Dice Ángel Cappa que el dinero le ha quitado el fútbol a la gente y no le falta razón.
Pero también el dinero ha arrebatado a este deporte su verdadero corazón, ese corazón que enlazaba el fútbol que se jugaba fuera de los estadios con el que se jugaba dentro de los estadios.
Ahora ya solo queda la histeria en la victoria y la histeria en la derrota.
Ya no hay lugar en el fútbol para el romanticismo.
No hay espacio en este deporte para cosas tan innecesarias como jugadores que llevan toda la vida en un club, que se hacen viejos vistiendo una camiseta, que dejan de ser lo que fueron y que sin embargo todavía retienen en la gloria de su pasado el vinculo con la historia, con la tradición de un club.
Todavía Casillas ha seguido salvando puntos a su equipo en esta temporada, pero ya solo contaban sus errores que por supuesto han existido en un espectáculo depravado y deleznable que reducía al jugador a un mero fusible que puede ser quemado en cualquier momento por mor de las necesidades del éxito.
Desgraciadamente, cada vez queda menos de ese fútbol concebido como juego y deporte.
Desgraciadamente, cada vez hay más de este fútbol concebido como un espectáculo de masas y que en realidad es una máquina de acumular dinero.
Y en este sentido, el fútbol no es un fenómeno social diferente.
El dinero y la relación directa que este mantiene con el resultado, como fuente de éxito y notoriedad y por consiguiente de dinero está pudriendo el fútbol del mismo modo obtuso y perverso en que lo está pudriendo todo.
Prima el eterno presente de la máquina de picar carne y de esto el Real Madrid se ha convertido en un magnífico estandarte por el modo tan despreciable en que durante los últimos años se ha conducido con el último jugador legendario que le queda de una manera de entender el fútbol que ya está muerta.
Y es una pena que el que se tiene por el mejor equipo de la historia trate a un deportista que seguramente no volverá a tener, un futbolista que no ha necesitado comprar, que ha nacido en el seno de su cultura y tradición. Esa historia de la que tanto presumen, cuando en realidad lo único que les importa es el presente que les puede proporcionar la "pasta".
Si Iker Casillas no merece un trato especial, el cuidadoso y cariñoso respeto de aquellos a quienes les hizo felices parando algún penalty en unos cuartos de final o deteniendo un imposible uno contra uno en la final de un mundial, entonces nadie lo merece.
Y es así.
Nadie lo merece.
Vivimos dentro de un monstruo en el que nadie tiene más crédito del necesario, en el que es necesario funcionar y el ser con el estar bien se confunden de manera interesada.
Un mundo de hombres-máquina en el que si alguna vez lo paraste todo debes seguir haciéndolo porque eso es lo único que cuenta.
Un mundo más totalitario de lo que cree en el que la debilidad y el paso del tiempo no se perdonan.
El fusible simplemente se ha quemado y con él van a la basura veinticinco años de historia.
Triste y lamentable.
Si esta sociedad trata así a sus ídolos, triste es el destino que nos espera al resto. Un destino que no es otro que la agotadora e imprescindible obligación de justificar cada día la necesidad de nuestra vida y de nuestra existencia.
Nos han quitado el fútbol y están muy cerca de quitárnoslo todo.
Ese momento de júbilo y gloria en el que Iker levanta la copa está amortizado. Ya no cuenta.
El puto paraíso en la tierra.
Pero también el dinero ha arrebatado a este deporte su verdadero corazón, ese corazón que enlazaba el fútbol que se jugaba fuera de los estadios con el que se jugaba dentro de los estadios.
Ahora ya solo queda la histeria en la victoria y la histeria en la derrota.
Ya no hay lugar en el fútbol para el romanticismo.
No hay espacio en este deporte para cosas tan innecesarias como jugadores que llevan toda la vida en un club, que se hacen viejos vistiendo una camiseta, que dejan de ser lo que fueron y que sin embargo todavía retienen en la gloria de su pasado el vinculo con la historia, con la tradición de un club.
Todavía Casillas ha seguido salvando puntos a su equipo en esta temporada, pero ya solo contaban sus errores que por supuesto han existido en un espectáculo depravado y deleznable que reducía al jugador a un mero fusible que puede ser quemado en cualquier momento por mor de las necesidades del éxito.
Desgraciadamente, cada vez queda menos de ese fútbol concebido como juego y deporte.
Desgraciadamente, cada vez hay más de este fútbol concebido como un espectáculo de masas y que en realidad es una máquina de acumular dinero.
Y en este sentido, el fútbol no es un fenómeno social diferente.
El dinero y la relación directa que este mantiene con el resultado, como fuente de éxito y notoriedad y por consiguiente de dinero está pudriendo el fútbol del mismo modo obtuso y perverso en que lo está pudriendo todo.
Prima el eterno presente de la máquina de picar carne y de esto el Real Madrid se ha convertido en un magnífico estandarte por el modo tan despreciable en que durante los últimos años se ha conducido con el último jugador legendario que le queda de una manera de entender el fútbol que ya está muerta.
Y es una pena que el que se tiene por el mejor equipo de la historia trate a un deportista que seguramente no volverá a tener, un futbolista que no ha necesitado comprar, que ha nacido en el seno de su cultura y tradición. Esa historia de la que tanto presumen, cuando en realidad lo único que les importa es el presente que les puede proporcionar la "pasta".
Si Iker Casillas no merece un trato especial, el cuidadoso y cariñoso respeto de aquellos a quienes les hizo felices parando algún penalty en unos cuartos de final o deteniendo un imposible uno contra uno en la final de un mundial, entonces nadie lo merece.
Y es así.
Nadie lo merece.
Vivimos dentro de un monstruo en el que nadie tiene más crédito del necesario, en el que es necesario funcionar y el ser con el estar bien se confunden de manera interesada.
Un mundo de hombres-máquina en el que si alguna vez lo paraste todo debes seguir haciéndolo porque eso es lo único que cuenta.
Un mundo más totalitario de lo que cree en el que la debilidad y el paso del tiempo no se perdonan.
El fusible simplemente se ha quemado y con él van a la basura veinticinco años de historia.
Triste y lamentable.
Si esta sociedad trata así a sus ídolos, triste es el destino que nos espera al resto. Un destino que no es otro que la agotadora e imprescindible obligación de justificar cada día la necesidad de nuestra vida y de nuestra existencia.
Nos han quitado el fútbol y están muy cerca de quitárnoslo todo.
Ese momento de júbilo y gloria en el que Iker levanta la copa está amortizado. Ya no cuenta.
El puto paraíso en la tierra.