LOS TRES PRÓXIMOS DÍAS
La historia que se nos cuenta en "Los tres últimos días" es una de esas historias que sólo Alffed Hitchcock podía contar con la suficiente verosimilitud como para que el espectador aceptase la sucesión de casualidades y eventos afortunados o desafortunados que se le cuentan...
Afortunadamente el proyecto cuenta con la presencia de Russell Crowe, uno de esos actores que son capaces de transmitir verdad a todo lo que hacen y cuya presencia multiplica el efecto de verosimilitud en que se funda la magia del cine... pero no termina de resultar suficiente para que la historia que cuenta "Los tres próximos días" resulte redonda y el producto se disfrute de principio a fin.
Por encima de todo "Los tres próximos días" es la historia de un hombre que se niega a aceptar una realidad que parece convertir a su mujer en asesina y la confina de por vida en la cárcel. El protagonista se refugia en un mundo propio y se entrega a él completamente, primero haciendo todo lo posible para demostrar la inocencia y posteriormente tomando otra serie de medidas más extremas y desesperadas.
En ningún momento el personaje cede en su esfuerzo, hace oídos sordos a las opiniones aparentemente más sensatas de las personas que le rodean. Como profesor de literatura que es, convoca al espectro de Don Quijote para igualarse con él en esa locura que les lleva a ambos a negar la realidad.
Hasta aquí el planteamiento resulta interesante, incluso estimulante, pero se inscribe en una intriga demasiado traída por los pelos, en la que abundan demasiado tanto la previsible convencionalidad de los géneros como las coincidencias, que en algunos momentos restan credibilidad a la historia pese al habitual magnífico esfuerzo de Crowe.
Hitchcock es un maestro y no lo es por nada.
No obstante, la película resulta entretenida, a ratos emocionante... si la mirada del espectador es generosa.
domingo, junio 26, 2011
1
"Hay que tener claro que el consumo no se organiza alrededor de un individuo con sus necesidades personales que luego se indexan de acuerdo con una exigencia de prestigio o de conformidad, en un contexto de grupo. Primero hay una lógica estructural de la diferenciación que produce esos individuos personalizados, es decir, que los hace diferentes unos de otros, pero siguiendo modelos generales y un código a los cuales esos individuos se ajustan en el acto mismo de singularizarse... En otras palabras, la conformidad no es igualación de las posiciones sociales, la homogeneización consciente del grupo (en la que cada individuo se alinea en relación con los otros), sino que es el hecho de tener el mismo código en común, de compartir los mismos signos que hacen que todos en conjunto sean diferentes de tal otro grupo. Lo que establece la paridad de los miembros de un grupo (más que la conformidad) es la diferencia con el otro grupo... el sistema nunca se apoya en las diferencias reales (singulares, irreducibles) que existen entre las personas. Precisamente, lo que lo funda como sistema es el hecho de que elimina el contenido propio, el ser propio de cada individuo (necesariamente diferente) para sustituirlo por la forma diferencial, industrializaba y comercializable como signo distintivo. Elimina toda cualidad original para retener únicamente el esquema distintivo y su producción sistemática."
2
"Antes, las diferencias de nacimiento, de sangre, de religión, no se intercambiaban: no eran diferencias de moda y tenían que ver con lo esencial. No se las «consumía». Las diferencias actuales (de indumentaria, de ideología, hasta de sexo) se intercambian en el seno de un vasto consorcio de consumo. Es un intercambio socializado de los signos. Y si, con la forma de signo, todo puede intercambiarse así, no es por la gracia de alguna «liberalización» de las costumbres, sino porque las diferencias se producen sistemáticamente según un orden que las integra como signos de reconocimiento."
(La sociedad de consumo: sus mitos, sus estructuras. Jean Baudrillard)
"Hay que tener claro que el consumo no se organiza alrededor de un individuo con sus necesidades personales que luego se indexan de acuerdo con una exigencia de prestigio o de conformidad, en un contexto de grupo. Primero hay una lógica estructural de la diferenciación que produce esos individuos personalizados, es decir, que los hace diferentes unos de otros, pero siguiendo modelos generales y un código a los cuales esos individuos se ajustan en el acto mismo de singularizarse... En otras palabras, la conformidad no es igualación de las posiciones sociales, la homogeneización consciente del grupo (en la que cada individuo se alinea en relación con los otros), sino que es el hecho de tener el mismo código en común, de compartir los mismos signos que hacen que todos en conjunto sean diferentes de tal otro grupo. Lo que establece la paridad de los miembros de un grupo (más que la conformidad) es la diferencia con el otro grupo... el sistema nunca se apoya en las diferencias reales (singulares, irreducibles) que existen entre las personas. Precisamente, lo que lo funda como sistema es el hecho de que elimina el contenido propio, el ser propio de cada individuo (necesariamente diferente) para sustituirlo por la forma diferencial, industrializaba y comercializable como signo distintivo. Elimina toda cualidad original para retener únicamente el esquema distintivo y su producción sistemática."
