Durante décadas, Estados Unidos ha disfrutado de un privilegio sin precedentes: financiar su gasto con facilidad gracias a la condición del dólar como divisa de reserva global y a la percepción de los bonos del Tesoro como el activo más seguro del mundo. Ese escenario garantizaba que, en casi cualquier circunstancia, los inversores acudieran masivamente a las subastas de deuda estadounidense.
Pero los signos de desgaste son cada vez más visibles.
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La participación del dólar en las reservas internacionales ha caído del 71 % en 1999 a menos del 58 % en 2024 (datos del FMI), el nivel más bajo en tres décadas.
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Potencias como China, Brasil y Arabia Saudí están cerrando acuerdos para comerciar en monedas locales, reduciendo la dependencia del dólar en sectores clave como la energía.
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Los dos mayores acreedores del Tesoro, China y Japón, han recortado sus tenencias de deuda estadounidense, reflejando una diversificación de reservas.
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El índice DXY, que mide la fortaleza del dólar frente a otras divisas, ha registrado episodios prolongados de debilidad desde los picos de 2022.
Este cambio de equilibrio limita la capacidad de EE. UU. para atraer capital extranjero y financiarse a bajo coste. Y eso se nota tanto en las grandes subastas como en la gestión de la deuda a corto plazo que vence este mismo año.
La subasta que expuso la fragilidad
El 6 de agosto de 2025, el Tesoro emitió 42.000 millones de dólares en bonos a 10 años. El resultado fue uno de los más débiles del año:
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Rendimiento final del 4,255 %, por encima del previsto, señal de que hubo que ofrecer más rentabilidad para captar compradores.
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16,2 % del total absorbido por “primary dealers”, intermediarios obligados a quedarse con el remanente, el mayor porcentaje en un año.
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Subida inmediata de los rendimientos en el mercado, reflejando menor confianza inversora.
Aunque se trataba de deuda a largo plazo, el mensaje es claro: la demanda para financiar al Tesoro, sea en 10 años o en 3 meses, ya no es automática.
El verdadero cuello de botella: la deuda a corto plazo
En 2025 vence una cantidad excepcionalmente alta de deuda a corto plazo —letras del Tesoro con vencimientos de 3, 6 y 12 meses—. Estas emisiones son muy sensibles a la percepción inmediata del riesgo fiscal y político:
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Si la demanda es débil, el coste de refinanciación sube de forma abrupta.
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Si el inversor extranjero reduce su participación, el Tesoro debe recurrir más al mercado interno, presionando los tipos al alza.
El problema es que el volumen a refinanciar este año coincide con una menor disposición internacional a mantener dólares y Treasuries, lo que multiplica la presión sobre los rendimientos.
Una causa común: déficit crónico y pérdida de atractivo
Tanto la floja subasta de agosto como la tensión en la deuda a corto plazo comparten la misma raíz estructural:
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Déficit fiscal persistente, que obliga a emisiones récord año tras año.
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Menor apetito extranjero por deuda estadounidense, alimentado por rivalidades geopolíticas y competencia de otros centros financieros.
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Erosión institucional, que reduce la confianza en la estabilidad y previsibilidad del marco político y económico de EE. UU.
En este contexto, el Tesoro se ve obligado a “pagar más por el mismo dinero”, tanto en plazos cortos como largos.
Aranceles: un síntoma más, no la solución
En respuesta a esta presión fiscal, la Administración ha anunciado subidas de aranceles. Aunque oficialmente se justifican como medidas de protección industrial, también cumplen una función fiscal inmediata: generar ingresos adicionales para aliviar la tensión en la financiación.
Sin embargo:
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Los aranceles son una fuente de ingresos volátil y dependiente del comercio exterior.
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Pueden reducir el volumen de intercambios, afectando al crecimiento y a la recaudación futura.
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No sustituyen la necesidad de refinanciar la deuda en un mercado menos receptivo.
En otras palabras, tanto los aranceles como las subastas débiles son manifestaciones distintas del mismo problema de fondo.
Decadencia financiera y el desplazamiento hacia Oriente
El economista Eswar Prasad lo sintetiza así:
“El principio de que, cuando hay problemas, los inversores corren hacia el dólar y los Treasuries ya no se sostiene… los fundamentos institucionales que respaldaban esa confianza están siendo erosionados.”
La dificultad no parece transitoria. El peso económico mundial se está desplazando hacia Oriente, donde los mercados de capital son cada vez más profundos y sofisticados. Una mayor porción del ahorro global se canalizará hacia esos mercados, reduciendo la disponibilidad y el interés por absorber deuda estadounidense, especialmente en un contexto de emisiones crecientes.
Eso significa que, incluso si EE. UU. logra estabilizar momentáneamente sus subastas, la tendencia estructural apunta a un coste de financiación más alto y a una competencia creciente por el capital global.
Conclusión
La debilidad del dólar, la caída en la demanda de Treasuries, la presión sobre la deuda a corto plazo y el recurso a los aranceles no son fenómenos aislados. Son piezas de un mismo puzle: un modelo de financiación que se sostiene cada vez con más dificultad.
Si Estados Unidos no afronta de manera estructural su déficit y no recupera la confianza internacional en sus instituciones y en el dólar, las subastas flojas de hoy serán la norma de mañana. Y las medidas reactivas, como los aranceles, no harán más que posponer el momento de enfrentarse al verdadero reto: cómo financiar al Estado en un mundo que ya no gira en torno a Washington.
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