sábado, agosto 05, 2017

Georges Bataille, a critical introduction. Benjamin Noys

"Human nature is no longer purely natural, a given fact, but it is a complex arrangement of violent irruptive forces forced into stability"

 ("La naturaleza humana ya no es puramente natural, un hecho dado, sino que es un complejo arreglo de violentas fuerzas irruptivas forzadas a la estabilidad")

La Gran Transformación. Karl Polanyi

“Los métodos de la economía de mercado no podían ser aplicados con seguridad más que cuando existían esas condiciones previas. Allí donde los métodos librecambistas se impusieron sin que mediasen medidas protectoras, surgieron sufrimientos indecibles propios de pueblos indefensos, como ocurrió con los países de ultramar o semi-coloniales. En esto radica la clave de la aparente paradoja del imperialismo: algunos países rechazaron comerciar conjuntamente y sin diferencias -cosa económicamente inexplicable y que parecía irracional- y, en vez de esto, intentaron anexionarse mercados en ultramar y comerciar con países exóticos. La razón que los impulsó a actuar de este modo fue simplemente el miedo a sufrir consecuencias similares a las que padecían los pueblos incapaces de defenderse.”

lunes, julio 31, 2017

Crónicas de Motel. Sam Shepard

sus canarios
caían como moscas
cada mañana
aparecía un nuevo canario
tieso
en el suelo de la jaula

el Veterano le dijo
que era por las bacterias
del agua que les daba
pero él sabía
que era
por su modo de vivir

sábado, julio 29, 2017

Sobre la Gran Guerra

Se habla poco de la Gran Guerra y demasiado de su consecuencia, la Segunda Guerra Mundial.

Sin duda, y como he comentado en el post anterior, la Segunda Guerra Mundial es una de las pocas guerras que inequivocamente puede ser considerada como una causa justa.

La terrible existencia del holocausto fácilmente posibilita la transformación del conflicto bélico en una lucha del bien contra el mal, entendiendo ese bien como algo que puede ser concebido de manera objetiva y no de parte, puesto que en toda guerra hay un bien y un mal que se enfrentan, identidades que cambian según desde el lugar de la trinchera desde el que se mira.

La victoria final en esa lucha del bien contra el mal he terminado convirtiendo a la conflagración bélica en un mito legitimador de nuestro estilo de vida en su totalidad, incluidas por supuesto sus sombras y contradicciones. Una continuidad democrática del "one man's burden" colonial que nos coloca en una posición de superioridad en el mundo, legitimando automáticamente nuestra visión frente a otros puntos de vista negros, amarillos, musulmanes, indios, zulúes.

De nuestro lado está la civilización y frente a nosotros la barbarie cuya máxima expresión de muerte industrializada ya vencimos una vez.

Y por supuesto en ese paquete de legitimidad vienen incluidos los inconfesables intereses económicos para cuya oscuridad voraz estas verdades han servido de mito legitimador y conveniente fachada.

Nosotros no podemos ser genocidas porque los genocidas ya fueron vencidos y grandes verdades como la libertad, la igualdad y la fraternidad presiden el espíritu de todos nuestros actos.

Y es en este minuto donde se entiende el silencio entorno a la Gran Guerra.

Por un lado, se trata de una guerra  (por así decirlo) normal, es decir, una guerra donde no es tan fácil construir un discurso de buenos y malos que resista el juicio de la historia y, por otro, un conflicto bélico que encierra en sí mismo la existencia de un inconfesable holocausto.

Un holocausto que el hombre blanco se hizo a sí mismo y que fue el holocausto del soldado.

Ernest Jünger escribe "Tempestades de Acero", sus memorias como oficial prusiano en el frente occidental de la Gran Guerra, y en ella consigna la horrible fascinación que le produce las oleadas de seres humanos lanzados a la antigua usanza militar contra el nuevo mundo tecnológico encarnado por la ametralladora.

En esas páginas resume de manera metonimica ese gran holocausto del soldado que fue la Primera Guerra Mundial.

De manera transversal y con independencia del bando, la Gran Guerra muestra la indiferencia aristocrática por la vida del soldado de una oficialidad que en absoluto fue capaz de adaptar sus maneras de hacer la guerra a las nuevas posibilidades de matar que ofrecía la tecnología y que parecía no concebir que el soldado fuese un ser humano del que cuidarse.

El resultado fue la matanza y la carnicería y, como directa consecuencia de aquellas, el bloqueo, el hundimiento en la tierra, la trinchera y consiguiente absurda lucha por media hectárea de barro y vísceras.

Esta situación está muy bien descrita por el cineasta Sstanley Kubrick en "Senderos de Gloria"

Y esta indiferencia aristocrática consecuencia de un conflicto de clase subyacente llevó a la existencia de motines en todo el frente, motines importantes de los que apenas se habla en los que los soldados se negaban a obedecer a sus oficiales, cuando no los mataban directamente.

Durante la Gran Guerra el soldado comprendió que había otra guerra además de la del frente, la guerra de ellos contra una oficialidad para quienes ellos no eran otra cosa que prescindible carne de cañón.

Esto tuvo consecuencias posteriores que han llegado prácticamente hasta nuestros días. Desde el nacimiento de la Unión Soviética hasta la transformación de las monarquías prusianas y austriacas en repúblicas regidas por socialdemócratas, pasando por la generación del sufragio universal por todo el largo y ancho de Europa.

Algo había que dar a esos soldados a cambio de que no se tomaran el todo como sucedió en Rusia.

Pero la Segunda Guerra Mundial permitió cerrar esa herida con su incuestionable carácter de causa justa.

