martes, septiembre 11, 2012

No hace mucho tiempo escuché en el capítulo primero de "Voces contra la globalización", una magnífica serie de documentales que Carlos Estevez hizo para TVE, el primer canal de la televisión pública española, sobre este conglomerado de sensibilidades, percepciones, hipótesis y teorizaciones que componen la perspectiva alternativa al pensamiento único dominante... un pensamiento único que algunos confunden con esa realidad que encuentran sospechosamente incuestionable y ante la que nada sospechosamente se postran como si fuese el nuevo Dios verdadero...

Bueno... empiezo otra vez.

No hace mucho tiempo escuché -creo- a Eduardo Galeano decir del brasileño Lula da Silva accedió al gobierno pero no al poder.

Y en esta brillante afirmación -creo- se resume el problema que tienen los responsables de los ejecutivos europeos que han accedido al gobierno durante esta crisis.

Y lo que me pareció Rajoy en su intervención pública de ayer es la prueba palmaria de la verdad inmensa que encierra esa información.

No fue tanto lo que dijo como lo que se leía entre líneas, especialmente la inseguridad de quién sabe que no sólo debe dar cuenta de las verdades que pronuncie sino también de una mentiras que también deben ser elegidas cuidadosamente.

Rajoy se apareció atribulado y atolondrado precisamente por eso, porque la cuenta de las cosas no termina en él, aunque se supone que debiera ser lo contrario porque su despacho es el del Primer Ministro del Reino de España.. pero no.

Por un momento, mientras escuchaba el escurrido runrun de la misma mierda de siempre, Rajoy se me antojó convertido en uno de esos portavoces que salen a explicar lo inexplicable mientras tras las cortinas que hay a su espalda son cuidadosamente escuchados por los que jamás darán la cara. Y en este sentido, a su alcance sólo existe la posibilidad de esgrimir un discurso que otros han diseñado y construido, de hablar con la mayor naturalidad posible un texto que en absoluto es suyo y sobre cuya precisión a la hora de repetirlo va a ser evaluado intentando insuflarle credibilidad con la purpura gubernamental que se le suponen a los labios que lo pronuncian.

Eso fue lo que me pareció Rajoy, la viva encarnación de una siniestra contradicción deviniendo por momentos a un cómico cuadro de ansiedad más propio de cualquier chupatintas atribulado que de un político lleno de verdad y autoestima que de paso preside un gobierno.

Seguramente ni siquiera puede responsabilizarse de la hora que marca el reloj despertador que todas las noches le espera en el dormitorio.

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