sábado, mayo 14, 2016
Hacia el Eden
Me resulta muy interesante el giro social que ha dado el cine de Costa-Gavras en sus últimas películas.
Seguramente "Amen", realizada en 2002 tras su claramente decepcionante e incomprensible -para mi- fase americana, conecta con su cine político anterior. "Estado de sitio", "La Confesión", "Z".... todas son películas en el que la lucha tiene lugar en el territorio de lo político.
Sus protagonistas se enfrentan a estructuras políticas totalitarias y represoras que generan situaciones injustas que deben ser combatidas desde planteamientos políticos de izquierda.
Sin embargo, lo social forma parte del contexto.
Se da por descontado.
Seguramente porque por aquel entonces se tenía muy claro por qué se luchaba y así lo esencial de la historia se centraba en la lucha política.
Sin embargo, y desde la estupenda "Arcadia" filmada en 2005, el mundo simbólico de Gavras experimenta un cambio copernicano.
Lo político deja de estar presente y sus historias parecen poner el pie en la tierra de lo social.
Gavras nos muestra quizá las consecuencias de lo político, el sufrimiento de la injusticia en entornos y contextos de vida cotidiana convertida en un espectáculo de normalidad perversa que el director greco-frances se limita a mostrar.
Seguramente para que tengamos claro aquello por lo que ahora hay que luchar.
Y si en "Arcadia" lo que se nos muestra es la tragedia del desempleo, en esta "Hacia el Eden" Gavras nos habla de la inmigración.
Y me resulta interesante porque con este cambio copernicano Gavras reconoce la importancia de lo social frente a la política.
Ya no se puede hacer política desde la politica, ahora la política se hace desde lo social.
Hay un orden de prioridades y la autenticidad de un posicionamiento político sólo puede proceder de su profundo enraizamiento en lo social.
Ese es el secreto de lo que algunos llaman "nueva política" y no otro.
Todo lo demás es pura semiótica, discursos que remiten a discursos, palabras que remiten a palabras, en un continuo juego sofistico en el que la realidad, las cosas están al servicio de lo que se dice limitándose a prestar un oportuno de valor de verdad en el que se busca la primacia de la palabra propia sobre la del adversario.
Así, la política ya no es el lugar donde las cosas pasan.
Gavras lo sabe y vuelve su mirada a lo social, a la presentación de los efectos de la injusticia y lo hace, en el caso de la inmigración, con esta historia sencilla, con maneras de cuento alegórico, que nos cuenta el viaje de un inmigrante desde las europeas costas griegas hasta el parisino corazón de europa en pos de un promesa de trabajo que un misterioso mago le ha hecho.
En sí misma, y como obra, "Hacia el Edén" no es una película del todo redonda y, por supuesto, en absoluto está a la altura de las grandes obras de Gavras, pero tampoco es desdeñable.
"Hacia el Eden" nos muestra imágenes tomadas desde una perspectiva que no es habitual: nuestra europa vista a través de los ojos entre asustados e ilusionados de un inmigrante.
Ya sólo por eso merece la pena verla, pero además exhibe de manera muy conseguida el encanto de las "road movies" que es el encanto de la vida misma: moverse hacia delante, hacia un destino y las personas, buenas o malas, que salen al paso del protagonista, influyendo de una manera u otra sobre su trayecto.
A mi me gusta mucho este cine que el alemán Wim Wenders ha elevado a la categoría de arte y por lo tanto no puedo tener otra opinión que una favorable sobre esta "Hacia el Edén"
Interesante.
Seguramente "Amen", realizada en 2002 tras su claramente decepcionante e incomprensible -para mi- fase americana, conecta con su cine político anterior. "Estado de sitio", "La Confesión", "Z".... todas son películas en el que la lucha tiene lugar en el territorio de lo político.
Sus protagonistas se enfrentan a estructuras políticas totalitarias y represoras que generan situaciones injustas que deben ser combatidas desde planteamientos políticos de izquierda.
Sin embargo, lo social forma parte del contexto.
Se da por descontado.
Seguramente porque por aquel entonces se tenía muy claro por qué se luchaba y así lo esencial de la historia se centraba en la lucha política.
Sin embargo, y desde la estupenda "Arcadia" filmada en 2005, el mundo simbólico de Gavras experimenta un cambio copernicano.
Lo político deja de estar presente y sus historias parecen poner el pie en la tierra de lo social.
Gavras nos muestra quizá las consecuencias de lo político, el sufrimiento de la injusticia en entornos y contextos de vida cotidiana convertida en un espectáculo de normalidad perversa que el director greco-frances se limita a mostrar.
Seguramente para que tengamos claro aquello por lo que ahora hay que luchar.
Y si en "Arcadia" lo que se nos muestra es la tragedia del desempleo, en esta "Hacia el Eden" Gavras nos habla de la inmigración.
Y me resulta interesante porque con este cambio copernicano Gavras reconoce la importancia de lo social frente a la política.
Ya no se puede hacer política desde la politica, ahora la política se hace desde lo social.
Hay un orden de prioridades y la autenticidad de un posicionamiento político sólo puede proceder de su profundo enraizamiento en lo social.
Ese es el secreto de lo que algunos llaman "nueva política" y no otro.
Todo lo demás es pura semiótica, discursos que remiten a discursos, palabras que remiten a palabras, en un continuo juego sofistico en el que la realidad, las cosas están al servicio de lo que se dice limitándose a prestar un oportuno de valor de verdad en el que se busca la primacia de la palabra propia sobre la del adversario.
Así, la política ya no es el lugar donde las cosas pasan.
Gavras lo sabe y vuelve su mirada a lo social, a la presentación de los efectos de la injusticia y lo hace, en el caso de la inmigración, con esta historia sencilla, con maneras de cuento alegórico, que nos cuenta el viaje de un inmigrante desde las europeas costas griegas hasta el parisino corazón de europa en pos de un promesa de trabajo que un misterioso mago le ha hecho.
En sí misma, y como obra, "Hacia el Edén" no es una película del todo redonda y, por supuesto, en absoluto está a la altura de las grandes obras de Gavras, pero tampoco es desdeñable.
"Hacia el Eden" nos muestra imágenes tomadas desde una perspectiva que no es habitual: nuestra europa vista a través de los ojos entre asustados e ilusionados de un inmigrante.
Ya sólo por eso merece la pena verla, pero además exhibe de manera muy conseguida el encanto de las "road movies" que es el encanto de la vida misma: moverse hacia delante, hacia un destino y las personas, buenas o malas, que salen al paso del protagonista, influyendo de una manera u otra sobre su trayecto.
A mi me gusta mucho este cine que el alemán Wim Wenders ha elevado a la categoría de arte y por lo tanto no puedo tener otra opinión que una favorable sobre esta "Hacia el Edén"
Interesante.
The Spectacle of skill. Robert Hughes
"Son esos espacios existentes entre las personas los que Hopper pinta tan bien... Su mezcla peculiar de voyeurismo (poniendo nuestra mirada en el interior de la habitación) y de discreción (no revelándonos lo que las personas están haciendo o pensando) son el gancho del cuadro. Hopper ofrece rebanadas de una vida misteriosa, momentos de una narrativa que no está cerrada"
domingo, mayo 08, 2016
Julieta
Después de tantos años viendo películas de Almodovar no tengo la menor duda de que el director manchego lleva décadas encerrado en un circuito cerrado.
Los personajes, lo que les pasa, incluso lo que dicen se repite una y otra vez, de manera constante.
Algunos elementos quedan fuera, no son usados en esta ocasión, pero sin duda volverán a aparecer. Quién sabe. Quizá en la próxima edición de su misma historia de siempre. Esa en el que las consecuencias de un pasado trágico producen personajes complicados enfrentados a un presente complejo, personajes solitarios y heridos, convertidos en peligrosos misterios para todos aquellos que se acercan atraídos por la aparente belleza de su trauma.
Y no es que Almodovar no sepa contar una historia.
Su capacidad de emocionar está ahí, en lo táctico de algún momento narrativo, pero, y en general, el enorme ego del autor siempre termina colocándose entre el espectador y lo que mira.
Continuando con la diferenciación Rohmeriana entre el decir y el mostrar, Almodovar no está entre los directores que muestran sino entre los que dicen.
Y es precisamente en esa repetición de elementos narrativos absolutamente evidente donde el autor, necesitando ser reconocido por el espectador como tal, se muestra.
En su cine, Almodovar es el protagonista,
Y si hay algo que detesto no es la inevitable transparencia del ego del autor sino la absoluta evidencia de esa intención que convierte a todo su cine en un acto impostado de locución, un más que evidente espectáculo de cartón piedra que aspira a esa "qualité" tan falsa, basada en el decir, contra la que los directores de la "nouvelle vague" francesa se levantaron.
Almodovar quiere ser el protagonista de sus propias películas y personalmente encuentro insoportable sentir que me haga sentir que esto es así.
Esta "Julieta" es un nuevo y magnífico ejemplo de la impúdica exhibición de necesidad de reconocimiento que Almodovar ejecuta de manera consciente y voluntaria, a mi entender, en todas sus películas.
Además, y para hacer peor las cosas, no puedo con esa vocación por la tristeza y el drama que hacen de Almodovar, para mi gusto, el Sergio Leone del melodrama, de la tragedia cinematográfica.
Todo es solemne, impostado, esclerótico, pedante, enfático y el objetivo es hacer llorar por lo civil o por lo penal.
Con el tiempo, el cine de Almodovar ha devenido en un acto de desnudez autoral bastante triste.
Una tristeza que quisiera ser triste de verdad, como una canción de Chavela Vargas, pero que casi siempre se queda en falsa mueca exagerada.