Todo ese esfuerzo que apenas 25 años más tarde se pidió a la carne de cañón fue un esfuerzo para hacer el bien y por un momento, que ha durado mas de 50 años, pareció que todos, a este lado del telón de acero, estábamos en el mismo barco.

Pero no es así.

La indiferencia aristocrática ha vuelto, pero no ha regresado a los campos de batalla sino en la vida cotidiana, en los efectos que tiene la gestión macroeconómica sobre la vida de las personas.

E igual que los generales y mariscales que dirigían las grandes masas de hombres en la batalla, aquellos que hoy en día toman esas decisiones en absoluto padecen las consecuencias.

Se habla demasiado poco de la Gran Guerra y no es por casualidad, hablar sobre ella conduce directamente a la desligitimación y el cuestionamiento, a la conciencia de una identidad transversal que se manifiesta en el consenso que permitió ese partido de futbol entre soldados alemanes y británicos en Belgica.

Después de todo, todas las vidas que se sacrificaron por salvar al soldado Ryan lo fueron por una buena razón.

Las de la Gran Guerra, no tanto.




Reflexiones a propósito de Dunkerque

Personalmente no creo que sea necesaria otra película que nos cuente la terrible agonía que supone la guerra.
No obstante, la banalización de la violencia que es parte esencial de nuestra cultura de consumo y cuya máxima expresión es la glorificación de Quentin Tarantino como un creador capaz de hacer arte de esa banalización, claramente lo justifica.
Porque lo cierto es que espiritualmente nunca hemos dejado de estar en guerra, desde el mismo momento en que la victoria sobre el eje del mal que componían nazismo, fascismo y militarismo japonés se convierte en una especie de mito legitimador de nuestro estilo de vida.
En este sentido, la banalización de la violencia no es más que una consecuencia indirecta del constante y necesario regreso a la Segunda Guerra Mundial que el cine viene haciendo desde hace casi ya 75 años.
Después de todo, la Segunda Guerra Mundial es una de las pocas guerras que, desde un punto de vista objetivo y no de parte, pueden ser consideradas como justas.
Hay que hacer muy poco esfuerzo para convertirla en un relato de buenos y malos, cosa que no es tan común y posible en todas las guerras anteriores, especialmente la Gran Guerra, una Primera Guerra Mundial de la que esta Segunda es claramente una consecuencia y sobre la que no es tan fácil construir un relato de buenos y malos que de alguna manera moral la justifique.
En este sentido, es muy relevante que mientras aquella Gran Guerra produjo una reacción de remordimiento y reflexión, la Segunda ha producido una preponderante reacción de banalización que ha terminado por convertir la violencia en un negocio y todo siempre desde la propaganda.
Porque el cine siempre se ha encargado de decirnos quienes somos, primero, y durante la propia guerra, como máquina de propaganda y posteriormente, como si esa máquina no pudiese parar del mismo modo que no pudo parar el complejo militar-industrial norteamericano, para posteriormente recordarnos puntualmente esa esencia que nos llevó a enfrentarnos al mal y que se encarna en nuestro estilo de vida.

Y dicho esto tendría sentido que esta historia de Dunkerque la levantase un vietnamita o un yemení o un iraquí o un afgano, pero lo cierto es que la levanta un creador de productos comerciales que pertenece a un occidente rico que lleva ya cien años sin experimentar una guerra en sus carnes... bueno.... no... lo cierto es que constantemente la guerra está presente en el ámbito virtual de la cultura de masas y lo está como representación frecuente de esa violencia banalizada.
Por eso, y si tienes alguna duda, este es otro ejemplo de que nuestra carne ya es virtual.
La existencia de una película como "Dunkerque" lo demuestra.

Es en ese contexto en el que se inscribe esa necesidad que muchos críticos de cine convierten en un valor intrínseco de "Dunkerque": mostrarnos la terrible agonía del segundo a segundo de la guerra, enfrentandonos a esa terrible realidad de cultura barbara de violencia que no creemos ser pero que en realidad somos y que el resto de pueblos del mundo, los que estarían verdaderamente legitimados para levantar una película como esta (o quizá parecida), padecen.
Pero los que padecen no tienen voz quedando reducidos a la condición de blancos sobre los que se dispara o cadáveres sobre los que el héroe salta.
Aunque estoy seguro de que, si hicieran su película, ésta no nos gustaría desde el momento en que nos convertiríamos seguramente en los malos, en sus malos, algo que va mucho más allá de lo nuesta conciencia construida desde la hegeliana posición del amo puede soportar.
Ellos mismos dejarían de ser los esclavos que están muertos o que callan y se someten por miedo a morir

Todas estas cosas estaban en mi cabeza mientras veía "Dunkerque" y, por supuesto, no la disfruté demasiado porque empecé a sentir la sensación incómoda de que era menos real el lado de la pantalla en que me encontraba que el otro, el de la ficción que en realidad se me antojaba como ese espejo adulador en que la madrastra de Blancanieves constantemente se miraba.

