Es un tema muy interesante el del humor y también el de los que se ofenden con ese humor.
Y en este aspecto no hay valores absolutos, si acaso son los poderosos los que nos dicen a todos qué es lo que es gracioso y qué es lo que no lo es, que se convierte en una intolerable ofensa.
Y digo esto porque no hace demasiado tiempo todos eramos Charlie Ebdo.
Y no entiendo cómo aquellos mismos que consideraban como un alarde libertad e inteligencia chistes en los que, por ejemplo, aparecía un musulmán intentando protegerse con un Corán de las balas que otro musulmán le dispara (todo ello con motivo de las matanzas en El Cairo) reaccionan agresivamente cuando los muertos sobre los que se hace la gracieta son los nuestros.
¿Dónde está la diferencia?
¿Qué es eso que convierte a uno en un acto de libertad y a otro en un acto vil y reprobable?
Pues la diferencia precisamente está en la distancia que separa al nosotros del ellos.
Sobre ellos, los que no son como nosotros, que no comparten nuestros valores y que viven en las salvajes sombras del error, todo vale, mientras que sobre nosotros, sobre nuestro destino, las bromas tienen que ser las justas.
No hay nada más serio que el nosotros, todo aquello en lo que creemos.
Y lo terrible no es que suceda esto porque es humano, demasiado humano parafraseando a Nieztsche, sino que esa diferencia a nosotros, ciudadanos pretendidamente miembros de una sociedad abierta, no nos haga pensar.
En 1927, Sigmund Freud escribió un pequeño libro dedicado al humor. En él, describe precisamente el origen del humor en la negación de la realidad y del dolor que nos causa. En este sentido, el humor supone el triunfo del principio del placer sobre el principio de realidad.
.
El objetivo del humor es negar lo dramático de la realidad elaborando una realidad paralela que tiene un grado de intensidad mínimo, que no supone una desconexión de la misma sino su cuestionamiento,
Reconocer la realidad no es gracioso y aceptarla mucho menos.
Lo gracioso es desafiar sus dictados utilizando la inteligencia para dar la vuelta a las cosas, generando una realidad paralela. Una realidad que por contraste genera el efecto humorístico.
No entraré en más detalles.
Lo que me interesa es nuestra incapacidad para hacer humor sobre lo nuestro, sobre nuestros muertos y no es casualidad que el poder lo fomente, porque no necesita atrapados en el pasado, esclavizados por los dictados y las lecturas de legitimación en torno a nuestros muertos.
Toda la energía emocional que sostienen las ideas y las palabras que legitiman a un régimen parten precisamente de esos muertos con los que jamás podemos establecer otro tipo de relación que no sea la triste y dependiente deuda.
Y de eso se beneficia el poder.
Por eso le preocupan los muertos institucionalizados, las victimas del holocausto o las victimas del terrorismo, pero en absoluto le interesan otras victimas: las de la pobreza, el paro o los desahucios. Contra ellos valen las bromas y la más frecuente de todas es minusvalorarlos.
Hay muertos que legitiman, que siempre están ahí para poner encima de la mesa y zanjar cualquier discusión, cualquier matiz, recurriendo a la irracionalidad de la indignación y el escándalo.
Otra cosa son los muertos de los otros.
Precisamente deben ser tratados de manera opuesta.
Respetarlos significa tener en consideración su causa, hacerla propia, introducir la posibilidad del error de este lado de la trinchera.
Por eso todos pudimos ser Charlie Ebdo aunque la revista haga chistes de personas que mueren buscando un imposible refugio en un libro del Corán.
No hay ningún refugio para ellos,,, ni siquiera los protege el Corán que se presenta para ellos como su último refugio.
Basta la verdad fulminante de nuestras palabras para destruirlos.
Por eso, en aquel momento, no distinguimos entre la barbarie del asesinato de los humoristas de la barbarie que significaba su humor.
Lo metimos todo en el mismo paquete.