2
"Antes, las diferencias de nacimiento, de sangre, de religión, no se intercambiaban: no eran diferencias de moda y tenían que ver con lo esencial. No se las «consumía». Las diferencias actuales (de indumentaria, de ideología, hasta de sexo) se intercambian en el seno de un vasto consorcio de consumo. Es un intercambio socializado de los signos. Y si, con la forma de signo, todo puede intercambiarse así, no es por la gracia de alguna «liberalización» de las costumbres, sino porque las diferencias se producen sistemáticamente según un orden que las integra como signos de reconocimiento."
(La sociedad de consumo: sus mitos, sus estructuras. Jean Baudrillard)
sábado, junio 25, 2011
EL QUIMÉRICO INQUILINO
La película se basa en una novela del mismo nombre escrita por Roland Topor, miembro del Grupo Pánico, junto con Jodorowsky y Arrabal.
La historia rezuma humor negro y surrealismo, parece escrita para los ojos del casi apátrida Roman Polanski, que por supuesto no tardó en llevarla al cine y convertirla en una de sus mejores y más extrañas películas.
La historia cuenta el viaje a la locura de Trelkovsky, un apocado empleado de oficina que alquila en apartamento de una mujer que acaba de suicidarse. Poco a poco, inspirado por el extraño ambiente que rodean las cuatro paredes de sus apartamento, el protagonista empezará a descubrir una eficaz y poderosa conspiración llevada a cabo por sus vecinos para conducirle a la locura y al suicidio, igual que la señorita Choule, su predecesora.
"El quimérico inquilino" presenta de forma muy clara las obsesiones sadomasoquistas del cineasta: la generación de una víctima inocente por parte de un entorno agresivo e inquietante, la silenciosa y secreta conspiración de la realidad que convierte a la normalmente inane cotidianidad en un entorno peligroso, amenazante y, sobre todo, predador.
Poco a poco, Trelkovsky, magníficamente interpretado por el propio Polanski, irá cayendo en la locura, desconectándose más y más de la realidad y lo hará invitado por una serie de hechos, de acontecimientos, que no se sabe muy bien si proceden de su propia cabeza o están en la realidad.
Las estrictas normas de su casero, los vecinos detenidos durante horas en el baño, inmóviles bajo la mortecina luz de la bombilla, las nocturnas llamadas a su puerta se convierten en un oleaje que con su constante embate termina demoliendo los diques racionales que mantenían retenida la parte irracional de Trelkovsky, que termina emergiendo para rematarle, apartándole de la realidad definitivamente.
No fue bien recibida en su momento... y no me extraña nada.
"El quimérico inquilino" es una película inquietante, impregnada de un humor muy negro y en la que la mirada del protagonista se mezcla sin avisar con la mirada del espectador para componer una realidad filmada que resulta confusa para terminar deviniendo a asfixiante trampa en la que el espectador junto con Trelkovsky termina atrapado o, lo que es lo mismo, devorado por una conspiración cuyo inexistente sentido lógicamente se escapa... la locura.
Obra maestra.
La película se basa en una novela del mismo nombre escrita por Roland Topor, miembro del Grupo Pánico, junto con Jodorowsky y Arrabal.
La historia rezuma humor negro y surrealismo, parece escrita para los ojos del casi apátrida Roman Polanski, que por supuesto no tardó en llevarla al cine y convertirla en una de sus mejores y más extrañas películas.
La historia cuenta el viaje a la locura de Trelkovsky, un apocado empleado de oficina que alquila en apartamento de una mujer que acaba de suicidarse. Poco a poco, inspirado por el extraño ambiente que rodean las cuatro paredes de sus apartamento, el protagonista empezará a descubrir una eficaz y poderosa conspiración llevada a cabo por sus vecinos para conducirle a la locura y al suicidio, igual que la señorita Choule, su predecesora.
"El quimérico inquilino" presenta de forma muy clara las obsesiones sadomasoquistas del cineasta: la generación de una víctima inocente por parte de un entorno agresivo e inquietante, la silenciosa y secreta conspiración de la realidad que convierte a la normalmente inane cotidianidad en un entorno peligroso, amenazante y, sobre todo, predador.
Poco a poco, Trelkovsky, magníficamente interpretado por el propio Polanski, irá cayendo en la locura, desconectándose más y más de la realidad y lo hará invitado por una serie de hechos, de acontecimientos, que no se sabe muy bien si proceden de su propia cabeza o están en la realidad.
Las estrictas normas de su casero, los vecinos detenidos durante horas en el baño, inmóviles bajo la mortecina luz de la bombilla, las nocturnas llamadas a su puerta se convierten en un oleaje que con su constante embate termina demoliendo los diques racionales que mantenían retenida la parte irracional de Trelkovsky, que termina emergiendo para rematarle, apartándole de la realidad definitivamente.
No fue bien recibida en su momento... y no me extraña nada.
"El quimérico inquilino" es una película inquietante, impregnada de un humor muy negro y en la que la mirada del protagonista se mezcla sin avisar con la mirada del espectador para componer una realidad filmada que resulta confusa para terminar deviniendo a asfixiante trampa en la que el espectador junto con Trelkovsky termina atrapado o, lo que es lo mismo, devorado por una conspiración cuyo inexistente sentido lógicamente se escapa... la locura.
Obra maestra.
jueves, junio 23, 2011
Es fácil criticar al movimiento del 15-M.