Cada vez somos más ficción.

domingo, julio 23, 2017

La Gran Transformación. Karl Polanyi

“Las consecuencias de la institucionalización de un mercado de trabajo resultan patentes hoy en los países colonizados. Hay que forzar a los indígenas a ganarse la vida vendiendo su trabajo. Para ello es preciso destruir sus instituciones tradicionales e impedirles que se reorganicen, puesto que, en una sociedad primitiva, el individuo generalmente no se siente amenazado de morir de hambre a menos que la sociedad en su conjunto se encuentre en esa triste situación. En el sistema territorial de los cafres (kraat), por ejemplo, «la miseria es imposible; resulta impensable que alguien no reciba ayuda si la necesita»1. Ningún kwakiutl «ha corrido nunca el menor riesgo de padecer hambre»2. «No existe hambre en las sociedades que viven en el límite del nivel de subsistencia» 3. Del mismo modo, se admitía también que en la comunidad rural india se estaba al abrigo de padecer necesidad y, podemos añadir, que así ocurría también en cualquier tipo de organización social europea hasta comienzos del siglo XVI, cuando las ideas modernas sobre los pobres, propuestas por el humanista Vives, fueron debatidas en la Sorbona. Y, puesto que el individuo no corre el riesgo de morirse de hambre en las sociedades primitivas, se puede afirmar que son en este sentido más humanas que la economía de mercado, y al mismo tiempo que están menos ligadas a la economía. Como si se tratase de una ironía del destino, la primera contribución del hombre blanco al mundo del hombre negro fue esencialmente hacerle conocer el azote del hambre. Fue así como el colonizador decidió derribar los árboles del pan, a fin de crear una penuria artificial, o impuso un impuesto a los indígenas sobre sus chozas, para forzarlos a vender su fuerza de trabajo. En ambos casos, el efecto es el mismo que el producido por las enclosures de los Tudor con sus estelas de hordas vagabundas. Un informe de la Sociedad de Naciones menciona, con el horror consiguiente, la reciente aparición en la sabana africana de ese personaje inquietante característico de la escena del siglo XVI europeo: «el hombre sin raíces»”

sábado, julio 22, 2017

La gran transformación. Karl polanyi

Resumiendo:

"Nada oscurece más eficazmente nuestra visión de la sociedad que el prejuicio economicista"

En detalle:

“Algunas personas dispuestas a admitir que la vida en un vacío cultural no es vida parecen, sin embargo, esperar que las necesidades de orden económico rellenen automáticamente ese vacío y hagan que la vida resulte vivible en cualquier situación. Esta hipótesis es abiertamente refutada por los resultados de la investigación etnológica. «Los objetivos por los cuales trabajan los individuos, escribe Margaret Mead, están determinados culturalmente y no son una respuesta del organismo a una situación exterior sin definición cultural, como por ejemplo una simple carestía. El proceso que convierte a un grupo de salvajes en mineros de una mina de oro, en la tripulación de un barco, o simplemente lo despoja de cualquier capacidad de reacción dejándolo morir en la indolencia a la orilla de un río lleno de peces, puede parecer tan raro, tan extraño a la naturaleza de la sociedad y a su funcionamiento normal, que se convierte en un funcionamiento patológico» y, sin embargo, añade, «es lo que generalmente sucede en una población cuando se produce una cambio violento generado desde el exterior, o simplemente causado desde fuera...». Y concluye: «Este contacto brutal, estos sencillos pueblos arrancados de su mundo moral, constituye un hecho que sucede con demasiada frecuencia como para que el historiador de la sociedad no se lo plantee seriamente»… Nada oscurece más eficazmente nuestra visión de la sociedad que el prejuicio economicista. La explotación ha sido colocada en el primer plano del problema colonial con tal persistencia que merece la pena que nos detengamos en este punto. La explotación, además, en lo que se refiere al hombre, ha sido perpetrada con tanta frecuencia, con tal contumacia y con tal crueldad por el hombre blanco sobre las poblaciones atrasadas del mundo, que se daría prueba de una total falta de sensibilidad si no se concediese a este problema un lugar privilegiado cada vez que se habla del problema colonial. Pero es precisamente esta insistencia sobre la explotación lo que tiende a ocultar a nuestra mirada la cuestión todavía más importante de la decadencia cultural. Cuando se define la explotación en términos estrictamente económicos, como una inadecuación permanente de los intercambios, se puede dudar de que haya existido en sentido estricto explotación. La catástrofe que sufre la comunidad indígena es una consecuencia directa del desmembramiento rápido y violento de sus instituciones fundamentales -no vamos a ocuparnos ahora de que se haya utilizado o no la fuerza en ese proceso-. Dichas instituciones se ven dislocadas por la imposición de la economía de mercado a una comunidad organizada de forma complemetamente distinta; el trabajo y la tierra se convierten en mercancías, lo que no es, una vez más, más que una fórmula abreviada para expresar la aniquilación de todas y cada una de las instituciones culturales de una sociedad orgánica”.