Los personajes, lo que les pasa, incluso lo que dicen se repite una y otra vez, de manera constante.
Algunos elementos quedan fuera, no son usados en esta ocasión, pero sin duda volverán a aparecer. Quién sabe. Quizá en la próxima edición de su misma historia de siempre. Esa en el que las consecuencias de un pasado trágico producen personajes complicados enfrentados a un presente complejo, personajes solitarios y heridos, convertidos en peligrosos misterios para todos aquellos que se acercan atraídos por la aparente belleza de su trauma.
Y no es que Almodovar no sepa contar una historia.
Su capacidad de emocionar está ahí, en lo táctico de algún momento narrativo, pero, y en general, el enorme ego del autor siempre termina colocándose entre el espectador y lo que mira.
Continuando con la diferenciación Rohmeriana entre el decir y el mostrar, Almodovar no está entre los directores que muestran sino entre los que dicen.
Y es precisamente en esa repetición de elementos narrativos absolutamente evidente donde el autor, necesitando ser reconocido por el espectador como tal, se muestra.
En su cine, Almodovar es el protagonista,
Y si hay algo que detesto no es la inevitable transparencia del ego del autor sino la absoluta evidencia de esa intención que convierte a todo su cine en un acto impostado de locución, un más que evidente espectáculo de cartón piedra que aspira a esa "qualité" tan falsa, basada en el decir, contra la que los directores de la "nouvelle vague" francesa se levantaron.
Almodovar quiere ser el protagonista de sus propias películas y personalmente encuentro insoportable sentir que me haga sentir que esto es así.
Esta "Julieta" es un nuevo y magnífico ejemplo de la impúdica exhibición de necesidad de reconocimiento que Almodovar ejecuta de manera consciente y voluntaria, a mi entender, en todas sus películas.
Además, y para hacer peor las cosas, no puedo con esa vocación por la tristeza y el drama que hacen de Almodovar, para mi gusto, el Sergio Leone del melodrama, de la tragedia cinematográfica.
Todo es solemne, impostado, esclerótico, pedante, enfático y el objetivo es hacer llorar por lo civil o por lo penal.
Con el tiempo, el cine de Almodovar ha devenido en un acto de desnudez autoral bastante triste.
Una tristeza que quisiera ser triste de verdad, como una canción de Chavela Vargas, pero que casi siempre se queda en falsa mueca exagerada.
sábado, mayo 07, 2016
Capitán América: Civil War
Debería haber un límite al número de superhéroes por película.
Ahora que lo pienso, seguramente una de las cosas que más me gustó de "Batman vs. Superman" es que hubiese un número aceptable, dos o tres, con su correspondiente villano.
Así, todo resulta más manejable.
Pero en esta "Capitán América: Civil War" los superhéroes literalmente desbordan la pantalla, como arena cogida en un puño.
Madre de dios"
Es como el cuerno de la abundancia de las criaturas con poderes especiales.
Y con independencia de los valores intrinsecos de la película, que son aceptables aunque la película se vaya olvidando conforme se ve, producto perfecto como siempre digo, encuentro algo desagradable, por poco inteligente y sutil, en esta acumulación loca de personajes que por no caber no caben ni en el cartel.
Como si el peso de la historia consistiese en el kilo de superhéroe acumulado en canal.
No se.
Temo muy pronto ver películas de tres horas con decenas de personajes resolviendo sus diferentes diferencias con las mismas patadas voladoras de siempre.
En fin.
Seguramente esa pasión por la acumulación cuantitativa es sintomática.
Nos retrata como cultura.
Cuanto más, mejor.
Importa poco el absurdo de la procedencia de ese "más".
No se si el cine copia a Jose Luis Moreno o este al primero... Bueno... Lo más razonable es la opción dos: la película convertida en un artefacto narrativo contenedor de superhéroes, la película convertida en un eterno especial de nochevieja.
En cualquier caso, "Capitan America: Civil War" tiene bastante de rebosante bandeja de marisquería de extraradio.
Ahora que lo pienso, seguramente una de las cosas que más me gustó de "Batman vs. Superman" es que hubiese un número aceptable, dos o tres, con su correspondiente villano.
Así, todo resulta más manejable.
Pero en esta "Capitán América: Civil War" los superhéroes literalmente desbordan la pantalla, como arena cogida en un puño.
Madre de dios"
Es como el cuerno de la abundancia de las criaturas con poderes especiales.
Y con independencia de los valores intrinsecos de la película, que son aceptables aunque la película se vaya olvidando conforme se ve, producto perfecto como siempre digo, encuentro algo desagradable, por poco inteligente y sutil, en esta acumulación loca de personajes que por no caber no caben ni en el cartel.
Como si el peso de la historia consistiese en el kilo de superhéroe acumulado en canal.
No se.
Temo muy pronto ver películas de tres horas con decenas de personajes resolviendo sus diferentes diferencias con las mismas patadas voladoras de siempre.
En fin.
Seguramente esa pasión por la acumulación cuantitativa es sintomática.
Nos retrata como cultura.
Cuanto más, mejor.
Importa poco el absurdo de la procedencia de ese "más".
No se si el cine copia a Jose Luis Moreno o este al primero... Bueno... Lo más razonable es la opción dos: la película convertida en un artefacto narrativo contenedor de superhéroes, la película convertida en un eterno especial de nochevieja.
En cualquier caso, "Capitan America: Civil War" tiene bastante de rebosante bandeja de marisquería de extraradio.
lunes, mayo 02, 2016
Toro
"Toro" es una de esas películas que están hechas con trozos de otras películas.
Como si se tratase de un frankenstein sus creadores las construyen con pedazos, momentos, personajes y situaciones que han quedado grabados de manera indeleble en su memoria sentimental de espectador enamorado del cine.
El héroe trágico que intenta un imposible giro hacia la luz, el villano retorcido y malvado, el efecto que tiene la maldad cuando entra en contacto con la mirada supuestamente inocente de la infancia, las cuentas del pasado que regresan y otros tantos fragmentos, pedazos narrativos valisosos en sí mismos que en "Toro" aparecen cosidos con desigual fortuna, siendo el resultado en absoluto desdeñable, pero, y esto es lo peor, tampoco loable.
Transitando entre lo familiar y lo directamente previsible, "Toro" es un thriller trágico y fatalista en el que el protagonista arrastrado por la responsabilidad que siente hacia un desastroso y corrupto hermano se verá atrapado en las sombras de un pasado que se encargará de pulverizar todo el esfuerzo del protagonista por encontrar la salvación.
Y sobre el papel tiene buena pinta, pero lo resultados no terminan de estar a la altura de la idea, quedando "Toro", como escribo, en un territorio que linda peligrosamente con la mera copia.
Porque si algo hace "Toro" es constantemente, y como comento, remitir a un original, a diferentes modelos narrativos que aparecen constantemente y de manera más o menos evidente a lo largo de su metraje.
Sin duda, el principal defecto de "Toro" es carecer de esa frescura que nos permite escuchar la misma historia una nueva vez. Porque, y no nos engañemos, no hay tantas historia diferentes y más si el terreno que transitas es el de un concreto género.
En la mayor parte de los casos no se trata de lo que cuentas sino de la manera en que lo cuentas, el valor diferencial que aporta la mirada que procesa con una cierta originalidad los lugares comunes del consabido y formulario chico busca chica o malo busca a bueno.
Aquí es donde falla "Toro" y, por cierto, muchas películas a las que puede su vocación de producto.
Teniendo bastantes mimbres para haber sido algo mucho más especial, mucho más inolvidable para la mirada del espectador, se queda en un tampoco desdeñable divertimento que se olvida al mismo tiempo que se consume.
Porque "Toro" encierra esa poderosa belleza romántica de los héroes del cine francés de por ejemplo Marcel Carné que enfrentados contra su destino, derrotados y heridos de muerte se pierden en la noche.
Pero sólo consigue reproducir esa belleza trágica de manera sumaria, convirtiéndose en el merp gatillo que dispara a quien escribe las ganas de volver a ver "Le quai des brumes" o "Hotel du Nord" por ejemplo... los verdaderos originales, mandanga de la buena.
No obstante, y como digo, "Toro" tiene cosas buenas, fundamentalmente el personaje del malo que (un poco declamatorio) interpreta José Sacristan. Un señor muy jodido pero, y al mismo tiempo, muy creyente en dios nuestro señor.
Todo lo que tiene que ver con este personaje mola y mucho. Siendo un muy acertadisimo cruce entre un personaje de Almodovar y otro de David Lynch que a nadie puede dejar indiferente con su casposa maldad de carbonero.
Aceptable.
Como si se tratase de un frankenstein sus creadores las construyen con pedazos, momentos, personajes y situaciones que han quedado grabados de manera indeleble en su memoria sentimental de espectador enamorado del cine.
El héroe trágico que intenta un imposible giro hacia la luz, el villano retorcido y malvado, el efecto que tiene la maldad cuando entra en contacto con la mirada supuestamente inocente de la infancia, las cuentas del pasado que regresan y otros tantos fragmentos, pedazos narrativos valisosos en sí mismos que en "Toro" aparecen cosidos con desigual fortuna, siendo el resultado en absoluto desdeñable, pero, y esto es lo peor, tampoco loable.
Transitando entre lo familiar y lo directamente previsible, "Toro" es un thriller trágico y fatalista en el que el protagonista arrastrado por la responsabilidad que siente hacia un desastroso y corrupto hermano se verá atrapado en las sombras de un pasado que se encargará de pulverizar todo el esfuerzo del protagonista por encontrar la salvación.
