domingo, julio 31, 2016

Ligeramente cambia.
Se mueve en miles
de diferentes direcciones
mientras duermes.
No te espera.
Se transforma
ajeno a la fragilidad
de tu palabra,
de tu voluntad,
de tu deseo.
Ese lento trabajo
que es tu reino en la tierra
se descompone al viento
si tu palabra,
tu voluntad,
tu deseo
están ausentes
y no pueden respaldarlo
con el habitual esfuerzo
por ser de siempre.
Es contingente y relativo
ese absoluto tuyo de cada día
con el que mides y cifras
tu aquí y ahora,
tu espacio y tu tiempo.
Ligeramente cambia
y solo la triste vanidad
de volver a ser ese mismo
que ciegamente te supones
te encuentra despierto cada mañana
y te acompaña en el sordo esfuerzo
de vestirte ese escuálido orden
que eres tu mismo una vez más
mientras inocentemente te esfuerzas
por reconocerte de nuevo
en el esquivo reflejo
que pacientemente te devuelve
la infedilidad callada del espejo

Clinton vs. Trump

Desde que Bill Clinton se presentara por segunda y última vez a las elecciones, ningún candidato a la presidencia de los Estados Unidos contaba con unos porcentajes relevantes de desaprobación como los que presentan Hillary Clinton y Donald Trump.

Los números dejan con la boca abierta.

En esta ocasión, el sistema político norteamericano ha sido más que nunca incapaz de ofrecer a su electorado unos candidatos ilusionantes.

Estas elecciones a la presidencia de los Estados  Unidos tienen el dudoso honor de ser históricas en el sentido que los dos candidatos cuentan con unos elevados indices de desaprobación, superiores al 50%.

Por supuesto. Trump va por delante de Clinton, pero esta tampoco queda demasiado atrás hasta el punto de que Clinton, sobre el papel y según publica el Wall Street Journal, habría tenido poco que hacer, en cuanto a imagen, con ningún candidato republicano presentado a las elecciones a lo largo de los últimos 25 años.

Ver para creer.

Lo curioso es que el énfasis que se está poniendo en las zonas oscuras y erróneas del histriónico Trump está generando, para mi gusto, un distractivo efecto pantalla sobre el hecho de que, y como mal menor, la Casa Blanca pudiera llegar a ser ocupada por una candidata que siempre ha tenido más sombras que claros, unas sombras que el propio electorado norteamericano no tiene la menor duda existen.

No hay más que ver los problemas que Sanders ha dado a Clinton, más de imagen y contenido que de números, en la campaña para la nominación demócrata, pero no dejan de ser relevantes las victorias de Sanders sobre Clinton por todo el país.

En este sentido, no tengo la menor duda de que a Clinton le ha venido a ver la virgen con la candidatura de Trump.

Percibida por su electorado como fría, distante, interesada, prepotente, pro-establishment, profesional en el sentido negativo de la palabra, la imagen pública de Clinton es desastrosa y tampoco la propia trayectoria, su propia carrera habla demasiado a su favor desde su inicial implicación con las aseguradoras médicas privadas hasta su implicación en el desastre en que los Estados Unidos han sumido el Oriente Medio o la propia Libia.

La realidad es que pocas cosas buenas tiene a su favor Hillary Clinton por si misma.

Es la comparacion con Trump la que hace de ella un mejor candidato de lo que en realidad es. Y esto también vale.

El problema será cuando desaparezca el punto de comparación, pero no deja de resultar irónico que, amparado en el divertimento histriónico que ofrece Trump, se cuele en la Casa Blanca otro político lobista, la quinta esencia del detestado político de Washington, que nunca ha gustado demasiado por sí mismo y cuya imagen pública resume todos los rasgos del candidato perdedor, un candidato que ni siquiera gusta a las mujeres como mujer.

Por eso creo que Trump tiene más opciones de las que parecen, pero también creo que Clinton las tiene.

Y también creo que será una dura campaña a la defensiva, en la que los dos candidatos intentarán controlar sus zonas erróneas (que son demasiadas) a la espera del error del adversario, un error que su propio electorado aguarda porque más que nunca sabe que sus candidatos van a intentar engañarles.

Los errores si existen serán decisivos por lo que tengo la sensación que las primarias van a mostrar más vida e interés que una campaña a la presidencia donde el menos malo tendrá las opciones de ganar.

Los asesores de imagen más que nunca van a ser decisivos y la propia Clinton ya trabaja en reinventarse con la asesora de Michelle Obama.

Veremos que sucede, pero no es una buena noticia para el mundo la victoria de cualquiera de los dos.