La gran transformación. Karl Polanyi

“La causa de la degradación no es, pues, como muchas veces se supone, la explotación económica, sino la desintegración del entorno cultural de las víctimas. El proceso económico puede, por supuesto, servir de vehículo a la destrucción y, casi siempre, la inferioridad económica hará ceder al más débil, pero la causa directa de su derrota no es tanto de naturaleza económica cuanto causada por una herida mortal inflingida a las instituciones en las que se encarna su existencia social. El resultado es siempre el mismo, ya se trate de un pueblo o de una clase, se pierde todo amor propio y se destruyen los criterios morales hasta que el proceso desemboca en lo que se denomina el «conflicto cultural» o el cambio de posición de una clase en el seno de una sociedad determinada. Para quien estudia los comienzos del capitalismo este paralelismo está cargado de sentido. Las condiciones en las que viven en la actualidad algunas tribus indígenas de África se asemejan indudablemente a las de las clases trabajadoras inglesas durante los primeros años del siglo XIX. El cafre de África del Sur, un noble salvaje que, socialmente hablando, se creía que contaba con más seguridad que nadie en su kraal natal, se ha visto transformado en una variedad humana de animal semidoméstico, vestido con «harapos asquerosos, horrorosos, que el hombre blanco más degenerado se negaría a llevar», en un ser indefinible sin dignidad ni amor propio, un verdadero desecho humano. Esta descripción recuerda el retrato que realizó Robert Owen de sus propios trabajadores cuando se dirigió a ellos en New Lanark mirándoles directamente a los ojos, fría y objetivamente, como si se tratase de un investigador en ciencias sociales y les explicó por qué se habían convertido en una población degradada. La verdadera causa de su degradación no podía ser mejor descrita que afirmando que vivían en un «vacío cultural» -expresión utilizada por un etnólogo para describir la causa de la degradación cultural de algunas audaces tribus negras de África tras su contacto con la civilización blanca 3-. Su artesanía está en decadencia, las condiciones políticas y sociales en que vivían fueron destruidas, están a punto de perecer por aburrimiento -por retomar la célebre expresión de Rivers- o de malgastar su vida y su sentido en el marasmo. Su propia cultura ya no les ofrece ningún objetivo digno de esfuerzo o de sacrificio y el esnobismo y los prejuicios raciales les destruyen las vías de acceso para participar adecuadamente en la cultura de los invasores blancos 4. Sustituyamos la discriminación racial por la discriminación social y surgen las «Dos Naciones» de los años 1840; el cafre es reemplazado por el habitante de los tugurios, por el hombre derrotado de las novelas de Kingsley”.

sábado, julio 08, 2017

La gran transformación. Karl Polanyi

La visión de Owen más global y completa que la visión de Marx, exhaustiva y completa pero sólo de una parte...

 “En 1817 describe Robert Owen el rumbo emprendido por las sociedades occidentales, y sus palabras resumen el problema del siglo que comienza. Muestra los poderosos efectos de las manufacturas, «cuando se las deja abandonadas a su suerte». «La difusión general de las manufacturas por todo un país engendra un nuevo carácter entre sus habitantes. Y en la medida en que este carácter se ha formado siguiendo un principio totalmente desfavorable para la felicidad del individuo o el bienestar general, producirá los más lamentables males y los más duraderos, a menos que las leyes no intervengan y confieran una dirección contraria a esta tendencia». La organización del conjunto de la sociedad sobre el principio de la ganancia y del beneficio va a tener repercusiones de gran importancia. Owen formula estos resultados en función del carácter humano, ya que el efecto más evidente del nuevo sistema institucional consiste en destruir el carácter tradicional de las poblaciones establecidas y en transformarlas en un nuevo tipo de hombre: emigrante, nómada, sin amor propio ni disciplina, grosero y brutal, cuyo ejemplo lo constituyen tanto el obrero como el capitalista. En términos generales, piensa, pues, que el principio de la ganancia y del beneficio resulta pernicioso para la felicidad del individuo y para la felicidad pública. De esta situación se seguirán grandes males, a no ser que se consiga hacer fracasar las tendencias intrínsecas de las instituciones de mercado: se precisa una orientación social consciente que las leyes harán efectiva. Sí, es cierto que la condición de los obreros, que él es el primero en detestar, es producto en parte del «sistema de socorros en dinero». Pero, en lo esencial observa algo que es válido tanto para los trabajadores de la ciudad como para los del campo, a saber, que «se encuentran ahora en una situación infinitamente más degradada y miserable que antes de que se introdujesen las manufacturas, de cuyo éxito dependen, sin embargo, para su pura y simple subsistencia». Una vez más plantea la cuestión de fondo, al poner el acento no tanto en las rentas cuanto en la degradación y en la miseria. Y como causa primera de esta degradación señala, una vez más con acierto, el hecho de que los obreros dependen exclusivamente de las manufacturas para subsistir. Capta, pues, que lo que aparece sobre todo como un problema económico es esencialmente un problema social. Desde el punto de vista económico, el obrero se encuentra evidentemente explotado: no recibe lo que le corresponde en el intercambio. Este es un hecho sin duda muy importante, pero no lo es todo. A pesar de la explotación, el obrero puede, desde el punto de vista financiero, encontrarse en una situación mejor que la que tenía con anterioridad, lo que no es óbice para que un mecanismo, absolutamente desfavorable al individuo y al bienestar general, cause estragos en su medio social, en su entorno, arrase su prestigio en la comunidad, su oficio y, destruya, en una palabra, sus relaciones con la naturaleza y con los hombres, en las cuales estaba enraizada hasta entonces su existencia económica. La Revolución industrial estaba en vías de provocar una conmoción social de proporciones aterradoras, y el problema de la pobreza no representaba más que el aspecto económico de este acontecimiento. Owen tenía razón cuando afirmaba que, sin una intervención ni una orientación legislativa, se producirían males cada vez más graves y permanentes.”

sábado, julio 01, 2017

La pasión de Michel Foucault, James Miller

"Hay momentos en la vida en que la cuestión de saber si uno puede pensar de un modo diferente al que piensa y percibir de un modo diferente al que percibe es absolutamente necesaria si uno va a seguir mirando y reflexionando. "La gente dirá, quizás, que estos juegos con uno mismo deben acontecer tras el telón, que son, en el mejor de los casos, parte del trabajo de preparación, y que se ocultan y borran cuando han conseguido sus efectos. ¿Pero qué es entonces hoy la filosofía, la actividad filosófica, si no es el trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo? ¿Y qué, si en lugar de legitimar lo que uno ya sabe, no consiste en averiguar cómo y hasta qué punto es posible pensar de un modo diferente?"

sábado, junio 24, 2017

La pasion de Michel Foucault, James Miller

"Desde las escuelas y las profesiones hasta el ejército y la cárcel, las instituciones centrales de nuestra sociedad, acusa Foucault, luchan con siniestra eficacia por supervisar y controlar al individuo, "para neutralizar sus estados peligrosos" y para alterarle la conducta inculcándole anestesiantes códigos de disciplina. El resultado inevitable son "cuerpos dóciles" y almas obedientes, horras de energía creadora."

sábado, junio 03, 2017

Sobre el concepto de pobreza

Pobre era todo aquel que debía trabajar para vivir...