Y no digo que sea fácil desde un punto de vista peyorativo, sino que lo digo porque realmente es fácil criticarlo... y lo es porque hay muchas contradicciones que hasta yo mismo detecto cómodamente sentado en el sofá de mi salón.
Desde luego que hay peticiones, unas peticiones que en su estructura básica reproducen una parte del programa de reconstrucción de la izquierda que la chilena Marta Harnecker propone en su libro ya clásico del mismo nombre. Especialmente, la apelación a la creación de nuevos mecanismos de canalización y depuración de la expresión de la voluntad popular.
Hay planteamientos y peticiones pero, y desde su inicio, el movimiento está sometido al ojo escrutador de nuestra sociedad y de sus medios de comunicación, decenas de ojos y cerebros movidos por diferentes intereses que constantemente están hablando, opinando, produciendo discursos a favor y en contra. Ante ellos ni siquiera la mujer del César parecería honesta y, por ellos, el movimiento del 15M es constantemente, día tras día, puesto sobre la mesa de disección y continuamente analizado... y, claro, las contradicciones aparecen porque están ahí.
El conflicto entre la legalidad y la acción espontánea, los comportamientos violentos... Si se mira bien, las contradicciones aparecen.
Se le acusa de poco democrático, de no entender los rigores del inexorable mecanismo que rige la realidad de nuestra situación económica y más cosas, pero éste no es el tema.
Una vez más ésta sociedad cerrada que es enemiga de sí misma se pierde en los detalles, en el recuento y consideración de las partes, en la sistemática evaluación estructural de los efectos y olvida las causas, el todo, la visión global y sintética de un movimiento social que es mucho más pulsional que racional.
Los descontentos individuales ante una situación cada vez más deteriorada han terminado aflorando por nuestras calles y en este sentido, y recordando a Jung, lo que aflora es la sombra del lado luminoso de nuestra sociedad. No será la primera vez ni, espero, será la última. La historia está llena de revueltas y motines en los que, convocada por el propio estado de las cosas, la endiablada sombra social aparece y si algo es esa sombra es la manifestación de todo lo inconsciente, todo lo que subyace bajo los titulares de los periódicos.
Y esa sombra al no ser racional sólo puede ser contradictoria.
Bajo la apariencia racional, narrativa, de las peticiones, del programa del 15M emerge la complejidad contradictoria de lo social... pero también esa manifestación incontrolada encierra mucha verdad en su existir contradictorio, esa verdad que no queremos ver y que hemos apartado al olvido y a las sombras precisamente por ser cierta.
Por supuesto que el 15M tiene un programa, pero lo más importante es su carácter emocional y por eso es muy fácil criticarlo desde un punto de vista racional, porque hay contradicciones, cómo no va a haberlas y por eso se está convirtiendo en deporte nacional de opinadores y periodistas el enumerar las cosas en las que el 15 M no está a la altura, lo que nos gusta o nos deja de gustar, lo que deberían hacer o deberían dejar de hacer. Pero siempre olvidando lo más importante, la complicada y extrema situación en la que se encuentra nuestra sociedad como consecuencia de su mala posición económica.
Hay muchas maneras de hacer las cosas, pero, y en general (y salvo aficionados a cualquier clase de orden sin entrar en mayores detalles), deberíamos estar orgullosos de un país que no se resigna con cualquier explicación, con cualquier situación, con cualquier palabra y que sale a la calle a hacer lo que como mínimo le es posible hacer: quejarse y patalear.
Y hasta ahora la mayoría de las críticas no se centran en el fondo, en las causas, sino en una especie de obsesión procedimental, por las formas, aplicada de forma indiscriminada con independencia de lo excepcional de la situación en que nos encontramos.
Reduciendo al extremo las cosas: si te van a desahuciar espera a las próximas elecciones, si te quedas sin ingresos organiza una plataforma y monta un referendum. Todas esas vías son mecanismos practicables en una situación de normalidad, pero, y si se me apura, me parece una manifestación mas de ese liberalismo cruel el pretender que las personas sufran en silencio, de una manera acorde a las normas. Contribuyendo a generar una situación de normalidad que en absoluto es la que viven aquellos que sufren una de estas tragedias personales ocasionadas por la crisis.
De repente han surgido en salones y plazas cientos de demócratas, guardianes de la formas y de la normalidad, que no se dónde estaban cuando, por ejemplo, los responsables de las bancarrotas de ciertas cajas de ahorro abandonan sus puestos sin dar cuenta de su gestión.
Se acusa al movimiento del 15M de un posicionamiento político, pero también hay otro posicionamiento en lo que no quieren, y creo que realmente no quieren, entender la genealogía de este movimiento recurriendo a cualquier argumento válido o no para desligitimarlo. Y tengo que reconocer que argumentos válidos hay, pero lo que no estoy dispuesto a aceptar es que un padre que roba para comer sea solamente un ladrón.
Por supuesto debe de existir un orden social, pero también una cierta justicia. Porque las apelaciones al orden sin el reconocimiento de la necesidad de justicia o de le existencia de una injusticia, de una presión que ha hecho reventar a la gente por las calles, no están a la altura del ser humano como criatura inteligente, aunque si lo están de ese ser humano como animal esclavo de sus intereses.