Me temo que cada uno de ellos será nefasto a su manera y que habrá motivos para el que quiera engañarse pueda hacerlo pensando que Clinton es mejor solamente porque no es Trump (y viceversa), pero, ya se sabe, para gustos los colores.

Y estoy seguro de que la victoria de Clinton será la victoria del mal menor.

sábado, julio 30, 2016

Varas de medir

Durante esta semana ha surgido de la noticia del procesamiento del Partido Popular por la destrucción de los discos duros de los ordenadores de Luis Bárcenas, uno de sus contables y gerentes.

Esta destrucción no significa otra cosa que el partido político más votado por los ciudadanos de nuestro país está siendo procesado por destrucción de posibles pruebas y, consiguientemente, obstrucción a la justicia dentro de un proceso de investigación asociado a la financiación ilegal del propio partido mediante la corrupción.

Si uno se lee los papeles no puede tener la menor duda de que del, llamemosle, especial ensañamiento con el que los imputados borraron los discos duros la existencia de información en esos discos: repetición del proceso 35 veces, rallado fisico del hardware, rotura con martillo... No creo que se trate del proceso habitual de borrado de un disco, especialmente si se argumenta que los ordenadores eran del partido y se preparaban para quedar disponibles para otro usuario.

Pero nunca se sabe.

La corrupción puede haber colocado a un tonto y a otro más tonto en las posiciones a las que correspondía tomar esta clase de decisiones en el organigrama del partido.

En cualquier caso, y teniendo en cuenta el incidente televisivo con el diputado y jornalero Diego Cañamero, esperaba ver en la red algún vídeo viral en el que tertulianos y periodistas televisivos acosaran a algún portavoz del Partido Popular en alguna televisión cualquiera.

Bueno, en realidad, no lo esperaba.

La rotundidad implacable de los atildados defensores de la verdad con un Cañamero defendiendo la inocencia de Andrés Bodalo ya juzgado y condenado por desacato a la autoridad ha brillado en general por su ausencia con respecto a un Partido Popular al que se acusa de hacer lo que se espera que haga el malo en cualquier película policiaca: destruir pruebas.

Sobre esto, y con alguna honrosa excepción, la guapa prensa mediática ha pasado de puntillas.

Las reglas de enfrentamiento que se aplican a la gente de Podemos cuando se les enfrenta a sus posibles contradicciones o a puntos potencialmente débiles como defender la inocencia de alguien ya condenado son mucho más severas.

No veremos nunca a ningún portavoz del PP en la posición de Cañamero y no lo veremos porque las reglas de enfrentamiento que se aplican a los nuestros frente a las que se deben aplicar a los otros no pueden ser otra cosa que diferentes.

Porque, y por encima de las diferencias reales o escenificadas, hay un escenario mediático que, cada día, representa la consagración de lo que es correcto y la condena de lo que es incorrecto... Y en esto todos coinciden.

El entramado ideológico que sustenta este sistema se representa y pone por obra en los medios de comunicación.

Se cumple la esencial función de informar en su sentido más literal, es decir, dar o transmitir una forma a algo que no lo tiene (nuestra percepción de las cosas).

Y en este sentido, el objetivo principal es la construcción de un nosotros frente a un otros, bárbaros que están en las puertas y que las merodean en busca de la mejor manera de penetrarlas.

Dentro todo siempre es matizable.

La mesura debe imperar entre los iguales.

Pero para los otros, para sus debilidades, contradicciones y limitaciones la dureza es de obligado cumplimiento.

Así, hemos escuchado que alguien que dice "poblema" no debería ser diputado pero no escucharemos jamás que alguien que no ve un problema en que su partido sea imputado no debería ser diputado.

Sería demasiado duro.

Porque el objetivo es abordar la relación con esos otros desde el cuestionamiento, desde la duda, conseguir la desligitmación desde el inicio.

Es la doble vara de medir que permite a los medios realizar una suerte de pastoreo de la opinión pública orientada al mantenimiento del orden establecido.

Los otros son mentirosos, estúpidos, peligrosos o, como mínimo, lo mismo que nosotros en lo peor.

Lo importante no es lo que se dice sino quien lo dice.

El lío viral siempre se monta en torno a los mismos con matemática precisión.

El respeto siempre se pierde con esos mismos.

Como si no hubiera motivo para liarla con los demás pero precisamente son tratados con ese siniestro respeto que define la distancia que separa a los suyos de los nuestros.

Porque todavía hay clases.

jueves, julio 28, 2016

Stranger Things

Los actores infantiles tienen algo en común con los actores profesionales.

En su libro "El tiempo de lo sagrado", el cineasta Pier Paolo Pasolini expresa, a mi entender, muy bien ese punto en común que, por añadidura, es su principal virtud.