"El término «pobre» puede originar confusiones a los modernos, para quienes poor y pauper se asemejan mucho. En realidad los gentilhombres ingleses consideraban que eran pobres todas las personas que no poseían rentas suficientes para vivir en la ociosidad. Poor era pues un término prácticamente sinónimo de pueblo. Y éste, a su vez, comprendía a todas las clases, excepto a la de los propietarios de tierras (no existía comerciante próspero que no comprase tierras). El término pobre designaba a la vez a los que pasaban necesidad y a todo el pueblo; incluía, pues, evidentemente a los indigentes, pero no se refería exclusivamente a ellos".

sábado, mayo 27, 2017

Pedro Sanchez

Vaya por delante que no me gusta Pedro Sánchez.

Como buen político que es marca blanca, a la búsqueda del éxito que pudiera acarrearle la defensa de una causa y su contraria, es un tremendo oportunista.
Su trayectoria está ahí y yo estaba allí escuchándole decir una cosa y su contraria, según la circunstancia y el interés. Nadie me va a convencer de que no lo hiciera, aunque quizá sí puedan convencerme de que lo soñé.

Otra cosa bien distinta es que se haya ganado mi respeto por haber sido capaz de jugárselo todo en el momento de la que podía haber sido su última oportunidad.
Él mismo lo dijo. Había sido capaz de irse al paro cosa que va directamente en contra de la actual definición de lo que es la política: el arte de mantener y mejorar el puesto de trabajo.

Y su valor ha sido de subirse al carro del descontento general.
El mensaje de resignación que la perezosa e interesada política "mainstream" transmite está teniendo su contrapartida en una ciudadanía que intenta resignarse, pero que está utilizando las oportunidades que le brindan los mecanismos democráticos para mostrar su descontento.
Y este descontento se resumen y manifiesta en el apoyo al más outsider de todos los candidatos.

Lo institucional ya no es un valor ganador, entre otras cosas porque ese orden que se defiende está haciendo daño a sus propios ciudadanos.

En este sentido, coincido bastante en el análisis del editorial de El País que convierte a Sanchez en un oportunista y populista.
Pero, y por supuesto, esta equiparación la hace para desprestigiar la victoria de Sánchez, entre otras cosas porque El País como portavoz del establishment no puede darse por enterado de ese proteico movimiento de contestación al que intentan etiquetar con la etiqueta del populismo.

Algo se sigue moviendo bajo los cimientos de la picadora de carne en que nuestras sociedades se están convirtiendo y el oportunista Sanchez ha tenido la valentía de, primero, reconocer la existencia de esa ola y, segundo, subirse a ella.

Los otros, los perezosos, los formales, se contentaron con sacar las mismas viejas palabras de siempre, palabras que desgraciadamente para su colesterólica pereza ya no tienen la fiabilidad de antaño.

Veremos ahora que hará Sánchez una vez que esa ola ha roto con maquiavélica precisión, resolviendo la reyerta de grupos de poder dentro del partido.
Tengo la impresión de que nada cambiará, pero si hay algo que tengo claro es que si Sánchez llega al convencimiento de necesitarlo no tendrá ningún reparo en ponerse a la izquierda de Podemos... pero también tengo claro lo contrario.

El triunfo de Sánchez no es por el momento el triunfo de una idea sino el triunfo de una astuta voluntad.

El sistema tiene una fisura en su estructura de dominación: la resignación ha contaminado a la propia política "mainstream" volviendola perezosa.
Y esa pereza pretende convertir la política en un acto de vacío intercambio en el que yo digo lo que tengo que decir y tu haces lo que tienes que hacer.
No sólo es un tema de populismo, es un tema de decadencia de una estructura de dominación que necesita de unas buenas y mejores mentiras para una población que en el fondo está deseando creerlas mientras confía no ser el desafortunado de mañana en la siniestra lotería de exclusión del capitalismo neoliberal.

Mientras sea otro al que le vaya mal, todo irá bien, pero, por favor, dame mierda de la buena para creer que en realidad no pasa nada.
Esta es la raíz del descontento.

Y en este sentido, puede que Sánchez sea todo un descubrimiento.
La renovación generacional de los guardianes de la máquina demostrando sus posibilidades resolviendo la reyerta interna del PSOE con autoridad y limpieza.
Con él parece más posible el viejo adagio de que todo cambie para que todo siga igual.
Mientras nada cambia, el cambio siempre a punto de producirse.
Un pistolero ha llegado a la ciudad.

Una cosa es una cosa y otra muy diferente es la abyección de tener que conformarse con Rajoy.

martes, mayo 09, 2017

El elefante en la habitación

Un grupo de personas están reunidas en una habitación. En medio de la misma, hay un elefante, pero ninguna de las personas que forman parte de esa reunión incluyen ese elemento de la realidad tan apabullantemente evidente en sus conversaciones.

La metáfora del elefante en la habitación es un modismo inglés que se utiliza para expresar la existencia de realidades que son bien conocidas por todos, pero de las que nadie quiere hablar.

