Dirigida en 1950 por Luis Buñuel, "Los Olvidados" es una de las películas importantes de la etapa mejicana del director aragonés.
"Los olvidados" es una película fascinante que se mueve en dos niveles. Uno primero y superficial que es la crónica, aparentemente realista, de la difícil y desesperanzada vida en los estratos más bajos de la sociedad mejicana. A este nivel, la película nos muestra los demonios de la miseria de una forma directa, casi apoderándose de los estilemas del documental y lo hace de una forma natural y directa, todavía impactante sesenta años y después mostrando, si es que ya cabe alguna duda, el talento de Buñuel para contar historias-
Pero lo más increíble de la película es la existencia de un segundo nivel que actúa con las formas y maneras del inconsciente freudiano que constantemente aparece y desaparece en la superficie del relato. Ese segundo nivel es la presentación del deseo como agente catalizador de las conductas de la práctica totalidad de los personajes.
Ese oscuro desear también está presente entre los que apenas nada tienen y Buñuel pone un interés especial en mostrarlo. No sólo en el par de brillantes escenas oníricas que la película muestra sino a través de miradas, palabras y silencios.
Se dice que, en contra de su apariencia, "Los olvidados" no es una película realista. No olvidemos que 1950 era el momento del cine neorrealista y su obsesión de bajar del cielo de los estudios a la realidad palpable y terrestre de una Europa destrozada por la guerra y podría pensarse que "Los Olvidados" es la respuesta que el cine mejicano da a esa tendencia que se extiende de forma global por todas las cinematografías globales. Y quizá en su intención lo fuera, pero la genial mirada de Buñuel transforma esa intención en un acto cinematográfico que resulta más rico e interesante. Porque "Los Olvidados" es, a mi entender, una lúcida y brillante reflexión sobre aquello que todos llamamos realidad, una reflexión que la revela como una superficie incapaz de explicarse por sí misma. Todos los actos detectable y mensurables como conductas que son tienen su inicio en una mirada, en un silencio, en una palabra donde se agitan emociones inexplicables.
El robo del cuchillo con mango plata que El Jaibo hace en la herrería donde trabaja Pedro es un buen ejemplo. Parece un impulso por el que El Jaibo se deja llevar casi sin pensarlo, un impulso que será decisivo en la culminación del relato y que afectará de forma irrevocable al destino de muchos de ellos.
No sabemos muy bien por qué El Jaibo se hace con el cuchillo. La lógica superficial del argumento que "Los olvidados" nos cuenta no lo hace necesario... Y sin embargo sucede. Simplemente lo coge y se lo mete en el bolsillo. Se deja llevar por su instinto, como siempre ha hecho a lo largo de la historia, convirtiéndose en una metáfora del deseo sin límites que todo lo destruye (hasta a si mismo), que de algún modo debe ser controlado y que, en realidad, sólo puede ser aplacado con la muerte.
De todo modo, esa realidad que tan descarnadamente Buñuel nos muestra no es una causa, sino un efecto tras el que se encuentra una huidiza verdad que siempre se esconde tras la alargada sombra protagónica de sus consecuencias.
No es de extrañar que, dentro de su etapa mejicana, Buñuel se sintiera tan a gusto dentro de géneros como el folletín o el melodrama, géneros donde de forma al mismo tiempo exacerbada y evidente el deseo esta sobrerepresentado como agente explicador de las conductas y motivaciones de los personajes.
Para el genial aragonés había mucha verdad en ello, una verdad que quiere poner de manifiesto en un terreno aparentemente tan hostil como el territorio donde sucede "Los Olvidados".
Obra maestra.