Y clama al cielo, a mi cielo por supuesto, que ya no se hable de la genealogía de esta situación, que no se vaya más allá de la crítica estratégica hacia el irresponsable y mentiroso Zapatero.
No se pregunta por qué de pronto no hay dinero, a dónde ha ido, por qué la corrección de los déficits públicos tiene que hacerse de una manera tan veloz, por la eficacia del año de medidas liberales que ya llevamos sobre Grecia, de la deuda externa ilegítima, de la necesidad de pagar a costa de destrozar una sociedad aspecto relacionado con la velocidad con que la deuda es reclamada... De nada de ésto, y de más cosas, se habla, quizá porque entonces habría demasiados silencios o porque las posiciones interesadas y desinteradas resultarían más evidentes.
En cualquier caso, estoy orgulloso de un país que ha sido capaz de generar un movimiento social como el 15 M, no tanto de aquellos que se empeñan en ver ciertos árboles en lugar de todo el bosque.
Honestamente creo que toda persona honesta e inteligente debería sentirse indignada. Otra cosa es el valor, las líneas que se estén dispuestas a cruzar para manifestar esa indignación.
El miedo es libre, bien lo saben aquellos que con astucia saben manejarlo.
Y no digo que sea fácil desde un punto de vista peyorativo, sino que lo digo porque realmente es fácil criticarlo... y lo es porque hay muchas contradicciones que hasta yo mismo detecto cómodamente sentado en el sofá de mi salón.
Desde luego que hay peticiones, unas peticiones que en su estructura básica reproducen una parte del programa de reconstrucción de la izquierda que la chilena Marta Harnecker propone en su libro ya clásico del mismo nombre. Especialmente, la apelación a la creación de nuevos mecanismos de canalización y depuración de la expresión de la voluntad popular.
Hay planteamientos y peticiones pero, y desde su inicio, el movimiento está sometido al ojo escrutador de nuestra sociedad y de sus medios de comunicación, decenas de ojos y cerebros movidos por diferentes intereses que constantemente están hablando, opinando, produciendo discursos a favor y en contra. Ante ellos ni siquiera la mujer del César parecería honesta y, por ellos, el movimiento del 15M es constantemente, día tras día, puesto sobre la mesa de disección y continuamente analizado... y, claro, las contradicciones aparecen porque están ahí.
El conflicto entre la legalidad y la acción espontánea, los comportamientos violentos... Si se mira bien, las contradicciones aparecen.
Se le acusa de poco democrático, de no entender los rigores del inexorable mecanismo que rige la realidad de nuestra situación económica y más cosas, pero éste no es el tema.
Una vez más ésta sociedad cerrada que es enemiga de sí misma se pierde en los detalles, en el recuento y consideración de las partes, en la sistemática evaluación estructural de los efectos y olvida las causas, el todo, la visión global y sintética de un movimiento social que es mucho más pulsional que racional.
Los descontentos individuales ante una situación cada vez más deteriorada han terminado aflorando por nuestras calles y en este sentido, y recordando a Jung, lo que aflora es la sombra del lado luminoso de nuestra sociedad. No será la primera vez ni, espero, será la última. La historia está llena de revueltas y motines en los que, convocada por el propio estado de las cosas, la endiablada sombra social aparece y si algo es esa sombra es la manifestación de todo lo inconsciente, todo lo que subyace bajo los titulares de los periódicos.
Y esa sombra al no ser racional sólo puede ser contradictoria.
Bajo la apariencia racional, narrativa, de las peticiones, del programa del 15M emerge la complejidad contradictoria de lo social... pero también esa manifestación incontrolada encierra mucha verdad en su existir contradictorio, esa verdad que no queremos ver y que hemos apartado al olvido y a las sombras precisamente por ser cierta.
Por supuesto que el 15M tiene un programa, pero lo más importante es su carácter emocional y por eso es muy fácil criticarlo desde un punto de vista racional, porque hay contradicciones, cómo no va a haberlas y por eso se está convirtiendo en deporte nacional de opinadores y periodistas el enumerar las cosas en las que el 15 M no está a la altura, lo que nos gusta o nos deja de gustar, lo que deberían hacer o deberían dejar de hacer. Pero siempre olvidando lo más importante, la complicada y extrema situación en la que se encuentra nuestra sociedad como consecuencia de su mala posición económica.
Hay muchas maneras de hacer las cosas, pero, y en general (y salvo aficionados a cualquier clase de orden sin entrar en mayores detalles), deberíamos estar orgullosos de un país que no se resigna con cualquier explicación, con cualquier situación, con cualquier palabra y que sale a la calle a hacer lo que como mínimo le es posible hacer: quejarse y patalear.
Y hasta ahora la mayoría de las críticas no se centran en el fondo, en las causas, sino en una especie de obsesión procedimental, por las formas, aplicada de forma indiscriminada con independencia de lo excepcional de la situación en que nos encontramos.