Y la política del primer mundo hace tiempo que tiene un más que evidente elefante que es el deterioro de las condiciones de vida de buena parte de las clases medias y medio-bajas como consecuencia de las llamadas políticas de ajuste de corte neoliberal para combatir a eso que ya dura demasiado para serlo y que todavía es denominado como crisis.

La existencia de esa realidad ha supuesto la apertura de un nuevo de eje de entendimiento de la política, un eje que como línea fronteriza sitúa en un lado a la política tradicional y a otro a la política populista.

Los tradicionales no conciben la posibilidad de un cambio estratégico, asumen esta realidad de ajuste depresivo como natural e inmutable y como máximo proponen soluciones tácticas, cuando no se limitan a encogerse de hombros aceptando con resignación lo irresoluble del problema.

Los populistas plantean cambios estratégicos, de escenario, tanto desde la derecha más reaccionaria como desde la izquierda más revolucionaria.

Los primeros aceptan la agenda neoliberal como una verdad natural con independencia de las consecuencias negativas que recaen sobre la sociedad que dicen querer y defender, consecuencias que tienen que ver con una desigualdad creciente que produce la exclusión casi definitiva de los perjudicados como consecuencia de la progresiva destrucción de los estados del bienestar.

Los populistas admiten la existencia de esas realidad terrible y quieren luchar a su manera, desde la derecha o desde la izquierda, contra ella.

Y esto debería ser un valor en sí mismo con independencia de que sus soluciones nos parezcan aceptables o no.

Gente como Trump o Le Pen se atreven a hablar de ese elefante que hay en nuestra habitación.

No ignoran el creciente lado oscuro de la menguante luminosidad de nuestra realidad opulenta occidental y sin embargo el sentido común electoral sigue estando con la política electoral tradicional hecha por políticos correctos, de imagen impecable, que situados inflexiblemente la corrección política prometen gobernar nuestras sociedades desde un punto de vista que reconoce esa desigualdad que mata como inevitable.

Clinton o Macron seguramente no dirán nada preocupante pero con sus políticas contribuyen a la perpetuación de esa realidad que tanto te preocupa y de cuyos efectos negativos nadie parece hacerse responsable.

Y escribo todo ésto porque a las alturas de esta película debería ser un valor por sí mismo el atreverse a hablar de ese elefante, aunque luego esas soluciones que se proponen no nos parezcan aceptables por demasiado fascistas o demasiado comunistas.

No entiendo por qué es un valor positivo aceptar resignadamente el mejor de los males y sin embargo no lo es poner sobre la mesa temas que la correcta política tradicional no incorpora a su discurso por comodidad, pudiendo optar por las campañas de los medios de comunicación que ponen sobre la mesa toda la oscuridad de aquellos que se atreven a hablar del elefante como mejor o peor acierto.

Y parece mentira que en nuestras sociedades aparentemente educadas e ilustradas el debate sobre temas tan importantes terminen siendo reducidos a un relato emocional de buenos y malos.

No me gusta Le Pen, pero tengo que admitir que estoy más cerca de ella, que se atreve a hablar de ese elefante que de Macron que dice que no existe aunque esté apoyado en él.


La teoría de los sentimientos morales, Adam Smith


Todos los miembros de la sociedad humana necesitan de la asistencia de los demás…cuando la ayuda necesaria es mutuamente proporcionada por el amor, la gratitud, la amistad y la estima, la sociedad florece y es feliz…pero aunque la asistencia necesaria no sea prestada por esos motivos tan generosos y desinteresados…, la sociedad, aunque menos feliz y grata no necesariamente será disuelta. La sociedad de personas distintas puede subsistir, como la de comerciantes distintos, en razón de su utilidad, sin ningún amor o afecto mutuo…la sociedad podría sostenerse a través de un intercambio mercenario de buenos oficios…Pero la sociedad nunca puede subsistir entre quienes están prestos constantemente a herir y dañar a otros…La beneficencia, por tanto, es menos esencial para la existencia de la sociedad que la justicia. La sociedad puede mantenerse sin beneficencia, aunque no en la situación más confortable; pero si prevalece la injusticia, su destrucción será completa

lunes, mayo 08, 2017

La teoría de los sentimientos morales, Adam Smith


"…sentir mucho por los otros y poco por nosotros mismos, restringir nuestro egoísmo, y complacer nuestras afecciones benevolentes, constituyen la perfección de la naturaleza humana…así como amar al prójimo como a nosotros mismos es la gran ley de la cristiandad, el gran precepto de la naturaleza es amarnos a nosotros mismos sólo como amamos a nuestro prójimo o, lo que es lo mismo, como nuestro prójimo es capaz de amarnos"

sábado, mayo 06, 2017

La gran transformación, Karl Polanyi

I
“Para comenzar, debemos desprendernos de ciertos prejuicios del siglo XIX que subyacen a la hipótesis de Adam Smith relativos a la pretendida predilección del hombre primitivo por las actividades lucrativas. Como su axioma servía mucho más para predecir el futuro inmediato que para explicar un lejano pasado, sus discípulos se vieron sumidos en una extraña actitud en relación a los comienzos de la historia humana. A primera vista, los datos disponibles parecían indicar más bien que la psicología del hombre primitivo, lejos de ser capitalista, era, de hecho, comunista (más tarde hubo que reconocer que se trataba también de un error). El resultado fue que los especialistas de la historia económica mostraron una tendencia a limitar su preocupación por este período para pasar a considerar la etapa relativamente reciente de la historia, en la que se podía encontrar el trueque y el intercambio a una escala considerable -de este modo la economía primitiva quedó relegada a la prehistoria-. Este modo de presentar las cosas indujo a inclinar inconscientemente la balanza en favor de una psicología de mercado, pues resultaba posible creer que, en el espacio relativamente breve de algunos siglos pasados, todo había concurrido a crear lo que al fin fue creado: un sistema de mercado. Fue así como otras tendencias no fueron tenidas en cuenta y quedaron anuladas. Para corregir esta perspectiva unilateral habría sido preciso acoplar la historia económica y la antropología social, pero ha existido un rechazo contumaz hacia un enfoque de este tipo”.