Pasolini habla de la necesidad de darse por completo a sí mismos para interpretar. Los no profesionales por falta de técnica y oficio, los niños la falta de una madurez que les permita mediar entre ellos mismos y ese personaje.

El resultado siempre es pura potencia.

"Stranger things" lleva a la excelencia la pura potencia que ofrecen los actores infantiles que la protagonizan, especialmente Millie Bobby Brown que compone un inolvidable personaje, el de Eleven, cuya presencia abarca los ochos capítulos de la serie con el poderoso magnetismo de sus silencios y de su elocuente mirada.

Por supuesto, "Stranger Things" también es un magnífico cóctel construido con el espíritu del mejor cine comercial de los ochentas del siglo pasado.

Por un lado, el imaginario spilbergeriano en el que la poderosa voluntad mágica de la infancia, convertida en principio del deseo, es puesta siempre a prueba por el mundo de los adultos, convertido en el aguafiestas y castrador principio de la realidad. En esa pugna el cine producido por Amblin Enterteinment generó todo un universo en el que la infancia se convertía en una suerte de interpretante heroico del complejo y retorcido mundo de los adultos.

Por otro, el cine exploit de directores como John Carpenter, un cine protagonizado por esos monstruos que tan queridos son precisamente por ese mundo de los niños para constituir un relato en el que precisamente encarnan metafóricamente ese principio de realidad, de muerte, que sin comprenderlo del todo se aprende a temer como parte de un proceso de maduración que erosiona la propia infancia.

Todo esto está en "Stranger Things", una serie que con encantadora modestia se presenta como un magistral cuento de miedo en el que un grupo de niños deben enfrentar a un monstruo que es fruto de ese sueño de la razón, el único sueño al que los adultos pueden ya abandonarse.

Pero sobre todo, "Stranger Things" es la conmovedora historia de Eleven, con un pie en el mundo de los niños y el otro en el mundo de los adultos.

No te la puedes perder.

Brillante.

domingo, julio 24, 2016

Zulú

Me gustan los "thrillers" que no son un paseo triunfal para el héroe y no lo son porque lo ponen a prueba precisamente en su incuestionable papel de héroe.

Lo hieren, lo golpean, lo transforman hasta el punto de que, para seguir siendo el héroe, tiene que para siempre dejar de serlo, descubrir un lado oscuro, el territorio donde viven todos esos malvados villanos contra los que lucha.

Y todo porque la realidad que enfrenta es mucho más compleja y difícil, un espacio de lucha entre iguales por la supervivencia en el que la ética es un síntoma de debilidad.

Manda el animal.

Las cosas siempre son mucho más complicadas de lo que uno imagina y la vida, cuando pone a prueba, lo hace a saco y sin concesiones... y casi siempre uno sobrevive de milagro si es que consigue regresar al otro lado: el de la verdad, la lucidez y la claridad... que, por si no lo sabes, son esquivas y siempre se cobran su precio.

Es imposible regresar intacto cuando uno se mueve desde la idea a la cosa.

Y en ese viaje uno puede quedar tan expuesto como para llegar a perderlo todo.

"Zulú" es uno de esos "thrillers" y, por supuesto, me entusiasma.

Ya tenía en los altares a su director, el francés Jerome Salle.

Su talento ha parido "Anthony Zimmer", una de mis películas favoritas de siempre, una de las películas más de Hitchcock sin Hitchcock y teñida de un elegante romanticismo salvaje que todavía, después de cinco o seis visiones, sigue pudiendome,

Ya lo tenía en los altares, como digo, pero ahora le tengo aún más con esta tremenda "Zulú".

Situada en la compleja realidad sudafricana, la historia nos presenta a dos policías: Ali Sokhela (Forest Witaker) y Brian Epkeen (Orlando Bloom).

El primero es un zulú idealista, empeñado en la justicia y en que su trabajo puede marcar la diferencia, mientras que el segundo, un blanco, se mueve más entre los grises de una vida compleja y difícil que le hace estar siempre pisando líneas que no deben ser cruzadas.

Ambos se enfrentarán a una trama de corrupción y narcotráfico que les llevará al límite y, especificamente, a Sokhela a un proceso de descomposición de su radiante armadura de héroe, convirtiendole en una suerte de prototipo de personaje romántico consumido por una realidad a la que se enfrenta armado con el idealismo de su pensamiento.

En cierto sentido, "Zulú" consume el retrato idealista de la Sudáfrica de Mandela a través del personaje de Sokhela.

Ya nada queda de aquel sueño.

Ya nada está a salvo de la abyección del dinero.

