Lo bueno que tienen las películas de Terry Gilliam es que uno puede perderse dentro de ellas.
Tanto en fondo como en forma su cine es abigarrado y complejo, una especie de inmenso cuerno de la abundancia virtual que vomita a través de la pantalla una intrincada maraña de imágenes y significados que pueden llegar a confundir al espectador que busque un planteamiento cartesiano, sólido y coherente.
Si uno se deja llevar, si cede el control a Gilliam y acepta su propuesta, su viaje, siempre termina por encontrar algún elemento visual o narrativo al que agarrarse.
En este sentido "The Zero Theorem" ofrece otra nueva ración masiva de imágenes y significados, una suerte de espuma cuántica que no cesa de hervir, de producir puntos de atracción para la mirada y el pensamiento.
Una dodecafónica sinfonía de tonos y pulsiones conceptuales y visuales aglutinadas por una de las grandes obsesiones del creador: la melancólica y nihilista necesidad de escapar de un mundo enloquecido y brutal que se cierne como una amenaza cierta sobre sus protagonistas.
Dentro de este contexto, y para un fan de "Brazil" como yo, "The Zero Theorem" ofrece un planteamiento no demasiado diferente envuelto -eso sí- en una brillante imaginería cyber punk en el que la máquina del capitalismo continua en su movimiento perpetuo. un movimiento que muestra signos de agotamiento y descomposición, signos que conviven con una flamante realidad de ocio y trabajo mantenida como espectáculo y como si nada estuviera sucediendo.
Con "The Zero Theorem" Gilliam pasa de expresar su mundo en el contexto de una distopía de inspiración kafkiana a hacerlo dentro de una distopía de inspiración cyber punk en la que el sistema ya no puede controlar la irrupción de sus ineficiencias y contradicciones en el espacio de eso que se llama "lo real" y que no es otra cosa que el espacio donde el poder presenta su propuesta de dominación de una manera atractiva, inofensiva, evidente y práctica.
El espectáculo de la pobreza y la desigualdad ya no puede ser contenido.
Y la realidad se convierte en un mundo de varias velocidades donde la supervivencia es esencial.
Si "Brazil" era la distopía del mundo desarrollista en el que el estado tenía un papel esencial, "The Zero thoerem" es la distopía del neoliberalismo. El estado ya no existe y solo parecen existir individuos obsesionados de manera desordenada por la propia supervivencia, bajo la atenta mirada de sus dueños, las corporaciones.
Y quizá los mejor de "The Zero Theorem" es comprobar que el resultado aparentemente es el mismo.
Los finales de aquel Sam Lowry que protagonizaba "Brazil" y de este Qoen Leth interpretado por Christoph Waltz no son demasiado diferentes, si bien Leth rechaza algo que era esencial para Lowry como via de escape: el amor.
Y es aquí donde aparece la gran diferencia.
Para Leth, la posibilidad de construir una puerta de salida acompañado de otros es inviable convirtiendo su locura en un terrible y solitario cuadro de Hopper.
El sentido de la vida que Leth busca se le revela entonces como un significado vacío, un vacío polar que el pintor norteamericano tan bien supo reflejar.
Tanto en fondo como en forma su cine es abigarrado y complejo, una especie de inmenso cuerno de la abundancia virtual que vomita a través de la pantalla una intrincada maraña de imágenes y significados que pueden llegar a confundir al espectador que busque un planteamiento cartesiano, sólido y coherente.
Si uno se deja llevar, si cede el control a Gilliam y acepta su propuesta, su viaje, siempre termina por encontrar algún elemento visual o narrativo al que agarrarse.
En este sentido "The Zero Theorem" ofrece otra nueva ración masiva de imágenes y significados, una suerte de espuma cuántica que no cesa de hervir, de producir puntos de atracción para la mirada y el pensamiento.
Una dodecafónica sinfonía de tonos y pulsiones conceptuales y visuales aglutinadas por una de las grandes obsesiones del creador: la melancólica y nihilista necesidad de escapar de un mundo enloquecido y brutal que se cierne como una amenaza cierta sobre sus protagonistas.
Dentro de este contexto, y para un fan de "Brazil" como yo, "The Zero Theorem" ofrece un planteamiento no demasiado diferente envuelto -eso sí- en una brillante imaginería cyber punk en el que la máquina del capitalismo continua en su movimiento perpetuo. un movimiento que muestra signos de agotamiento y descomposición, signos que conviven con una flamante realidad de ocio y trabajo mantenida como espectáculo y como si nada estuviera sucediendo.
Con "The Zero Theorem" Gilliam pasa de expresar su mundo en el contexto de una distopía de inspiración kafkiana a hacerlo dentro de una distopía de inspiración cyber punk en la que el sistema ya no puede controlar la irrupción de sus ineficiencias y contradicciones en el espacio de eso que se llama "lo real" y que no es otra cosa que el espacio donde el poder presenta su propuesta de dominación de una manera atractiva, inofensiva, evidente y práctica.
El espectáculo de la pobreza y la desigualdad ya no puede ser contenido.
Y la realidad se convierte en un mundo de varias velocidades donde la supervivencia es esencial.
Si "Brazil" era la distopía del mundo desarrollista en el que el estado tenía un papel esencial, "The Zero thoerem" es la distopía del neoliberalismo. El estado ya no existe y solo parecen existir individuos obsesionados de manera desordenada por la propia supervivencia, bajo la atenta mirada de sus dueños, las corporaciones.
Y quizá los mejor de "The Zero Theorem" es comprobar que el resultado aparentemente es el mismo.
Los finales de aquel Sam Lowry que protagonizaba "Brazil" y de este Qoen Leth interpretado por Christoph Waltz no son demasiado diferentes, si bien Leth rechaza algo que era esencial para Lowry como via de escape: el amor.
Y es aquí donde aparece la gran diferencia.
Para Leth, la posibilidad de construir una puerta de salida acompañado de otros es inviable convirtiendo su locura en un terrible y solitario cuadro de Hopper.
El sentido de la vida que Leth busca se le revela entonces como un significado vacío, un vacío polar que el pintor norteamericano tan bien supo reflejar.
La soledad más absoluta y la ausencia de sentido.
Gilliam es un genio.
Gilliam es un genio.
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