Ucrania o la ilusión estratégica de Occidente - El muro ucraniano (I)


(Esta serie amplía el análisis iniciado en la entrada "Rusia puso el primer muro, China pondrá el segundo" donde se planteaba que la hegemonía occidental ha comenzado a chocar con los muros de la realidad.)

Durante décadas, las guerras de Occidente se parecieron más a ejercicios de ingeniería que a batallas.
Eran conflictos lejanos, controlados desde el aire, breves, tecnológicos. Kosovo, Irak, Libia: operaciones quirúrgicas contra adversarios débiles, en territorios sin capacidad de respuesta equivalente.
De ahí surgió una convicción profunda —más cultural que militar—: que la guerra moderna podía ganarse con superioridad técnica, inteligencia satelital y coaliciones diplomáticas.

Esa sucesión de victorias sin coste alimentó lo que en la literatura geoestratégica se conoce como la ilusión de proyección de poder ilimitada —una formulación próxima a lo que Paul Kennedy denominó imperial overstretch—: la creencia de que el poder occidental podía extenderse sin resistencia real, que toda frontera era gestionable y que la superioridad tecnológica bastaba para imponer resultados políticos.
Durante tres décadas, esa ilusión sustituyó a la estrategia.
Y fue precisamente esa ilusión la que llevó a confundir a Rusia con uno de aquellos Estados periféricos contra los que la OTAN se había acostumbrado a intervenir.
Cuando esa ilusión se enfrentó a la realidad de una potencia continental, industrial y nuclear, chocó con el primer muro.

La guerra de Ucrania ha puesto a prueba no solo a dos ejércitos, sino a dos concepciones del poder.
Occidente la ha librado como si combatiera contra un régimen menor del siglo XX; Rusia la ha entendido desde el principio como una guerra industrial del siglo XXI, donde importan la masa, la logística y el tiempo.
Y entre ambas visiones ha quedado atrapada Ucrania: un país que combate con doctrina ajena, con medios insuficientes y con una geografía que le niega toda profundidad estratégica.

La ilusión de la simetría

El gran error occidental fue suponer que Ucrania podía ser una extensión operativa de la OTAN.
Que bastaba con entrenarla, equiparla y financiarla para igualar a una potencia continental con industria de guerra, defensa aérea integrada y una frontera directa de 2.000 kilómetros.
Esa ilusión de simetría —tratar una guerra local como si fuera una guerra proxy perfectamente controlable— ha determinado todas las decisiones equivocadas:
desde la idea de que Rusia intentó tomar Kiev “en tres días” hasta la fe ciega en una contraofensiva mecanizada capaz de romper líneas fortificadas de 1.000 km.

La guerra, sin embargo, no se desarrolla en PowerPoint ni en centros de mando virtuales.
Se desarrolla en el barro, en el agotamiento logístico, en la capacidad de reponer hombres y munición.
Y en ese terreno, Ucrania no podía ganar, porque lucha en su propio suelo, con su población, frente a un enemigo que no necesita cruzar océanos ni sostener líneas de abastecimiento intercontinentales.

Rusia y la vuelta de la guerra real

Mientras Occidente proyectaba sobre Ucrania sus doctrinas, Rusia transformó su ejército.
Aprendió de sus errores de 2022, industrializó su economía, adaptó su táctica a la guerra de desgaste y desplegó una estrategia de presión simultánea: atacar en todo el frente, fijar fuerzas, explotar el punto débil.
Sin grandes avances visuales, pero con resultados acumulativos.
En lugar de buscar la victoria espectacular, buscó la irreversibilidad.

Esa diferencia de enfoque explica por qué Moscú ha conservado la iniciativa mientras Kiev se ha quedado sin reservas.
Cada brigada perdida, cada misil interceptado, cada posición abandonada, pesa más para Ucrania que para Rusia.
El tiempo, en una guerra de este tipo, no es neutral: desgasta al débil, fortalece al resistente.

La guerra de otro

Ucrania, por su parte, no ha podido definir su propia estrategia.
Ha librado la guerra como representante de un modelo que no podía sostener, moviéndose al ritmo político de Washington y Bruselas, no al ritmo operativo del frente.
Ha combatido en todos los escenarios menos en el decisivo: el Donbass.
Ha preferido la visibilidad a la profundidad, las operaciones simbólicas a la defensa estructural.
Y cada gesto de épica —un dron sobre Moscú, un sabotaje en Crimea— ha costado recursos que podían haber reforzado el frente oriental.

En el fondo, el error occidental no fue solo militar, sino imperial.
La OTAN condujo esta guerra bajo la ilusión de proyección de poder ilimitada, la misma que —como se analizó en “Rusia puso el primer muro, China pondrá el segundo”— caracteriza el fin de todo ciclo hegemónico: la creencia de que la influencia puede sustituir al poder efectivo.
Esa ilusión explica por qué la dirección occidental de la guerra ha sido, desde el principio, un espejo de su propio límite.
Ucrania no es el sujeto de esa ilusión, sino el lugar donde Occidente choca con su primer muro histórico.

Un espejo de Occidente

La guerra de Ucrania, más allá de su geografía, se ha convertido en un espejo de las democracias occidentales:
muestra su potencia material, pero también su fragilidad estratégica.
Occidente sigue siendo más rico, más sofisticado, más influyente; pero carece del tipo de poder que decide una guerra larga: cohesión, moral, paciencia, producción.
Rusia, con todos sus defectos, ha demostrado entender algo que Occidente olvidó:
que la guerra, cuando es total, no se gana con precisión, sino con resistencia.

Una serie para pensar lo que viene

Esta serie parte de esa constatación: que la guerra de Ucrania no solo redefine el equilibrio en Europa, sino que cuestiona la manera en que Occidente concibe el poder, la tecnología y la guerra misma.

A lo largo de los próximos artículos se abordarán sus distintos ángulos:

  1. El mito de Kiev en tres días, o cómo una maniobra de distracción se interpretó como un fracaso.

  2. El Kursk ucraniano, el error de una contraofensiva imposible.

  3. Cuando todos los frentes son el frente, la estrategia de desgaste rusa.

  4. El frente olvidado, el Donbass como corazón del conflicto.

  5. La guerra de otro, el error occidental de pelear por delegación.

  6. La guerra que Occidente no sabe librar, el balance histórico y geopolítico final.

Más que una crónica de batallas, esta serie busca entender la transformación del poder militar occidental en el espejo de su primera guerra real del siglo XXI: el muro ucraniano.
Una guerra que no solo ha cambiado a Ucrania y a Rusia, sino que está cambiando la forma en que el mundo observa —y cuestiona— la fuerza de Occidente.

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