Y sobre el papel tiene buena pinta, pero lo resultados no terminan de estar a la altura de la idea, quedando "Toro", como escribo, en un territorio que linda peligrosamente con la mera copia.
Porque si algo hace "Toro" es constantemente, y como comento, remitir a un original, a diferentes modelos narrativos que aparecen constantemente y de manera más o menos evidente a lo largo de su metraje.
Sin duda, el principal defecto de "Toro" es carecer de esa frescura que nos permite escuchar la misma historia una nueva vez. Porque, y no nos engañemos, no hay tantas historia diferentes y más si el terreno que transitas es el de un concreto género.
En la mayor parte de los casos no se trata de lo que cuentas sino de la manera en que lo cuentas, el valor diferencial que aporta la mirada que procesa con una cierta originalidad los lugares comunes del consabido y formulario chico busca chica o malo busca a bueno.
Aquí es donde falla "Toro" y, por cierto, muchas películas a las que puede su vocación de producto.
Teniendo bastantes mimbres para haber sido algo mucho más especial, mucho más inolvidable para la mirada del espectador, se queda en un tampoco desdeñable divertimento que se olvida al mismo tiempo que se consume.
Porque "Toro" encierra esa poderosa belleza romántica de los héroes del cine francés de por ejemplo Marcel Carné que enfrentados contra su destino, derrotados y heridos de muerte se pierden en la noche.
Pero sólo consigue reproducir esa belleza trágica de manera sumaria, convirtiéndose en el merp gatillo que dispara a quien escribe las ganas de volver a ver "Le quai des brumes" o "Hotel du Nord" por ejemplo... los verdaderos originales, mandanga de la buena.
No obstante, y como digo, "Toro" tiene cosas buenas, fundamentalmente el personaje del malo que (un poco declamatorio) interpreta José Sacristan. Un señor muy jodido pero, y al mismo tiempo, muy creyente en dios nuestro señor.
Todo lo que tiene que ver con este personaje mola y mucho. Siendo un muy acertadisimo cruce entre un personaje de Almodovar y otro de David Lynch que a nadie puede dejar indiferente con su casposa maldad de carbonero.
Aceptable.
domingo, mayo 01, 2016
La isla bonita
A sus casi 70 años, Fernando Colomo está dispuesto a empezar de nuevo.
Y lo hace con esta "La isla bonita"; una película ligera y libre que por contar no cuenta ni con un guion previo ni con maquillaje, peluquería, vestuario o iluminación.
"La isla bonita" está construida con ilusión, ganas, un guión cuajado a posteriori, sobre las propias improvisaciones de los actores y, lo que es más importante, apenas 70.000 euros.
El protagonista interpretado por el propio Colomo es un ejecutivo publicitario arruinado, recién divorciado y en crisis; un personaje que, por lo visto, es un trasunto del propio Colomo y que agobiado por sus circunstancias decide volar a Menorca donde encontrará espacio para encontrar paz, descanso y quizá una nueva oportunidad.
Por encima de todo, "La isla bonita" es una película muy rohmeriana, lo cual ya es un cumplido en sí mismo.
Eric Rohmer decía que su cine no consistía en decir sino en mostrar y en ese mostrar se encuentra, para mi gusto, la capacidad mágica del cine para generar mundos con vocación de realidad.
Y no es tan fácil que el cine parezca real aunque su materia prima sea algo tan inmediato como las imágenes de las cosas.
No es tan fácil que el espectador deje de pensar que le cuentan para empezar a creer que le muestran un algo que respira, que tiene vida propia y que parece un pedazo de realidad encuadrada por la cámara.
Pero Colomo lo consigue.
"La isla bonita" rebosa esa magia que logra transfigurar las imágenes narradas en documento, la ficción en realidad, la mentira en verdad.
Podría ponerme a pensar en el cómo, pero no voy a hacerlo. Prefiero disfrutar viendo cómo el enorme conejo blanco sale de la pequeña y negra chistera.
Porque lo cierto es que sale y lo hace convertido en un pequeño cuento moral que nos muestra la secreta manera en que esa insoportable levedad que, escribía Kundera, nos caracteriza como humanos se vuelve de pronto soportable, una secreta manera que no es tan secreta y que se encuentra en los otros, unos otros que pueden ser un infierno pero también, definitivamente, el paraíso.
Sin duda, y de memoria, la mejor película de Colomo.
Una obra de madurez, casi crepuscular, con el sol del mediterráneo que inspira a los poetas griegos, a sus espaldas.
"Todo busca quemarse", escribe Yorgos Seferis.
Y no hay que tomárselo como algo personal.
Después de todo, está en las reglas de ese juego tan serio que otros llaman vida.
Nada se gana para siempre.
Todo se pierde.
Todo busca arder.
Y lo hace con esta "La isla bonita"; una película ligera y libre que por contar no cuenta ni con un guion previo ni con maquillaje, peluquería, vestuario o iluminación.
"La isla bonita" está construida con ilusión, ganas, un guión cuajado a posteriori, sobre las propias improvisaciones de los actores y, lo que es más importante, apenas 70.000 euros.
El protagonista interpretado por el propio Colomo es un ejecutivo publicitario arruinado, recién divorciado y en crisis; un personaje que, por lo visto, es un trasunto del propio Colomo y que agobiado por sus circunstancias decide volar a Menorca donde encontrará espacio para encontrar paz, descanso y quizá una nueva oportunidad.
Por encima de todo, "La isla bonita" es una película muy rohmeriana, lo cual ya es un cumplido en sí mismo.
Eric Rohmer decía que su cine no consistía en decir sino en mostrar y en ese mostrar se encuentra, para mi gusto, la capacidad mágica del cine para generar mundos con vocación de realidad.
Y no es tan fácil que el cine parezca real aunque su materia prima sea algo tan inmediato como las imágenes de las cosas.
No es tan fácil que el espectador deje de pensar que le cuentan para empezar a creer que le muestran un algo que respira, que tiene vida propia y que parece un pedazo de realidad encuadrada por la cámara.
Pero Colomo lo consigue.
"La isla bonita" rebosa esa magia que logra transfigurar las imágenes narradas en documento, la ficción en realidad, la mentira en verdad.
Podría ponerme a pensar en el cómo, pero no voy a hacerlo. Prefiero disfrutar viendo cómo el enorme conejo blanco sale de la pequeña y negra chistera.
Porque lo cierto es que sale y lo hace convertido en un pequeño cuento moral que nos muestra la secreta manera en que esa insoportable levedad que, escribía Kundera, nos caracteriza como humanos se vuelve de pronto soportable, una secreta manera que no es tan secreta y que se encuentra en los otros, unos otros que pueden ser un infierno pero también, definitivamente, el paraíso.
Sin duda, y de memoria, la mejor película de Colomo.
Una obra de madurez, casi crepuscular, con el sol del mediterráneo que inspira a los poetas griegos, a sus espaldas.
"Todo busca quemarse", escribe Yorgos Seferis.
Y no hay que tomárselo como algo personal.
Después de todo, está en las reglas de ese juego tan serio que otros llaman vida.
Nada se gana para siempre.
Todo se pierde.
Todo busca arder.
Y mientras todo arde nos queda la belleza del momento.
Brillante.
Brillante.
domingo, abril 24, 2016
Lola Montes
Por encima de todo, "Lola Montes" es una película que rebosa melancolía que se construye sobre una tragedia: la de sobrevivir a la propia vida.
Porque es precisamente éso lo que sucede con la protagonista.
La narración se construye en torno a un espectáculo circense en el que Lola Montes, con la ayuda de un maestro de ceremonias, va desgranando ante los espectadores de dentro y de fuera de la película la escandalosa vida de la bailarina y cortesana.
Sobre esta estructura, su director, Max Ophuls, construye, a su gusto y como en muchas de sus películas, una compleja serie de flashbacks que profundizan en cada uno de esos eventos: su relación con el músico Lizst, la seducción de su primer amante que es también el amante de su madre y la final y culminante relación que mantuvo con Luis I de Baviera que directamente conduce a ese circo, donde la envejecida Lola no tiene otra opción que comerciar con su propia leyenda para seguir viviendo.
Toda la película es el esfuerzo de Lola por perseguir su sueño, un sueño que nunca llega a precisar pero que combina lo material y lo espiritual y que tiene fundamentalmente que ver con el disfrute absoluto de la vida y todo lo que esta puede ofrecer, un disfrute que la lleva a traspasar las líneas de lo razonable y del decoro según los estándares decimonónicos definidos en Europa para una mujer y que convierten a Lola en un personaje que emociona en su loca persecución de algo que siempre se le escapa.
Y no pueden hacer otra cosa que escaparse porque son instantes y están hechos de tiempo y el tiempo siempre termina por pasar.
Así, la melancolía de Lola es la melancolía de la supervivencia, del envejecimiento, de esas ruinas de la inteligencia con las que el poeta Gil de Biedma hablaba de la memoria.
Esa melancolía que siempre trae consigo el pasado cuando deviene a mucho más importante que el propio presente en el que Lola Montes se ofrece al público como un producto que literalmente es devorado cada día por su público.
En este sentido, resulta memorable la escena final en la que dentro de una jaula Lola se ofrece para ser vista y tocada y la cámara se aleja en el sentido contrario que sigue una inmensa cola de público que quiere ver y tocar al animal único, a la excepción que se ha atrevido a ir demasiado lejos y que ha regresado de las sombras del exceso para contarlo por el tiempo que le permita su salud quebrantada.
Ophuls tenía debilidad por esos personajes, casi siempre femeninos, siempre románticos en el sentido literal del tiempo: poderosos yoes que buscan autorrealizarse imponiendo su deseo interior a la realidad exterior, comprometiendo siempre su propia seguridad y cayendo siempre en la tragedia porque la realidad se siempre una ola que solo temporalmente se puede cabalgar desde la pasión.
