sábado, noviembre 22, 2014

Las zapatillas rojas

Sin duda alguna la colaboración creativa que llevaron a cabo Michael Powell y Emeric Pressburger es una de las más fecundas y brillantes que conozco.

Casi todas sus obras combinan un planteamiento clásico a la hora de construir unas historias que al mismo tiempo incorporan siempre elementos atmosféricos de carácter fantástico portadores de un valor diferencial y una capacidad de seducción que las convierten en inolvidables.

Powell y Pressburger siempre se las arreglan para enturbiar de una manera hermosa la elegante linealidad de las narraciones que plantean.

Sus historias siempre encierran una sombra que el espectador intuye en la íntangible atmósfera que envuelve lo que ve y escucha.

Pero eso no es todo. Además hay que añadir un enorme talento y creatividad a la hora de poner en imágenes esa historias seductoras e irrepetibles.

"Las zapatillas rojas" es una de las mejores formar para enfrentarse a estos innovadores del cine como lenguaje de expresión, tan innovadores que sus películas más de medio siglo después siguen resultando tan cautivadoras e interesantes como en un primer momento.

Sobre una estructura narrativa de corte clásico, el melodrama de una mujer que se debate entre el amor de dos hombres,. Powell y Pressburger construyen un complejo edificio narrativo destinado a fascinar y que esconde una historia dentro de otra.

Las zapatillas rojas constituyen el punto de contacto entre ambas.

Por un lado son un ballet en el que Victoria Page (Moira Shearer) muestra su inmenso talento para la danza; por otro son un instrumento de trabajo de la mujer que baila. Ambas mujeres, siendo la misma, son amadas `por diferentes hombres.

El coreógrafo Boris Lermontov ama a la bailarina y el compositor Julian Craster ama a la mujer.

Ocupando lugares opuestos forzarán a Page buscando atraerla hacia su lado produciendo la energía suficiente como para dotar a la historia de un intenso punto melodramático, pero, y siendo importante, porque "las zapatillas rojas" funciona como melodrama, lo más importante es el contexto que rodea esta historia y que es el propio ballet, magnífica e imaginativamente rodado, ocupando buena parte del metraje de la película y recordando muchas cosas que muy pronto el musical americano incorporará en sus narrativas, cosas como la planificación del propio baile abandonando el punto de vista teatral o la utilización profusa de la escenografía y el color para transmitir emociones asociadas.

En este sentido, se ha infravalorado el papel de esta película como clara marcadora de pautas para la gran revolución del cine musical americano que de la mano de Arthur Freed en la Metro Goldwyn Mayer llegará al cine americano; aspecto que refuerzas la prueba la gran influencia de Europa en la base conceptual de los principales géneros del cine americano excepto el western (si no consideramos a John Ford irlandés)..

Y por supuesto no hay que olvidar el toque fantástico final, momento en que las zapatillas rojas serán decisivas y en el que ballet y realidad se unirán para sellar el destino de Victoria Page.

Además, cuenta con unos magníficos diálogos especialmente todos los que salen de la boca de Boris Lermontov, interpretado con la habitual elegancia británica que el centro europeo Anton Walbrook confería a sus personajes.

Dialogos tan brillantes e inolvidables como aquel en que para justiificar el acierto de su apuesta por Victoria Page Lermontov argumenta que no se puede sacar un conejo de una chistera si previamente no hay un conejo dentro.

Por todo ello, "Las zapatillas rojas" es una brillante obra maestra.



No hay comentarios:

Publicar un comentario