No se trataba de nosotros, los formales.
Y en este aspecto no hay valores absolutos, si acaso son los poderosos los que nos dicen a todos qué es lo que es gracioso y qué es lo que no lo es, que se convierte en una intolerable ofensa.
Y digo esto porque no hace demasiado tiempo todos eramos Charlie Ebdo.
Y no entiendo cómo aquellos mismos que consideraban como un alarde libertad e inteligencia chistes en los que, por ejemplo, aparecía un musulmán intentando protegerse con un Corán de las balas que otro musulmán le dispara (todo ello con motivo de las matanzas en El Cairo) reaccionan agresivamente cuando los muertos sobre los que se hace la gracieta son los nuestros.
¿Dónde está la diferencia?
¿Qué es eso que convierte a uno en un acto de libertad y a otro en un acto vil y reprobable?
Pues la diferencia precisamente está en la distancia que separa al nosotros del ellos.
Sobre ellos, los que no son como nosotros, que no comparten nuestros valores y que viven en las salvajes sombras del error, todo vale, mientras que sobre nosotros, sobre nuestro destino, las bromas tienen que ser las justas.
No hay nada más serio que el nosotros, todo aquello en lo que creemos.
Y lo terrible no es que suceda esto porque es humano, demasiado humano parafraseando a Nieztsche, sino que esa diferencia a nosotros, ciudadanos pretendidamente miembros de una sociedad abierta, no nos haga pensar.
En 1927, Sigmund Freud escribió un pequeño libro dedicado al humor. En él, describe precisamente el origen del humor en la negación de la realidad y del dolor que nos causa. En este sentido, el humor supone el triunfo del principio del placer sobre el principio de realidad.
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El objetivo del humor es negar lo dramático de la realidad elaborando una realidad paralela que tiene un grado de intensidad mínimo, que no supone una desconexión de la misma sino su cuestionamiento,
Reconocer la realidad no es gracioso y aceptarla mucho menos.
Lo gracioso es desafiar sus dictados utilizando la inteligencia para dar la vuelta a las cosas, generando una realidad paralela. Una realidad que por contraste genera el efecto humorístico.
No entraré en más detalles.
Lo que me interesa es nuestra incapacidad para hacer humor sobre lo nuestro, sobre nuestros muertos y no es casualidad que el poder lo fomente, porque no necesita atrapados en el pasado, esclavizados por los dictados y las lecturas de legitimación en torno a nuestros muertos.
Toda la energía emocional que sostienen las ideas y las palabras que legitiman a un régimen parten precisamente de esos muertos con los que jamás podemos establecer otro tipo de relación que no sea la triste y dependiente deuda.
Y de eso se beneficia el poder.
Por eso le preocupan los muertos institucionalizados, las victimas del holocausto o las victimas del terrorismo, pero en absoluto le interesan otras victimas: las de la pobreza, el paro o los desahucios. Contra ellos valen las bromas y la más frecuente de todas es minusvalorarlos.
Hay muertos que legitiman, que siempre están ahí para poner encima de la mesa y zanjar cualquier discusión, cualquier matiz, recurriendo a la irracionalidad de la indignación y el escándalo.
Otra cosa son los muertos de los otros.
Precisamente deben ser tratados de manera opuesta.
Respetarlos significa tener en consideración su causa, hacerla propia, introducir la posibilidad del error de este lado de la trinchera.
Por eso todos pudimos ser Charlie Ebdo aunque la revista haga chistes de personas que mueren buscando un imposible refugio en un libro del Corán.
No hay ningún refugio para ellos,,, ni siquiera los protege el Corán que se presenta para ellos como su último refugio.
Basta la verdad fulminante de nuestras palabras para destruirlos.
Por eso, en aquel momento, no distinguimos entre la barbarie del asesinato de los humoristas de la barbarie que significaba su humor.
Lo metimos todo en el mismo paquete.
No se trataba de nosotros, los formales.
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