Como escribió Kerouac en "On the road", las mujeres de Ophuls son esos mad ones de los que hablaba refiriéndose a su amigo Neal Cassidy, Sal Paradise en la novela:
"La única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas y entonces se ve estallar una luz azul y todo el mundo suelta un ¡¡¡Ahh!!!.”
Atrapada en su vida y dentro de su propia leyenda, a Lola no le queda otra opción que la melancolía de interpretar cada noche ese estallido de luz azul ante todos sus demonios y fantasmas del pasado, ante el milagro de su propia historia.
Pues eso.... ¡¡¡Ahh!!!.
Obra maestra.
Porque es precisamente éso lo que sucede con la protagonista.
La narración se construye en torno a un espectáculo circense en el que Lola Montes, con la ayuda de un maestro de ceremonias, va desgranando ante los espectadores de dentro y de fuera de la película la escandalosa vida de la bailarina y cortesana.
Sobre esta estructura, su director, Max Ophuls, construye, a su gusto y como en muchas de sus películas, una compleja serie de flashbacks que profundizan en cada uno de esos eventos: su relación con el músico Lizst, la seducción de su primer amante que es también el amante de su madre y la final y culminante relación que mantuvo con Luis I de Baviera que directamente conduce a ese circo, donde la envejecida Lola no tiene otra opción que comerciar con su propia leyenda para seguir viviendo.
Toda la película es el esfuerzo de Lola por perseguir su sueño, un sueño que nunca llega a precisar pero que combina lo material y lo espiritual y que tiene fundamentalmente que ver con el disfrute absoluto de la vida y todo lo que esta puede ofrecer, un disfrute que la lleva a traspasar las líneas de lo razonable y del decoro según los estándares decimonónicos definidos en Europa para una mujer y que convierten a Lola en un personaje que emociona en su loca persecución de algo que siempre se le escapa.
Y no pueden hacer otra cosa que escaparse porque son instantes y están hechos de tiempo y el tiempo siempre termina por pasar.
Así, la melancolía de Lola es la melancolía de la supervivencia, del envejecimiento, de esas ruinas de la inteligencia con las que el poeta Gil de Biedma hablaba de la memoria.
Esa melancolía que siempre trae consigo el pasado cuando deviene a mucho más importante que el propio presente en el que Lola Montes se ofrece al público como un producto que literalmente es devorado cada día por su público.
En este sentido, resulta memorable la escena final en la que dentro de una jaula Lola se ofrece para ser vista y tocada y la cámara se aleja en el sentido contrario que sigue una inmensa cola de público que quiere ver y tocar al animal único, a la excepción que se ha atrevido a ir demasiado lejos y que ha regresado de las sombras del exceso para contarlo por el tiempo que le permita su salud quebrantada.
Ophuls tenía debilidad por esos personajes, casi siempre femeninos, siempre románticos en el sentido literal del tiempo: poderosos yoes que buscan autorrealizarse imponiendo su deseo interior a la realidad exterior, comprometiendo siempre su propia seguridad y cayendo siempre en la tragedia porque la realidad se siempre una ola que solo temporalmente se puede cabalgar desde la pasión.
Como escribió Kerouac en "On the road", las mujeres de Ophuls son esos mad ones de los que hablaba refiriéndose a su amigo Neal Cassidy, Sal Paradise en la novela:
"La única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas y entonces se ve estallar una luz azul y todo el mundo suelta un ¡¡¡Ahh!!!.”
Atrapada en su vida y dentro de su propia leyenda, a Lola no le queda otra opción que la melancolía de interpretar cada noche ese estallido de luz azul ante todos sus demonios y fantasmas del pasado, ante el milagro de su propia historia.
Pues eso.... ¡¡¡Ahh!!!.
Obra maestra.
martes, abril 19, 2016
La fiesta debe continuar.
Por nada del mundo debe detenerse.
Y para ello debes tener claro
que el sufrimiento es cosa de otros,
que es para esos oscuros y desconocidos otros,
por su miserable y mala cabeza,
sobre los que se cierra
esa trampa de la realidad
que tú mismo a veces temes.
Por eso cada día, y contra tu temor,
se te ofrece la oportunidad
de escuchar, si así lo quieres,
tu propia absolución.
Hay razonable explicación
para todo lo que te preocupa.
Y la conclusión es que
cualquier miedo es infundado.
La historia culmina en tí,
en tu deseo sin freno
y, si puedes permitirte
pagar el precio que tiene soñar,
todos los sueños son ciertos.
Por eso cierra los ojos y sigue comprando.
Mira para otro lado.
No desperdicies el tiempo
que tanto te cuesta ganar.
Disfruta las ventajas,
olvida los inconvenientes.
Consume toda esa belleza
que el cuerno de la abundancia
en tarifa plana, vomita a tus pies
en cómodos plazos si así lo quieres.
La felicidad está en las cosas.
Hoy puedes comprarlas
y eso es lo que cuenta.
A diferencia de otros menos afortunados
continuas siendo el mejor postor.
A pulso te has ganado
la tranquilidad de esta noche,
el sentirte a salvo
sintiendote respetable propietario
de un proyecto, de una vida,
al margen de su presunta levedad
(teniendo en cuenta todo aquello
que debes metodicamente ignorar).
Mañana será otro día,
desde cero todo
volverá a empezar.
Volverás a ser calculado,
medido friamente,
racionalmente estimado
y si es necesario serás sacrificado
para que la fiesta perpetua continúe.
Tus meritos adquiridos,
tu fiel pasado de creyente,
nada pesarán en la balanza
contra otros más importantes intereses
para los que eres nada más
que pieza intercambiable en mecanismo.
Quizá la fiesta termine para ti mañana
y pases a ser uno de esos oscuros
y desconocidos otros
en cuyo destino hoy ni siquiera piensas
cómodamente instalado al borde de un abismo
que nunca parece tal hasta que caes.
Quizá mañana descubras que esta fiesta
que crees tuya en absoluto lo es
Por nada del mundo debe detenerse.
Y para ello debes tener claro
que el sufrimiento es cosa de otros,
que es para esos oscuros y desconocidos otros,
por su miserable y mala cabeza,
sobre los que se cierra
esa trampa de la realidad
que tú mismo a veces temes.
Por eso cada día, y contra tu temor,
se te ofrece la oportunidad
de escuchar, si así lo quieres,
tu propia absolución.
Hay razonable explicación
para todo lo que te preocupa.
Y la conclusión es que
cualquier miedo es infundado.
La historia culmina en tí,
en tu deseo sin freno
y, si puedes permitirte
pagar el precio que tiene soñar,
todos los sueños son ciertos.
Por eso cierra los ojos y sigue comprando.
Mira para otro lado.
No desperdicies el tiempo
que tanto te cuesta ganar.
Disfruta las ventajas,
olvida los inconvenientes.
Consume toda esa belleza
que el cuerno de la abundancia
en tarifa plana, vomita a tus pies
en cómodos plazos si así lo quieres.
La felicidad está en las cosas.
Hoy puedes comprarlas
y eso es lo que cuenta.
A diferencia de otros menos afortunados
continuas siendo el mejor postor.
A pulso te has ganado
la tranquilidad de esta noche,
el sentirte a salvo
sintiendote respetable propietario
de un proyecto, de una vida,
al margen de su presunta levedad
(teniendo en cuenta todo aquello
que debes metodicamente ignorar).
Mañana será otro día,
desde cero todo
volverá a empezar.
Volverás a ser calculado,
medido friamente,
racionalmente estimado
y si es necesario serás sacrificado
para que la fiesta perpetua continúe.
Tus meritos adquiridos,
tu fiel pasado de creyente,
nada pesarán en la balanza
contra otros más importantes intereses
para los que eres nada más
que pieza intercambiable en mecanismo.
Quizá la fiesta termine para ti mañana
y pases a ser uno de esos oscuros
y desconocidos otros
en cuyo destino hoy ni siquiera piensas
cómodamente instalado al borde de un abismo
que nunca parece tal hasta que caes.
Quizá mañana descubras que esta fiesta
que crees tuya en absoluto lo es
domingo, abril 17, 2016
Mi loco erasmus
Tiene mucho que ver "Mi loco erasmus" con "Arrebato" de Ivan Zulueta, una de las grandes películas míticas y malditas del cine español.
Tanto Pedro, el protagonista de "Arrebato" como Didac, que protagoniza "Mi loco erasmus" encarnan la posibilidad del exceso que acompaña a todo proceso creativo.
Ambos acaban yendo demasiado lejos.
Siempre recuerdo una frase del genial Ingmar Bergman al respecto de lo que significa un proceso creativo. Bergman habla con gran talento de arrojar una lanza hacia la oscuridad y luego ir a buscarla.
El creador se adentra en esa oscuridad apenas sostenido por la intuición de una trayectoria y esa oscuridad puede no ser un entorno amable. Puede albergar demonios y monstruos. Puede ser un bosque en el que puede terminar perdido.
Y es obvio que Didac termina perdido y lo hace en la aparente superficialidad que ofrece un documental sobre la vida de los erasmus que visitan Barcelona, en teoría, para estudiar.
Pero esa superficialidad no es tal.
Porque para el solitario Didac, dueño de una vida casi marginal, todos esos jóvenes cuya vida y experiencias quiere grabar significan algo, un completo opuesto, una inexplicable carencia que sólo puede ser procesada desde la obsesión.
La obsesión por devorar lo que no se posee y así, de alguna manera simbólica, tenerlo. Serlo.