Estupenda.




domingo, julio 17, 2016

Money Monster

¿Quién no querría ver a uno de esos tiburones de las finanzas, responsable de esto que algunos llaman crisis, desenmascarado y ajusticiado publicamente?

"Money Monster" se encarga de hacerlo.

Ya que en la vida real no ha sucedido. "Money  Monster" es una historia que sin el menor escrúpulo se dirige al vientre del espectador para mostrarle un algo que sin duda es una confesada fantasía.

Pero es precisamente éso lo que me incomoda: la ficción reemplazando a la realidad en una situación donde esta debiera haber proporcionado el sentido que aquella ofrece.

Y tengo que confesar que encuentro perversas todas estas películas que intentan narrar una situación y una crisis.

Encuentro perverso que los escenarios reales que constituyen la política y la justicia tengan que ser reemplazados por la ficción en un tema que tiene tan claras repercusiones en nuestras vidas.

Las cosas están muy mal, tan mal que el propio sistema que nos destroza utiliza sus propios desmanes como carnaza que pone a la venta para reproducirse como tal, como si los verdaderos efectos de esa crítica fuesen imposibles y todo estuviera atado y bien atado (que lo está).

¿Te imaginas una película de la Alemania nazi describiendo a un protagonista de raza judía condenando y luchando contra el exterminio de los suyos dentro de la propia Alemania?

Ellos no llegaron tan lejos, pero el capitalismo neoliberal sí.

Hemos cruzado demasiadas líneas rojas y hemos ido demasiado lejos, tan lejos que ya ni siquiera sabemos donde estamos: sólo queremos vender y consumir.

Todo lo demás no importa.

Y "Money Monster" estaría bien si generase un debate en torno al por qué la verdadera justicia en determinados aspectos está quedando relegada a la ficción, como si el mundo feliz de la sociedad abierta que decimos ser hubiera quedado relegado a la condición de imposible sueño que el espectador debe realizar de manera privada y de pensamiento en la sala oscura del cine.

Porque las cosas son mucho más complicadas ahí fuera, donde crece la luz y los malvados se salen con la suya con la novedad, como decía Godard, de ni siquiera tener que disimular que lo son

La justicia relegada a un mero asunto de ficción cuya exposición pública ni siquiera incomoda al sistema como hace 40 años.

Por algo será.

Antes estas tramas de injusticia sucedían en remotos lugares de Oriente Medio, Asia o Latino América, ahora suceden en nuestras calles.

Pero esto no parece importarnos demasiado.

El resultado de todo el proceso de ilustración y modernidad inaugurado en el siglo XVIII parace haber desembocado en un mundo donde el vientre (y no la cabeza) tiene el control.

Estamos fatal de los nuestro.



viernes, julio 15, 2016

Independence Day 2: Contrataque

Veinte años después de la primera "Independence Day" nos llega en este verano de 2016 una segunda entrega que, más o menos, viene a ofrecernos lo mismo sólo que incrementando en volumen y seguramente en espectacularidad.

Nadie como el alemán Ronald Emmerich para imaginar diferentes y variados apocalipsis de los que la raza humana consigue escapar siempre por un muy escaso margen y, por supuesto, apelando a unos valores y virtudes como especie que parece sólo encuentran ocasión de aflorar cuando las cosas están realmente jodidas.

Mientras tanto nos sacamos las tripas los unos a los otros en la mejor línea del capitalismo salvaje que poco a poco nos está convirtiendo en unos sofisticados monstruos de apariencia civilizada... pero esa es otra historia.

Desde los desastres climáticos que asolaban el planeta en "El día de mañana" o "2012" hasta estas dos entregas protagonizadas por esta incompetente raza de extraterrestres que, con toda la poderosa tecnología que tienen, son incapaces de pulverizarnos de una maldita vez, a Emmerich se le da muy bien manejar el desastre desde un eficaz despliegue de efectos especiales que en absoluto descuida el desarrollo de personajes con una mínima identidad sobre la que construir el preciso anclaje emocional imprescindible para que las historias.

En este sentido, esta segunda entrega de "Independence Day" sitúa al espectador en un futuro utópico en el que la humanidad se las ha arreglado para reciclar tecnología extraterrestre y crear un mundo mejor en el que, y en la mejor línea del nuevo sueño americano, prepararse para la guerra es un aspecto esencial de ese estilo de vida.

Y, por supuesto, la preparación para la guerra no puede ser infructuosa-

Y muchos más extraterrestres en una nave más grande regresan buscando revancha a nuestro pequeño planeta azul.

Y es imposible que nadie nos pueda vencer, cuando nos lo tomamos en serio y nos ponemos de verdad a ello.