Reduciendo al extremo las cosas: si te van a desahuciar espera a las próximas elecciones, si te quedas sin ingresos organiza una plataforma y monta un referendum. Todas esas vías son mecanismos practicables en una situación de normalidad, pero, y si se me apura, me parece una manifestación mas de ese liberalismo cruel el pretender que las personas sufran en silencio, de una manera acorde a las normas. Contribuyendo a generar una situación de normalidad que en absoluto es la que viven aquellos que sufren una de estas tragedias personales ocasionadas por la crisis.
De repente han surgido en salones y plazas cientos de demócratas, guardianes de la formas y de la normalidad, que no se dónde estaban cuando, por ejemplo, los responsables de las bancarrotas de ciertas cajas de ahorro abandonan sus puestos sin dar cuenta de su gestión.
Se acusa al movimiento del 15M de un posicionamiento político, pero también hay otro posicionamiento en lo que no quieren, y creo que realmente no quieren, entender la genealogía de este movimiento recurriendo a cualquier argumento válido o no para desligitimarlo. Y tengo que reconocer que argumentos válidos hay, pero lo que no estoy dispuesto a aceptar es que un padre que roba para comer sea solamente un ladrón.
Por supuesto debe de existir un orden social, pero también una cierta justicia. Porque las apelaciones al orden sin el reconocimiento de la necesidad de justicia o de le existencia de una injusticia, de una presión que ha hecho reventar a la gente por las calles, no están a la altura del ser humano como criatura inteligente, aunque si lo están de ese ser humano como animal esclavo de sus intereses.
Y clama al cielo, a mi cielo por supuesto, que ya no se hable de la genealogía de esta situación, que no se vaya más allá de la crítica estratégica hacia el irresponsable y mentiroso Zapatero.
No se pregunta por qué de pronto no hay dinero, a dónde ha ido, por qué la corrección de los déficits públicos tiene que hacerse de una manera tan veloz, por la eficacia del año de medidas liberales que ya llevamos sobre Grecia, de la deuda externa ilegítima, de la necesidad de pagar a costa de destrozar una sociedad aspecto relacionado con la velocidad con que la deuda es reclamada... De nada de ésto, y de más cosas, se habla, quizá porque entonces habría demasiados silencios o porque las posiciones interesadas y desinteradas resultarían más evidentes.
En cualquier caso, estoy orgulloso de un país que ha sido capaz de generar un movimiento social como el 15 M, no tanto de aquellos que se empeñan en ver ciertos árboles en lugar de todo el bosque.
Honestamente creo que toda persona honesta e inteligente debería sentirse indignada. Otra cosa es el valor, las líneas que se estén dispuestas a cruzar para manifestar esa indignación.
El miedo es libre, bien lo saben aquellos que con astucia saben manejarlo.
martes, junio 21, 2011
LA DEUDA PUBLICA Y EL PACTO DEL EURO
Miren Etxezarreta...
Miren Etxezarreta...
Miren Etxezarreta - La Deuda Pública y el Pacto del Euro from ATTAC.TV on Vimeo.
DÉJAME ENTRAR
No se ve muy bien que ve Eli cuando mira a Oskar.
Parece que es amor... o algo parecido.
Seguramente la nostalgia de la sombra de un sentimiento cuya vibración quizá Elia ya no recuerda perdida en su eternidad vampírica, como quien intenta recordar la melodía de una canción de la que apenas nada recuerda.
No lo se.
Lo único cierto es que Oskar y Eli forman parte, con todos los honores, del Olimpo de parejas que han protagonizado historias de "amor fou" a oscuras y sobre la blanca pantalla. Porque lo que se nos cuenta en "Déjame entrar" es verdaderamente una enloquecida historia de amor... por encima del tiempo y de la condición humana.
O mejor, dos historias, con Eli como punto en común...
Imagino que con el tiempo Oskar acabará siendo el viejo servidor de Eli, proporcionándole alimento y que finalmente, cuando ya no es posible engañar más al tiempo, acepte entregarle su sangre como último sacrificio a la criatura a la que ciegamente ha dedicado su vida y por la que probablemente se haya perdido a conciencia.
Pero hablo de dos historias....
Y es cierto que la primera vez que vi la película no reparé en lo conmovedora que resulta esa escena en la habitación del hospital en la que ella se acerca a la ventana y su desfigurado servidor la deja entrar por última vez. E imagino que Oskar acabará igual, cincuenta años más adelante, envejeciendo a su lado y esa imaginación me hace aun mas emocionante ese final, la "road movie" que se intuye y que ahora me gusta imaginar... a la sombra de esa fascinación que para ambos existe, aunque les resulte impenetrable e incomprensible.
¿No es eso el amor?
"Déjame entrar" es una de mis películas favoritas de siempre.
Puro blanco y negro.
No se ve muy bien que ve Eli cuando mira a Oskar.
Parece que es amor... o algo parecido.
Seguramente la nostalgia de la sombra de un sentimiento cuya vibración quizá Elia ya no recuerda perdida en su eternidad vampírica, como quien intenta recordar la melodía de una canción de la que apenas nada recuerda.
No lo se.
Lo único cierto es que Oskar y Eli forman parte, con todos los honores, del Olimpo de parejas que han protagonizado historias de "amor fou" a oscuras y sobre la blanca pantalla. Porque lo que se nos cuenta en "Déjame entrar" es verdaderamente una enloquecida historia de amor... por encima del tiempo y de la condición humana.