De todo modo, "Mi loco erasmus" ventila el tema del poder subyugador, completamente vampirico, de las imágenes. Un tema esencial para entender los mecanismos de socialización, dominación y control de nuestras sociedades de consumo.
Las imágenes crean mundos para ser deseados, ambicionados; mundos que existen única y exclusivamente en el ojo del que mira, pero que permiten un anclaje en una realidad que ofrece los mecanismos de emulación, la posibilidad siempre patente (aunque imposible) de ser todo aquello que constantemente se desea (de manera confesable o no)
Todo funciona desde lo aspiracional en este mundo.
Y tarde o temprano las imágenes terminan consumiendo a aquel que inocentemente quiere consumirlas.
¿Existen los erasmus jóvenes, guapos y borrachos que Didac busca?
Con toda seguridad, sí.
Dentro de esa oscuridad interior en la que se ha internado en busca de la lanza que ha arrojado.
Esperando pacientes para devorarle.
Brillante... y con guasa.
Tanto Pedro, el protagonista de "Arrebato" como Didac, que protagoniza "Mi loco erasmus" encarnan la posibilidad del exceso que acompaña a todo proceso creativo.
Ambos acaban yendo demasiado lejos.
Siempre recuerdo una frase del genial Ingmar Bergman al respecto de lo que significa un proceso creativo. Bergman habla con gran talento de arrojar una lanza hacia la oscuridad y luego ir a buscarla.
El creador se adentra en esa oscuridad apenas sostenido por la intuición de una trayectoria y esa oscuridad puede no ser un entorno amable. Puede albergar demonios y monstruos. Puede ser un bosque en el que puede terminar perdido.
Y es obvio que Didac termina perdido y lo hace en la aparente superficialidad que ofrece un documental sobre la vida de los erasmus que visitan Barcelona, en teoría, para estudiar.
Pero esa superficialidad no es tal.
Porque para el solitario Didac, dueño de una vida casi marginal, todos esos jóvenes cuya vida y experiencias quiere grabar significan algo, un completo opuesto, una inexplicable carencia que sólo puede ser procesada desde la obsesión.
La obsesión por devorar lo que no se posee y así, de alguna manera simbólica, tenerlo. Serlo.
De todo modo, "Mi loco erasmus" ventila el tema del poder subyugador, completamente vampirico, de las imágenes. Un tema esencial para entender los mecanismos de socialización, dominación y control de nuestras sociedades de consumo.
Las imágenes crean mundos para ser deseados, ambicionados; mundos que existen única y exclusivamente en el ojo del que mira, pero que permiten un anclaje en una realidad que ofrece los mecanismos de emulación, la posibilidad siempre patente (aunque imposible) de ser todo aquello que constantemente se desea (de manera confesable o no)
Todo funciona desde lo aspiracional en este mundo.
Y tarde o temprano las imágenes terminan consumiendo a aquel que inocentemente quiere consumirlas.
¿Existen los erasmus jóvenes, guapos y borrachos que Didac busca?
Con toda seguridad, sí.
Dentro de esa oscuridad interior en la que se ha internado en busca de la lanza que ha arrojado.
Esperando pacientes para devorarle.
Brillante... y con guasa.
sábado, abril 16, 2016
The salvation hunters
La ventana de éxito y creatividad que Josef von Sternberg tuvo en el mundo del cine es de apenas 7 años, desde 1928 hasta 1935.
Son fundamentales en ese éxito dos actores de origen alemán: el fenomenal Eemil Jennings, primero, y luego la estupenda Marlene Dietrich, a cuyo destino el director de origen alemán está indeleblemente asociado, siendo el encargado de desarrollar el despliegue iconográfico y cinematográfico del mito en sus inicios.
.
Posteriormente, y tras la separación profesional (y seguramente personal) de la diva alemana, el destino de Sternberg se desvanece en una carrera errática, en absoluto alimentada por el éxito; convirtiéndose casi en uno de esos hombres débiles que los personajes de Dietrich destrozaban en casi todas las películas que él mismo dirigió.
Pero esa es otra historia...
Antes de la Dietrich, Sternberg tuvo una fulgurante aparición como director con "The salvation hunters", filmada en 1925, y que tuvo un gran éxito de crítica, no tanto de público, por su carácter entre filosófico y experimental.
En apenas una hora de duración, Sternberg nos cuenta el proceso de empoderamiento que un hombre, una mujer y un niño experimentan.
Los tres viven literalmente entre el barro, alrededor de una draga que incansablemente extrae lodo de un puerto sin identificar.
Los tres se conocen y deciden buscar mejores oportunidades en la ciudad, que se presenta como una jungla peligrosa y llena de peligros que intentarán superar recuperando la ilusión por si mismos y su destino, una autoestima que para Sternberg solo puede encontrarse en el amor por sí mismos y por los demás... pero todo interpretado desde lo romántico y familiar, porque los tres protagonistas terminan pareciendo más una familia espontáneamente surgida que otra cosa.
Nada de contenido social y sentimientos basados en la solidaridad.
El ser humano sólo tiene a sí mismo y en el amor de los demás, en tenerlo de una manera romántica, extrae la energía suficiente como para definir una posición firme en la vida.
El hombre necesita el amor de una mujer para ser, esta se lo da y nada puede salir mal.
No conecto demasiado con este mensaje tan burgués y conservador, pero, y desde luego, el talento inigualable de Sternberg para producir imágenes ya está ahí especialmente en la primera parte, en la draga.
Con eso me quedo.
Y añado que si efectivamente Sternberg pensaba así, comprendo que lo tuviese crudo con la Dietrich en la vida real.
Las cosas no son tan sencillas.
Son fundamentales en ese éxito dos actores de origen alemán: el fenomenal Eemil Jennings, primero, y luego la estupenda Marlene Dietrich, a cuyo destino el director de origen alemán está indeleblemente asociado, siendo el encargado de desarrollar el despliegue iconográfico y cinematográfico del mito en sus inicios.
.
Posteriormente, y tras la separación profesional (y seguramente personal) de la diva alemana, el destino de Sternberg se desvanece en una carrera errática, en absoluto alimentada por el éxito; convirtiéndose casi en uno de esos hombres débiles que los personajes de Dietrich destrozaban en casi todas las películas que él mismo dirigió.
Pero esa es otra historia...
Antes de la Dietrich, Sternberg tuvo una fulgurante aparición como director con "The salvation hunters", filmada en 1925, y que tuvo un gran éxito de crítica, no tanto de público, por su carácter entre filosófico y experimental.
En apenas una hora de duración, Sternberg nos cuenta el proceso de empoderamiento que un hombre, una mujer y un niño experimentan.
Los tres viven literalmente entre el barro, alrededor de una draga que incansablemente extrae lodo de un puerto sin identificar.
Los tres se conocen y deciden buscar mejores oportunidades en la ciudad, que se presenta como una jungla peligrosa y llena de peligros que intentarán superar recuperando la ilusión por si mismos y su destino, una autoestima que para Sternberg solo puede encontrarse en el amor por sí mismos y por los demás... pero todo interpretado desde lo romántico y familiar, porque los tres protagonistas terminan pareciendo más una familia espontáneamente surgida que otra cosa.
Nada de contenido social y sentimientos basados en la solidaridad.
El ser humano sólo tiene a sí mismo y en el amor de los demás, en tenerlo de una manera romántica, extrae la energía suficiente como para definir una posición firme en la vida.
El hombre necesita el amor de una mujer para ser, esta se lo da y nada puede salir mal.
No conecto demasiado con este mensaje tan burgués y conservador, pero, y desde luego, el talento inigualable de Sternberg para producir imágenes ya está ahí especialmente en la primera parte, en la draga.
Con eso me quedo.
Y añado que si efectivamente Sternberg pensaba así, comprendo que lo tuviese crudo con la Dietrich en la vida real.
Las cosas no son tan sencillas.
viernes, abril 15, 2016
Los últimos días en Marte
No hay mucho que decir sobre "Los últimos días en Marte", pero, y por contradictorio que pueda parecer, ese poco que se puede decir no es malo.
"Los últimos días en Marte" es una de esas películas en las que uno sabe más o menos lo que va a pasar, pero está hecha con las suficientes ganas, quizá cariño, como para que no importe demasiado porque, y como escribía el gran poeta griego Cavafis, lo importante es el camino.
La historia que se nos cuenta se sitúa en la intersección de tres espacios simbólicos definidos por la amenaza biológica microscópica ("La amenaza de Andrómeda"), el body count extraterrestre ("Alien") y el apocalipsis zombie ("The walking dead").
Y esta combinación ya le parece al que escribe una magnífica idea.
La película se sitúa en las últimas horas de misión de una expedición cientifica al planeta rojo. Uno de los científicos descubrirá una forma de vida que tendrá letales efectos sobre los miembros de la expedición.
Poco a poco la historia se convertirá en una cuenta atrás para escapar a la amenaza que es por cierto bastante chunga.
El resultado es eficiente y eficaz.
"Los últimos días en Marte" es una de esas películas que uno acaba volviendo a ver en las horas tontas del fin de semana porque nunca dejará de ser fácil de ver.,, si te gusta la ciencia-ficción por supuesto.
Y esto en sí no deja de tener su mérito.
Buena serie B en estado puro.
Aceptable.
"Los últimos días en Marte" es una de esas películas en las que uno sabe más o menos lo que va a pasar, pero está hecha con las suficientes ganas, quizá cariño, como para que no importe demasiado porque, y como escribía el gran poeta griego Cavafis, lo importante es el camino.