Nacionalismo planetario del bueno.

domingo, julio 10, 2016

Magical Girl

Las claves para procesar "Magical Girl" son proporcionadas por su director, Carlos Vermut, en la primera secuencia de la película.

En esta se nos presenta a Barbara y Damian.

Damián es un profesor que considera que las matemáticas son la única y verdadera realidad mientras Barbara es una alumna adolescente que es capaz de jugar con él haciendo desaparecer una nota.

Posteriormente, y de manera tangencial, a través de otros personajes unidos por el azar, la relación que con el tiempo han venido manteniendo Damián y Bárbara desde una distancia sin duda impuesta por la cordura básica que impone el propio instinto de auto-conservación.

Vemos que a ninguno de los dos le ha ido bien: Bárbara tiene problemas psiquiátricos que se combinan con un pasado oscuro como prostituta mientras Damián ha pasado buena parte de su vida en la cárcel.

Sin embargo, veremos, y como consecuencia de la aparición de esos personajes a través de los cuales Vermut aproxima al espectador a la historia de Damián y Bárbara... veremos, como escribo, que esa distancia no lo es tal cuando uno de los dos cree necesitar al otro.

Y enseguida se adivina que Vermut juega con las claves narrativas del fim noir para ofrecer una versión fronteriza entre lo castizo y lo ilustrado del género que funciona a las mil maravillas.

Porque Bárbara es esa mujer fatal, esa mujer del cuadro, recordando el film de Fritz Lang, que seduce al hombre envenenándole con el misterio de una inclasificable fascinación que siempre está relacionada con la presentación de la mujer como una suerte de existencia telúrica, en inestable y volátil contacto con sus propia emociones que en a mejor y más aceptable de sus versiones le convierte en un egoísta animal depredador que persigue por encima de todas las cosas su propio interés.

En este sentido, y para mi gusto, Bárbara es una de las grandes mujeres fatales del cine y la fascinación magnética que ejerce sobre el espectador es total, gracias fundamentalmente al gran talento de Vermut para construir el personaje y el no menor talento de Barbara Lennie para encarnarlo.

En realidad, todo gira en torno a Bárbara en "Magical Girl", convertida en una especie de sol negro que todo lo devora con el oscuro magnetismo de un encanto indefinido que sólo puede explicarse con la palabra "peligro".

No en vano su psiquiatra marido tiene que esperar a que ella duerma profundamente para poder abandonarla.

Bárbara es la mujer fatal, pero la mujer fatal sin un claro objeto de deseo y por lo tanto, general y universalmente peligrosa para sí misma y para todos los que de alguna manera u otra tienen que ver con ella.

Y resulta magistral en modo en que Vermut la introduce en la historia, presentándola como un personaje débil y dependiente para, poco a poco, mostrar ante la encantada mirada del espectador el personaje poderoso, de influencia magnética sobre su entorno, que en realidad Bbárbara es.

Sin duda, ésto es para mi gusto lo mejor de "Mágical Girl": el modo pasivo-agresivo en que Bárbara se apodera de la historia y de todos los personajes que la protagonizan, pasando de victima a verdugo, aún siendo ella misma victima.

Bárbara es esa magical girl, pero su magia siempre termina resultando letal y peligrosa.

Parafraseando los versos de Cesare Pavese, son los ojos de Bárbara con los que te mira la muerte cuando viene.

Magistral.


sábado, julio 09, 2016

Está bien ser un santo.
Está bien ser un santo sin todo lo malo
que tiene ser un santo:
tener poco, con desear nada,
con dar más de lo que es conveniente,
con todas esas cosas tan molestas,
tan dificiles de cumplir hoy en día
cuando, con el aplauso general,
uno es orgulloso y confeso animal
solo racional a veces.

Está bien regresar a casa sin mancha,
oliendo a santidad de rosas,
pero en realidad podrido,
con manchas y sin rosas.
Tenerlo todo,
la buena conciencia
y las malas acciones.
Tener a dios preso,
al otro lado del espejo
y sacarlo a pasear
las mañanas de Domingo
y demás fiestas de guardar.
Tener todas las ventajas del mal
y también, de propina.
las hermosas y embellecedoras,
ventajas que siempre tiene el bien
cuando uno lo viste de buena mañana
con la cara lavada y recién peinado

Nueva y vieja política

Escuchando la reflexión que Pablo Iglesias hace sobre el "contratiempo" sufrido por Podemos en las pasadas elecciones del 26J me queda cada vez más claro que la nueva política no es otra cosa que, parafraseando la definición que Clausewitz hacía de la guerra, la ejecución de la vieja política por otros medios y con otras palabras.