II
"El descubrimiento más destacable de la investigación histórica y antropológica reciente es el siguiente: por lo general las relaciones sociales de los hombres engloban su economía. El hombre actúa, no tanto para mantener su interés individual de poseer bienes materiales, cuanto para garantizar su posición social, sus derechos sociales, sus conquistas sociales. No concede valor a los bienes materiales más que en la medida en que sirven a este fin. Ni el proceso de la producción ni el de la distribución están ligados a intereses económicos específicos, relativos a la posesión de bienes. Más bien cada etapa de ese proceso se articula sobre un determinado número de intereses sociales que garantizan, en definitiva, que cada etapa sea superada. Esos intereses son muy diferentes en una pequeña comunidad de cazadores o de pescadores y en una extensa sociedad despótica, pero, en todos los casos, el sistema económico será gestionado en función de móviles no económicos."

viernes, mayo 05, 2017

Aprendices y becarios

Una de las grandes ideas que se desprenden de la lectura del libro de Thomas Piketty, "El Capital en el siglo XXI", es que, y dicho en pocas palabras, nuestro mundo está regresando a situaciones de desigualdad del mundo anterior a la I Guerra Mundial.

Toda la renta acumulada por las clases medias y bajas está regresando a las clases altas para generar estructuras sociales en las que el 1% de la población posee el 95% de la riqueza.

Esto ya sucedía en lo que veníamos llamando los países del Tercer Mundo (si es que alguna vez dejó de suceder), pero lo relevante es que este proceso está empezando a afectar a los países del primer mundo.

Porque, si algo propone (y dispone) el neoliberalismo, atacando las estructuras de bienestar construidas durante buena parte del siglo XX, es un proceso de tercermundialización en el que cada uno es responsable de su destino y nadie que se encuentre en situación de ser protegido esté en condiciones de reales de serlo.

En definitiva, un mundo dickensiano del que son buen ejemplo estos restaurantes de estrellas Michelin en los que sólo falta pagar por trabajar y no tanto por el hecho de que sus cocineros sean propietarios y administradores de un saber por el que otros deban la contraprestación de su tiempo de trabajo no remunerado, sino por el otro hecho no menos cierto de que la viabilidad de esos negocios dependan precisamente de ese trabajo.

No creo que a nadie le parezca mal que un maestro reciba a cambio de su saber la contraprestación de un trabajo por parte del aprendiz, el problema es que sobre la base de esa promesa el maestro monte un negocio elitista, con precios exageradamente elevados y que le permita vivir muy bien de ello.

Ese es el matiz que estos chefs en su depravación, llamemoslo por su nombre, no perciben.

El saber convertido en instrumento de abuso.

Como dice uno de los personajes de Jean Luc Godard en su película "Film Socialisme" de 2010: "Siempre han habido miserables. Lo diferente de estos tiempos es que los miserables no tienen vergüenza de serlo".

Se nos muestran tal y como son.

Una de las principales consecuencias de ese utópico hombre neoliberal que es empresario de sí mismo es que la explotación que antes era estrictamente económica se convierte en una manera general de relacionarnos y relacionarse.

El otro convertido en un objeto entendido unicamente desde el punto de vista del beneficio que nos proporciona y por lo tanto explotable de forma natural.

Visto así el negocio hostelero de alto nivel se convierte en un agente precursor que nos muestra el mundo que se desea, el mundo que nos espera si es que no somos lo suficientemente humanos como para no hacer nada para evitarlo.

El Gulag líquido.

domingo, abril 30, 2017

Macron vs. Le Pen

Hay una pauta clara en la política electoral europea.

Ya hemos asistido varias veces a la producción de dos bloques. Los electorados se alinean en dos bloques: el candidato populista, por un lado, y, por otro, el candidato del establishment neoliberal apoyado a discreción y sin embajes por la prensa mainstream.

Y no puede ser de otra forma.

Los populismos con reales posibilidades electorales sólo pueden ser de derechas en los ricos países europeos. Después de todo, las grandes mayorías tienen mucho o poco que perder con la desigualdad a diferencia de Latinoamérica, que dio populismos de izquierda porque las grandes mayorías producto de sociedades ya muy desiguales no tenían nada que perder.

Lo que no ha cambiado es el papel de los medios de comunicación,

En ambos casos, intentan estructurar este enfrentamiento mediante una polarización: responsabilidad, estabilidad y posibilismo frente a irresponsabilidad, desestabilización y locura, por supuesto esta locura se tiñe, no sin motivos, con la ponzoña de los totalitarismos tanto de derechas como de izquierda.

Un nuevo episodio de esta polarización se produce en las elecciones francesas: el sonriente fascismo neoliberal y global de Macron contra el no tan sonriente fascismo nacionalista de Le Pen... Y sin embargo, la mala sigue siendo Le Pen.

Desgraciadamente, Le Pen propone salvar sólo a los franceses de sangre, pero a quién propone salvar a Macron.

Macron propone salvar a los que tienen, abandonando a su suerte a los que no tienen, sean inmigrantes o no.