La historia que se nos cuenta se sitúa en la intersección de tres espacios simbólicos definidos por la amenaza biológica microscópica ("La amenaza de Andrómeda"), el body count extraterrestre ("Alien") y el apocalipsis zombie ("The walking dead").
Y esta combinación ya le parece al que escribe una magnífica idea.
La película se sitúa en las últimas horas de misión de una expedición cientifica al planeta rojo. Uno de los científicos descubrirá una forma de vida que tendrá letales efectos sobre los miembros de la expedición.
Poco a poco la historia se convertirá en una cuenta atrás para escapar a la amenaza que es por cierto bastante chunga.
El resultado es eficiente y eficaz.
"Los últimos días en Marte" es una de esas películas que uno acaba volviendo a ver en las horas tontas del fin de semana porque nunca dejará de ser fácil de ver.,, si te gusta la ciencia-ficción por supuesto.
Y esto en sí no deja de tener su mérito.
Buena serie B en estado puro.
Aceptable.
domingo, abril 10, 2016
Posibilidad de pacto
Mientras las cosas fueron bien en Europa fue posible vivir bajo la idea de esa fantasía tecnocrática del fin de la historia.
El desmoronamiento del bloque socialista generó un vencedor único y con él llegó la absoluta imposibilidad de las diferencias irreconciliables en la gestión de las sociedades.
El dinero y la acumulación infinita eran el único dios y el neoliberalismo su profeta.
En ese contexto era posible dar pábulo a la fantasía de la mera gestión tecnocrática, casi administrativa, de las sociedades mientras el capitalismo funcionaba por sí sólo, casi como una máquina de movimiento perpetuo, que se regulaba a sí misma y sobre cuyo funcionamiento no era necesario intervenir.
El político devino a gestor, mero administrador de una opulencia que en lo que a los países occidentales se refería existía de manera tangible, materializada incluso para los no demasiado afortunados en un estado del bienestar de mayor o menor envergadura.
Otra cosa era lo que pasaba en el resto del mundo, fuera de la ciudadela, donde era imposible mantener la ilusión de una sociedad unida en lo esencial y en donde las desigualdades en lo fundamental eran el pan nuestro de cada día.
Sociedades desiguales que pertenecían a un mundo subdesarrollado y dependiente cuyas contradicciones servían para alimentar el equilibrio del mundo en el interior de la ciudadela.
Pero la utopía loca del capitalismo, con su fantasía delirante del crecimiento infinito, de la acumulación incesante, no tiene amigos y sus propias contradicciones han socavado los muros de esa ciudadela.
Su crisis de rentabilidad en la economía real y la necesaria e inevitable financierización y virtualización de la economía para mantener porcentajes razonables de beneficios han cambiado las reglas de juego.
La ciudadela se ha hecho líquida, virtual y ya por el hecho de ser europeo u occidental no se tienen privilegios.
Ahora los elegidos son transversales al mundo y las sociedades europeas se encuentran en un proceso de transformación hacia desigualdad que las acerca a las sociedades subdesarrolladas en bastantes aspectos: trabajadores pobres, procesos de marginación estructurales...
Sólo los restos de un espléndido pasado nos salva a los occidentales de no parecernos mucho más a esos otros mundos que creíamos tan alejados de nosotros.
Y uno de esos restos es la política, su discurso cada vez más retórico de derechos y libertades, su planteamiento tecnocrático de la gestión de los asuntos de una sociedad de cuyo seno el conflicto había sido expulsado.
Por eso el discurso de que nada es lo suficientemente importante como para rechazar un pacto de gobernabilidad existe.
Por eso son posibles discursos que consideran posible el pacto entre formaciones políticas que sostienen planteamientos económicos contradictorios.
Antes daba igual.
Los bárbaros no habian franquado los muros de lo ciudadela.
Pero ahora ya están aquí y hay políticas que garantizan de manera directa o indirecta un mundo de trabajadores pobres o bolsas estructurales de inclusión por considerarlas inevitables, parte de una realidad incuestionable que todos los días se nos ofrece como el cuerpo y la sangre de cristo para comulgar.
Y no es posible pactar si las consecuencias son esas, tan serias y relevantes para aquellos que corren el mayor riesgo de sufrir esas consecuencias que se venden como colaterales e inevitables a la fiesta perpetua del consumo.
El conflicto está aquí y es consecuencia de la progresiva constitución de dos visiones de la realidad que son contradictorias: la que fabrica débiles y les condena por serlo y la que cree que el fuerte es fuerte no precisamente por pensar en sí mismo sino por cargar con esos débiles todo el camino.
Si la economía como sostiene Piketty regresa a posicionamientos de principios del pasado siglo XX es lógico que la política lo haga con ella generando una division irreconciliable entre los que utilizan y tiran y los que son utilizados y tirados.
Es lógico que tengamos política en serio, de verdad.
Por eso no es tan fácil pactar.
La conciencia de la diferencia irreconciliable existe, emerge y cada vez es más consistente.
Los bárbaros están aquí, entre nosotros... eso sí, bien lavados y afeitados, vistiendo trajes de mil euros y diciendo todo el rato que nada puede cambiarse mientras acumulan casas, coches y piscinas, una para cada día de la semana, una para cada hora del día.
Cada vez es más evidente que esa ilusión tecnocrática de un mundo sin diferencias irreconciliables es siempre a costa de alguien.
Antes, fue posible ceder, vender el alma al diablo a cambio de unas migajas de opulencia, pero ahora, que es más que evidente para los potenciales humillados y ofendidos la imposibilidad de obtener algo a cambio, lo normal es que empiece a ser imposible ponerse de acuerdo sobre ciertos aspectos.
La fuerza de trabajo que se intercambia, que se trae y se lleva, no es una abstracción: procede de seres humanos que quieren ser tratados como tales.
Y es cuestión de tiempo que esos seres humanos se planteen la viabilidad de una sociedad de la que forman parte y que a cambio solo les ofrece la tristeza de una realidad que no se puede cambiar.
El desmoronamiento del bloque socialista generó un vencedor único y con él llegó la absoluta imposibilidad de las diferencias irreconciliables en la gestión de las sociedades.
El dinero y la acumulación infinita eran el único dios y el neoliberalismo su profeta.
En ese contexto era posible dar pábulo a la fantasía de la mera gestión tecnocrática, casi administrativa, de las sociedades mientras el capitalismo funcionaba por sí sólo, casi como una máquina de movimiento perpetuo, que se regulaba a sí misma y sobre cuyo funcionamiento no era necesario intervenir.
El político devino a gestor, mero administrador de una opulencia que en lo que a los países occidentales se refería existía de manera tangible, materializada incluso para los no demasiado afortunados en un estado del bienestar de mayor o menor envergadura.
Otra cosa era lo que pasaba en el resto del mundo, fuera de la ciudadela, donde era imposible mantener la ilusión de una sociedad unida en lo esencial y en donde las desigualdades en lo fundamental eran el pan nuestro de cada día.
Sociedades desiguales que pertenecían a un mundo subdesarrollado y dependiente cuyas contradicciones servían para alimentar el equilibrio del mundo en el interior de la ciudadela.
Pero la utopía loca del capitalismo, con su fantasía delirante del crecimiento infinito, de la acumulación incesante, no tiene amigos y sus propias contradicciones han socavado los muros de esa ciudadela.
Su crisis de rentabilidad en la economía real y la necesaria e inevitable financierización y virtualización de la economía para mantener porcentajes razonables de beneficios han cambiado las reglas de juego.
La ciudadela se ha hecho líquida, virtual y ya por el hecho de ser europeo u occidental no se tienen privilegios.
Ahora los elegidos son transversales al mundo y las sociedades europeas se encuentran en un proceso de transformación hacia desigualdad que las acerca a las sociedades subdesarrolladas en bastantes aspectos: trabajadores pobres, procesos de marginación estructurales...
Sólo los restos de un espléndido pasado nos salva a los occidentales de no parecernos mucho más a esos otros mundos que creíamos tan alejados de nosotros.
Y uno de esos restos es la política, su discurso cada vez más retórico de derechos y libertades, su planteamiento tecnocrático de la gestión de los asuntos de una sociedad de cuyo seno el conflicto había sido expulsado.
Por eso el discurso de que nada es lo suficientemente importante como para rechazar un pacto de gobernabilidad existe.
Por eso son posibles discursos que consideran posible el pacto entre formaciones políticas que sostienen planteamientos económicos contradictorios.
Antes daba igual.
Los bárbaros no habian franquado los muros de lo ciudadela.
Pero ahora ya están aquí y hay políticas que garantizan de manera directa o indirecta un mundo de trabajadores pobres o bolsas estructurales de inclusión por considerarlas inevitables, parte de una realidad incuestionable que todos los días se nos ofrece como el cuerpo y la sangre de cristo para comulgar.
Y no es posible pactar si las consecuencias son esas, tan serias y relevantes para aquellos que corren el mayor riesgo de sufrir esas consecuencias que se venden como colaterales e inevitables a la fiesta perpetua del consumo.
El conflicto está aquí y es consecuencia de la progresiva constitución de dos visiones de la realidad que son contradictorias: la que fabrica débiles y les condena por serlo y la que cree que el fuerte es fuerte no precisamente por pensar en sí mismo sino por cargar con esos débiles todo el camino.
Si la economía como sostiene Piketty regresa a posicionamientos de principios del pasado siglo XX es lógico que la política lo haga con ella generando una division irreconciliable entre los que utilizan y tiran y los que son utilizados y tirados.
Es lógico que tengamos política en serio, de verdad.
Por eso no es tan fácil pactar.
La conciencia de la diferencia irreconciliable existe, emerge y cada vez es más consistente.
