Un astronauta aislado en una explotación energética lunar comienza a sufrir lo que parecen alucinaciones y episodios psicóticos. A falta de muy pocas semanas para cumplir su contrato, tres años de solitario confinamiento en la luna quizá sean demasiado tiempo.
Este es el punto de partida de "Moon", una intimista historia de ciencia ficción que huye de la espectacularidad y de los estallidos de efectos especiales para centrarse en otro espacio, el que se abre insondable e inabarcable dentro de la conciencia de cada ser humano.
Dentro de un planteamiento visual "retro" que recuerda a clásicos de la ciencia ficción cinematográfica como "2001" o "Alien", "Moon" plantea una estimulante propuesta que temáticamente se encuentra muy cerca del clásico de la ciencia ficción literaria "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?" de Phillip K. Dick.
Porque tras su inquietante punto de partida, la trama de "Moon" conduce a una historia sobre la identidad y la autenticidad de ésta, sobre la existencia de esa identidad como mera cosa al servicio de un interés que sólo contempla a aquella desde el punto de vista de su utilidad. En definitiva, "Moon" nos habla del descubrimiento de una dolorosa verdad y lo hace con inteligencia y talento, cosa que se agradece.
Y hasta cierto punto puede leerse toda la historia, como buen texto de ciencia ficción que es, como metáfora reveladora de un aspecto esencial y crítico de nuestro rabioso (nunca mejor escrito) presente: la del sujeto que se descubre usado en el peor de los sentidos por un mecanismo que le integra como parte y sólo le considera de una forma deshumanizada, desde el punto de vista de la utilidad que representa. Una crueldad a la que todos en mayor o menor medida estamos sometidos dentro de una sociedad que es menos nuestra (si es que el algún momento lo fue) con cada día que pasa. Criaturas quiméricas de la ciencia ficción como los androides o los clones se convierten entonces en un espejo que nos refleja en nuestra carencia.
Y en todo este deshumanizado entramado del cual el protagonista será lentamente consciente aparece, como contrapunto, la figura del ordenador Gerty, la única entidad -curiosamente no humana- capaz de sentir un sentimiento tan humano como la compasión por el protagonista, un sentimiento que le convertirá en decisivo coadyuvante del descubrimiento de verdad que realiza aquel.
No obstante, y dentro del buen tono general de la película, el final no termina de estar a la altura de lo que hasta el momento se ha visto por demasiado fácil y convencional. Pero esta realidad decepcionante, por lo visto, no parece importarme mucho una vez puesta en la balanza con el resto de aspectos positivos que comento.
Destacar por último el magnífico trabajo de Sam Rockwell, capaz de vestir como un guante un personaje que con su poliédrica variedad exige mucho de un actor.
Muy recomendable.