Pero de esto, de las maldades de Macron no se habla como tampoco se hablaba de las sutiles maldades de Clinton frente a la ruidosa y evidente obscenidad de Trump.... Y sin embargo es gente como Macron o Clinton los que están haciendo el verdadero daño, el daño para la historia, a los opulentos habitantes del primer mundo.

Son ellos los que están desmontando salvajemente un estado del bienestar que utilizaba la riqueza acumulado con la explotación capitalista global para proteger a los desfavorecidos habitantes del primer mundo.

Es cierto que Le Pen no quiere ayudar a los inmigrantes pero Macron, como buen neoliberal, no quiere ayudar a nadie que no se pueda ayudar a sí mismo.

Y mientras Le Pen utiliza el nacionalismo para trazar sobre el suelo una línea que separa a los elegidos de los no elegidos, Macron utiliza el éxito económico para trazarla.

Francamente no sé qué es peor.. entre otras cosas porque no me entiendo tan antiguo como para entender la realidad como hace 50 años. Estos anteojos nos impiden ver una realidad en la que cada vez estaremos más abocados a elegir entre dos fascismos: el de ahora, el sonriente, el líquido y el de antes, el serio y endurecido.

Nos sobran consignas y clichés y nos falta una verdadera y auténtica reflexión sobre la realidad que nos rodea.

Y los medios están jugando un magnífico papel construyendo el enésimo relato de buenos y malos a los que estas sociedades tan abiertas tienen acostumbrada a nuestra adormecida y demediada inteligencia.

Hay fascismo del bueno y fascismo del malo, fascismo cool y fascismo hard.

La única diferencia es que las razones de las fascistas buenos no nos parecen tan malas. Otra cosa son sus consecuencias. Ahí están. Puedes encontrarlas llamando a cualquier puerta o doblando cualquier esquina.

Sólo tienes que aprender a ignorarlas mientras esperas que mañana la lotería del neoliberalismo no te toque y no tenga que quebrar esa empresa en que tipos tan encantadores como Macron te han convertido, lo quieras o no, y que eres tú mismo.

Ya va siendo hora de que los europeos nos pongamos las pilas.

sábado, abril 29, 2017

No deja de tener su gracia...

No deja de tener su gracia aunque no exista nada capaz de reírse.
En su evolucionar, la naturaleza ha generado una especie capaz de comprender el entorno vital en que se encuentra, un entorno vital que completamente carece del sentido que esa especie necesita para entenderse confortablemente en ese contexto.
Y confortablemente quiere decir llegar a deducir el valor especial y necesario que su yo consciente demanda de esa existencia.
Hay una tremenda y brutal contradicción entre la necesidad de comprender un todo que, por el contrario, existe sin necesitar ser comprendido en su carácter de mecanismo ciego que fue desencadadenado por un proceso energético inflacionario en el principio de los tiempos, por un desequilibrio carente de conciencia y voluntad.
Y la ironía está en que ese proceso, a través del ser humano, ha generado su propia voluntad para comprenderse pero la grandeza que encierra esa capacidad de autoconsciencia, glorificada por el filósofo Hegel y convertida en absoluto, colisiona con la modesta pequeñez de un mecanismo abandonado al proceso ciego de su propio impulso.
Y en medio de esa contradicción está la necesidad siempre insatisfecha de sentido.
Los dioses, la ciencia, el monstruo volador de los espaguetis y el fanatismo que desencadena la necesidad de que sean ciertos conviviendo con las propias limitaciones que trae consigo la intrínseca ambición que os ha hecho nacer. 
¿Qué son más ciertos: la palabra de dios o sus silencios?
Ninguno de los dos.
Y no deja de ser una lastima que esa ausencia esencial de sentido que desesperadamente buscamos rellenar (porque en el fondo no entendemos que tengamos la necesidad de comprender algo que no necesita ser compendido) no despierte en nosotros una carcajada que termine en la muerte de la necesidad que tenemos de estar en lo cierto, una necesidad que Descartes cifra glorificando nuestra capacidad para la razón y el pensamiento, una necesidad que es indiferente a nuestro entorno que para existir en su indiferencia de eones en absoluto precisa ser comprendido.
Somos nosotros y nuestra angustia, primero por saber y luego, ante las limitaciones de ese saber, por no terminar nunca sabiendo todo lo que quisiéramos saber.
Es un gran peso el de haber sido dotados de la capacidad para la razón y para el pensamiento.
Y es obvio que en absoluto nos la hemos arreglado para llevarlo.
Imagino que en el imposible de ser vistos desde fuera.por otra especie, por los propios animales que van y vienen sin más, quizá produzcan pena y conmiseración nuestras sempiternas necesidades de ser justificados, de estar en el cierto en diferentes creencias que el día a día de ese mecanismo pone a prueba, el esfuerzo por tener un sentido al que agarrarse que haga de todo esto algo más que un mecanismo al que nuestra razón quiere desesperadamente antropomorfizar conceciendole por lo civil o por lo penal un sentido y una finalidad.
De ahí vienen todos nuestros males.
De esa necesidad de estar en lo cierto, de descansar confortablemente en los fuertes brazos de un poderoso sentido que de cuenta de todo.
Existir sin más es un imposible para nosotros que, después de todo, nos hemos coronado como reyes de la creación.
Y lo peor de todo es que, como en el cuento del rey desnudo, nadie nos dice que vamos desnudos cada mañana cuando salimos bien vestidos del sentido que cada uno somos capaces de vestir.
Porque nunca habrá respuesta para las grandes preguntas que nuestra condición nos obliga a hacernos.
Y si las hay a lo máximo que llegan es a la condición de apuestas.
Nadie sabe de la vida tanto como los jugadores.