Los bárbaros están aquí, entre nosotros... eso sí, bien lavados y afeitados, vistiendo trajes de mil euros y diciendo todo el rato que nada puede cambiarse mientras acumulan casas, coches y piscinas, una para cada día de la semana, una para cada hora del día.
Cada vez es más evidente que esa ilusión tecnocrática de un mundo sin diferencias irreconciliables es siempre a costa de alguien.
Antes, fue posible ceder, vender el alma al diablo a cambio de unas migajas de opulencia, pero ahora, que es más que evidente para los potenciales humillados y ofendidos la imposibilidad de obtener algo a cambio, lo normal es que empiece a ser imposible ponerse de acuerdo sobre ciertos aspectos.
La fuerza de trabajo que se intercambia, que se trae y se lleva, no es una abstracción: procede de seres humanos que quieren ser tratados como tales.
Y es cuestión de tiempo que esos seres humanos se planteen la viabilidad de una sociedad de la que forman parte y que a cambio solo les ofrece la tristeza de una realidad que no se puede cambiar.
Desgraciadamente, las mentiras todavía se siguen imponiendo a la realidad, pero llegará un tiempo en el que la radical y terrible mentira que encierra la loca utopía del capitalismo sea imposible de ocultar.
Estamos solo en el principio del final.
Por eso no pactar puede ser inevitable.
Puede ser incluso necesario como parte de un proceso en el que ya es imposible la mentira total que lo oculta todo.
Por eso no pactar puede ser inevitable.
Puede ser incluso necesario como parte de un proceso en el que ya es imposible la mentira total que lo oculta todo.
sábado, abril 09, 2016
Kiki, el amor se hace
Después de ver "Kiki", sigo pensando que Paco León es lo mejor que le está pasando al cine español desde hace mucho tiempo.
El impacto disruptivo que tiene la visión de su mirada plasmada sobre una pantalla tiene para mi el mismo peso que tuvieron las primeras películas de Pedro Almodovar, para mí las mejores, hasta que el manchego decidió tomarse demasiado en serio y se propuso eternamente hacernos llorar.
Porque hay mucho de ese primer Almodovar en el espíritu erótico-festivo que, mezclando lo castizo con lo ilustrado, exhalan como un perfume vacilón las películas de Paco León... y encima me ha salido un pareado.
En este sentido, y en lo que al cine respecta, Paco León refleja ese cambio generacional que poco a poco está apoderándose de la sociedad española, una sociedad que tiene, por ejemplo, muy claro que el sexo no es para torturar por ausencia sino para follar por presencia.
Ya decía el poeta Jean Cocteau que no existe el amor, lo que existe son actos de amor.
Y precisamente Paco León dedica su "Kiki" que, al parecer es un remake de una película australiana, a la práctica del amor pero desde sus extremos.
Porque "Kiki" es un conjunto de historias cortas cada una de las cuales tiene como centro alguna filia extrema y extraña: dacrifilia (excitación con el llanto), elifilia (obsesión por el tacto de determinados tejidos) o harpaxofilia (excitación ante la violencia de ser asaltado).
Y lo dificil es que todas resultan equilibradas y entretenidas, uno de los principales riesgos de este tipo de historias.
Por encima de todo "Kiki" es divertida, astuta e inteligente.
"Kiki" una comedia romántica en absoluto al uso pero ante la que no puedo evitar pensar que ojalá fuese su uso mucho más común, un conjunto de historias en la que la gente se quiere como puede, a su manera aunque esta sea muy, muy particular, pero que, de manera general, desprende una suerte de luminosa ternura por la complejidad del ser humano que el que escribe agradece grandemente.
También, y en otro paralelismo evidente con Almodovar, "Kiki" es una película de actrices... Todas, Natalia de Molina, Alexandra Jimenez, Candela Peña están espléndidas.
No puedo esperar a la siguiente película de Paco León.
El impacto disruptivo que tiene la visión de su mirada plasmada sobre una pantalla tiene para mi el mismo peso que tuvieron las primeras películas de Pedro Almodovar, para mí las mejores, hasta que el manchego decidió tomarse demasiado en serio y se propuso eternamente hacernos llorar.
Porque hay mucho de ese primer Almodovar en el espíritu erótico-festivo que, mezclando lo castizo con lo ilustrado, exhalan como un perfume vacilón las películas de Paco León... y encima me ha salido un pareado.
En este sentido, y en lo que al cine respecta, Paco León refleja ese cambio generacional que poco a poco está apoderándose de la sociedad española, una sociedad que tiene, por ejemplo, muy claro que el sexo no es para torturar por ausencia sino para follar por presencia.
Ya decía el poeta Jean Cocteau que no existe el amor, lo que existe son actos de amor.
Y precisamente Paco León dedica su "Kiki" que, al parecer es un remake de una película australiana, a la práctica del amor pero desde sus extremos.
Porque "Kiki" es un conjunto de historias cortas cada una de las cuales tiene como centro alguna filia extrema y extraña: dacrifilia (excitación con el llanto), elifilia (obsesión por el tacto de determinados tejidos) o harpaxofilia (excitación ante la violencia de ser asaltado).
Y lo dificil es que todas resultan equilibradas y entretenidas, uno de los principales riesgos de este tipo de historias.
Por encima de todo "Kiki" es divertida, astuta e inteligente.
"Kiki" una comedia romántica en absoluto al uso pero ante la que no puedo evitar pensar que ojalá fuese su uso mucho más común, un conjunto de historias en la que la gente se quiere como puede, a su manera aunque esta sea muy, muy particular, pero que, de manera general, desprende una suerte de luminosa ternura por la complejidad del ser humano que el que escribe agradece grandemente.
También, y en otro paralelismo evidente con Almodovar, "Kiki" es una película de actrices... Todas, Natalia de Molina, Alexandra Jimenez, Candela Peña están espléndidas.
No puedo esperar a la siguiente película de Paco León.
viernes, abril 08, 2016
La parte maldita. Georges Bataille
“Tawney insiste, sin embargo, en el hecho de que el capitalismo exige un elemento más, que es el libre crecimiento de las fuerzas económicas impersonales, es decir, la liberación del movimiento natural de la economía, cuyo impulso general depende de la búsqueda individual del beneficio… El capitalismo no habría podido coexistir con las viejas legislaciones económicas, cuyo principio moral era la subordinación de la empresa a la sociedad, que imponía el control de los precios, luchaba contras las especulaciones y sometía a graves restricciones la práctica del préstamo con interés.”
miércoles, abril 06, 2016
La parte maldita. Georges Bataille
“El verdadero lujo y el potlach profundo de nuestro tiempo se encuentran en el miserable, es decir, en el que se arroja al suelo y se margina. El lujo auténtico exige un completo desprecio de las riquezas, la adusta indiferencia de quién rehusa el trabajo y hace de su vida, de una parte, un esplendor infinitamente ruinoso y, de otra parte, un insulto callado a la mentira laboriosa de los ricos.”
Viernes Santo
Es Viernes Santo
y está bien tomar el cuerpo del Cristo
como el que toma un vermut.
Es bien juntar las manos y rezar
por un mundo mejor
y luego pasear esas calles
que agonizan de pena al sol
con la alegría de saberse entre los
elegidos.
Es Viernes Santo
y es bien elegir cuidadosamente
el sujeto de nuestra compasión:
alguien limpio, no demasiado pesado,
casi de los nuestros,
lo suficientemente servil
como para aceptar cualquier cosa
que en realidad no necesitamos,
por pequeña que sea
Es Viernes Santo
y es bien acariciar la pena,
el dolor de los otros,
como quien acaricia
la tristeza de un perrito empapado
o el abandono de un peluche muerto,
emocionándonos con el incomparable
espectáculo de nuestra propia bondad.domingo, abril 03, 2016
Amen
Nunca entendí muy bien por qué Costa Gavras decidió pegar el salto al cine norteamericano o, por lo menos, hablado en inglés.
Supongo que fue una decisión en la que lo profesional se impuso a lo personal y, aunque esa entrada se produjo con "Desaparecido", una extraodinaria película sobre la dictadura chilena del general Pinochet, de manera global los resultados están muy por debajo del nivel de toda su filmografía anterior.
Cinco años después de "Mad City" su último titulo en inglés. Costa Gavras regresa en 2002 al cine europeo con "Amen" y lo hace a lo grande, con una película que para mi gusto está al nivel de "Desaparecido", filmada 20 años antes.
Basada en una obra teatral, "Amén" nos cuenta las obligaciones que como poder terrenal la iglesia católica tiene precisamente con la tierra y sus cositas. En este caso, la posición ambigua que la institución que organiza y administra la fe de los cristianos tuvo con el nazismo y su persecucion de los judíos.
En "Amen" se contraponen las obligaciones que algunos cristianos que creen a pies juntillas la palabra de dios tienen para su conciencia con las obligaciones que la iglesia como institución tiene para con su posición en el mundo.
En este sentido, el alto nivel del clero vaticano parece olvidar aquellas palabras de Jesucristo que decían que su reino no es de este mundo y mientras, y como leitmotiv visual, los trenes van y vienen cargando y descargando seres humanos en los campos de exterminio, asistimos a un exasperante intento infructuoso por comunicar esa verdad al clero vaticano por parte de los protagonistas: un oficial de la SS y un sacerdote de la curia diplomática vaticana.
La información de primera mano que sobre el exterminio proporciona el oficial de las SS, Kurt Gerstein, nunca termina de conmover a la organización mundana, diplomática y política, que la iglesia católica parece ser por encima de todo.
