Parece que no pasa nada, pero pasa de todo en el Accidente.
Basada en una novela de Nicholas Mosley y con guión del dramaturgo y premio Nobel Harold Pinter, Accidente es una de las mejores películas de Losey.
Sobre una superficie tranquila, en la que sucede la acomodada vida burguesa de un profesor de universidad, Losey consigue mostrar en su transparencia toda la perversa complejidad de intereses y deseos que definen las relaciones entre los personajes que protagonizan la historia.
Una de las obsesiones de Losey como autor tiene que ver con las conflictivas relaciones, por así decirlo, entre las exigencias de lo social y las exigencias de lo individual. Para Losey nada bueno surge el eterno conflicto entre la necesidad de estabilidad que al individuo le demanda lo social, exigencias que van desde la definición de una personalidad hasta la asunción de una serie de roles que pautan y definen el comportamiento, y las diferentes necesidades y deseos que al individuo constantemente le demanda esa parte de sí mismo que constantemente reprime para encajar en ese mundo de convenciones y claridad.
El resultado de ese conflicto siempre es un tortuoso y complejo escenario de relaciones que los protagonistas de sus historias establecen entre sí, relaciones en las que el deseo es el principal alimento y motor de las mismas, un motor que se oculta bajo todo un repertorio de convenciones sociales que generan escenarios donde nada es lo que parece y las intenciones ocultas brillan de manera sutil.
En las historias de Losey siempre hay un doble nivel: el evidente y confesable y el oculto e inconfesable; Y el resultado siempre es un universo de hipocresía y doble moral en el que siempre hay vencedores y vencidos, dominantes y dominados, poseedores y poseídos, manipuladores y manipulados, victimas y verdugos.
Y de todo modo, bajo la apacible superficie civilizada de la vida burguesa funciona una despiadada jungla de intereses y necesidades donde el más egoísta y despiadado siempre es el rey.
Seguramente es en "Accidente" donde el espectador puede comprobar el trasparentarse de esa selva sobre la quieta y aburrida superficie que es la vida de Stephen, profesor de filosofía en Oxford, a quién el gran Dirk Bogarde transmite todo su talento para el silencio y a sutileza.
La muerte de William, uno de sus alumnos, en un accidente de coche a las puertas de su casa, será el acontecimiento catárquico que pondrá en evidencia toda esa estructura subyacente de intereses y deseos que relaciona a una serie de personajes, incluído el propio William, quién a diferencia de Michael (Stanley Baker) no parece moverse demasiado bien en esa jungla de satisfacción de deseos durante un verano en la campiña inglesa.
Siempre se ha dado una interpretación política al posicionamiento intelectual de Losey, y por supuesto la tiene, pero, para mi gusto, su planteamiento va más allá: Losey pone en evidencia la tortuosa complejidad que genera en la convivencia de lo social la presencia de ese, en mayor o menor medida, incontrolable animal que todos llevamos dentro.
Obra maestra.
Basada en una novela de Nicholas Mosley y con guión del dramaturgo y premio Nobel Harold Pinter, Accidente es una de las mejores películas de Losey.
Sobre una superficie tranquila, en la que sucede la acomodada vida burguesa de un profesor de universidad, Losey consigue mostrar en su transparencia toda la perversa complejidad de intereses y deseos que definen las relaciones entre los personajes que protagonizan la historia.
Una de las obsesiones de Losey como autor tiene que ver con las conflictivas relaciones, por así decirlo, entre las exigencias de lo social y las exigencias de lo individual. Para Losey nada bueno surge el eterno conflicto entre la necesidad de estabilidad que al individuo le demanda lo social, exigencias que van desde la definición de una personalidad hasta la asunción de una serie de roles que pautan y definen el comportamiento, y las diferentes necesidades y deseos que al individuo constantemente le demanda esa parte de sí mismo que constantemente reprime para encajar en ese mundo de convenciones y claridad.
El resultado de ese conflicto siempre es un tortuoso y complejo escenario de relaciones que los protagonistas de sus historias establecen entre sí, relaciones en las que el deseo es el principal alimento y motor de las mismas, un motor que se oculta bajo todo un repertorio de convenciones sociales que generan escenarios donde nada es lo que parece y las intenciones ocultas brillan de manera sutil.
En las historias de Losey siempre hay un doble nivel: el evidente y confesable y el oculto e inconfesable; Y el resultado siempre es un universo de hipocresía y doble moral en el que siempre hay vencedores y vencidos, dominantes y dominados, poseedores y poseídos, manipuladores y manipulados, victimas y verdugos.
Y de todo modo, bajo la apacible superficie civilizada de la vida burguesa funciona una despiadada jungla de intereses y necesidades donde el más egoísta y despiadado siempre es el rey.
Seguramente es en "Accidente" donde el espectador puede comprobar el trasparentarse de esa selva sobre la quieta y aburrida superficie que es la vida de Stephen, profesor de filosofía en Oxford, a quién el gran Dirk Bogarde transmite todo su talento para el silencio y a sutileza.
La muerte de William, uno de sus alumnos, en un accidente de coche a las puertas de su casa, será el acontecimiento catárquico que pondrá en evidencia toda esa estructura subyacente de intereses y deseos que relaciona a una serie de personajes, incluído el propio William, quién a diferencia de Michael (Stanley Baker) no parece moverse demasiado bien en esa jungla de satisfacción de deseos durante un verano en la campiña inglesa.
Siempre se ha dado una interpretación política al posicionamiento intelectual de Losey, y por supuesto la tiene, pero, para mi gusto, su planteamiento va más allá: Losey pone en evidencia la tortuosa complejidad que genera en la convivencia de lo social la presencia de ese, en mayor o menor medida, incontrolable animal que todos llevamos dentro.
Obra maestra.