Iglesias dice que Podemos es demasiado nueva, tan nueva que muchos españoles, enfrentados a la posibilidad de una victoria de Podemos en las elecciones, se han echado atrás optando por cualquier otra opción, por supuesto más conservadora.

Esta reflexión me recuerda bastante a esa situación tan hipócrita que se da en las entrevistas de trabajo y en la que el entrevistador te pregunta por tus defectos y tu vas y dices que te entregas demasiado o que trabajas demasiado... En realidad, no comentas un defecto sino una virtud llevada al exceso y como tal, por excesiva, convertida en defecto con la boca pequeñita y de piñón.

Algo así, tan hipócrita,  la base de la reflexión de Pablo Iglesias.

Siguen siendo nuevos y, lo que es peor, el país no está preparado aún para ellos.

Hemos pasado de ser un movimiento transversal que encarnaba la opinión de una mayoría social y que estaba predestinado a alcanzar el poder, a ser un movimiento avanzado a su época que, por sociología, no puede alcanzar mayorías estables aún.

Lo opuesto y su contrario dicho en apenas dos años de diferencia.

Cero de autocrítica.

O sea, la vieja política de siempre y su obsesión por gobernar, por no aparecer como equivocada, por encima de todas las cosas.

La vieja política no ha muerto.

Está muy viva y está comiéndose por los pies a Podemos.

Y seguramente Podemos no ha crecido lo que sus responsables esperaban no por ser demasiado nuevo sino precisamente por mostrarse demasiado vieja o, por lo menos, tan vieja como cualquiera de sus competidores.

Esa diferencia de la que se presumía de manera ostentosa no ha aparecido, no se ha visto por ningún lado... y sigue sin aparecer.

Incluso ya ha asomado en el discurso de los líderes de Podemos la palabra "responsabilidad" en cuyo nombre, como el de la "Patria", ya se están cometiendo muchos crímenes.

Y por supuesto, junto a la responsabilidad, la necesidad de ser más partido que movimiento social.

Por todo esto los votos perdidos por Podemos han pasado directamente a la abstención.

Un millón y medio de personas han visto claramente el percal que empieza a ofrecer Podemos: ser uno de los polos dentro del bipartidismo, el socialdemócrata, el bueno.

Y mola ser socialdemócrata... uno puede tener todas las ventajas de ser de izquierdas sin ninguno de sus inconvenientes... Incluso se puede ser millonario y socialdemócrata.

Entiendo perfectamente a Pablo Iglesias.




Dioses de Egipto

No creo que "Dioses de Egipto" sea demasiado diferente en sus virtudes y defectos, que son unos cuantos, del resto de productos que la industria cinematográfica pone cada semana en el escaparate de la pantalla blanca.

Argumentos inanes para los que la simpleza queda aun demasiado lejos, personajes más planos que la línea del horizonte, tramas previsibles compuestos de pedazos de otras tramas también previsibles, exceso barroco de efectos especiales, carencia de unicidad orgánica en la historia que se nos cuenta, defectos todos asociados a la necesidad de producir puesta por encima de una voluntad verdadera de crear.

El resultado de esta necesidad convertida en preponderante como consecuencia de otra necesidad, la de seguir pagando las facturas, es la producción directa de copias, nunca de originales, que siempre son consecuencia de otro tipo de procesos mucho más cercanos a lo que podríamos llamar el evento creativo (y algunas veces artístico).

Sin embargo, la necesidad de estas copias es la de reivindicarse como originales, una de cuyas principales virtudes es su capacidad de proporcionar al espectador una experiencia que justifique el tiempo que dedica a ella, pero la realidad es mucho peor. Las coartadas del arte o del entretenimiento son meras escusas que embellecen la mera necesidad de ejecutar el acto de consumo, un acto que es inevitable, que debe ser ejecutado para que el sistema continúe reproduciendose.

No obstante, la existencia de esas escusas que son como el azul de ese cielo protector que, según Paul Bowles, nos protege de la visión del abismo negro que nos rodea y devora constantemente imponen una serie de esclavitudes que deben ser cumplidas para que precisamente funcionen como coartadas.

Y una de ellas es el debate de la calidad, de si una película-producto es buena o mala.

Un debate muy propio cuando se habla de originales, pero no necesariamente tan adecuado cuando se realiza sobre copias.

¿Podríamos decir si una coca-cola es mejor que otra?

Puede que nos encontremos con alguna caducada o que haya perdido el gas, pero, en general, la virtud del producto es la precisión en su repetición. Y de este planteamiento sólo puede deducirse que sólo a la serie de productos se le debe aplicar la cualidad de bondad o maldad, no a productos que no son más que meras partes, sin diferencia esencial que justifique un tratamiento individualizado.

