
AMERICAN GANGSTER
Alcanzado por el dardo del tiempo, desangrado, desangrándome, pero avanzando ciegamente, adelante, como un animal herido y acechado, mientras existan relojes que canten como pájaros mi canción, sin cesar en el esfuerzo de perseverar, de escarbar en las entrañas de la carne de la vida hasta no tener uñas, ni dedos, ni manos que me sirvan para seguir encontrando.
No es en absoluto Tideland una película fácil de ver.
Si en todas las películas siempre existen aspectos complicados que juegan con los fantasmas más profundos del público, en ésta que nos ocupa Terry Gilliam alcanza el extremo en sus planteamientos anómicos y provocadores.
Al fin y al cabo, Tideland no es otra cosa que la historia de una niña que juega con las decapitadas cabezas de sus muñecas rodeada de un mundo absolutamente loco y abandonado, más propio de "La matanza de Texas" que de una película infantil... Pero, y al mismo tiempo, hay belleza en el tránsito emocional de una niña desde la nada que sus padres locos y drogadictos le ofrecen antes de morir hasta el "un poco" con que la película se cierra.
Un final hermoso que se convierte en metáfora de la propia película, los ojos de las niñas centelleando pequeñas estrellas antes de desaparecer en la oscuridad de la pantalla cerrada hablan de Tideland como la descripción de una realidad mediada e interpretada por la exhuberante imaginación de la niña, una imaginación tan exhuberante que incluso encuentra morivos para agarrarse en un paraje tan vacío y desolado como las grandes praderas tejanas.
Tideland es una obra maestra... no apta para todos los públicos como casi todas las cosas que merecen la pena en este mundo.
Para mi gusto, "Belleza robada" es una de las mejores películas de Bernardo Bertolucci.
Con el inconfundible sabor próximo de las obras pequeñas, "Belleza robada" nos cuenta la historia del despertar sentimental de Lucy, una adolescente norteamericana que regresa a la Toscana en busca de los fantasmas de un amor de verano y el fantasma de su madre muerta. Allí, su incesante e inagotable preguntar se enmarcará en el desgastado marco de un universo de adultos cínicos y escépticos, entregados a la vorágine disolvente de su propia vida, una vorágine muy alejada de las preocupaciones de Lucy y directamente inspirada por la inevitable enfermedad del tiempo pasado y pasando que todos padecen. Después de todo, la madurez no es otra cosa que la juventud dividida una y otra vez por el tiempo en una interminable fracción que va restanto entidad al dividendo.
De entre todos los personajes son dos los que destacan.
El enfermo terminal David que Jeremy Irons interpreta con su habitual buen hacer y saber estar y, por encima de todos ellos, el maravillos Monsieur Guillaume interpretado por el aquel entonces eterno Jean Marais.
El primero se convierte en una especie de interpretante entre la ilusionada Lucy y el desilusionado mundo de los adultos. Hasta cierto punto, David ve en la joven una extensión de su agonizante sí mismo, una extensión que le sobrevivirá garantizándo una cierta inmortalidad de su modo de entener la vida. Por eso lucha hasta el final porque Lucy no pierda la ilusión dejándose influir por el mundo de adultos que le rodea.
Hasta cierto punto, David tiene el atractivo de un Peter Pan con el corazón atravesado por la espada del Capitán Garfio, una espada que solo la joven Lucy es capaz de atravesar devolviéndole la ilsuión por una vida que se le escapa como arena entre los dedos.
Mi fracaso y yo amamos a este personaje. Lo estudiamos cuidadosamente para que sea nuestro modelo cuando nos llegue ese mismo momento. Será entonces cuando busquemos una Lucy... seguramente de forma infructuosa.
El segundo, Monsieur Guillaume, es un elemento de comunicación directa con las zonas de inspiración profunda donde centellean las grandes emociones y los grandes pensamientos. La presencia de Marais es un alucinado y maravilloso homenaje al Marais en blanco y negro que fue instrumento para la expresión cinematográfica del gran Jean Cocteau.
Monsieur Guillaume es un fantasma de intertextualidad que pulula distante y autosuficiente en su vejez casi centenaria para transmitirnos la maravilla de su palabra llena de sabiduría. Una de sus palabras me ha llegado hasta lo más hondo.
"No existe el amor, sólo actos de amor".
(Ir a 4:30)Y ese soy yo.
Un intenso, incomprensible para sí mismo y quién más lo ama e incomprendido para lo más amado, acto de amor diluyéndose como una lágrima de impotencia bajo la fresca lluvia de un nuevo día que brilla ya para otros ojos.
Mi fracaso bien lo sabe.
Podría escribir como Pavese el final de este blog reclamando un gesto, pero no estoy dispuesto a vender tan barata mi derrota.
Todavía espero de la vida más dolor y más misterio, porque mi esperanza es insaciable. Mi fracaso la alimenta todos los días y en su rincón oscuro con los pedazos rotos de todos los sueños que mi torpeza cuidadosamente resquebraja para que parezca que son otros quienes los rompen.
Robando belleza.
Y el culpable está en el tiempo.