Sólo al final, cuando es ya demasiado tarde, y los perseguidos se agolpan a sus puertas estas se abren, situación que coloca a la iglesia en su verdadera e infructuosa posición: en un mundo que se dice cristiano, la iglesia renuncia a intervenir sobre las causas, donde verdaderamente se la juega contra otros poderes mundanos, relegandose a sí misma a la gestión de los efectos negativos que esas causas producen.
Una posición claramente subalterna, que en nada cuestiona los males de este mundo y que se limita a la pura gestión de la desgracia.
Porque lo que "Amen" nos muestra es la posición histórica de la iglesia, su carácter siempre subalterno con respecto a unos poderes terrenales a los que, a cambio de la gestión de la caridad, ha proporcionado la legitimación ideológica desde el control de la educación.
Y así nos va.
Vivimos en un mundo lleno de cristianos que de cristiano tiene lo justo y parece que esa desgracia la propia iglesia nada tuviera que ver.
Porque su reino no ha sido de este mundo siempre que ha surgido la posibilidad de enfrentarse a los poderosos.
En "Amen", los verdaderos cristianos se sacrifican por su fe a espaldas de su iglesia.
Un tema esencial para entender el fracaso espiritual de occidente.
Costa Gavras en estado puro.
Magnífica.
Supongo que fue una decisión en la que lo profesional se impuso a lo personal y, aunque esa entrada se produjo con "Desaparecido", una extraodinaria película sobre la dictadura chilena del general Pinochet, de manera global los resultados están muy por debajo del nivel de toda su filmografía anterior.
Cinco años después de "Mad City" su último titulo en inglés. Costa Gavras regresa en 2002 al cine europeo con "Amen" y lo hace a lo grande, con una película que para mi gusto está al nivel de "Desaparecido", filmada 20 años antes.
Basada en una obra teatral, "Amén" nos cuenta las obligaciones que como poder terrenal la iglesia católica tiene precisamente con la tierra y sus cositas. En este caso, la posición ambigua que la institución que organiza y administra la fe de los cristianos tuvo con el nazismo y su persecucion de los judíos.
En "Amen" se contraponen las obligaciones que algunos cristianos que creen a pies juntillas la palabra de dios tienen para su conciencia con las obligaciones que la iglesia como institución tiene para con su posición en el mundo.
En este sentido, el alto nivel del clero vaticano parece olvidar aquellas palabras de Jesucristo que decían que su reino no es de este mundo y mientras, y como leitmotiv visual, los trenes van y vienen cargando y descargando seres humanos en los campos de exterminio, asistimos a un exasperante intento infructuoso por comunicar esa verdad al clero vaticano por parte de los protagonistas: un oficial de la SS y un sacerdote de la curia diplomática vaticana.
La información de primera mano que sobre el exterminio proporciona el oficial de las SS, Kurt Gerstein, nunca termina de conmover a la organización mundana, diplomática y política, que la iglesia católica parece ser por encima de todo.
Sólo al final, cuando es ya demasiado tarde, y los perseguidos se agolpan a sus puertas estas se abren, situación que coloca a la iglesia en su verdadera e infructuosa posición: en un mundo que se dice cristiano, la iglesia renuncia a intervenir sobre las causas, donde verdaderamente se la juega contra otros poderes mundanos, relegandose a sí misma a la gestión de los efectos negativos que esas causas producen.
Una posición claramente subalterna, que en nada cuestiona los males de este mundo y que se limita a la pura gestión de la desgracia.
Porque lo que "Amen" nos muestra es la posición histórica de la iglesia, su carácter siempre subalterno con respecto a unos poderes terrenales a los que, a cambio de la gestión de la caridad, ha proporcionado la legitimación ideológica desde el control de la educación.
Y así nos va.
Vivimos en un mundo lleno de cristianos que de cristiano tiene lo justo y parece que esa desgracia la propia iglesia nada tuviera que ver.
Porque su reino no ha sido de este mundo siempre que ha surgido la posibilidad de enfrentarse a los poderosos.
En "Amen", los verdaderos cristianos se sacrifican por su fe a espaldas de su iglesia.
Un tema esencial para entender el fracaso espiritual de occidente.
Costa Gavras en estado puro.
Magnífica.
sábado, abril 02, 2016
Batman v. Superman
Vaya por delante que estoy ¿desagradablemente sorprendido? por el aluvión de críticas negativas que está cosechando esta película.
También tengo que decir que todas las que me he tomado la molestia de leer están muy por debajo en cuanto a calidad de la película.
Tras leerlas fácilmente puedo categorizarlas en dos tipos: las emocionales (esperaba algo mejor) sin duda consecuencia de una inesperada falta de sexo en la noche anterior y las racionales (dónde está Metropolis y dónde está Gotham) también sin duda como consecuencia de falta de sexo mucho más grave... otras muchas más noches.
En fin.... supongo que tocaba poner a parir "Batman v. Superman" y ya está.
Quiero decir... No estamos ante arte puro. No es Bergman, Tarkowsky o Wes Anderson, pero es buena mierda.
No es "Guerra y paz" pero tiene su argumento (aunque algunos digan que no tiene) y teniendo en cuenta la cantidad de hilos narrativos que componen el entramado general de la historia que se nos cuenta todo encaja más que menos... lo cual tiene su mérito porque la tendencia al pastiche es un error muy común en este tipo de superproducciones operísticas con vocación de totalidad.
Los personajes tienen su entidad... Un Bruce Wayne jodido porque hay otro macho alfa cazando en su territorio, un Superman que sólo quiere que le dejen tranquilito con su Lois Lane, un villano interesante que Jesse Eisenberg compone con pedazos de Steve Jobs y Mark Zuckerberg y una Wonder Woman que es... eso... Wonder.
Las escenas de acción son espectaculares y están bien resueltas.
Hay incluso lugar para momentos en que los personajes pueden desplegar, desde los primeros planos, su minima psicología y lo hacen con, incluso, alguna buena línea de diálogo.
y Para los masturbadores y amantes del comic que están con el metro buscando la linde que separa Gotham de Metropolis se pude intuir medio pecho de Amy Adams.
En fin... No se.... "Batman v. Superman" es un buen producto de entretenimiento.
Cumple su objetivo de satisfacer al espectador cuando intercambia dos horas de su tiempo por el precio de una entrada.
El que escribe no ha tenido la incómoda sensación, como en otros recientes casos, de poder estar en otra parte.
Y cumple también el objetivo de ser eficaz puerta de entrada para una nueva franquicia cinematográfica
No se le puede pedir más pero eso sí, a la historia del cine no va a pasar. Pero creo que es demasiado fácil criticarla por eso.
El rollo no va a ser: No se cuál me gusta más "Ciudadano Kane" o "Batman v. Superman"....
Su rollo es otro: Funcionar.... Y funciona.
Por eso entiendo perfectamente la cara de Ben Affleck cuando le hablaban de esas críticas negativas. Costernado, el creador de "God will Hunting" o de "Argo" tampoco puede creerlo.
Sería la misma cara que pondría yo si "Batman v. Superman" me importase algo.
También tengo que decir que todas las que me he tomado la molestia de leer están muy por debajo en cuanto a calidad de la película.
Tras leerlas fácilmente puedo categorizarlas en dos tipos: las emocionales (esperaba algo mejor) sin duda consecuencia de una inesperada falta de sexo en la noche anterior y las racionales (dónde está Metropolis y dónde está Gotham) también sin duda como consecuencia de falta de sexo mucho más grave... otras muchas más noches.
En fin.... supongo que tocaba poner a parir "Batman v. Superman" y ya está.
Quiero decir... No estamos ante arte puro. No es Bergman, Tarkowsky o Wes Anderson, pero es buena mierda.
No es "Guerra y paz" pero tiene su argumento (aunque algunos digan que no tiene) y teniendo en cuenta la cantidad de hilos narrativos que componen el entramado general de la historia que se nos cuenta todo encaja más que menos... lo cual tiene su mérito porque la tendencia al pastiche es un error muy común en este tipo de superproducciones operísticas con vocación de totalidad.
Los personajes tienen su entidad... Un Bruce Wayne jodido porque hay otro macho alfa cazando en su territorio, un Superman que sólo quiere que le dejen tranquilito con su Lois Lane, un villano interesante que Jesse Eisenberg compone con pedazos de Steve Jobs y Mark Zuckerberg y una Wonder Woman que es... eso... Wonder.
Las escenas de acción son espectaculares y están bien resueltas.
Hay incluso lugar para momentos en que los personajes pueden desplegar, desde los primeros planos, su minima psicología y lo hacen con, incluso, alguna buena línea de diálogo.
y Para los masturbadores y amantes del comic que están con el metro buscando la linde que separa Gotham de Metropolis se pude intuir medio pecho de Amy Adams.
En fin... No se.... "Batman v. Superman" es un buen producto de entretenimiento.
Cumple su objetivo de satisfacer al espectador cuando intercambia dos horas de su tiempo por el precio de una entrada.
El que escribe no ha tenido la incómoda sensación, como en otros recientes casos, de poder estar en otra parte.
Y cumple también el objetivo de ser eficaz puerta de entrada para una nueva franquicia cinematográfica
No se le puede pedir más pero eso sí, a la historia del cine no va a pasar. Pero creo que es demasiado fácil criticarla por eso.
El rollo no va a ser: No se cuál me gusta más "Ciudadano Kane" o "Batman v. Superman"....
Su rollo es otro: Funcionar.... Y funciona.
Por eso entiendo perfectamente la cara de Ben Affleck cuando le hablaban de esas críticas negativas. Costernado, el creador de "God will Hunting" o de "Argo" tampoco puede creerlo.
Sería la misma cara que pondría yo si "Batman v. Superman" me importase algo.
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