No obstante, la retórica asociada a la comercialización del producto demanda que se reproduzca la ilusión de unicidad de ese producto.

Aún no existe a obligación de consumir que haría innecesaria la diferenciación de las copias y si existe un campo donde todavía somos libres es precisamente en la elección de qué copia queremos consumir, pero para ello, para arropar el efecto de realidad del mecanismo de elección, es necesario construir un espacio que proporcione elementos al consumidor para la construcción de esa misma elección.

Y en ese espacio se muestra el producto en todo su esplendor pero también es calificado, recurriendo a mecanismos de otros tiempos en los que todavía podían producirse originales porque el mercado no dominaba completamente todas las actividades artísticas.

Y dentro de ese espacio no todas las elecciones tienen que ser buenas. Debe existir el criterio que marca la línea entre lo que está bien y está mal, un criterio que define el marco asociado a cada uno de esos productos.

Y dentro de ese marco, productos como "Dioses de Egipto" lo tienen muy complicado por su extravagancia.

La necesidad de encontrar un chivo expiatorio sobre cuyo cuerpo ejecutar la ceremonia que inaugura la fantasmagoría del eje de la calidad suele cobijarse en todo aquello que se aleja de la media artimética que define el producto.

"Dioses de Egipto" se aleja bastante de la media con su propuesta de contar la mitología egipcia trufada con algunos aspectos de la hipótesis de los alienigenas ancestrales, pero honestamente no me siento capaz de decir si es mejor o peor que cualquier otro blockbuster basado en el músculo de los efectos especiales.

Y no me siento capaz de de decirlo porque en realidad no es mejor ni peor, sino una prolongación de la misma película, del mismo producto.

Ni mejor ni peor que la que estrenarán la semana que viene y que sucederá en una galaxia muy lejana.




domingo, julio 03, 2016

Pat Garrett y Billy the Kid

Una de las pocas cosas que tengo claras es que tengo que volver a ver una película de Sam Peckinpah de vez en cuando.

Su figura siempre se aborda desde el conflicto y la violencia. Por un lado, se le considera como una especie de maestro a la hora de dar a la violencia una cierta entidad, una cierta pátina que la puede hacer admisible en su presentación por exceso y por otro, su figura se aborda desde la perspectiva de un director maldito, siempre a la greña con el dinero de Hollywood y por lo tanto un perdedor incapacitado por llevar a la práctica las películas que tenía en la cabeza y en el corazón.

Y aún siendo verdades como puños, no creo que estos aspectos sean los relevantes a la hora de considerar la obra de Peckinpah.

Porque por encima de todo, Peckinpah es un autor, una imposible "rara avis" que, contra todo y todos, intentó hacer su cine a espaldas de todo lo que no fuera su cabeza y su corazón.

Un autor a la europea, con un mundo propio, lleno de una poesía elegíaca que construye sobre el eterno lamento por lo que se pierde un discurso desesperado y nihilista centrado en ese "Why not" que sus personajes repiten como un mantra transversal en todas sus películas.

En este mundo en el que el tiempo siempre pasa demasiado pronto sorprendiendo a sus personajes en posiciones desesperadas como consecuencia de intentar seguir siendo, la violencia sólo es un medio para expresar ese fin, un lenguaje a través del cual afirmar una determinada posición y expresar al mismo tiempo su dramática imposibilidad.

Peckinpah construye todo su discurso sobre eso que Georges Bataille llamaba " el consumo intenso de la vida", de una efervescencia general cuya raíz se expresa con un verso del poeta griego Yorgos Seferis: "Todo busca quemarse".

Peckinpah profundiza en nuestra sombra, encuentra un sentido a todas esas cosas que rechazamos de nosotros como seres humanos concibiendo la violencia como una expresión extrema de ese inevitable conflicto entre nosotros y el tiempo.

Y en ninguna película de su filmografía está tan claramente expresado ese carácter elegíaco como en "Pat Garrett y Billy the Kid" que para mi gusto presenta algunos aspectos como de tragedia griega presentando a los dos personajes protagonistas como representativos de dos maneras antagónicas de enfrentar el paso del tiempo.

Garrett intenta adaptarse mientras Billy the Kid se mantiene firme a un estilo de vida que los tiempos parecen haber dejado atrás.

El pragmático y el idealista.

Los dos sólo intentan seguir viviendo.

Y lo mejor del punto de vista de Peckinpah es que no hay nada personal entre ellos.

Sólo son maneras de seguir intentandolo cuando los tiempos cambian.

Simplemente no pueden evitar ser lo que son.

