrema, dos de cada tres habitantes no votan. En zonas de alto poder adquisitivo como Abando, dos de cada tres sí acuden a las urnas.

Este patrón no es casual. Los ciudadanos más pobres participan sistemáticamente menos que los ricos, y esa brecha se reproduce en todas las democracias occidentales, aunque en España se acentúa en focos de exclusión extrema. Existen áreas —suburbios de grandes ciudades— donde la abstención puede alcanzar el 75%. Son los "agujeros negros de la democracia": ciudadanos desconectados de la vida social y política, cuya voz nunca entra en el sistema electoral.

La ventaja estructural conservadora

Y aquí está el sesgo invisible: la abstención estructural no es ideológicamente neutral. Los ciudadanos que más necesitan del Estado —redistribución, servicios públicos, reducción de la pobreza— son precisamente aquellos con mayor propensión potencial al voto progresista. Al quedar fuera del sistema electoral, sus preferencias desaparecen del mapa político.

El resultado es que la derecha parte de una base electoral que vota de manera más predecible y sistemática, mientras que el bloque progresista debe realizar un esfuerzo de movilización mucho mayor para activar a una base potencial que sufre barreras estructurales de participación.

Esta ventaja estructural explica por qué la derecha, en contextos de baja participación, tiende a maximizar sus resultados. Y explica también por qué sus expectativas de victoria se basan a menudo en la asunción —equivocada— de que la desmovilización golpeará simétricamente a ambos bloques.

Julio de 2023: el laboratorio de la abstención diferencial

Las elecciones generales del 23 de julio de 2023 son un caso de estudio perfecto para entender cómo funciona este mecanismo. Las encuestas daban al PP una ventaja sólida. Los titulares hablaban de "mayoría absoluta al alcance" para el bloque PP-VOX. La derecha esperaba una victoria contundente.

No ocurrió.

El colapso de Ciudadanos y el "Abismo Cs"

Uno de los factores clave fue la desaparición de Ciudadanos, que no se presentó a las generales tras su colapso electoral. El PP asumió que heredaría la totalidad de ese voto de centro-derecha. Pero una parte significativa de los antiguos votantes de Cs optó por la abstención: el llamado "Abismo Cs".

Esa abstención coyuntural dentro del propio bloque conservador mermó el potencial máximo del PP, limitando las proyecciones de victoria absoluta que se habían anticipado. La derecha esperaba que la desafección golpeara exclusivamente a la izquierda; sin embargo, el vaciamiento del centro se tradujo en una fuga de participación que les afectó directamente.

La movilización reactiva del progresismo

Pero el factor determinante fue otro: la movilización inesperada del bloque progresista. El PSOE logró activar a su base tradicional y a votantes reticentes mediante un "voto defensivo" ante la amenaza de una coalición PP-VOX. Esa movilización reactiva, que las encuestas no supieron captar, neutralizó la ventaja estructural de la derecha.

En 2023, la desmovilización parcial del electorado conservador urbano se encontró con una alta movilización del progresismo. Y esa combinación explica por qué las expectativas de la derecha se vieron frustradas, incluso cuando obtuvieron más votos que en 2019.

El patrón no es nuevo. En 2000 y 2011, una fuerte abstención del electorado de izquierdas contribuyó a mayorías absolutas del PP. En 2019 y 2023, la movilización progresista impidió la victoria conservadora pese a liderar en voto popular. La abstención diferencial es, hoy, el factor determinante del resultado electoral.

Por qué las encuestas siempre se equivocan en la misma dirección

El fracaso generalizado de las encuestas al predecir el 23-J (que consistentemente subestimaron el apoyo progresista) no es casualidad. Es la consecuencia lógica de un problema metodológico: las encuestas sobreestiman sistemáticamente la participación.

El artefacto demoscópico

Investigaciones post-electorales han identificado el mecanismo: el uso del "recuerdo de voto sobre el censo" infla artificialmente la participación esperada. Los modelos demoscópicos asumen que una parte de los abstencionistas estructurales ya están "filtrados" (porque no responden encuestas o declaran intención de voto que luego no ejecutan). Pero al hacerlo, infravaloran el efecto que tiene la movilización real de esa base el día de las elecciones.

La consecuencia es un sesgo ideológico identificable: el bloque progresista resulta sistemáticamente perjudicado en los modelos de ponderación, porque depende más de movilizar a votantes volátiles y estructuralmente reticentes (aquellos en segmentos socioeconómicos bajos). Si los modelos no capturan esa volatilidad, proyectarán un resultado inferior al real.