O mejor, dos historias, con Eli como punto en común...
Imagino que con el tiempo Oskar acabará siendo el viejo servidor de Eli, proporcionándole alimento y que finalmente, cuando ya no es posible engañar más al tiempo, acepte entregarle su sangre como último sacrificio a la criatura a la que ciegamente ha dedicado su vida y por la que probablemente se haya perdido a conciencia.
Pero hablo de dos historias....
Y es cierto que la primera vez que vi la película no reparé en lo conmovedora que resulta esa escena en la habitación del hospital en la que ella se acerca a la ventana y su desfigurado servidor la deja entrar por última vez. E imagino que Oskar acabará igual, cincuenta años más adelante, envejeciendo a su lado y esa imaginación me hace aun mas emocionante ese final, la "road movie" que se intuye y que ahora me gusta imaginar... a la sombra de esa fascinación que para ambos existe, aunque les resulte impenetrable e incomprensible.
¿No es eso el amor?
"Déjame entrar" es una de mis películas favoritas de siempre.
Puro blanco y negro.
domingo, junio 19, 2011
"Por consiguiente, en líneas generales, los consumidores, en su condición de tales, son inconscientes y están desorganizados, una situación semejante a la de los obreros de comienzos del siglo XIX. En este concepto, son el objeto de exaltación, adulación y alabanza de los buenos apóstoles que los denominan «la opinión pública», realidad mística, providencial y soberana. Así como la democracia exalta al pueblo, siempre que éste permanezca en su lugar (es decir, no intervenga en la escena política y social), a los consumidores se les reconoce su soberanía («Powerful consumer», según Katona), siempre que no pretendan actuar como tales en el escenario social. El pueblo son los trabajadores, mientras permanezcan desorganizados. El público, la opinión pública, son los consumidores siempre que se contenten con consumir."
(La sociedad de consumo: sus mitos, sus estructuras. Jean Baudrillard)
(La sociedad de consumo: sus mitos, sus estructuras. Jean Baudrillard)
"El sistema tiene necesidad de los individuos, en su condición de trabajadores (trabajo asalariado), en su condición de ahorristas (impuestos, préstamos, etc.), pero cada vez más en su carácter de consumidores... El aspecto en el cual el individuo es hoy necesario y prácticamente irremplazable es su condición de consumidor."
(La sociedad de consumo: sus mitos, sus estructuras)
(La sociedad de consumo: sus mitos, sus estructuras)
HANNA
No es una película que vaya a pasar a la historia de la cinematografía, pero, y tratándose de un producto más de los que semanalmente produce el cine como industria, "Hanna" tiene su punto.
Con un ritmo trepidante y una cinematografía a veces demasiado histriónica e impostada, basada en los movimientos de cámara y el montaje, "Hanna" es una especie de cuento de Caperucita que, a diferencia de su predecesora, sale a la caza del lobo.
Protegida y entrenada desde la infancia por su padre (Eric Bana) en los bosques de Finlandia, Hanna decide un día que se encuentra preparada para cazar a ese lobo, magnificamente interpretada por una mórbida y sinuosa Cate Blanchett. Y la película describe esa caza, pero también el descubrimiento del mundo por parte de una niña de quince años que toda su vida ha vivido apartada de él.
Durante casi todo el tiempo, "Hanna" se mueve muy bien, haciendo equilibrios en ese alambre que separa una muy antagónica contradicción: la niña que se impresiona y la niña que caza. Y en ciertos momentos la película resulta brillante, mostrando esa contradicción de manera armónica, si bien quizá la historia se demore más de lo necesario en presentar un desenlace que por las propias características de la narración se sabe inevitable.
Sobre una base de thriller convencional montada sobre el caballo de una "road movie", "Hanna" ofrece una propuesta extraña, relativamente sorprendente, que se agradece, un cuento bárbaro de inmersión en el mundo y de recuperación del propio sentido a través de la lucha y el descubrimiento.
Interesante.
No es una película que vaya a pasar a la historia de la cinematografía, pero, y tratándose de un producto más de los que semanalmente produce el cine como industria, "Hanna" tiene su punto.
Con un ritmo trepidante y una cinematografía a veces demasiado histriónica e impostada, basada en los movimientos de cámara y el montaje, "Hanna" es una especie de cuento de Caperucita que, a diferencia de su predecesora, sale a la caza del lobo.
Protegida y entrenada desde la infancia por su padre (Eric Bana) en los bosques de Finlandia, Hanna decide un día que se encuentra preparada para cazar a ese lobo, magnificamente interpretada por una mórbida y sinuosa Cate Blanchett. Y la película describe esa caza, pero también el descubrimiento del mundo por parte de una niña de quince años que toda su vida ha vivido apartada de él.
Durante casi todo el tiempo, "Hanna" se mueve muy bien, haciendo equilibrios en ese alambre que separa una muy antagónica contradicción: la niña que se impresiona y la niña que caza. Y en ciertos momentos la película resulta brillante, mostrando esa contradicción de manera armónica, si bien quizá la historia se demore más de lo necesario en presentar un desenlace que por las propias características de la narración se sabe inevitable.
