domingo, noviembre 23, 2014

Brazil

Cada vez que veo "Brazil" de Terry Gilliam van pareciéndome más y más importantes esas tuberías, esos ducts que ya no pueden ser ocultados tras unas paredes que parecen ya no poder contenerlos por más tiempo.

Conductos que convertidos en un masivo e intrincado laberinto existen para sostener a cada vez más duras penas un estilo e vida exterior que se las arregla como puede para seguir existiendo, manteniendo su autoestima en un claro proceso de deterioro en el que las constantes averías de esa infraestructura que parece laberíntica e incontrolable

Conductos que, abandonan su lugar, para atravesar habitaciones y salones convirtiéndose en ese elefante que está en la habitación pero que ninguno de los invitados a la fiesta parece ver.

En este sentido, se convierten en una maravillosa y magnífica metáfora de las contradicciones entre infraestructura y superestructura. Nadie como Gilliam ha expresado de manera tan brillante los esfuerzos de lo material por mantener la apariencia de una realidad que ensimismada en su delirio vive a espaldas de las condiciones materiales de su existencia.

Sobre ese mundo casi orgánico de ductos, Gilliam construye dos delirios, uno sociológico y otro psicológico.

El sociológico es el de una distopía construída a partes de iguales por una sociedad de consumo compuesta de individuos perdidos en la búsqueda del propio placer que es sostenida por un estado kafkiano que es pura administración y ninguna pelítica. Un eterno retorno de lo mismo que crece como un cáncer contaminando el mundo exterior y, lo que es más importante, envenenando con la más absoluta deshumanización a sus propios miembros.

El psicológico es el delirio del protagonista, Sam lowry, buscando una escapatoria virtual a es ehorror en su mundo interior con la fantasía del amor romántico convertida en la principal herramienta de escape.

A lo largo de esa película, los delirios conviven, se relacionan, se encuentran, se desencuentran enredados en el opuesto esfuerzo de atrapar y de escapar.

Al igual que en las guerras la verdad es la primera víctima, en este conflicto entre delirios la realidad es esa primera víctima y en "Brazil" el espectador no termina por tener claro qué sucede en la cabeza de Lowry y que sucede en la realidad que ese estado autoritario se crea a medida.

Lo único cierto es que en este conflicto el individuo aislado tiene poco que hacer y su derrota está asegurada, una derrota ennoblecida por una locura, una huida interior a un mundo solipsista de felicidad que Gilliam siempre presenta antes de mostrarnos el exterior de Lowry, como última palabra, convertido en un babeante vegetal a los ojos de sus torturadores.

Esa es la única certeza que Gilliam transmite en su "Brazil": Toda escapatoria individual sólo es posible mediante la locura porque sólo desde la locura es posible sobrevivir intacto en un entorno deshumanizado y hostil.

Y esas escapatorias son además las únicas que el poder está dispuesto a concedernos. Después de todo, son inofensivas para él.

Sólo cuando comprueban que Sam lowry ya no existe sus torturadores aceptan marcharse aun sin haber conseguido saber la verdad que buscaban.

La desconexión de Lowry es mucho más importante.

La falta de cuestionamiento es mucho más rentable que la persecución de una verdad para el poder

Realizada en 1985, en pleno apogeo de la era Thatcher, "Brazil" es una fiera e inteligente crítica dirigida contra el individualismo Thatcheriano y neoliberal.

Excepcional.


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