Obra maestra.

sábado, julio 02, 2016

Los sofistas y el 26 J

Los sofistas fueron una escuela filosófica que dominó la comunicación del saber en la Atenas del siglo V antes de Cristo.

Fueron los primeros en cobrar por enseñar una sabiduría que se les suponía como filósofos, una sabiduría especialmente orientada a los aspectos prácticos de entender y organizar la vida en sociedad.

En la Atenas del siglo V donde hablar para expresar la propia opinión de manera convincente y, lo que es más importante, saber defenderla frente a opiniones opuestas eran aspectos esenciales de la vida social los sofistas pronto se convirtieron en los maestros en el arte de convencer.

El medio pasó a convertirse en fin.

Lo importante no era convencer sino vencer.

El objetivo era vencer mediante la palabra, aunque lo que se dijese no fuese necesariamente verdad.

Lo importante era resultar eficaz y convincente en la expresión (sin el menor escrúpulo) del propio punto de vista.

Y contra los Sofistas se levantó Platón, contra el mal que estaban haciendo a la democracia griega y al pensar en general, escribiendo su famoso diálogo "El sofista o del ser"

A este respecto no me interesa tanto su influencia sobre la historia del pensamiento, que no fue del todo negativo, sino la influencia perversa que tuvieron sobre la democracia griega abordando la verdad o la falsedad de los argumentos desde un punto de vista meramente táctico y desvalorizando la necesidad de zonas de verdad y consenso compartidas por todos a las que poder regresar cuando el debate empieza a ir demasiado lejos.

Lo que preocupaba  a Platon era la posibilidad de convertir argumentos débiles en sólidos recurriendo a técnicas discursivas que convertían la verdad y la mentira en medios para conseguir un fin.

Los sofistas eran relativistas y escépticos, es decir, no creían en las verdades absolutas y tampoco creían posible alcanzar la verdad.

También eran convencionalistas, es decir, no veían ninguna diferencia entre el parecer ser y el ser de verdad.

Y a tenor de todas estas creencias, el resultdo no podía ser otro: lo político convertido en un espacio de enfrentamiento donde la verdad la definía el más fuerte... el más experto en el arte de cazar a más hombres en la red de su idea utilizando cualquier técnica o argumento.

Y en este contexto no había garantía alguna de que la moral pública coincidiera con la moral que sustentaban los argumentos de ese argumentador más fuerte.

Y el resultado era siempre el relativismo moral.

Y precisamente, para mantener una cierta cordura, Platon reivindicaba la necesidad de elementos objetivos, un terreno juego moral y cognoscitivo en el que debiera jugarse ese juego de ganar la razón en que se había convertido la política en la Atenas de hace muchos siglos.

Los peligros de aceptar que cada cual tiene su verdad asociados a la aceptación de la deshonestidad como elemento constitutivo del debate político eran claros para el filósofo griego: la versión deformada y perversa de la democracia que era la demagogia.

En la demagogia lo que se busca es cazar hombres y una de las mejores maneras de cazarlos en lo político es cazando su voto apelando a sus prejuicios, emociones, miedos y esperanzas.

Los sofistas, sin quererlo o queriendo, por precios nada módicos, proporcionaron la inteligencia para la transformación de la democracia griega en una demagogia.

A estas alturas, cualquier lector inteligente comprenderá los paralelismos entre el pasado griego y el presente de nuestro país, presente en el que algunos se sorprenden de que un partido imputado por corrupción siga siendo votado por los ciudadanos,

Y deberíamos tener claro que sólo en una consumada demagogia esas cosas son posibles.

Porque lo más perverso de la demagogia es la aceptación de la deshonestidad como un elemento más dentro del discurso político.

No hay otra verdad absoluta que la que define la posición de cada contendiente.

En realidad se trata de una guerra y de una línea del frente que separa al nosotros de todos ellos.

Y cuando entramos en una dinámica tan tribal y bárbara, le admitimos cualquier cosa a los nuestros precisamente por eso, porque son los nuestros.

El gran logro de este Occidente postmoderno está siendo llegar a la barbarie desde la idea de civilización de la que él mismo es creador.

No queremos que gobierne el mejor de nosotros sino uno de los nuestros.

Y estas cosas que nos sorprenden, que algunos prefieren que gobierne su Rajoy aunque sea el lider de un partido imputado por corrupción, no son más que ejemplos de lo lejos que estamos llegando en ponerselo fácil al animal que todos llevamos dentro.

Animales, eso sí, bien hablados y bien vestidos.

Porque al final de todo se trata de una cuestión de forma.

Porque en los bajos de nuestra civilización occidental funciona la misma y vieja jungla de siempre.

Simplemente, la embellecemos cuando ya no podamos ignorarla más.