Sobre una base de thriller convencional montada sobre el caballo de una "road movie", "Hanna" ofrece una propuesta extraña, relativamente sorprendente, que se agradece, un cuento bárbaro de inmersión en el mundo y de recuperación del propio sentido a través de la lucha y el descubrimiento.
Interesante.
No olvidemos que como consecuencia de esta crisis global, de iniciativa privada y consecuencias públicas, se está produciendo un ataque al estado del bienestar.
Se dice que no hay dinero y se asume automáticamente, de forma obediente, sin preguntar el por qué. Sólo se asume la realidad convertida en efecto de unas causas que nadie quiere recordar.
Y estos recortes suponen un ataque contra el estado del bienestar que amenaza conquistas fruto del esfuerzo de generaciones anteriores que ahora forman parte de nuestra tranquilidad, del paisaje de nuestra paz y que quizá por eso no valoramos.
Y recuerdo una cita de "Middlemarch", que de alguna manera prologa el libre "El respeto" de Richard Sennett:
"... que el bien aumente en el mundo depende en
a mí nos haya ido tan mal en la vida como podría
habernos ido se debe, en buena parte, a rodas las
personas que vivieron con lealtad una vida anónima
y descansan en tumbas que nadie visita."
y pienso exactamente eso, que todas esas generaciones que nos precedieron y consiguieron esa tranquilidad que disfrutamos merecen un respeto, que no nos quiten lo que es nuestro sin mostrar -por lo menos- el descontento, sin patalear, sin luchar.
COSMÓPOLIS
Es un libro interesante.
Escrito por el filósofo británico Stephen Toulmin, "Cosmópolis" profundiza en el discurso filosófico de la modernidad para detectar algunas importantes contradicciones que han tenido consecuencias en el desenvolvimiento histórico de las sociedades occidentales.
En pocas palabras, la Modernidad es un proceso histórico, social y filosófico que comienza en el siglo XVII y que busca convertir la razón en la norma trascendental y vertebradora de toda la sociedad.
Como no podía ser de otra forma, Toulmin se centra en Descartes, en "Su pienso, luego existo" como fuente originaria de todo este movimiento, pero, y de manera brillantemente dismitificadora, realiza un análisis histórico y social de las consecuencias que este modo de pensar a tenido para el desenvolvimiento de las sociedades europeas.
Para Toulmin, la principal consecuencia nefasta del pensamiento moderno es la traslación de la posibilidad de una verdad objetiva a esferas de pensamiento y vida como la ética y la moral. La más nefasta influencia de la Modernidad es la creencia, casi religiosa, en la posibilidad de la existencia de una verdad moral con indepenencia de las partes.
Usando el pensamiento es posible llegar a una conclusión objetiva y cierta que invalide como falsos todos los modos de vivir y pensar. Y la principal consecuencia de todo ello son las guerras de religión que asolan toda Europa durante la práctica totalidad del siglo XVII.
Los productos de la razón pasan a ser indiscutibles por contraposición al modo de pensar humanista, renacentista, en el que nadie ambicionaba estar en la verdad, por considerarse incapaces de encontrar verdades absolutas en asuntos de índole tan complicada como los éticos y morales.
Toulmin contrapone el espiritu librepensador de Montaigne al estricto método cartesiano que se aplica todo como si el mundo fuera susceptible de ser trasladado a unas estructuras matemáticas y geométricas.
Y lo sacrificado en ese proceso, mucho más que la verdad, allá donde se encuentre (si es que se encuentra), es la capacidad para el diálogo entre opiniones contrapuestas que caracterizaba esa actitud dialogante propia del humanismo renacentista.
Tener la razón, estar en lo cierto se convierte también en un arma que es esgrime contra el otro, un arma que resuelve los debates de manera rápida impidiendo la discusión, negando la posibilidad del punto de vista y absolutizando los asuntos éticos y morales.
Del mismo modo que solo hay un Dios verdadero, también hay una única verdad verdadera,
Merece la pena leerlo.
Es un libro interesante.
Escrito por el filósofo británico Stephen Toulmin, "Cosmópolis" profundiza en el discurso filosófico de la modernidad para detectar algunas importantes contradicciones que han tenido consecuencias en el desenvolvimiento histórico de las sociedades occidentales.
En pocas palabras, la Modernidad es un proceso histórico, social y filosófico que comienza en el siglo XVII y que busca convertir la razón en la norma trascendental y vertebradora de toda la sociedad.
Como no podía ser de otra forma, Toulmin se centra en Descartes, en "Su pienso, luego existo" como fuente originaria de todo este movimiento, pero, y de manera brillantemente dismitificadora, realiza un análisis histórico y social de las consecuencias que este modo de pensar a tenido para el desenvolvimiento de las sociedades europeas.
Para Toulmin, la principal consecuencia nefasta del pensamiento moderno es la traslación de la posibilidad de una verdad objetiva a esferas de pensamiento y vida como la ética y la moral. La más nefasta influencia de la Modernidad es la creencia, casi religiosa, en la posibilidad de la existencia de una verdad moral con indepenencia de las partes.
