2012
Y, por lo visto, estábamos advertidos.
Este último desastre global, género en el que el alemán Roland Emmerich parece haberse especializado, se inspira en el hecho real de que el calendario de los mayas no va más allá del año 2012 de nuestra era... (aunque probablemente dejaran para mañana la engorrosa tarea de tallar más piedras con los datos del 2012 hacia delante mientras tranquilamente se extinguían).
Rápidamente... La tormenta solar más potente de la historia convierte al sol en un potente emisor de neutrinos, en un enorme horno microondas, para que nos entendamos, que calienta el interior de la tierra hasta el punto de que las placas superiores pierden el sólido anclaje con las derretidas inferiores y comienzan a desplazarse provocando brutales y tremendos cataclismos que a punto están de llevarse por delante a nuestra especie y, lo que es mucho más grande, su ego.
Si uno se pone a pensar seriamente en todo lo que sucede durante las casi tres horas de metraje que componen esta mastodóntica 2012, no encuentra apenas un lugar donde agarrarse (y eso que lo que abunda son precisamente escombros).
Las cosas suceden porque sí, las casualidades inverosímiles y los planteamientos pasmosos ocurren sin apenas dar un respiro al espectador. Suceden porque tienen que suceder, para que acompañemos/espiemos a los protagonistas hasta el final de su viaje que, como no podía ser de otra forma y al tratarse de los héroes, coincide con el final de la historia... Pero el mundo que nos abre ésta 2012 es otro. Porque, y a pesar de ese inverosímil todo, la película de Emmerich es un perfecto producto de entretenimiento que funciona de principio a fin, llevando al espectador de asombro en asombro en una especie de rutilante opera desastrosa en donde lo más increíble sucede con verosimilitud, aspecto más que suficiente para que las historias mantengan la atención del espectador y consigan el deseado efecto de funcionar.
El supervolcán de Yellowstone reventando, el estado de California hundiéndose en el oceano, un enorme tsunami de 1500 metros de altura, la basílica de San Pedro del Vaticano por los suelos... y nuestros héroes escapando por los pelos mientras el suelo no cesa de abrirse bajo sus pies hasta llegar a descubrir el secreto mejor guardado, la puerta de escape tecnológica que la humanidad se ha fabricado para sobrevivir.
En cualquier caso, y como escribo, 2012 es un auténtico espectáculo.
Por el momento, la madre de todas las superproducciones de acción que Hollywood ha venido produciendo con mayor o menor acierto desde que el cine como producto se ha digitalizado para vehiculizar de forma espectacular la acción... aunque yo sigo prefiriendo "La Aventura del Poseidón", la verdadera madre de un género cinematográfico nacido sociologicamente en una época de crisis, la de las inflacionarias economías keynesianas en la década de los setentas del siglo pasado y causada por el alza de los precios del petróleo como arma política para equilibrar el conflicto árabe-israelita.
Ahora vivimos otra crisis y quizá sea otro buen momento para este género que, y aunque parezca mentira, es principalmente un cine intimista, de personajes, que utiliza la catástrofe como elemento catárquico que se aplica como reactivo sobre una serie de personajes que son también diferentes personalidades capaces de dar diferentes respuestas a la misma situación desesperada.
El cine de catastrofes es un cine de rostros y de decisiones, una cine sobre el qué hacer y el cómo reaccionar ante el desastre inminente, ante la amenaza que supone la catástrofe para los destinos de los personajes. En "La aventura del Poseidón" no importa tanto el evento singular del barco vuelto del revés bajo las aguas como lo que éste evento provoca en el grupo de protagonistas, el eterno conflicto entre el hastío y la esperanza, entre la voluntad por continuar hacia delante y la desesperación que les lleva a dudar, a desconfiar del camino elegido... La vida misma.
En realidad asistimos al espectáculo del ser humano sometido a la presión de una situación extrema, un filmado experimento de laboratorio en que las grandezas y debilidades del hombre, su peso o su levedad, son puestas de manifiesto en la catástrofe como prueba que, para sobrevivir, el animal humano debe superar y 2012 también tiene ese lado humano. No lo tiene en forma abundante, pero si en la suficiente proporción como para que la película tenga carne en lugar de plástico y exista un lugar para una emoción no sólo basada en el riesgo ante lo material sino también en el conflicto emocional.
No falta de nada en 2012.
Impactante y entretenida.