martes, febrero 12, 2013

No entiendo por qué se dejan de lado las repercusiones que en lo estrictamente teológico y religioso tiene la dimisión del papa. Y es extremadamente sorprendente especialmente porque se trata de un institución religiosa cuyos efectos van más allá de lo administrativo, a la raíz del comportamiento moral quien olvida semejantes implicaciones. Pero lo cierto es que de religión es lo último de lo que los religiosos y creyentes hablan.
En pocas palabras, se supone que la voluntad de Dios se manifiesta a través del colegio cardenalicio y que el nombramiento del papa es un encargo que llega directamente desde el último piso, que no se puede rechazar porque, entre otras cosas, el creador no se equivoca... sus designios son inescrutables.
Pero ahora este insignificante detalle, la voluntad de Dios, se deja de lado.
Y entiendo los motivos personales que ha podido tener el anciano Ratzinger para dimitir de las responsabilidades que su propio Dios le ha investido, pero me sorprende que esa comprensión que la Iglesia muestra con Ratzinger no la muestre con otros, sometidos a los rigores de una vida injusta y miserable, que también no pueden seguir la inflexible voluntad del creador.
Y me pregunto si las circunstancias personales de una mujer que decide abortar no merecen ser tenidas en cuenta ni son tan importantes como las presuntas razones del propio Ratzinger, que imagino que no habrá dimitido por capricho, pero es que tampoco se comportan por capricho muchas personas cuyas conductas y acciones la iglesia desaprueba, cuando no condena.
Se que supone un desacato a la voluntad de Dios abortar o usar condón, pero me parece que para quienes, desde dentro de la iglesia disculpan al Papa, todavía hay clases.
Y volvemos a lo mismo, a la raíz de la corrupción que transversalmente asola nuestro mundo y nuestro tiempo: el desdoblamiento moral... lo que me exijo a mí y a los míos no es lo mismo que exijo a los demás, a los otros, entre otras cosas porque siempre encuentro una razón para entenderme, para disculparme, sobre todo si mi principio de placer entra en conflicto con las exigencias de la realidad o del principio del dolor... pero eso sí, no me importa tanto que los demás sufran.
Y está claro que ni siquiera el primero de los cristianos está a salvo de semejante corrupción.
Mal asunto.

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