Usando el pensamiento es posible llegar a una conclusión objetiva y cierta que invalide como falsos todos los modos de vivir y pensar. Y la principal consecuencia de todo ello son las guerras de religión que asolan toda Europa durante la práctica totalidad del siglo XVII.
Los productos de la razón pasan a ser indiscutibles por contraposición al modo de pensar humanista, renacentista, en el que nadie ambicionaba estar en la verdad, por considerarse incapaces de encontrar verdades absolutas en asuntos de índole tan complicada como los éticos y morales.
Toulmin contrapone el espiritu librepensador de Montaigne al estricto método cartesiano que se aplica todo como si el mundo fuera susceptible de ser trasladado a unas estructuras matemáticas y geométricas.
Y lo sacrificado en ese proceso, mucho más que la verdad, allá donde se encuentre (si es que se encuentra), es la capacidad para el diálogo entre opiniones contrapuestas que caracterizaba esa actitud dialogante propia del humanismo renacentista.
Tener la razón, estar en lo cierto se convierte también en un arma que es esgrime contra el otro, un arma que resuelve los debates de manera rápida impidiendo la discusión, negando la posibilidad del punto de vista y absolutizando los asuntos éticos y morales.
Del mismo modo que solo hay un Dios verdadero, también hay una única verdad verdadera,
Merece la pena leerlo.
miércoles, junio 15, 2011
Algún periodista hay con sentido común...
"Pero lo que resulta intolerable son los profundos desequilibrios que ha provocado esta crisis, que ha dejado en la miseria a millones de personas mientras que la elite económica y política –responsable de la situación– no ha pagado ningún precio. Un ejemplo: ahí siguen los gestores de las cajas que han llevado a la ruina a las entidades que dirigían, saneadas con dinero público.
Me parece totalmente injusto demonizar colectivamente a los indignados y hacer énfasis en los desmanes de una minoría y mirar para otro lado a la hora de exigir responsabilidades a las personas que han provocado esta catástrofe económica.
Hay que plantear el problema al revés, hay que dar la vuelta a nuestra forma de mirar las cosas: lo esencial son las causas del malestar social y no sus efectos. Empecemos por ahí."
(15-M: causas y efectos. Pedro G. Cuartango)
A partir de este punto el sentido común se pierde para un lado y para otro...
Y yo lo pierdo, porque SE que todo ésto forma parte de la puesta en práctica de una injusticia global.
Y porque pienso que lo mínimo que deberían hacer los parlamentarios catalanes es agachar la cerviz y recibir una ordenada ración de civilizadas collejas, porque entre otras cosas van a aprobar un rebaja del 6% en el presupuesto de sanidad que, entre otras cosas, puede aumentar el tiempo en listas de espera de la seguridad social...
Y porque no he visto que con el mismo afán pidan cuentas del dinero público entregado para solucionar esta crisis de origen privado y de consecuencias públicas.
Y porque creo que se comportan así porque la gente, esa voluntad popular a la que tanto apelan, se conforma con escapar, con no ser cada uno de ellos el perjudicado mientras sueñan con sus próximas vacaciones de las que la mayoría regresará con depresión postvacacional.
Y porque estoy convencido de que esa es la verdad de la voluntad popular.
No hay dinero, pero la gran pregunta es por qué no lo hay, a dónde ha ido a parar.
¿Quiere saberlo la voluntad popular?
"Pero lo que resulta intolerable son los profundos desequilibrios que ha provocado esta crisis, que ha dejado en la miseria a millones de personas mientras que la elite económica y política –responsable de la situación– no ha pagado ningún precio. Un ejemplo: ahí siguen los gestores de las cajas que han llevado a la ruina a las entidades que dirigían, saneadas con dinero público.
Me parece totalmente injusto demonizar colectivamente a los indignados y hacer énfasis en los desmanes de una minoría y mirar para otro lado a la hora de exigir responsabilidades a las personas que han provocado esta catástrofe económica.
Hay que plantear el problema al revés, hay que dar la vuelta a nuestra forma de mirar las cosas: lo esencial son las causas del malestar social y no sus efectos. Empecemos por ahí."
(15-M: causas y efectos. Pedro G. Cuartango)
A partir de este punto el sentido común se pierde para un lado y para otro...
Y yo lo pierdo, porque SE que todo ésto forma parte de la puesta en práctica de una injusticia global.
Y porque pienso que lo mínimo que deberían hacer los parlamentarios catalanes es agachar la cerviz y recibir una ordenada ración de civilizadas collejas, porque entre otras cosas van a aprobar un rebaja del 6% en el presupuesto de sanidad que, entre otras cosas, puede aumentar el tiempo en listas de espera de la seguridad social...
Y porque no he visto que con el mismo afán pidan cuentas del dinero público entregado para solucionar esta crisis de origen privado y de consecuencias públicas.
Y porque creo que se comportan así porque la gente, esa voluntad popular a la que tanto apelan, se conforma con escapar, con no ser cada uno de ellos el perjudicado mientras sueñan con sus próximas vacaciones de las que la mayoría regresará con depresión postvacacional.
Y porque estoy convencido de que esa es la verdad de la voluntad popular.
No hay dinero, pero la gran pregunta es por qué no lo hay, a dónde ha ido a parar.
¿Quiere saberlo la voluntad popular?
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