Por eso el PSOE suele rendir por encima de lo previsto: no porque los encuestadores mientan, sino porque la abstención es la variable oculta que sus modelos no logran capturar. La derecha lee esos sondeos como certezas; la izquierda los lee como advertencias.

La encuesta como herramienta de combate político

Pero hay algo más. Las encuestas no solo miden la opinión: la fabrican.

Cuando El Mundo titula "el PP se dispara" o ABC anuncia "mayoría absoluta al alcance", no está informando de un hecho, sino construyendo un clima político. Esos titulares movilizan a unos (el adversario, que se asusta) y desmovilizan a otros (el propio electorado, que se confía). En ese sentido, la encuesta funciona menos como termómetro y más como profecía que puede autocumplirse o, paradójicamente, autodestruirse.

El problema es que, como instrumento científico, la encuesta nacional es incompleta: mide intención de voto en abstracto, pero no traduce esa intención en poder real. Ignora la geometría provincial, la movilización diferencial, el efecto de las coaliciones locales. Y sin embargo, como instrumento político, es extraordinariamente eficaz: genera expectativas, legitima estrategias, condiciona pactos y financia campañas.

La derecha española consume encuestas como si fueran mapas de la realidad, cuando en realidad son herramientas de combate simbólico. Cada sondeo favorable alimenta la narrativa de la "mayoría silenciosa", refuerza la moral de tropa, justifica la radicalización del mensaje. Y cuando llega la noche electoral y los escaños no cuadran con los porcentajes, la frustración no se dirige hacia el sistema electoral ni hacia la propia estrategia de dispersión territorial, sino hacia las instituciones: el fraude, el CIS manipulado, el voto por correo sospechoso.

Esa dinámica tiene consecuencias políticas reales. Cada ciclo de expectativas infladas y resultados insuficientes no empuja a la derecha hacia la coordinación pragmática, sino hacia la desconfianza institucional y el resentimiento. La encuesta, que debería ser un dato neutral, se convierte en combustible para la polarización.

La quiebra democrática invisible

Pero hay algo más profundo en juego, más allá de la táctica electoral: la abstención estructural representa una quiebra democrática silenciosa.

Los ciudadanos que más dependen del Estado —redistribución, servicios públicos, reducción de la pobreza— son precisamente aquellos cuya voz no entra en el sistema electoral. Esa exclusión crónica perpetúa la desigualdad y distorsiona la representatividad del voto. Como señalan los estudios de la Fundación Foessa, el sistema político tiene menos incentivos para priorizar la reducción de la pobreza, ya que "estas políticas son menos vendibles en el mercado electoral" que el mantenimiento de servicios universales de los que se beneficia toda la población.

La voz de los excluidos queda silenciada, lo que contribuye a la cronificación de su pobreza y desigualdad, reforzando el ciclo de exclusión y abstención. Es un cortocircuito democrático: los que más necesitan que el sistema funcione son los que menos capacidad tienen de hacerlo cambiar.

Mientras el sistema político siga recompensando la movilización de los que ya votan y castigando a los que no pueden hacerlo, la batalla electoral seguirá siendo asimétrica. Y la derecha seguirá esperando más de lo que consigue, sin entender que su ventaja estructural es también su trampa: creer que basta con sumar votos, cuando en realidad se trata de entender quién vota, dónde, por qué y, sobre todo, quién no lo hace.


En resumen: La aritmética electoral española (52 circunscripciones, D'Hondt, fragmentación) explica por qué la ventaja en votos no basta para gobernar. Pero la sociología de la abstención explica por qué esa ventaja es, además, una ilusión recurrente. La derecha parte con un sesgo estructural a su favor (los pobres no votan, los ricos sí), pero depende de que la izquierda se desmovilice. Cuando eso no ocurre —cuando el progresismo activa su base volátil en contextos de crisis o polarización— la ventaja se evapora. Y las encuestas, que miden intención pero no movilización, convierten esa dinámica en una sorpresa recurrente que solo sorprende a quien no entiende que, en España, el poder no se mide en porcentajes nacionales, sino en la capacidad de llevar a los tuyos a las urnas.


Fuentes y referencias breves

CIS (Estudio postelectoral 23-J, nº 3420, 2023);
Fundación Alternativas (Informe sobre la Democracia en España 2023);
Luis Miller (CSIC); Pablo Simón (UC3M);
Fundación Foessa (Informe sobre Exclusión y Desarrollo Social en España 2023);
40dB, Metroscopia y GAD3 (post-electorales 2019-2023).

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